Regalos de navidad
César Hildebrandt
Habrá que regalarle al amor un poco de menos entusiasmo. Y al desamor una dosis de memoria.
Y a los grandes sueños con mayúsculas un manual del escepticismo y una enciclopedia del fracaso.
Y al árbol que se alza creyéndose el fundador de todas las genealogías, regalémosle la sombra de otros árboles mejores.
Y al bosque una pradera.
Y a la pradera un mar.
Y al mar un gran naufragio.
Al egoísmo debemos regalarle una guerra civil congolesa.
Y a la neutralidad, una ruandesa.
A Steven Spielberg, un huérfano de Gaza.
Y a Alan García deberíamos regalarle perspectiva (en dosis de caballo).
Y a Obama, al que sólo Shangó podrá salvar, una disminución del patriotismo.
Y a la estrella de Belén un astrónomo sumerio para que diga toda la verdad.
Y a los sodálites -las barras bravas de Dios- la cortesía intelectual de la duda.
A los que se volvieron, ya viejos, defensores del viejo orden habría que mandarles la foto de la primera enamorada.
A Fujimori, la espada con la que jamás se haría el Harakiri porque el Harakiri es el restablecimiento del honor y no se restablece lo que nunca se tuvo.
Debemos regalarle a la mujer de al lado una mirada y al niño menesteroso un llamamiento y a Cipriani la fe del carbonero.
Y al que no pide nada, debemos regalarle más que nunca.
Sería de lo mejor regalarle a la izquierda un poco de derecha y a la derecha un tiburón blanco.
El mejor regalo para Genaro Delgado sería devolverle el alma (encontrada en una escena del crimen).
Y a Dionisio Romero habría que regalarle un libro sobre la fugacidad.
Y a Bernard Madoff un juego de Monopolio.
Y al pobre diablo, un libro de Hugo Neira para que se consuele.
Al Señor de los Milagros, un milagro.
Y al cielo de Lima, una foto del cielo de Huaraz.
A los comunistas sobrevivientes, una réplica del único muro que la demagogia igualitaria no podrá derribar: la Gran Muralla China.
Al señor Bush hay que regalarle dos montañas: una de cadáveres iraquíes y otra de caca.
Al nuevo Adán, un paraíso (fiscal).
A los fanáticos, un poco de perdón.
Y al perdón, sabiduría.
Y a la sabiduría, un poco de tristeza.
Y a la tristeza, nada. Porque nada necesita la tristeza.
César Hildebrandt
Habrá que regalarle al amor un poco de menos entusiasmo. Y al desamor una dosis de memoria.
Y a los grandes sueños con mayúsculas un manual del escepticismo y una enciclopedia del fracaso.
Y al árbol que se alza creyéndose el fundador de todas las genealogías, regalémosle la sombra de otros árboles mejores.
Y al bosque una pradera.
Y a la pradera un mar.
Y al mar un gran naufragio.
Al egoísmo debemos regalarle una guerra civil congolesa.
Y a la neutralidad, una ruandesa.
A Steven Spielberg, un huérfano de Gaza.
Y a Alan García deberíamos regalarle perspectiva (en dosis de caballo).
Y a Obama, al que sólo Shangó podrá salvar, una disminución del patriotismo.
Y a la estrella de Belén un astrónomo sumerio para que diga toda la verdad.
Y a los sodálites -las barras bravas de Dios- la cortesía intelectual de la duda.
A los que se volvieron, ya viejos, defensores del viejo orden habría que mandarles la foto de la primera enamorada.
A Fujimori, la espada con la que jamás se haría el Harakiri porque el Harakiri es el restablecimiento del honor y no se restablece lo que nunca se tuvo.
Debemos regalarle a la mujer de al lado una mirada y al niño menesteroso un llamamiento y a Cipriani la fe del carbonero.
Y al que no pide nada, debemos regalarle más que nunca.
Sería de lo mejor regalarle a la izquierda un poco de derecha y a la derecha un tiburón blanco.
El mejor regalo para Genaro Delgado sería devolverle el alma (encontrada en una escena del crimen).
Y a Dionisio Romero habría que regalarle un libro sobre la fugacidad.
Y a Bernard Madoff un juego de Monopolio.
Y al pobre diablo, un libro de Hugo Neira para que se consuele.
Al Señor de los Milagros, un milagro.
Y al cielo de Lima, una foto del cielo de Huaraz.
A los comunistas sobrevivientes, una réplica del único muro que la demagogia igualitaria no podrá derribar: la Gran Muralla China.
Al señor Bush hay que regalarle dos montañas: una de cadáveres iraquíes y otra de caca.
Al nuevo Adán, un paraíso (fiscal).
A los fanáticos, un poco de perdón.
Y al perdón, sabiduría.
Y a la sabiduría, un poco de tristeza.
Y a la tristeza, nada. Porque nada necesita la tristeza.
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