Rio cruza la línea de meta
olímpica, pero sus retos apenas empiezan
The wall
street journal -lunes, 22 de agosto de 2016
RIO DE JANEIRO— Los primeros
Juegos Olímpicos en América del Sur han terminado, y han sido suficientemente
buenos.
El famoso paisaje de Río ha
aportado un telón de fondo memorable para las competiciones. Las fallas de
seguridad y las largas colas del inicio de los Juegos mejoraron conforme el
evento avanzó. La nueva línea de metro que comenzó a funcionar tan sólo cuatro
días antes de la ceremonia de apertura funcionó prácticamente sin
interrupciones. La medalla de oro del fútbol masculino para los anfitriones
hizo que las competencias recuperaran el centro de atención después del
lamentable espectáculo causado por la farsa de robo del nadador estadounidense
Ryan Lochte.
Más importante aún, los Juegos
Olímpicos de 2016 no han sido el desastre épico que muchos temían. La
contaminación del agua no arruinó las pruebas de náutica, la infraestructura
construida apresuradamente no se derrumbó y los desorganizados preparativos de
seguridad no facilitaron un ataque terrorista. La mayoría de los visitantes la
pasó de maravilla.
Pero el siguiente reto de Rio
—evitar regresar a la decadencia que ha definido esta ciudad desde que Brasil
trasladó su capital a Brasilia a principios de 1960— puede resultar aún más
intimidante.
Brasil está sumido en su peor
recesión en generaciones, una crisis de la que Rio ha estado en parte a salvo
mientras los funcionarios dedicaban hasta el último centavo para asegurar el
éxito de los Juegos. La construcción de las instalaciones ha proporcionado
miles de puestos de trabajo. La presencia de legiones de efectivos militares y
otras fuerzas contribuyeron a dar seguridad a las calles en las últimas
semanas. Cuando el gobernador de Río declaró una “calamidad” fiscal en junio,
el estado recibió con prontitud un rescate federal destinado a cubrir los
compromisos Olímpicos.
Sin embargo, para los cariocas,
la fiesta ha terminado.
Después de años en declive, el
crimen violento está en aumento. La tasa de desempleo del estado se disparó al
11,4% en el segundo trimestre, superior a la media nacional por primera vez
desde 2012, conforme megaproyectos como la nueva línea de metro, la expansión
de las carreteras y el Parque Olímpico llegaron a su fin. El petróleo, un
componente clave del presupuesto del estado, sigue con su precio por debajo de
US$50 el barril. El rescate de Rio por parte de Brasilia con una remesa de
2.900 millones de reales (US$906 millones), no puede hacer demasiado contra el
déficit de 20.000 millones de reales (US$6.250 millones) que obligó a los
hospitales a reducir sus capacidad de atención y a cerrar de escuelas, y llevó
a la policía a amenazar con una huelga a principios de año.
“La próxima semana, los cariocas
volverán a las aguas contaminadas, las playas sucias, los atracos a los
autobuses, los robos de bancos y otras cosas que han estado viviendo por un
tiempo bastante largo”, dijo Riordan Roett, director del programa de Estudios
Latinoamericanos de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la
Universidad Johns Hopkins. “Río es una especie de adorno, un ornamento
precioso, pero no tiene dinero”.
La autoproclamada “Cidade
Maravilhosa” ha luchado siempre con un cóctel de males por lo menos tan
potentes como sus cualidades. La contradicción — la riqueza y la belleza frente
a la pobreza y la tragedia—ha sido siempre un componente central de la
identidad del Rio.
Pero en los días embriagadores de
2009, cuando esta ciudad fue elegida sede de los Olímpicos de este año sobre
Chicago, y Brasil navegaba sobre la recesión global con el maná de las materias
primas, parecía como si Rio tuviera al fin la oportunidad de vivir de acuerdo
con su apodo de ensueño. Los Juegos Olímpicos, esperaban los cariocas, sería el
grito glamoroso que finalmente justificaría su vanidad.
La ciudad ha recorrido un largo
camino desde el auge de delitos de los 90. La tasa de homicidios de Rio, alguna
vez a la par con las ciudades más peligrosas del mundo, ha caído 75% desde 1994
a un nivel sólo ligeramente superior al de Chicago. En decenas de las favelas
antes controladas por bandas de narcotraficantes, la policía ha establecido una
presencia permanente con la esperanza de lograr una mejor integración de las
comunidades informales con la ciudad.
Las autoridades también han
invertido miles de millones de dólares en proyectos de transporte público que
podrían aliviar la congestión crónica de la ciudad, dando el crédito a los
Juegos Olímpicos por darles un plazo fijo para cumplir con las obras.
Daniel Alencar, un estratega de
marca en FutureBrand, una firma de São Paulo, cree que los Juegos Olímpicos
podrían haber hecho mucho para mejorar la imagen peligrosa y disfuncional de
Rio. Pero en última instancia eso dependerá de si la ciudad puede sostener sus
recientes avances.
“Las percepciones de Brasil son
casi como un electrocardiograma”, dijo Alencar. “Lo que tenemos que hacer es no
dejar que esta cima sea seguida por un valle. Necesitamos construir sobre el
legado... de manera que dentro de dos meses o seis meses las noticias negativas
no eclipsen todas las noticias positivas que hubo sobre la ciudad”.
Está claro que la atención
generada por los Juegos puso de relieve muchos de los defectos de Rio. El
transporte era un dolor de cabeza dadas las grandes distancias entre las sedes.
Las piscinas se tornaron de un color verde oscuro. Una escena gastronómica
insatisfactoria quedó en evidencia. Incluso con una presencia de seguridad de
85.000 agentes, todo un récord, los tiroteos continuaron haciendo estragos en
las favelas, y varios miembros del equipo olímpico fueron asaltados. Estos son
los problemas cotidianos para los cariocas. Pero no son lo que la gente espera
ver en una ciudad que alberga los Juegos Olímpicos.
Los críticos dicen que los Juegos
pueden haber alentado la vieja costumbre de quitar importancia a los defectos y
hacer una fiesta, al tiempo que se deja que los problemas arraigados de Rio se
agraven.
Muchas de las promesas que la
ciudad asumió con vista a los Juegos —una línea de metro de US$3.000 millones,
una nueva terminal aeroportuaria, un puerto deportivo renovado para las
competiciones náuticas— benefician más directamente a los turistas y a los
residentes de clase alta. Después de siete años prometiendo que los Juegos se
financiarían con fondos privados, el Comité Organizador Río 2016 maniobró para
obtener un rescate de emergencia de los contribuyentes cuando los Juegos
estaban en pleno desarrollo.
Los compromisos que Rio no logró
cumplir —tratamiento de aguas residuales, limpieza de la pintoresca pero sucia
Bahía de Guanabara y de otros cuerpos de agua— habrían generado beneficios de
largo plazo para una franja mucho más amplia de la sociedad.
Rio hizo lo suficiente para
lograr unos Juegos Olímpicos exitosos. Pero no se embarcó en la profunda
transformación que los políticos locales y el Comité Olímpico Internacional
publicitaron.
La mayoría de las ciudades
anfitrionas no lo hacen. Muy pocos —más notablemente Los Ángeles en 1984—
obtienen una ganancia del evento.
A Eduardo Paes, el alcalde de
Rio, le gusta comparar su ciudad con Barcelona, que utilizó sus juegos de 1992
para iniciar una revitalización de amplio alcance que la convirtió en un
importante destino turístico.
Pero para que Rio siga los pasos
de Barcelona, tendrá que realizar más mejoras en áreas como la seguridad
pública, la movilidad urbana y el tratamiento de aguas residuales, dice Thomas
Trebat, un economista con larga experiencia en América Latina que ahora trabaja
para Columbia Global Centers en Rio, parte de una red de centros de
investigación de la Universidad de Columbia, de Nueva York.
“La única razón de Barcelona se
transformó fue que siguió invirtiendo después de los Juegos Olímpicos”, dijo
Trebat.
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