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martes, 17 de febrero de 2009

Asco

Historias imaginarias de la década del asco (I)
César Hildebrandt

En el País de la Cutra, al este de las islas Petipán, el presidente Chino Maldito convocó a elecciones rituales. Se esperaba que nadie se le opusiera en serio y que el conteo de votos lo volvieran a hacer las ratas de la Onpe y que el porcino que las dirigía cantase la victoria como siempre, pero esta vez algo extraño empezó a suceder.

Lo que sucedía es que un terroso cacique de la indigenidad, con ADN de resistente y linaje de antipático, había dicho que ahora sí Chino Maldito perdería porque él –o sea el aborigen- arrasaría con los votos. Y la verdad es que las encuestas que no se hacían en los sótanos del SIN mostraban que ese descendiente de Tito Cusi Yupanqui podía ser un rival de fuste.

Cuando se enteró de tamaña impertinencia, Chino Maldito estalló en blasfemias. Pasada la cólera, sin embargo, se puso a pensar. A veces concebía genialidades, como lo de Barrios Altos y La Cantuta.

Durante muchos años –hay que decirlo- Chino Maldito había gobernado sin contestación a estos nativos cutrenses. Sin pertenecer a su etnia de revolcones y simbiosis, los había comprendido. Sin tener nada que ver con ellos –excepto con el lado oscuro de sus multitudes y el amor por el latrocinio de sus élites-, los había seducido con un discurso de tonos apocalípticos que resultaba misteriosamente irresistible.

-El mundo es una ficción –decía Chino Maldito-. La ley, un invento de los occidentales colonialistas. ¿La Constitución? Eso era –añadía- una epidemia formalista traída al norte del continente por los malditos holandeses del Mayflower.

-¿Y la verdad? –preguntaba, de vez en cuando, algún súbdito arrastrado deseoso de aprender más.

-La verdad es el peor de los espejismos –decía Chino Maldito-. La verdad tiene muchos puntos de vista. Es una mujer con muchos hombres. ¿Y qué es una mujer con muchos hombres?

-¡Una puta! –contestaban los naturales cutrenses.

-Por lo tanto, la verdad es una puta –concluía Chino Maldito entre ovaciones-. Y si la verdad es una puta, la mentira –su contraria- es virtuosa...

Y ese era el momento en que Chino Maldito ya no podía parar y era un filósofo oriental hablando desde su infierno personal, un Lao Tsé de sentina y un Confucio de la calle Capón:

-Y si la mentira es virtuosa, ¿qué es la bondad? –se preguntaba-. La bondad es hipocresía –se contestaba-. Y el altruismo es una pérdida de tiempo; el asesinato, uno de los misterios más ricos de la herencia humana; y la traición, ¿cuántas veces ha sido instrumento del Estado y secreto a voces de las monarquías?

Los vasallos cutrenses se hinchaban las manos aplaudiendo y perdían la voz de tanto gritar vivas. Chino Maldito continuaba:

-Y por todo eso es que he propuesto, a lo largo de estos años de orden y progreso, una sociedad donde nadie se desencante porque nadie tendrá ilusiones; un mundo sin máscaras donde todos podrán hacer, sin más límites que los de su talento, lo que el hombre de todos los tiempos ha querido hacer libremente. ¿Saben qué es lo que el hombre de todos los tiempos ha querido siempre hacer?

-Nooo... –contestaban las tribus reunidas de aquel País de la Cutra-.

-Lo que el hombre siempre ha querido hacer es –digámoslo sin tapujos- robar a su antojo, matar al que incomoda, prosperar en la usurpación, torturar a los que nos ponen en peligro, disolver a los sublevados, desterrar el concepto del honor, interpretar auténticamente la Constitución inservible escrita en papel de baño, comprar Migs rastreros y tanques inmóviles...

Y así podía seguir de modo interminable con esa enumeración que nada tenía de caótica y mucho sí de panegírica. Panegírica de esa hediondez que lo excitaba y de ese infortunio de la honra en que se había convertido su gobierno.

-He propuesto, en suma –remataba- regresar a la pureza carnicera que la moral y otras depravaciones han querido arrinconar. Y anuncio que el próximo año será el Año Cero de nuestra decadencia.

-¿Qué quiere decir, Su Excelencia? –preguntaba una natural mostrando su dentadura discontinua.

-Que todo lo que había sido ensayo será ahora oficial. Que todos los experimentos serán considerados exitosos. Que sistematizaremos la inmundicia. ¡Que dejaremos de ser aficionados!

Los vivas y las bendiciones eran un clamor. El fervor crecía y Eh. Wong, el Sumo Sacerdote, abría aves vivas para llegar a la misma conclusión de siempre: con Chino Maldito el año que venía siempre sería el mejor.

Chino Maldito pidió entonces silencio para preguntar a las masas:

-¿Y qué haremos con Toledo, el alzado?

A su lado estaba el príncipe de los Consejeros, Achichino Montechino. Chino Maldito lo miró y lo instó a contestar.

-Matarlo no sería suficiente –dijo Montechino con su vocecilla de hermanastro laríngeo de Ima Súmac-.

-¿Y entonces? –repreguntó Chino Maldito creando suspenso-.

-Contaminaremos sus cisternas, sembraremos minas de estiércol en sus periódicos, violaremos a sus doncellas de un modo más bien punzocortante, infiltraremos sus filas con los topos más tóxicos, haremos que la prensa chicha deje el ventilador y adopte la turbina, mataremos otra vez a quienes no se dejen sobornar y haremos que Kuzinski, el inmortal, los asesore.

Una ovación interminable selló la noche. Chino Maldito se permitió llorar de la emoción. Todo parecía marchar hacia su segunda reelección.

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