La industria del tabaco se prepara para un
mundo sin fumadores
El Confidencial - martes, 12 de mayo de
2015
El hombre de Marlboro ha muerto. Le hirieron en
1971, cuando la publicidad tabacalera fue prohibida en televisión. Poco a poco,
ley a ley, su presencia masculina fue menguando en patrocinios y revistas, y en
1999 le llegó el tiro de gracia: la recia apostura del cowboy que oteaba el
horizonte con un cigarrillo en los labios fue retirada para siempre de los
carteles al aire libre.
Se extinguió incluso en el plano físico. Cuatro
de los actores que encarnaron al vaquero silencioso y libre fallecieron por
enfermedades relacionadas con el tabaco: obstrucción pulmonar, enfisema, cáncer
de pulmón. Joe Camel y otros iconos también desaparecieron. Ni siquiera James
Bond se enciende un cigarrillo desde 1989.
Hoy les siguen los propios fumadores, que
todavía pueden ser avistados paciendo a la puerta de los bares, lejos de
parques y hospitales, o acurrucados bajo un paraguas en la lluvia. Todavía. La
proporción de fumadores en EEUU bajó al mínimo histórico en 2012, según el
Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC): un 17,8% de la población,
que descenderá al 12% en 2020.
“La industria del tabaco se muere lentamente”,
dice por teléfono el historiador y profesor de la Universidad de Stanford
Robert Proctor, autor del volumen Golden Holocaust: Origins of the Cigarette
Catastrophe and the Case for Abolition. “La verdadera medida de su poder es el
número de cigarrillos que se venden al año. En Estados Unidos se ha pasado de
vender un máximo de 630.000 millones en 1982 a unos 230.000 millones en la
actualidad”. Según el profesor, este será el primer año que descenderá la venta
de cigarrillos a nivel mundial.
Proctor es un abolicionista. Considera al
cigarrillo “el artefacto más mortífero de la historia de la civilización” por
haber matado a más gente que las guerras, dice, y quiere que se prohíba. En
1999 fue el primer historiador en testificar contra una tabacalera y desde
entonces ha librado varias batallas. La última, a raíz de la publicación de su
libro, le costó 50.000 dólares en abogados.
Asegura que las tabacaleras se mantienen
gracias a la automatización, que ha tumbado los costes, a las exportaciones y a
nuevos productos. “Apuestan por el cigarrillo electrónico, su gran esperanza:
la adicción sin cáncer. También intentan evitar las etiquetas con advertencias
gráficas, vigentes en 62 países. En EEUU han logrado que se consideren violaciones
de la propiedad intelectual”.
Fumar mata, oficialmente
La industria sigue manteniendo un territorio
clave: los institutos, la edad en que nueve de cada diez fumadores adoptan el
hábito. El porcentaje de fumadores adolescentes se mantiene sin cambios desde
2011 y el cigarrillo electrónico avanza al galope entre ellos. Sólo en 2014, la
proporción de alumnos de instituto que fuma cigarrillos electrónicos se
triplicó hasta el 13,4%.
“Queremos que los padres sepan que la nicotina
es peligrosa para niños de cualquier edad, sea en un cigarrillo electrónico, un
cigarrillo o un puro”, declaró en un comunicado el director del CDC, Tom
Frieden. Desde 2012, el Gobierno de EEUU, que según Proctor “no hace
virtualmente nada” debido al peso colosal del lobby tabacalero, exige a la
industria revelar los componentes de cada producto, que las agencias oficiales
compilan e interpretan en campañas de prevención.
Todo empieza con ese cilindro mágico, bien
acabado, minimalista y liviano como el aire que se llama cigarrillo. Cada
cigarrillo contiene entre uno y dos miligramos de nicotina, que a través de la
sangre llega rápidamente al cerebro, donde sacude las glándulas que liberan
adrenalina y dopamina, la hormona del placer. El “chute”, breve pero intenso,
crea un sistema de recompensas. Cuando el fumador intenta abandonar la necesidad
creada, se vuelve “irritable, ansioso, triste”. El 85% de las personas que
dejan de fumar recaen al cabo de una semana.
Además de la nicotina, droga natural del
tabaco, cada cigarrillo incluye unos 7.000 productos químicos que siguen varios
objetivos: entre otros, suavizar la inhalación, mejorar el sabor, ayudar a que
la nicotina gane fuerza y se absorba mejor y permitir que el cigarrillo dure
más tiempo encendido. 250 de estas sustancias son nocivas para la salud y 69
cancerígenas.
El resultado afecta prácticamente a todos los
órganos del cuerpo, causando un deterioro general. El tabaco, primera causa de
muerte evitable en Estados Unidos, se lleva cada año a casi medio millón de
personas, quita una década de vida y deja huella en la economía: 300.000
millones de dólares anuales en gastos médicos y pérdida de productividad.
Tabaco y libertad
No todos están de acuerdo con los datos
oficiales ni con la manera de tratar el tabaquismo. Organizaciones como el
Heartland Institute, un think tank “libertario” de Chicago, aseguran que los
estudios en que se apoya el Gobierno para limitar el uso del tabaco son junk
science, “ciencia basura”, y que a los fumadores ya se les carga con impuestos
“muy por encima de cualquier coste que puedan imponer al resto de la sociedad”
(8) (un 44% sobre el precio de la cajetilla, que en algunos estados puede
superar los 10 dólares).
“Todo el mundo sabe que fumar es malo; es de
sentido común”, declara por teléfono a El Confidencial Jim Lakely, director de
comunicación del Heartland Institute. Lakely asegura que la figura del fumador
pasivo es una exageración, como indica este informe de la American Cancer
Society y la Universidad de California. “Las campañas contra el uso del tabaco
tienden a equiparar al fumador con el fumador pasivo, lo cual no tiene base
científica ni sentido”. Para reducir el riesgo de cáncer, el think tank
recomienda fomentar los métodos alternativos como el tabaco de mascar o
cigarrillo electrónico.
Lakely considera la prohibición de fumar en los
establecimientos un ataque a la libertad de negocios y consumidores. “El bar
debe poder dejar que sus clientes fumen y también habilitar un área de no
fumadores”, explica. “El Gobierno no debe imponerlo; así, los consumidores
pueden elegir a qué tipo de bar quieren ir. Que el mercado decida”.
Durante los años noventa, la era de los
litigios antitabaco, en la que 46 estados del país impusieron a las cuatro
mayores tabacaleras el pago de 206.000 millones de dólares en 25 años para
compensar el gasto de la sanidad pública
dedicado a los fumadores, el Heartland Institute jugó su papel: publicó
estudios encargados por la tabacalera Phillip Morris sobre la relación entre el
tabaco y el cáncer. Hoy en día cuestiona la fiabilidad de los datos que alertan
sobre el cambio climático.
Hay otras organizaciones, como Smokers Club,
que temen una sociedad “orwelliana” donde el Gobierno dicte los hábitos
personales. O CLASH, un grupo neoyorquino que tiene su propio merchandising a
favor de la “libertad”. Una de sus tazas reza: “Qué será lo próximo, ¿el
café?”. En el momento de entregar este artículo, ninguno de ellos había
respondido a la petición de entrevista.
“La industria siempre ha pagado a expertos para
que elaboren la defensa del 'sentido común', según la cual todo el mundo
siempre ha sabido que fumar es malo, desde la época de Cristóbal Colón”,
declara Robert Proctor. “Evidentemente esto es estúpido y falso”. Para
denunciar las campañas de la industria, Proctor acuñó el término “agnotología”,
el estudio de la ignorancia inducida, y acusó a otros historiadores de cobrar
cantidades millonarias para testificar a favor de las tabacaleras.
“La industria ha definido el tabaco como una
forma de libertad de expresión”, continúa. “Pero el tabaco no es libertad, al
contrario: el tabaco le quita al fumador la libertad de no fumar, porque le
vuelve adicto. En este sentido, el tabaco es diferente al alcohol o la marihuana.
Sólo el 5% de quienes beben alcohol son adictos, es decir alcohólicos, mientras
el 90% de los fumadores son adictos al tabaco”.
Aunque mueran los iconos, bajen las ventas y
las autoridades aprieten con leyes, impuestos y zonas libres de humo, quizás a
la utopía de Proctor aún le quede un trecho. El único país del mundo que
prohíbe el cultivo, la producción y la venta de tabaco sigue siendo el Reino de
Bután.
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