Las leyes laborales, a la espera
del modelo Uber
The Wall Street Journal. - diciembre de 2015
Empresas como Uber Technologies,
el servicio de taxi a través de una plataforma electrónica, no sólo han
transformado la industria del transporte de personas, sino también el mundo
laboral. Uber ya cuenta con 400.000 conductores sólo en Estados Unidos, frente
a cero hace cuatro años.
Sin embargo, aunque la forma en
que Uber ha revolucionado el negocio de los taxis ha sido admirada ampliamente,
sus prácticas laborales han sido más polémicas. Sus conductores son
contratistas independientes, no empleados de nómina de la compañía.
Esto favorece a Uber, que cuenta
con mano de obra a la carta a la que le paga sólo cuando la necesita. También
favorece a muchos conductores, que pueden trabajar cuando lo deseen para
acomodar otros empleos y obligaciones familiares.
A algunos defensores de los
derechos de los trabajadores y al gobierno estadounidense les preocupa que esta
clase de acuerdos priven a los empleados de los beneficios y derechos que les
corresponderían si estuvieran en plantilla, desde pertenecer a un sindicato
hasta contar con vacaciones pagadas y prestaciones de salud. Un grupo de
conductores de Uber presentó una demanda en la que exigen ser tratados como
empleados de la empresa. La acción recibió luz verde para continuar como
demanda colectiva en San Francisco.
La controversia resalta una
brecha poco reconocida en la economía estadounidense: sus leyes laborales y sus
instituciones no se han mantenido al día con los cambios que han experimentado
las empresas y los trabajadores. En el caso de EE.UU., una persona está
empleada o no. Un estudio sugiere que lo que se necesita es una nueva categoría
que mezcle elementos de los dos.
La historia muestra que a medida
que la tecnología transforma la economía, hace lo mismo con el trabajo. Los
agricultores autoempleados y los artesanos eran la norma antes de la
industrialización de EE.UU. Sin embargo, conforme tecnologías como la electricidad
desplazaron las habilidades manuales, las fábricas se encontraron en la
necesidad de contratar trabajadores permanentes y especializados. Tales
necesidades fueron satisfechas por nuevas fuentes de mano de obra como mujeres
jóvenes que abandonaban el campo o inmigrantes pobres irlandeses que escapaban
de la hambruna.
La tecnología y las técnicas de
gestión permitieron que las empresas siguieran creciendo sin cesar. Como
demostró posteriormente el economista Ronald Coase, el tamaño de una compañía
era determinado por su eficiencia para adquirir insumos, como la mano de obra,
en el mercado abierto o internamente. Las grandes empresas estadounidenses
tenían que emplear a miles de trabajadores en un sinnúmero de ocupaciones para
obtener economías de escala y ofrecer un rango más amplio de productos. Para
regular el mercado laboral, EE.UU. aprobó en 1938 la Ley de Estándares
Laborales Equitativos que estableció un máximo de horas de trabajo por semana y
un salario mínimo. Si la empresa se excedía, tenía que pagar horas extra.
En las últimas décadas, la
tercerización y la tecnología han permitido a las empresas trasladar numerosas
operaciones a otras partes. Mientras tanto, muchos empleados quieren contar con
la flexibilidad que ofrece el trabajo de medio tiempo o la opción de trabajar
desde sus casas. Hoy, cerca de un tercio de los trabajadores estadounidenses
usan acuerdos de “contingencia” como agencias de empleo temporal, trabajos de
medio tiempo o se desempeñan como jornaleros.
Empresas como Uber, y su rival
Lyft, actúan como intermediarios al poner en contacto la mano de obra con la
demanda de los clientes. Es la idea de Coase, pero al revés. Puesto que toda la
información que Uber necesita para conectar a sus clientes con sus conductores
está en su aplicación, no tiene necesidad de poseer vehículos o emplear
choferes. Si un conductor trabaja durante una hora o 60 horas a la semana
depende por completo de su voluntad y de la demanda de sus servicios.
En un estudio realizado para el
Hamilton Project, un centro de estudios, los economistas Seth Harris, de la
Universidad de Cornell, y Alan Krueger, de la Universidad de Princeton,
sostienen que estas características difieren de las de un empleado común y
corriente porque sólo trabajan la cantidad de horas que estimen conveniente.
(Krueger ha realizado estudios para Uber, pero la empresa no tuvo ninguna
participación en el más reciente).
Clasificarlos como empleados
plantea varios temas complicados: ¿deben los conductores de Uber ser
compensados por el tiempo que invierten esperando a sus clientes? ¿Debe ese
tiempo ser contabilizado a la hora de determinar un salario mínimo por hora?
¿Trabajar para Lyft violaría la obligación de un empleado hacia Uber?
Harris y Krueger proponen que, en
este caso, es necesario establecer una nueva designación para ese “trabajador
independiente”. Esta categoría no tiene que ser cobijada por la ley laboral,
pero los empleados podrían negociar en forma conjunta condiciones laborales
mediante una exención de las leyes antimonopolio.
El empleador tendría que deducir
del pago aportes de salud y seguridad social y retener impuestos. Los
trabajadores no estarían cubiertos por las leyes federales de horas extra o
salario mínimo, ni podrían cobrar seguro de desempleo, entre otras medidas. Sin
embargo, serían protegidos por las leyes antidiscriminación y podrían unir
fuerzas con otros trabajadores para conseguir planes de salud más baratos.
El objetivo, señalan los
economistas, es conseguir que esta clase de empresas prospere gracias a las fortalezas
de su modelo de negocios, no por su capacidad de pagar menos a sus empleados
que otras compañías.
Cabe observar que la
proliferación de esta clase de arreglos independientes es a menudo una señal de
que los gobiernos ya han impuesto regulaciones costosas sobre la contratación
de trabajadores. Esto ha dejado a muchas economías europeas con mercados
laborales polarizados con empleados permanentes en un extremo y temporales en
posición precaria en el otro. La ampliación de derechos laborales básicos a los
trabajadores de la economía a la carta no tiene que traducirse en mayores
costos laborales para las empresas, lo cual perjudicaría el crecimiento
económico.
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