El
sistema monetario como lo conocemos llegará a su fin
FORBES - lunes, 2 de noviembre de 2015
Los bancos centrales gozan de un
privilegio enorme y poder extraordinario, gracias a la fuerza de la ley que
obliga a los ciudadanos a usar sus billetes como “dinero”. Si esa ley no
existiese, la gente repudiaría ese papel moneda pues no tiene sustento,
respaldo o valor alguno más allá del material del que esté fabricado.
Hace unas semanas le informé que
la escasez de oro y plata en el mercado de metales preciosos, se había esfumado
con rapidez. La “backwardation”, fenómeno que se presenta cuando el precio al
contado (spot) es superior al del contrato de futuros activo (el que tiene
abiertos el mayor número de ellos), había dado paso a la normalidad del
“contango”. Éste ocurre cuando el precio futuro es más alto que el spot, lo
normal.
La backwardation es una señal de
“escasez” en el mercado de metal físico, al contrario del contango, que refleja
abundancia.
Desde la crisis de 2008-2009 el
oro y la plata han oscilado entre ambas. Esto que para la mayoría de
economistas y financieros no tienen un significado relevante, para los
estudiosos de la Nueva Escuela Austríaca de Economía sí es de la mayor
importancia.
Como su fundador –el Prof. Antal
Fékete- ha expresado también en este espacio, cada vez que el oro se comienza a
ocultar de la circulación es un síntoma de que los inversores más avezados
empiezan a acumularlo en físico y abandonando sus formas “en papel”. No hay
existencias de oro suficientes para amparar cada onza comprometida en
contratos, por lo que la tendencia es a que se acabe el metal disponible. Como
ocurre en pánicos bancarios, cuando una parte considerable reclame sus monedas
o lingotes, habrá quiebra.
El profesor explica que ese ha
sido el caso en crisis de grandes dimensiones, como la del colapso de Roma en
el año 476 de nuestra era. Augura por lo tanto que un gran cambio vendrá y que
marcará también un hito en la historia.
De estar en lo correcto –y en
esta columna estamos de acuerdo con ello-, un nuevo gran colapso económico se
avecina.
La razón de que el “ocultamiento”
del oro sea un síntoma de una crisis de enormes proporciones, es que el metal
precioso constituye un indestructible e inmejorable refugio financiero. A lo
largo de la historia de la humanidad ha fungido como depósito de valor,
protector del patrimonio, medio de acumulación de ahorro y su rol más
destacado: como dinero.
Dinero es el intermediario
general en los intercambios. El devenir del ser humano en el mercado discriminó
a lo largo del tiempo entre varias mercancías que ocuparon dicho rol. Sin
embargo, el oro –y en segundo término la plata-, fue encumbrado en distintos
lugares al mismo tiempo, y en los mismos sitios en diferentes momentos, como el
dinero por excelencia gracias a sus características.
Milenios de aprendizaje no se
perdieron u olvidaron con el encumbramiento de la actual divisa de reserva –el
dólar, ni con la invención de los futuros de oro-, sino todo lo contrario. La
corrupción del actual sistema monetario basado en la acumulación exponencial de
deuda, es insostenible. Esto se debe a que las deudas tarde o temprano se
tienen que pagar, y la capacidad de posponer ese momento emitiendo volúmenes
crecientes deuda para “liquidar” lo antes debido, se va reduciendo. Igual que
el quebrado que consigue tarjetas de crédito nuevas para abonar a las viejas.
Los bancos centrales por lo
tanto, gozan de un privilegio enorme y poder extraordinario, gracias a la
fuerza de la ley que obliga a los ciudadanos a usar sus billetes como “dinero”.
Si esa ley no existiese para forzarnos, la gente repudiaría ese papel moneda
pues no tiene sustento, respaldo o valor alguno más allá del material del que
esté fabricado.
Con el oro y la plata es
distinto, pues siempre serán valiosos –debido a que el público mantendrá en
todo momento una demanda insatisfecha por ellos-. Lo que varía es su precio,
pero su valor como mercancías con la mayor negociabilidad de entre todas las
existentes –gracias a sus propiedades-, se mantiene intacto.
Asimismo, debido a que su
cantidad es limitada y su producción abona sólo una mínima parte a las nuevas
existencias, no es posible crear oro sin límites, como las divisas de papel. Es
por ello que NO se puede emitir deudas en él y luego crear más oro ficticio de
la nada para pagar el capital e intereses acumulados. Con el rey de los metales
las deudas no pueden crecer “ad infinitum”. Quien recibe oro ya ha sido pagado
con mercancía, quien recibe billetes necesita aún cambiarlos para ser pagado.
Son deuda.
La disciplina que imponen estas
restricciones comentadas, es la que tanto incomoda a la dupla
gobierno-banqueros, pues los primeros, no pueden derrochar a placer un dinero que
no se crea sin fin, y los segundos, hacer negocio con ello.
Cobra sentido que en un mundo
donde se acumulan deudas, aquellos que consideran que el desenlace fatal se
acerca, se preparen acumulando oro, tal como lo hicieron sus ancestros.
El valor de activos inflados de
precio por la expansión crediticia, puede desaparecer hasta ser cero, el del
oro, no. Esas burbujas –cortesía de la depresión de tasas de interés e
inyección de liquidez de los bancos centrales-, siempre explotan.
Por todo lo anterior, hay una
tendencia clara de la backwardation a volverse permanente. Hasta el momento,
esa escasez de metal ha desaparecido con alzas de precios como la observada
durante la primera mitad de octubre, pero alcanzaremos el punto tras el cual
conseguir oro físico a cambio de dólares será casi imposible. Los inversores en
valor no lo venderán fácilmente, como nadie hubiese vendido su bote salvavidas
en el Titanic.
No por nada analistas
internacionales como James Rickards estiman un precio real del oro entre 10 y
50 mil dólares. Otros más como Hugo Salinas Price llevan años promoviendo la
monetización de la plata, que en México –el principal productor-, sería un
auténtico “salvavidas” financiero para la población.
No es posible predecir el momento
del colapso, pero de lo que sí hay certeza es que el sistema monetario como lo
conocemos llegará a su fin.
Guillermo Barba-Economista de la
Escuela Austríaca y periodista mexicano, autor del blog Inteligencia Financiera
Global.
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