Los alimentos que curan y la
energía que nos aportan: ¿somos lo que comemos?
El Confidencial - noviembre de 2015
Vivir de una manera saludable es
un gran reto. Incluso podría decirse que se está convirtiendo en todo un arte.
Ser conscientes de cómo manejar nuestros
Vivir de una manera saludable es
un gran reto. Incluso podría decirse que se está convirtiendo en todo un arte.
Ser conscientes de cómo manejar nuestros recursos es la forma más adecuada para
poder llevar una vida plena y prevenir las enfermedades.
En Alimentos que curan. Nutrición
energética para tu cuerpo, tu mente y tus emociones (Oniro), el doctor Jorge
Pérez-Calvo y la experta en medicina natural,nutrición energética y psicología
Pilar Benítez, realizan un recorrido por los elementos básicos que debería
conocer cualquier persona que quiera gobernar su salud en el entorno natural.
En este extracto del libro se plantean si es cierto o no aquello de que 'somos
lo que comemos' explicando qué es lo que nos proporcionan realmente los
alimentos que consumimos.
¿Somos lo que comemos?
Los humanos nos distinguimos por
nuestra forma de alimentarnos. Todo animal tiene un programa biológico para
alimentarse que le permite funcionar según corresponde a su especie. Una gacela
es capaz de saltar cuatro o cinco metros porque ha evolucionado para adaptarse
a un medio determinado y porque se alimenta de las hierbas y los pequeños
rizomas que encuentra en la sabana o en la estepa; eso le da la capacidad de
comportarse como una gacela. Un tigre come la carne de lo que depreda, y eso le
da la capacidad de comportarse como un tigre. Si a un tigre le diéramos de
comer la comida de una gacela, acabaría cayendo enfermo. También el ser humano
enferma cuando come lo que no debe. La dentadura marca las características que
indican cómo debe comer una especie. El diseño de nuestra dentadura nos dice
cuál es la alimentación apropiada para desarrollar las capacidades que, como
humanos, podemos alcanzar en el aspecto físico y mental, en nuestra comprensión
del universo y, también, en el terreno emocional y espiritual. Disponemos de la
sensibilidad y la capacidad de cuidar de nosotros y de nuestro planeta, de
estar en armonía con la creación que está por debajo de nosotros en la escala
evolutiva. Por ello es tan importante entender qué alimentos son adecuados para
nosotros.
En primer lugar, debemos atender
a lo que nos revela nuestro aparato digestivo, empezando por los dientes. La
dentadura de cada animal responde a sus necesidades alimenticias y biológicas.
Cada especie está programada biológicamente, y tanto su dentadura como su
aparato digestivo han evolucionado para adaptarse lo mejor posible al tipo de
alimentación que le es propio. Así, la dentadura de un depredador, de un
carnívoro, está compuesta principalmente por piezas afiladas y cortantes, con
el fin de que pueda desgarrar con facilidad la carne.
La dentadura del hombre consta de
treinta y dos piezas, veinte de las cuales son molares y premolares, es decir,
piezas planas destinadas a moler; ocho son incisivos, piezas especializadas en
cortar, y las cuatro restantes son caninos, piezas puntiagudas, cuya función es
desgarrar. En términos porcentuales, el 62,5% de nuestra dentadura está
destinado a moler; el 25%, a cortar, y el 12,5% restante, a desgarrar. Estos
datos nos proporcionan una idea muy aproximada de la proporción, en volumen, de
los distintos tipos de alimentos a nuestro alcance que debemos consumir.
Una dieta estándar, por tanto,
debería estar compuesta, aproximadamente, de un 62 % de cereales, legumbres y
semillas; un 26% de frutas y verduras, y un 12% de proteínas. Hay que añadir
que, según los individuos, los colmillos y otros dientes pueden ser más o menos
afilados o planos, lo cual puede ser un indicativo de una mayor o menor
necesidad de proteína animal; de hecho, diferencias de ese tipo se dan, por
ejemplo, entre un esquimal y un caribeño.
El hecho es que el hombre, al
estar al final de la escala evolutiva, puede comer de todo, pero no puede
alimentarse de todo. Revisando la dentadura, tenemos una de las claves de cómo
alimentarnos para adaptarnos a las distintas latitudes y realidades
geoclimáticas del planeta. Por ejemplo, en países cálidos, tropicales, con una
atmósfera muy expansiva, con dentadura plana, no afilada, diseñada para cortar
fruta y verduras, moler legumbres y grano y no para el consumo de carne y
proteína animal (muy contractiva), si se consume mayoritariamente proteína
animal se produce una atracción hacia alimentos muy expansivos, como las
drogas, el azúcar, el alcohol y los condimentos picantes. Esto es lo que ocurre
en México, Colombia, Afganistán, etc., lo cual condiciona de forma determinante
la «salud» social, económica y general del país.
¿Qué nos proporcionan los
alimentos?
Hemos perdido el contacto con la
realidad inmediata, con la naturaleza, e ignoramos el hecho de que con los
alimentos captamos la energía que hace funcionar correctamente nuestro
organismo. Un herbívoro en libertad, en su medio, sabe qué hierba tiene que
buscar en el momento en que está enfermo, cuáles debe comer y cuáles no. Pero
al parecer, nosotros no; nosotros no tenemos ni idea de lo que nos va bien.
• ¿Por qué hay personas que dicen
que el agua las engorda?
• ¿ Qué debemos comer cuando
llegamos a casa después de un duro día de trabajo y nos sentimos profundamente
cansados?
• ¿Qué podemos darles a nuestros
hijos cuando no se concentran en el colegio? ¿Un zumo de fruta variada, un
plato de pasta, arroz o una escalope de ternera?
Parece claro que el desafío
consiste en recuperar el instinto perdido, la intuición y el conocimiento para
prevenir el desequilibrio. Solo de este modo determinaremos en qué punto está
ese desequilibrio y cómo podemos influir sobre él con la alimentación.
Partamos de un concepto
ampliamente aceptado: los alimentos son fundamentalmente energía. Todo el
universo lo es. La teoría cuántica lo ha demostrado. Según ella, la materia no
es más que energía condensada. Veamos en qué se basa esta afirmación. Como
sabemos, los átomos están formados por uno o varios electrones y por un núcleo
compuesto de protones y neutrones. Los electrones no tienen masa, es decir, son
energía en estado puro.
Los protones y los neutrones, en
cambio, sí la tienen. Sin embargo, cálculos científicos han probado que si
uniéramos todos los núcleos atómicos del universo cabrían en la cabeza de un
alfiler, lo cual demuestra que la materia, por sólida que parezca, está vacía.
El hecho de que una sustancia –un
alimento, en este caso– nos resulte más o menos sólida es una cuestión de
percepción. En realidad, nunca llegamos a tocar nada verdaderamente. Cuando
creemos rozar una mesa, por ejemplo, sus electrones y los de los átomos de
nuestros dedos no entran en contacto. Si lo hicieran, estaríamos frente a una
reacción química, algo que, obviamente, no sucede cuando pasamos la mano por su
superficie. Así que la solidez de un objeto no es más que una impresión. Si
pudiéramos contemplarlo a nivel subatómico, comprobaríamos que ese objeto, sea
cual sea su naturaleza, está formado por ínfimas porciones de masa separadas
por enormes espacios huecos; sería como una suerte de universo en el que los
núcleos atómicos ejercen de estrellas; los electrones, de planetas, y el resto,
millones de kilómetros de puro vacío. De hecho, cuando algo se nos antoja duro
o, por el contrario, blando, lo que estamos percibiendo son energías con
diferentes longitudes de onda.
En resumen, tanto nosotros como
el mundo que nos rodea somos básicamente energía. Y los alimentos, por
supuesto, no escapan a esa ley.
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