“¿En qué trabajas?”: la hora de replantearse
la conversación informal
América Economía - diciembre de 2015
Durante más de diez años, Tess
Vigeland presentó el programa de la radio pública Marketplace. A pesar de que
tenía un trabajo envidiado por muchas personas, ella decidió dejarlo. Vigeland
cuenta cómo sucedió esto y ofrece consejos a otros que están pensando en dejar
su trabajo en el libro “Dar el salto: cómo dejar el empleo sin un plan B y
descubrir la carrera y la vida que realmente quieres”.
En el siguiente extracto tomado
del libro, Vigeland analiza lo que sucede cuando alguien no tiene una respuesta
para la frase tradicional con la que se rompe el hielo: “Así que, ¿en qué
trabajas?”
Esto es lo que me encantaría que
sucediera: ir a una fiesta en la que la última pregunta que me hicieran fuera
acerca de mi trabajo. Por supuesto, cuando trabajaba en el periodismo a nivel
nacional, ¡esto era la primera cosa que quería contarle a todo el mundo! Ahora,
ya no tengo ninguna buena respuesta que dar.
Trata de recordar la última vez
que conociste a alguien por primera vez. Tal vez en un bar. Tal vez en clase.
Tal vez en una fiesta, cerca de la comida, con la esperanza de que nadie se te
acercara porque no eres bueno para entablar conversaciones superficiales, pero
luego alguien viene y te dice:
“Hola, mi nombre es Kathy”.
“Hola, mi nombre es Tess.
Encantada de conocerte”.
“Entonces, ¿a qué te dedicas?”
Antes, yo esperaba que esa fuera
la primera pregunta que alguien me hiciera, es decir, si uno no me hubiera
reconocido de inmediato, y la mayoría de la gente lo hace por los suaves y
dulces tonos de mi voz. Si la persona no me reconocía, yo siempre estaba
encantada de decir: “Soy periodista”.
¡El primer punto para mí!
“Oh, ¿escribes en periódicos?”
“No, trabajo en la radio”.
Otro punto para mí.
“¿En serio? ¿Estás en la radio?
¿Alguna vez te he escuchado?”
“Probablemente. Trabajo en la
radio pública”.
Otro punto para mí, y es el
tercero.
“¡Me encanta la radio pública!
¿Conoces a Carl Kasell?”
“Personalmente, no, pero también
soy fan de él. Yo trabajo en un programa de negocios llamado Marketplace”.
“¡Ese programa es muy bueno!
¿Trabajas con Kai Ryssdal?”
“Así es. De hecho, empezamos a
trabajar en la radio en 2001 con solo dos semanas de diferencia. Su oficina
está al final del pasillo de la mía, sólo que su oficina es la de la esquina”.
“¡Me encanta ese hombre! ¿Conozco
tu nombre? Espera, ¿has dicho que tu nombre era Tess?”
“Así es, Tess Vigeland.”
(Atención a los rayos de orgullo y presunción que fluyen de mí. Me encanta la
audiencia).
“Claro que te he escuchado, sí.
¡Me encanta lo bien que lo haces!”
“¡Oh, qué tontería! Gracias”.
“No te pareces en lo más mínimo a
la imagen que me había formado de ti”. Punto final.
Para ser honesta, estos momentos
eran maná para mí. Los saboreaba como un pinot noir, terroso, del Valle de
Willamette en Oregon. Mi mayor alegría era responder a la pregunta: “¿En qué
trabajas?” De hecho, si a veces la cuestión no salía a relucir de inmediato,
encontraba una manera de que lo hiciera. Sé que decirlo suena muy egocéntrico y
egoísta, pero es verdad, y apuesto a que no soy la única. Cuando tienes un
trabajo fantástico con un cierto brillo asociado a él, quieres que la gente lo
sepa. Quieres que la gente te pregunte para que puedas responder de la forma
más impasible que puedas: “Ah, trabajo en la radio”.
No soy la única que piensa así.
Después de que Jill Abramson fuera despedida del New York Times en 2014, ella
dijo a Cosmopolitan:
“Es un peligro definirte por tu
trabajo. Extraño a mis colegas y las cosas que hice en mi trabajo, pero no
extraño decir Jill Abramson, consejera delegada”. No lo echo de menos. En una
ocasión me dijeron que un ex -editor ejecutivo del New York Times, que tenía
los días contados como editor, y lo sabía, hizo una reserva en un restaurante
en particular
porque temía que ya no pudiera
conseguir una mesa después de dejar su puesto. Este tipo de cosas no están en
mi lista de prioridades”.
Nunca fui lo suficientemente
famosa para conseguir una mesa en un restaurante de moda; sin embargo, si lo
hubiera sido, yo probablemente hubiera hecho lo mismo que el editor. ¡Pero bien
por Jill Abramson!
Cuando ya no puedes ofrecer una
respuesta atractiva, temes que te hagan la pregunta de a qué te dedicas. La
intentas evitar. Creo que esto se magnifica cuando eres una figura pública,
porque entonces la caída es mucho más dramática.
Tanto es así que, después de
haber pasado casi un año, cuando la gente me preguntaba a qué me dedicaba,
solía decir: “Usted ya sabe, yo era …” Entonces había que absorber las miradas
de aprobación y sorpresa. Sonreía y respondía que sí conocía a Scott Simon o
Robert Siegel.
Pero luego venía la pregunta: “¿Y
ahora qué haces?”
A esa pregunta no quería
responder. Me sentía avergonzada. Temía ser juzgada. Ya no tenía nada chic que
decir. Me sentía un fracaso, a pesar de que la decisión había sido mía.
“Soy una profesional independiente”.
Luego venía la mirada de lástima.
“Soy una empresaria individual
construyendo una carrera como escritora, en el área de locución y como maestra
de ceremonias de eventos”. La mirada ahora es de perplejidad.
“Me estoy tomando una pausa de la
vida de oficina”. Ah, ¿entonces estás desempleada y buscando empleo? Cuánto lo
siento.
“Dejé una carrera de 20 años y no
sé lo que me espera a continuación”. ¿Has ganado la lotería o algo similar? ¿No
te aburres? ¿Perdiste la ambición de camino al baño?
La mayoría de la gente no puede
imaginar la idea de abandonar un trabajo o carrera sin tener el siguiente paso
previsto. Así que la mirada de extrañeza proviene de una verdadera sensación de
que uno se ha dado por vencido o que algo está ocurriendo con tu salud mental o
física. Dar explicaciones a menudo es agotador, porque todo el mundo quiere
saber por qué te fuiste, cómo te vas a mantener, qué dijo tu familia, etc.
Además, al mismo tiempo tu psique está revisando todas estas preguntas que
habías desterrado antes de este evento.
¿Cuál es la primera pregunta que
hacemos? ¿Por qué lo más importante que la gente quiere saber acerca de
nosotros es a qué nos dedicamos?
Hoy en día trato de hacer
cualquier otra pregunta –cualquier pregunta- cuando me encuentro con alguien.
Por ejemplo:
¿Qué es lo que más te gusta hacer
en la ciudad?
¿Qué tipo de viajes te gusta
hacer? ¿Cuándo fue la última vez que viajaste y dónde fuiste?
¿Qué parte del fin de semana te
gusta más?
A veces parece extraño. Pero yo
les digo a las personas que acabo de conocer que odio preguntar de inmediato en
qué trabaja la gente, así que trato de hacer preguntas diferentes. A la mayoría
de ellos les gusta la idea y devuelven el favor haciéndome preguntas sobre
cosas que no tienen nada que ver con el trabajo.
Esto es lo que ocurre en muchos
otros países. De hecho, en algunos lugares se considera de mala educación hacer
preguntas a una persona sobre su trabajo hasta que la conoces. Sólo después de
conocer bien a la persona formulamos esas preguntas. Esa es una buena idea.
No somos nuestro trabajo. No debe
ser la cosa más importante que queremos saber sobre el prójimo.
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