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jueves, 16 de julio de 2009

Lobistas

Lobistas para Honduras

César Hildebrandt

Si se preguntan por qué andan tan lentas las cosas en relación a Honduras, parte esencial de la respuesta la acaba de dar la notable periodista estadounidense Amy Goodman: la gorilada derechista hondureña ha contratado, a nivel de gobierno, al cabildero Bennet Ratcliff, un especialista en presiones sobre el Congreso muy próximo a esa señora que dice ser experta en relaciones internacionales y que se llama Hillary Clinton. Sí, la misma estatua de sal y de silencio que susurra frasecitas cada vez que Israel le dice que seguirá construyendo asentamientos ilegales en la ribera oeste del río Jordán.

La señorita Goodman nos informa también de que un grupo empresarial hondureño ha arrendado, por su cuenta y riesgo, los concurrentes servicios de Lanny Davis, ex asesor jurídico especial del presidente Clinton y archiconocido de la secretaria de Estado del gobierno de Obama. Enroque perfecto.

Y tanto Ratcliff como Davis han empezado a hacer su trabajo desde hace diez días. Con el aplomo que se les reconoce, el dinero que no les falta y el apoyo internacional de intelectuales como Mario Vargas Llosa, convertido en el Pound prosístico de La Caverna Global (que no es el nombre de un periódico sino el club tácito de los hijos de Milton Friedman).

Y vaya que las cosas les están saliendo bien a esos filibusteros contratados por “la nueva Honduras”. Ya vendieron la idea de que el golpe simiesco en contra de Zelaya fue una respuesta (“condenable pero comprensible”) a la “provocación inconstitucional” del depuesto presidente hondureño.

¿Y cuál fue esa provocación inconstitucional?

Pues convocar a una consulta popular “no vinculante” sobre una hipotética y futura reforma constitucional.

En efecto, el día anterior al golpe de Estado Zelaya se había encargado de apaciguar los ánimos subrayando que la consulta era “no vinculante”. De modo que no había cómo seguir acusándolo de promover un referéndum no previsto en la legislación de Honduras.

Pero a Zelaya le pasó lo que le sucedió a Allende. Cuando Allende le dijo a Pinochet, 72 horas antes del 11 de septiembre de 1973, que iba a plantear un referéndum para que los chilenos decidieran el destino de su país, firmó su sentencia de muerte. Pinochet, comandante general del “ejército constitucionalista chileno”, adelantó la fecha del golpe, que estuvo previsto, originalmente, para el día de la independencia (18 de septiembre).

El lobismo puesto en marcha en los alrededores de la Casa Blanca y en los pasadizos del Congreso de Washington, explica por qué ahora el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, le pide a Zelaya la paciencia de Job y por qué la presión sobre los golpistas ha disminuido tan considerablemente y ha salido de las agendas noticiosas.

No voy a decir, desde luego, que Zelaya ha sido un gran presidente. La verdad es que fue un charlatán izquierdoso que dejó a Honduras casi tal como la había recibido. Pero lo que me parece repulsivo es que la derecha hispanoescribiente, con “El País” a la cabeza, abandone todo principio y hable de golpes “preventivamente democráticos” (los que inspira La Caverna Global) y golpes “del todo inaceptables” (los que ponen en peligro el inmovilismo oligárquico de América Latina).

Y que escritores como Vargas Llosa se remanguen la camisa y laven con sapolio la reputación de los golpistas hondureños da una idea de qué y cuánto está en juego en ese pequeño y secuestrado país.

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