¿Cuánto le paga el cartel de Sinaloa a las
pandillas de Medellín?
Kienyke - mayo de 2015
“Acá se está moviendo plata de los
sombrerones”, dice Gabriel*, de 22 años, en referencia a mexicanos miembros del
Cartel de Sinaloa y que poco a poco están ejerciendo influencia en varias zonas
de Medellín.
Gabriel, quien reconoce que es consumidor de
drogas psicoactivas, es miembro de una pandilla que realiza trabajos de cobro y
sicariato para La Oficina de Envigado. Por cada labor le pagaban entre 200 y
500 mil pesos, aunque también podía recibir cocaína o heroína en forma de pago.
Ahora confiesa que los jóvenes de las comunas
tienen una tentadora oferta: dos millones de pesos más supuestas bonificaciones
por misiones cumplidas. Es decir, según la oferta de emisarios del Cartel de
Sinaloa, cada joven podría recibir hasta cinco millones de pesos mensuales.
Algo similar le cuenta a KienyKe.com un
funcionario de la Defensoría del Pueblo que trabaja en el sector: “La comunidad
cuenta que ha visto a mexicanos en la ciudad, pasando por los tugurios en
vehículos de lujo cargados con armas y dinero en efectivo para distribuir entre
las pandillas”.
Detrás del pacto del fusil
Los cárteles mexicanos han tenido un interés
particular por Medellín desde hace un buen tiempo. Y en los últimos meses se ha
acentuado con perspectivas de acrecentar sus ingresos.
El 13 de julio del año pasado, comandantes de
los Urabeños -ahora Clan Úsaga- y de la Oficina de Envigado se reunieron en una
lujosa finca en el municipio de San Jerónimo, cerca de Medellín. Declararon el
fin de la guerra y se comprometieron a respetar los límites territoriales para
sus actividades criminales. Sin embargo, detrás del acuerdo de paz estaría un
poderoso patrocinador: el Cartel de Sinaloa.
Ese cartel mexicano ha tenido alianzas con la
Oficina de Envigado desde hace muchos años. Pero luego de la extradición del
alias ‘Don Berna’ en 2008 sus miembros han perdido poder y desde entonces han
tenido una guerra a sangre con Los Urabeños para evitar que los invadan.
Al parecer, ese cartel ya no quiere tener un
aliado en la ciudad, sino mantener presencia y pandillas propias que trabajen
para ellos. Es una lógica de cualquier empresa que aplica también para la
criminalidad: llegar a la materia prima sin intermediarios para optimizar el
tráfico de cocaína.
Un año de paz criminal
Días después a la firma del pacto, las
pandillas rivales se reunieron en algunos de los barrios más conflictivos de
Medellín para jugar partidos de fútbol y participar en fiestas callejeras, celebrando
la nueva paz.
De alguna forma esa paz se ha mantenido. La
tasa de homicidios de la ciudad se redujo de 52 por cada 100.000 habitantes en
2012, a 38 en 2013, y luego a 28,5 al inicio de 2014.
Las autoridades de la ciudad, entre ellos, la
policía y alcaldía, dijeron orgullosos que sus políticas de seguridad fueron
las encargadas de generar esta drástica caída en la violencia, señalando que
coincidió con la llegada de una ola de refuerzos policiales, con la
implementación de nuevas tecnologías -como la implementación de cámaras de
seguridad- y con tácticas especiales basadas en el control territorial y en el
permanente contacto con la comunidad.
Hasta abril de este año el alcalde de Medellín,
Anibal Gavirìa negaba la existencia de dicho pacto.
Sin embargo, Jorge Mejía, consejero de la
Alcaldía para la convivencia, la reconrciliación y la vida, reconoció su
existencia del pacto y el papel que ha jugado en la reducción de la violencia,
pero dijo a El Colombiano que consideraba que fue la presión ejercida por el
Estado lo que llevó a que los Urabeños y la Oficina llegaran al acuerdo de
poner alto al fuego.
“Creo que el pacto de no agresión tiene que ver
con el hecho que estaban recibiendo demasiados golpes por parte de la fuerza
pública”, señaló.
Según la Corporación para la Paz y el
Desarrollo Social, Corpades, pese que el pacto entre las dos partes ha
silenciado las armas en las calles de Medellín, éste no tenía como propósito
llevar paz a los ciudadanos del Valle de Aburrá. Por lo contrario, fue una
estrategia criminal de alto riesgo, en el que Medellín es el tablero, y las
pandillas callejeras de la ciudad, las actividades criminales y las oficinas de
cobro, las fichas.
Menos muertos, más delitos
Los residentes de los barrios pobres de la
ciudad, que son los principales campos de batalla entre las bandas criminales,
contradicen la historia de seguridad exitosa. Dicen que aunque la vida puede
parecer normal y tranquila, el control que ejercen las pandillas sobre sus
barrios ha aumentado con el pacto. La extorsión ha incrementado, el
reclutamiento de niños y el abuso sexual siguen siendo la norma, y las
desapariciones aumentaron dramáticamente.
Sinaloa
“La presión de las pandillas se ha intesificado
en los barrios. Existe casi un toque de queda después de las nueve de la noche
en algunos sectores. Aunque hay menos muertos, existen más violaciones a
mujeres y hurtos”, dijo a KienyKe.com el funcionario de la Defensoría del
Pueblo, quien además aseguró que los comerciantes no son ahora las únicas víctimas
de las denominadas ‘vacunas’, sino también la población más vulnerable.
“Hay familias que son extorsionados porque
algunos jóvenes no quieren dejarse reclutar. También cobran por el tránsito,
como una especie de peaje, sobre todo en las zonas altas donde por lo general
tienen los centros de acopio o bodegas”, sostuvo el defensor comunitario.
Luis Fernando Quijano, director de la Fundación
Corporación para la paz y el desarrollo social, Corpades, quien hace unos años
advirtió de la llegada de Los Urabeños a Medellín, que los sinaolenses buscan
fortalecer su presencia en el ‘Valle de Aburrá’.
“El cartel de Sinaloa tiene presencia en el
Valle de Aburrá, Bajo Cauca y en Urabá; pero ahora lo que se está planteando es
que están acercándose a bandas de Medellín, comprando bandas, para hacerle
contrapeso a La Oficina, esto para fortalecerse y volver a redireccionar el
pacto de fusil”, explicó el investigador en temas de conflicto urbano.
Por ejemplo, según informaciones y testimonios
de algunos pandilleros, la banda La Agonia, que delinque en la Comuna 13, ahora
no trabaja ni para La Oficina de Envigado ni muchos menos para Los Urabeños. En
este momento es una ficha del mencionado cartel mexicano, antiguo socio de
Pablo Escobar.
“La institucionalidad demoró cuatro años para
reconocer la presencia de los Urabeños en Medellín y esperamos que no se demore
otros cuatro años para reconocer la llegada del Cartel de Sinaloa a Medellín”,
concluyó a Caracol Radio el director de Corpades.
Para un defensor comunitario, quien lleva más
de 15 años trabajando en zonas de conflicto, en algunas zonas de Medellín como
las comunas 4, 5 y 10 y en el barrio La Loma, se han presentado algunos
asesinatos que anunciarían el fin del pacto del fusil.
El defensor sentencia quién sería el ganador en
el mediano plazo de la presencia de mexicanos y luego del fin del pacto del
fusil: “Los Urabeños se van a quedar con todo, con la producción y las rutas.”
Según el defensor el riesgo que sigue es que crezca el número de bandas en
Medellín, unas comandadas por los Urabeños, otras por La Oficina y otras más a
cargo del cartel de Sinaloa.
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