Cuatro es el número mágico para
controlar la inflación
América Economía - martes, 12 de mayo de
2015
La inflación
(en sentido económico) es un aumento sostenido del nivel general de precios de
bienes y servicios de una economía durante un periodo de tiempo. Para registrar
la inflación, los economistas calculan la tasa de inflación como el cambio
porcentual anualizado de un índice general de precios, que suele ser el índice
de precios al consumo (IPC) a lo largo del tiempo. Como todos sabemos, la cara
opuesta de la inflación es la deflación, situación en la que los precios caen.
La inflación repercute en la economía de forma
positiva y negativa. Los efectos favorables pueden suponer un ajuste de los
niveles de los tipos de interés clave de los bancos centrales, que se traduce
en una caída de los tipos de interés reales evitando cualquier tendencia hacia
la recesión. Al bajar los tipos de interés, en teoría el sector privado debería
encontrar impulso para realizar nuevas inversiones en proyectos de capital.
Por el contrario, entre los efectos negativos
de la inflación también se incluyen estas cuestiones dado el incremento del
coste de oportunidad de mantener dinero al aumentar la incertidumbre en torno
al futuro, es decir, las perspectivas pueden desalentar la inversión y el
ahorro. Si el ritmo de la inflación es muy marcado o en caso de
“hiperinflación”, podría haber escasez de productos básicos ante el
acaparamiento de los consumidores y las empresas.
Políticas para controlar la inflación. La
inflación puede reducirse mediante políticas que ralenticen el crecimiento de
la demanda agregada (DA) y/o impulsen la tasa de incremento de la oferta
agregada (OA).
Mediante la política fiscal, si el gobierno
considera que la DA es excesivamente alta, puede optar entre endurecer la
política fiscal reduciendo el volumen de gasto estatal en bienes públicos o
prestaciones sociales. De igual forma, puede tratar de controlar la demanda del
sector privado aumentando los impuestos directos reduciendo así la renta real
disponible. No obstante, la consecuencia no deseada puede ser que tanto al DA
como la OA bajen, una situación que tendría efectos negativos en el empleo y en
el crecimiento económico real a corto plazo.
Por otro lado, el estado puede optar por
esperar y dejar al banco central, que en las economías más desarrolladas actúa
con independencia de la orientación del gobierno, haga cambios en la política
monetaria. De endurecer su política, el banco central iniciará un periodo de
subida de tipos para reducir el gasto al consumo y de inversión. Es probable
que con el aumento de los tipos de interés, el tipo de cambio suba y el coste
de las importaciones (M), bienes y servicios caiga mientras aumenta el coste de
las exportaciones (X). El volumen de comercio neto, X – M, mejorará a corto
plazo en función de la elasticidad de las importaciones y de las exportaciones
y del tiempo que se mantengan los contratos de comercio pre-existentes.
Un tercer enfoque consiste en establecer
medidas fundamentadas en la oferta tendentes a aumentar la productividad, la
competitividad y la innovación. Estas fuerzas sirven para mantener la bajada de
precios, si bien el desfase temporal conlleva que las repercusiones no se dejen
sentir hasta el medio plazo.
¿Qué funciona mal? Las primeras propuestas por
parte de los sistemas monetarios de fijar el objetivo de la tasa de inflación
respecto del tipo de cambio siguieron a la crisis general del patrón oro tras
la Primera Guerra Mundial. Irving Fisher y John Maynard Keynes son buenos
ejemplos de trabajo académico sobre el tema.
No obstante, en 1990, el Banco de la Reserva de
Nueva Zelanda fue el primer banco central en establecer un objetivo de
inflación. El Banco de la Reserva de Nueva Zelanda adoptó un enfoque con cuatro
características:
1. Una tasa de inflación variable nominal
identificada como el único objetivo alcanzable a medio plazo en materia de
política económica.
2. El establecimiento de una política directa
tendente a cumplir con el objetivo a medio plazo a través de un objetivo de
inflación rigurosamente medido en lugar de indirectamente a través de un
objetivo intermedio.
3. Una estructura institucional para articular
las funciones y responsabilidades respectivas del banco central y del gobierno.
4. Una transparencia total para respaldar la
organización, cobertura y debilidades de la estructura.
Desde que empezaran a establecerse objetivos de
inflación, parece que han sido muchos los bancos centrales que han adoptado
este enfoque y ni la Reserva Federal estadounidense, ni el Banco de Inglaterra
ni el BCE han alcanzado su objetivo de IPC. El Banco de Japón ha sobrepasado el
objetivo. De hecho, del G7, solo el Banco de Canadá cumple en la actualidad con
su objetivo.
Teniendo en cuentas que los demás bancos
centrales del G7 llevan mucho tiempo sin cumplir con sus objetivos de IPC, hay
quien considera que los objetivos deben incrementarse del 2,0% al 4,0%. La
propuesta nació del economista jefe del Fondos Monetario Internacional, Olivier
Blanchard, y contó con el respaldo del premio Nobel Paul Krugman. No obstante,
la idea está ahora en la cabeza de varios gobernadores de bancos centrales.
El que fuera presidente de la Reserva Federal,
Ben Bernanke, apuntó el mes pasado que está abierto a una subida del objetivo
de la Fed del 2,0% y afirmó que la cifra no tiene misterio alguno. Sus palabras
contaron con el respaldo del presidente del Banco Federal de Boston, Eric
Rosengren, que además añadió que cabe la posibilidad de que los objetivos de
inflación se establecieran en niveles muy bajos.
Hay quien tiene la sensación de que el patrón
demográfico y los incrementos de productividad son tales que funcionar con un
objetivo del 2,0% es sencillamente insuficiente.
¡Renace la teoría de las expectativas! Con todo
ello, nos hacemos la siguiente pregunta: si los principales bancos centrales no
logran alcanzar un tasa de IPC del 2,0%, ¿qué posibilidades habrá si se dobla
el objetivo? La respuesta se basa en realimentar las perspectivas actuales de
inflación, que es, con arreglo al Financial Times, la tasa de inflación que los
trabajadores, empresas e inversores creen que prevalecerá en el futuro, y que
por tanto tendrán en cuenta en su proceso de toma de decisión.
Las expectativas adaptativas son un proceso
hipotético a través del cual se forman expectativas sobre lo que pasará en el
futuro sobre la base de lo ocurrido en el pasado. En la siguiente ecuación,
figura una versión de expectativas adaptativas, en la que Pe es la tasa de
inflación que en la actualidad se estima para el próximo año; Pe - 1 es la tasa
de inflación de este año prevista el año anterior y Pa es la tasa de inflación
real de este año:
Pe = Pe -1 + λ{Pa – [Pe -1]} y 0 ≤ λ ≤ 1
Si un banco central baja los tipos de interés
reales para impulsar el crecimiento económico, el posible incremento de la
inflación supondrá una reducción de la carga de la deuda y una ayuda para el mercado
laboral, ya que la inflación acelerada erosionará los sueldos reales a la baja
permitiendo por tanto que las compañías mantengan niveles de empleo elevados.
El hecho de permitir que la economía funcione
con una inflación más alta abriría la puerta a una subida de tipos a largo
plazo con lo que habría un margen mayor para una disminución de tipos (política
monetaria convencional) cuando el ciclo económico apunte a la baja.
El Banco de Japón ha optado por esta vía al
aumentar su objetivo en materia de inflación del 1,0% al 2,0% en 2013 en aras
de combatir la deflación. Japón ha sido una de las primeras sociedades que se
ha visto afectada por el cambio demográfico ya que la proporción de
trabajadores en la población total en relación con los jubilados es cada vez
menor. Se trata de una barrera natural a la expansión económica que tiene un
impacto indiscutible en la bajada de la inflación. Solo la política del
“Abenomics”, que es expansiva desde una perspectiva fiscal y monetaria, ha
evitado que esto ocurra en Japón.
La resistencia a incrementar el objetivo
En un comité del FMI celebrado en abril de este
año, el vicepresidente de la Fed, Stanley Fischer, manifestó su temor a que la
inflación pueda irse de las manos y a que las principales autoridades en
materia monetaria puedan arriesgarse a perder credibilidad. Todo ello ha sido
compartido por Peter Praet, miembro del comité ejecutivo del BCE y economista
jefe.
¿Está justificado el miedo? Cabe preguntarse si
un objetivo en materia de inflación del 4% puede ser perjudicial para la
economía. Hay quienes argumentan que podría tener unos efectos castigadores
inaceptables en los grupos de la sociedad con ingresos bajos y que la
variabilidad en los precios relativos y distorsiones en el sistema fiscal
podrían favorecer a lo más acomodados.
Todo ello puede contrarrestarse a través de la
investigación que indica que mientras tales efectos son importantes desde una
perspectiva cuantitativa, a la hora de moderar la inflación las repercusiones
son relativamente menores. Paul Krugman afirma: “Si bien la inflación es
universalmente considerada como un terrible azote, los esfuerzos por medir los
costes presentan cifras vergonzosamente bajas”.
El espectro de ideas de los bancos centrales es
variado ya que parece que son conscientes de que una inflación del 4% no
perjudica en gran medida la economía y sin embargo existe una oposición a que
se adopte un objetivo del 4%, ya que se considera que podría provocar que la
inflación se situase realmente por encima del 4% o que al menos diese lugar a
esa expectativa.
Al igual que ocurre con todos los temas de
naturaleza económica, existen tantas opiniones como economistas. Desde la
crisis financiera, la historia nos dice que la inflación ha caído hasta niveles
demasiado bajos. Un movimiento hasta un objetivo de inflación del 4% limitaría
los costes y haría que los intentos de los bancos centrales por revertir
recesiones futuras fueran mucho más fáciles.
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