Bancos centrales, vehículos
autónomos y desempleo: la oscura conexión
FORBES- 19 de Agosto de 2016
Los banqueros centrales y sus
políticas monetarias son enemigos de los trabajadores manuales y de los
ahorradores, lo que perjudica a los más desfavorecidos, que necesitan de
empleos para vivir.
Estoy seguro de que ha escuchado
que las autoridades financieras y monetarias de todo el mundo están tratando de
estimular sus economías, porque no han podido recuperarse de forma consistente
desde la Gran Recesión de 2009.
Básicamente lo que hacen es
aumentar el gasto del gobierno, deprimir las tasas de interés e inyectar
liquidez a la economía –o sea, monetizan deuda–, bajo la creencia de que al
haber más dinero y crédito circulando, la gente va a comprar, los negocios a
vender más y que así se generará un círculo virtuoso de crecimiento e
inflación.
Esto último lo desean con avidez
explícita porque es una forma de aligerar la carga de la deuda, que se sigue
acumulando exponencialmente a escala global. Este solo hecho –el proponerse
mermar el poder adquisitivo del dinero– debería ser suficiente para generar la
indignación generalizada.
Pero el “estímulo” no sirve y su
supuesta recuperación es sólo un espejismo. Vivir de prestado tiene su límite,
y éste llega en el momento en que aquellos que prestan deciden que es
suficiente, que no vale la pena –ni el riesgo– seguir dando recursos a quien no
puede pagar. Es imposible que la deuda crezca al infinito.
La situación actual es tan
extrema que los rendimientos de los bonos ya ni siquiera son bajísimos o nulos,
sino que ahora hay incluso tasas negativas, como en Europa y Japón. Dicho de
otro modo, los deudores cobran por recibir dinero prestado. Un absurdo.
Tarde o temprano esta borrachera
de crédito, deuda e impresión monetaria terminará, y el castillo de naipes que
se ha construido se vendrá abajo. Otra gran recesión está garantizada.
¿Qué consecuencias traen,
entonces, estas irresponsables políticas de los banqueros centrales?
Todo lo contrario a lo que nos
venden: predisponen más desempleo, más crisis y deflación. ¿Por qué? Porque al
haber de forma artificial más crédito y deuda –y además colocándose a las tasas
más bajas de la historia– se estimula el apalancamiento y el desarrollo de
tecnologías más eficientes que requieren menos trabajadores.
Los vehículos autónomos –a
los que nos hemos referido con insistencia en este espacio– son un botón de
muestra.
Estos nuevos autos y camiones
robot serán armados también cada día con más tecnología automatizada de la que
ya de por sí existe, que requiere menos y menos trabajo humano.
Ése es tan sólo un ejemplo de lo
que se reproduce en otras industrias: enormes distorsiones económicas producto
de la depresión artificial de las tasas de interés, que deberían ser
determinadas por la oferta y demanda de ahorro, y no por política activa de los
bancos centrales.
Aunque quisieran, no es igual
deuda que ahorro, ni expansión de deuda que acumulación de capital. Por eso las
burbujas siempre explotan. La que se vive en el mercado de bonos no será la
excepción.
Como le digo, esta estructura
descendente de tipos de interés induce a las empresas a pedir prestado para
mecanizarse y eliminar mano de obra.
O sea, los banqueros centrales y
sus políticas monetarias –no la tecnología ni la automatización, hacia los que
sí debemos avanzar con bases sólidas de acumulación de ahorro y capital– son
enemigos de los trabajadores manuales y de los ahorradores. Esto a quien
perjudica es a los más desfavorecidos –la mayoría–, que necesitan de empleos
para vivir.
Lo peor es que ese desempleo
luego es atribuido al sistema capitalista de “libre mercado”, lo que sirve de
pretexto perfecto para expandir los controles del Estado sobre los ciudadanos.
En realidad, el intervencionismo
de gobiernos y bancos centrales ES el problema económico, por lo que no puede
contribuir a solucionar nada, como prometen los populistas de izquierda y
derecha. Se trata de un engaño para hacerse del poder y nada más.
El círculo vicioso de desempleo,
pobreza y autoritarismo que crea esa intervención es un motivo más que
suficiente para repudiarlo.
La economía se rige bajo sus
propias inmutables leyes, y no obedece a los caprichos de los políticos en el
poder. Mientras no logremos sacudirnos su obsesión por controlarlo todo,
seguiremos en esta carrera hacia el fondo.
Guillermo Barba-Economista de la
Escuela Austríaca y periodista mexicano, autor del blog Inteligencia Financiera
Global. Experto en mercados de oro y plata y comentarista de TV en Proyecto 40
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