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viernes, 22 de agosto de 2008

Bolt

Unos pasos por detrás de Bolt
ANÁLISIS

Es frecuente en el deporte que los científicos vayamos algún paso por detrás de grandes atletas, que nos sorprenden. A veces, se elaboran sofisticados modelos de cómo va a ser la evolución de la técnica y de las marcas. Después, nadie espera en el horizonte nada nuevo que se pueda salir de lo previsto. A pesar de ello aparece un atleta que es capaz de rompernos los esquemas. Basta pensar en lo sucedido en los Juegos de México del 68 con Dick Fosbury, quien también tenía en aquel entonces 21 años (Usain Bolt cumplió ayer 22), que nos ha dejado boquiabiertos con su extraordinaria marca. Lo que sucedió después de México fue que los biomecánicos analizaron los saltos de Fosbury tratando de explicar el porqué saltando de esa forma se podía tener una cierta ventaja. Pero quien inició el camino fue un atleta, no un científico. Aquel caso, hay que reconocerlo, fue posible gracias a la introducción ese mismo año de colchonetas que suplían a los antiguos fosos de arena. Pero también hay que decir que ningún científico pudo prever que tal forma de saltar apareciera y se convirtiese con los años en la más frecuente, por no decir la única que emplean los saltadores de cierto nivel.

Como es habitual en Usain Bolt, salió con un discreto tiempo de reacción; 182 milisegundos, frente a los 161 que marcó Michael Johnson en el récord de Atlanta 96 que se ha roto. En 42 pasos Bolt se situó en los 100m. A Carl Lewis, considerado un corredor de pasos amplios, se le tomaron 44,1 en su plata de Seúl en el 88 (19,79s). Hay que decir que algunos pasos parecían desencajados y difíciles de controlar con su 1,96 de estatura y la forma peculiar que tiene de moverse. En un tramo de la curva, incluso estuvo a punto de salirse de su calle, pero a diferencia de que puede ser habitual, su trayectoria se fue hacia la calle externa. Cuando llegó a los 100m su tiempo era extraordinario: inferior a 9.90s (sin contar el tiempo de reacción). Ya en ese punto tenía ventaja sobre el anterior récord de Michael Johnson, a quien le tomaron 9,964s. El resto de carrera, en el que ya predominaba el trazado recto, lo hizo en 37,8 pasos (frente a 40,23 tomados a Carl Lewis en Seúl). El tiempo empleado en recorrer los segundos 100m de carrera fue sensiblemente superior a los 9,188 de Johnson, pero no lo suficiente como para perder la ventaja que le sacó en los primeros 100m.

La velocidad media de Bolt fue ligeramente superior a la que mostró cuando hizo el récord de los 100m (37,31 frente a 37,11 kilómetros a la hora). La amplitud media de los pasos fue descomunal (2,51m) si se compara con la de otros atletas, como los 2,27m de Boldon, cuando ganó el Mundial de Atenas del 97. Y encima Usain Bolt ha mostrado una increíble amplitud media entre el 100 al 200 (2,65m en cada paso). Finalmente, se dice que los corredores de amplitud, para ser competitivos deben mostrar una suficiente frecuencia de pasos y mantenerla en un buen nivel. Pues los primeros 100m de Bolt, en los que limitó la amplitud de sus pasos de gigante obtuvo una frecuencia de 4,29 pasos en cada segundo (superiores incluso a los 4,28 de Carl Lewis). Eso sí, cuando en la segunda mitad de carrera, aumentó la amplitud, su frecuencia se redujo a 4,06 pasos en cada segundo.

Se va a hablar mucho en próximos meses de la hazaña de Usain Bolt. El trabajo que toca ahora a los científicos del deporte es explicar lo que ha sucedido. La historia se repite una vez más: un atleta fuera de lo común nos abre los ojos y permite que visualicemos una forma diferente de correr, que quizás permita en el futuro mejoras hasta ahora impensables
Million dollar baby
El primer récordman olímpico, cuenta la leyenda, fue Koroibos, que juró ser hombre libre, de pura raza helénica y sin prontuario. Ganó su carrera después de diez meses de duro entrenamiento y fue premiado con una manzana. El célebre luchador Milon de Cretona devoraba diez kilos de carne por día, se comió un toro delante del sacerdote de Pisa y, como el Increíble Hulk, rompía una cuerda atada a su cabeza hinchando las venas. Era bruto, pero también discípulo de Pitágoras, a quien sostuvo su casa cuando se derrumbaba hasta que se fue el último de los invitados. Récord y doping formaron siempre parte de la historia de los Juegos Olímpicos. Pero dejaron de ser leyenda en era moderna, en los Juegos de Montreal ’76. Las nadadoras de la ex Alemania del Este, que no habían ganado nada en Munich 72, lograron 11 de las 13 pruebas del programa. Los Juegos de Montreal celebraron un total de 34 récords mundiales, apenas dos menos que Moscú 80 y Munich 72. Tuvo que caer el Muro de Berlín para que los archivos de la Stasi revelaran lo que todos intuían. Que el formidable ascenso de la ex Alemania del Este, además de una enorme planificación y estudios científicos, se debía a una ingesta masiva de anabólicos. Quedó simbolizado en niñas seleccionadas a los seis años, atiborradas de drogas a partir de los 10 y luego trasformadas en nadadoras de espaldas fornidas y voz tan ronca que debían rechazar entrevistas, y, años después, con corazón, riñón o hígado dañados, como lo reveló un libro de nombre inequívoco: Kinderdoping.


“Me daban cuarenta píldoras por día y en 1984 mi hijo Daniel nació con malformaciones”, contó Martina Fehreke Gottschalt a un tribunal en el año 2000. “A los 10 años empezaron a darme píldoras y a los 14 esteroides. Mi sistema inmunológico se cayó. Tenía 15 años y el aparato genital de una mujer de 80. Dañaron mi hígado y mi corazón”, relató al juez Rita Reinisch, ganadora de tres oros en Moscú 80. En 1976, aquellos éxitos de las nadadoras de Alemania Oriental eran atribuídos a las ventajas que daba una novedosa malla Lycra, protestada por los rivales. “Pero no eran las mallas, eran los esteroides”, dijo hace un mes Gary Hall Jr., bicampeón olímpico. El nadador estadounidense, que no pudo clasificarse a los Juegos, lo recordó antes de que la natación de Pekín marcara 25 récords mundiales, uno tras otro, que elevaron a casi 60 los anotados desde febrero pasado, cuando comenzó a usarse la malla Speedo LZR Racer, que muchos señalan como la causa de la velocidad impensada que alcanzó la natación en 2008. Hall señaló con nombre y apellido a su compatriota Amy Van Dyken, ganadora de seis medallas en Atlanta 96 y Sydney 2000 y que jamás dio doping, pero cuyo nombre apareció en el escándalo de los laboratorios californianos Balco, la causa que envió a la cárcel a la atleta Marion Jones, quien fue despojada de sus triunfos olímpicos. “La única diferencia entre Jones y Van Dyken –dijo Hall- es que una terminó confesando y la otra no”.

Un centenar de atletas occidentales que se consideraron damnificados, entre las cuales 73 nadadoras de Estados Unidos, pidió hace ocho años al Comité olímpico Internacional (COI) que se cancelaran los records de las alemanas orientales y se reasignaran las medallas de esas pruebas. El reclamo incluía a varias atletas.La propia Ines Geipel, una ex atleta alemana, pidió en 2005 que se borraran sus marcas, pues dijo que habían sido obtenidas gracias al doping, como muchas otras de compatriotas más célebres que se mantuvieron imbatidas por años. Ningún reclamo tuvo éxito. Y Occidente pasó de la protesta al piadoso silencio cuando aceptó que el doping no era un fenómeno exclusivamente comunista. ¿No siguen acaso aún hoy vigentes las marcas de otra galaxia que anotó la estadounidense Florence Griffith en los 100 y 200m de los Juegos de Seúl 88, diez años antes del misterioso ataque cardíaco que provocó su muerte con apenas 38 años de edad?

De los Juegos de Seúl, todos recuerdan a Ben Johnson porque fue él quien no pasó el control y debió entregarle a Carl Lewis la medalla de oro de los 100m masculinos. Pero Lewis, según se supo tiempo después, registró tres positivos en su preparación para ir a Seúl. El que finalizó tercero en esa misma prueba, el británico Lindford Christie, también sufrió doping años más tarde. Otros velocistas, como Justin Gatlin, campeón de los 100m de Atenas 2004, cayó posteriormente en el escándalo del laboratorio Balco. El caso apuntó ante todo a los astros intocables del béisbol de Estados Unidos. El número uno fue Barry Bonds. Su record de jonrones hoy no es respetado por nadie. Bonds y los suyos al menos no asisten a los Juegos. El béisbol profesional de Estados Unidos sabe que ninguno de sus astros resistiría a un control antidoping medianamente serio. ¿Qué récord no suscita sospechas hoy en día? ¿Cuántos campeones que tenían sitio asegurado un sitio en el Hall of Fame (Salón de la Fama), ahora están a un paso del Hall of Shame (Salón de la Vergüenza)? “Me pregunto qué festejamos –escribió hace un tiempo el periodista William Rhoden ante la euforia por los récords- si el trabajo de un héroe o el espectáculo de un héroe que fabrica su propia destrucción para nuestro placer”.

Antes de Pekín, los controles antidoping afectaron a 44 medallistas a partir de México 68, incluyendo en la cifra a los Juegos de Invierno. Pero ningún control detectó a las alemanas del este, a fenómenos chinos rápidamente desaparecidos pero que también implantaron records mundiales en los ’90 y a los velocistas de Estados Unidos, por citar sólo los casos más emblemáticos. Y el COI no se anima a tocar esa basura. Tal vez sea porque el récord, como escribió el francés Jean Marie Bhrom en su libro Sociología política del deporte, “es el fetiche del deporte y el deporte es el fetichismo generalizado del récord”. Según Bhrom, “el record es el símbolo ideológico de una sociedad capitalista o burocrática de Estado, orientada hacia el rendimiento y la productividad”. El especialista argentino Osvaldo Arsenio me dice que, “si bien seguramente hay casos”, la natación está hoy lejos de repetir un cuadro como el de la Alemania Oriental y que la lluvia de récords de Pekìn se debe a los avances tecnológicos y científicos. Otro especialista local, Horacio Anselmi, pronosticó antes del inicio de los Juegos que todavía quedan “por delante muchos años en la evolución del rendimiento atlético humano”. Porque mientras en los Juegos de la Antigüedad se desarrollaron mil años de experiencia, los de la Era moderna llevan apenas cien. Es decir, falta más estudio para acercarnos a Milón de Crotona. Más cáustico, el ex deportista y filósofo alemán Peter Sloterdijk dijo a la revista Der Spiegel que los Juegos de Pekín serán “el desfile más grande de dopados desde que el primer hombre lanzó una piedra”. Vivimos en una sociedad que exige resultados, al precio que fuere, pero que, hipócrita, pretende al deportista como un ser impoluto, dice Sloterdijk. Diez años atrás se pidió la anulación de los récords tramposos y que se recomenzara con nuevas marcas a partir del año 2000. No se hizo. Decenas de records tramposos siguen vigentes. Total, los Michael Phelps y Usain Bolt , atletas privilegiados de Pekín, se encargan de demolerlos uno por uno, en pruebas distintas y hasta sobrando a los rivales. A Jim Thorpe, el atleta fenómeno de los primeros Juegos, le quitaron sus medallas al descubrirse que había cobrado 25 dólares mensuales jugando en un modesto equipo de béisbol. A Phelps, Speedo, lo tentó con un millón de dólares para que quebrara el record de siete oros de Mark Spitz. Phelps, “el gigante de Baltimore”, se ganó un nuevo apodo en Pekín: “Million dollar baby”. Porque el récord ya no sólo es cuestión de Estado. Sino que también cotiza en Wall Street.

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