León en su casa
César Hildebrandt
El problema no es que Rómulo León Alegría haya pasado de la cárcel real a la cárcel simbólica de su domicilio.
El problema es que el juez prevaricador y cómplice que sigue el caso, y que a todas luces obedece a intereses apristas, ha hecho todo lo posible para que el proceso no avance, la leonina computadora no sea abierta ni descifrada y los daños colaterales del Caso Petroaudios no se produzcan.
Porque esos daños colaterales no tienen nada de colaterales y podrían ser, más bien, centralmente palaciegos y nuclearmente alanistas. Total, ¿no era Nava quien hablaba con León sobre lo que quería Canaán? ¿No estuvo Canaán en Palacio después de declararse el financiador de la campaña para el 2011 de Jorge del Castillo?
Lo que quiere decir todo esto de León Alegría es que el Apra vuelve a hacer ostentación grosera de su dominio de la judicatura y de su peso decisivo en esta república contraria a Montesquieu.
Los que dicen que Rómulo León merecía salir de la cárcel porque ya estaba bueno eso de permanecer en ella sin acusaciones formales parecen olvidar que la responsabilidad de eso la tuvo y la tiene el juez Barreto, que tiene apellido de búfalo y conducta de fan de Alfonso Ugarte.
La figura es esta: te tengo preso pero no te acuso, congelo el expediente, cambio de jueza y de fiscal, apelo a los trucos más sucios del hampa judicial, desobedezco al mismísimo abogado del acusado que me pide abrir el CPU de la computadora, rechazo a los peritos nombrados por el Colegio de Ingenieros y le pido a
Entonces, claro, creo las condiciones para que una sala especial de
Mientras tanto, las sobras color rosa de un crimen folclórico –folclórico sobre todo por el empleo de la puñalada por la espalda- ha entretenido a la prensa, ha subido las sintonías, ha obligado a “El Comercio” a pelear en el barro, y hasta Michael Jackson ha servido para que el Congreso, sobornando a cinco congresistas, logre que el gabinete cadavérico “pase la prueba” de la censura.
De modo que un “premier” que pregona su renuncia en público se siente respaldado por un Congreso que hace tiempo sólo produce náuseas.
Todo lo suficientemente depravadillo y cochino como para recordarnos aquel quinquenio en el que los ministros robaban, los jefes de Enci robaban, los mandamases del Ice robaban, los directores del BCR robaban, los altos mandatarios robaban, y Bettino Craxi metía sus narices empolvadas en los asuntos del tren fantasma. ¡Qué tiempos aquellos!
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