En boca de todos
Guardiola, Messi, Iniesta y Piqué son elegidos como mejor entrenador, mejor extranjero, mejor jugador y revelación de
Tímido por naturaleza, Iniesta se soltó en la celebración de
Ha sido el año de Iniesta, de Messi, de Piqué, sobre todo de Guardiola y, por extensión, del Barça, ganador de la mayoría de los trofeos, incluso del Premio al Juego Limpio. El entrenador ha logrado que cada futbolista se sintiera el mejor en su puesto y, en consecuencia, que el equipo saliera campeón de
No ganó Eto'o el título de máximo goleador ni el Barça batió el récord del Madrid de Toshack. Nada grave, si se entiende que el fútbol es un juego colectivo y no un concurso individual. Los demás registros cayeron de forma imparable después de que Guardiola generara las mejores condiciones para la expresividad de los futbolistas del equipo. Iniesta simboliza el triunfo del fútbol en su sentido más amplio y artístico. Nadie mejor que Messi para expresar que la causa personal triunfa siempre que está al servicio global. Y Piqué representa a la nueva generación: atrevida, jovial, contagiosa y ganadora, viento fresco. Lejos de ser un trauma, su salida del Barça para jugar en Manchester y Zaragoza ha sido el mejor máster para tomar distanciamiento y ganar conocimiento.
A Guardiola le ha pasado una cosa parecida. Jugar en el calcio, Qatar y México le ha enriquecido y servido para tener una mirada menos contaminada y más ecuánime sobre el Barça. Si el fútbol se mira con los ojos de Cruyff, como dijo Romario, se explica por boca de Guardiola. El técnico no ha necesitado más que la palabra y el balón para seducir al jugador y el aficionado. Tiene credibilidad, es humilde y aprende a diario. Le avala su formación humanística, respetuoso con la ética del comportamiento -lo dice Valdano-, y también la inteligencia. Y, aunque se le tiene por un personaje a imitar desde cualquier sector profesional, Guardiola únicamente pretende ser un entrenador en el sentido más amplio de la palabra, un técnico que no sólo tiene una pelota en la cabeza, sino también un campo, un adversario, un club y un equipo claros como el agua.
Pocas veces un técnico azulgrana había tenido el sentido integrador de Guardiola, generoso y reivindicativo con la cultura culé. Asume la ideología de Cruyff, pero recuerda también el sentido común de Rexach, y es tan respetuoso como magnánimo con la gente del club, personajes que están por encima de los jugadores, de los entrenadores y de los presidentes, empleados de toda la vida como el delegado Carles Naval, el masajista ya jubilado Ángel Mur o el preparador físico Paco Seirul·lo. No es de extrañar, por tanto, que se rodeara de colaboradores de la casa, profesionales legales que se forjaron en el Miniestadi. Ni tampoco que, siendo un futbolista formado en los equipos inferiores, cediera el liderazgo a la cantera. Y mucho menos que mandara construir una ciudad deportiva como punto de encuentro de los trabajadores del Barcelona.
A Guardiola le estimula la proximidad, la identidad, el compromiso y la belleza de la sencillez. El periodista y escritor Antoni Puigverd asegura que el técnico ha sabido articular el sudor y el talento, la creatividad y el estudio, desde la paciencia y la tenacidad, huyendo del egoísmo y remitiéndose a la calidad de sus futbolistas, haciendo sentir al contrario el miedo de ser atacado. Así superó los momentos críticos, como cuando temió ser el colista en El Molinón o el día en que Pinto le paró un penalti al mallorquinista Martí en el Copa. Al equipo le costó afrontar los partidos más emotivos o a los rivales más imprevisibles (el Atlético, el Espanyol y hasta el Madrid en el estadio) y, a cambio, se sintió fuerte en los retos ambiciosos: sumó 12 puntos ante Sevilla, Madrid, Valencia y Villarreal; salió cantando del Villamarín y Mestalla con dos empates alcanzados en situaciones exigentes, y creyó que podía conquistar el mundo desde que Xavi, Iniesta y Busquets mezclaron muy bien como medios en
Repitieron los tres en Roma, el Barça conquistó
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