Privacidad y prensa
César Hildebrandt
El monstruo olímpico Michael Phelps, ganador de 8 medallas de oro en Pekín, ha sido pescado fumando marihuana premunido de una pipa de vidrio transparente.
El diario amarillista británico News of the World no ha necesitado esta vez exagerar: le ha bastado con publicar la fotografía de Phelps envuelto en risueños humos.
La foto se la tomó algún soplón durante una fiesta en la Universidad de Carolina del Sur. En ella se ve al fenómeno de las piletas dándole trabajo a su cerebro mientras manipula una “water bong”, un cilindro de vidrio que se usa para inhalar con mayor concentración el humo del canabis.
Phelps estaba en esa fiesta con su pareja y, según un testigo, tuvo al final un comportamiento errático y paranoide. Quienes lo vieron irse temprano de la reunión aseguraron que estaba extraordinariamente ansioso.
Acribillado por la foto, Phelps pidió disculpas y reconoció que su conducta había sido lamentable. “Pido perdón por algo tan poco afortunado. Demostré falta de juicio y actué de manera inapropiada e infantil”, dijo en Tampa. Y prometió que “no volvería a ocurrir”.
Tamaña autoflagelación tiene que ver no sólo con el arrepentimiento sino con los millones de dólares de sus auspiciadores y con lo que podría suceder si el asunto llega “como caso” al quisquilloso Comité Olímpico de los Estados Unidos.
El presidente de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos calificó lo hecho por Phelps como “algo decepcionante”. En la otra orilla, la relojera suiza Omega y la fábrica de bañadores Speedo afirmaron que continuarían respaldándolo.
La fotografía data de noviembre del 2008 y News of the World se ensañó describiendo las gestiones que Phelps hizo para impedir su publicación.
El problema es que esta es la segunda vez que Phelps se ha visto envuelto en un escándalo a causa de sustancias tóxicas. En el 2004, cuando tenía19 años y poco antes de las Olimpiadas de Atenas, fue detenido por conducir en estado de ebriedad.
Una piadosa amnistía borró esos antecedentes y lo llevó limpio a Pekín, donde batió 8 marcas de natación estadounidenses, siete marcas mundiales y ocho marcas olímpicas, logrando acumular 16 medallas, 14 de las cuales fueron de oro.
Me he extendido en este caso porque tiene que ver con mucho de lo que hemos venido discutiendo en nuestro medio respecto del derecho a la privacidad y de los fueros de la libertad de expresión.
¿Podía Phelps invocar el blindaje de su intimidad en este penoso enredo?
No. Porque lo que hizo lo hizo en público, exhibiéndose en una fiesta concurrida y expuesta a todas las infidencias.
¿Era de relevancia pública el testimonio gráfico que alguien le vendió a News of the World?
Sí, lo era. Porque Phelps ha sido citado cientos de veces como ejemplo, porque gana millones pregonando las ventajas de una vida sana y dedicada al deporte, porque es el ídolo de muchos niños y porque, además, algunos de sus contratos contienen cláusulas específicas en relación al consumo de drogas.
No siempre, entonces, los conflictos entre los derechos de la prensa y los de la privacidad son tan complejos o enrevesados. Quizá sea también porque la prensa de otros lugares, a pesar de su sensacionalismo, no pretende engañar a nadie.
A nadie en News of the World se le ocurrió decir que su “unidad de investigación” obtuvo la instantánea que parece haber fulminado a Phelps. Publicaron la foto que compraron, vendieron cientos de miles de copias adicionales y no se las dieron de héroes ni exigieron reverencias. Distinto, muy distinto, hubiese sido publicar la transcripción de una conversación íntima de Phelps y su novia. En ese caso, los editores del diario británico estarían esperando a los agentes de Scotland Yard.
Por otra parte, Phelps ha demostrado que detrás del Supermán acuático que parecía ser hay un muchacho frágil y común, roído por el estrés, harto de haber perdido parte de su juventud entrenando para ser invencible. Harto, en suma, de tener 23 años y de haber logrado una hazaña que jamás podrá repetir y que lo perseguirá toda la vida. Harto de ser tan joven y de sentir esa nostalgia de viejo por lo logrado. Harto, en fin, de ser tan ejemplar.
César Hildebrandt
El monstruo olímpico Michael Phelps, ganador de 8 medallas de oro en Pekín, ha sido pescado fumando marihuana premunido de una pipa de vidrio transparente.
El diario amarillista británico News of the World no ha necesitado esta vez exagerar: le ha bastado con publicar la fotografía de Phelps envuelto en risueños humos.
La foto se la tomó algún soplón durante una fiesta en la Universidad de Carolina del Sur. En ella se ve al fenómeno de las piletas dándole trabajo a su cerebro mientras manipula una “water bong”, un cilindro de vidrio que se usa para inhalar con mayor concentración el humo del canabis.
Phelps estaba en esa fiesta con su pareja y, según un testigo, tuvo al final un comportamiento errático y paranoide. Quienes lo vieron irse temprano de la reunión aseguraron que estaba extraordinariamente ansioso.
Acribillado por la foto, Phelps pidió disculpas y reconoció que su conducta había sido lamentable. “Pido perdón por algo tan poco afortunado. Demostré falta de juicio y actué de manera inapropiada e infantil”, dijo en Tampa. Y prometió que “no volvería a ocurrir”.
Tamaña autoflagelación tiene que ver no sólo con el arrepentimiento sino con los millones de dólares de sus auspiciadores y con lo que podría suceder si el asunto llega “como caso” al quisquilloso Comité Olímpico de los Estados Unidos.
El presidente de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos calificó lo hecho por Phelps como “algo decepcionante”. En la otra orilla, la relojera suiza Omega y la fábrica de bañadores Speedo afirmaron que continuarían respaldándolo.
La fotografía data de noviembre del 2008 y News of the World se ensañó describiendo las gestiones que Phelps hizo para impedir su publicación.
El problema es que esta es la segunda vez que Phelps se ha visto envuelto en un escándalo a causa de sustancias tóxicas. En el 2004, cuando tenía19 años y poco antes de las Olimpiadas de Atenas, fue detenido por conducir en estado de ebriedad.
Una piadosa amnistía borró esos antecedentes y lo llevó limpio a Pekín, donde batió 8 marcas de natación estadounidenses, siete marcas mundiales y ocho marcas olímpicas, logrando acumular 16 medallas, 14 de las cuales fueron de oro.
Me he extendido en este caso porque tiene que ver con mucho de lo que hemos venido discutiendo en nuestro medio respecto del derecho a la privacidad y de los fueros de la libertad de expresión.
¿Podía Phelps invocar el blindaje de su intimidad en este penoso enredo?
No. Porque lo que hizo lo hizo en público, exhibiéndose en una fiesta concurrida y expuesta a todas las infidencias.
¿Era de relevancia pública el testimonio gráfico que alguien le vendió a News of the World?
Sí, lo era. Porque Phelps ha sido citado cientos de veces como ejemplo, porque gana millones pregonando las ventajas de una vida sana y dedicada al deporte, porque es el ídolo de muchos niños y porque, además, algunos de sus contratos contienen cláusulas específicas en relación al consumo de drogas.
No siempre, entonces, los conflictos entre los derechos de la prensa y los de la privacidad son tan complejos o enrevesados. Quizá sea también porque la prensa de otros lugares, a pesar de su sensacionalismo, no pretende engañar a nadie.
A nadie en News of the World se le ocurrió decir que su “unidad de investigación” obtuvo la instantánea que parece haber fulminado a Phelps. Publicaron la foto que compraron, vendieron cientos de miles de copias adicionales y no se las dieron de héroes ni exigieron reverencias. Distinto, muy distinto, hubiese sido publicar la transcripción de una conversación íntima de Phelps y su novia. En ese caso, los editores del diario británico estarían esperando a los agentes de Scotland Yard.
Por otra parte, Phelps ha demostrado que detrás del Supermán acuático que parecía ser hay un muchacho frágil y común, roído por el estrés, harto de haber perdido parte de su juventud entrenando para ser invencible. Harto, en suma, de tener 23 años y de haber logrado una hazaña que jamás podrá repetir y que lo perseguirá toda la vida. Harto de ser tan joven y de sentir esa nostalgia de viejo por lo logrado. Harto, en fin, de ser tan ejemplar.
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