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viernes, 1 de enero de 2016

dinero

 Jude Law, cuando el dinero no es suficiente


FORBES- 1 de Enero de 2016 
Fuimos testigos privilegiados de la última apuesta entre Jude Law y Giancarlo Giannini. el objeto de la discordia: un coche de carreras, un Delahaye 135S Vintage. «No quiero comprarlo, quiero ganarlo», afirma Law en su papel de espléndido millonario en The Gentleman’s Wager II y es que, a veces, el dinero no significa nada.

Las palabras de Law resuenan en mi cabeza al abandonar Villa Borghese, en Roma. «No quiero comprarlo, quiero ganarlo», sentencia su personaje en el trailer de The Gentleman’s Wager II. En la primera apuesta el actor británico lograba el barco de sus sueños gracias al ritmo de sus caderas. En esta ocasión la velocidad es la tercera protagonista del nuevo film de Johnnie Walker y Law se embarca en una carrera desde el Sur de Italia hasta Mónaco sobre un bólido para lograr ser merecedor del Delahaye 135s y, más aún, de la reliquia de los Walker, que ha estado en posesión de la familia desde 1930.

«Trabajar en este corto ha sido divertidísimo, algo así como recrear una fantasía. El coche era difícil de conducir, es un auto viejo, así que hubo un par de ocasiones complicadas. Es como manejar una pieza de museo. Ha sido un verdadero placer», afirma mientras nos muestra la más seductora de sus sonrisas.

Cara a cara es irresistible. Su magnética presencia física le valió copar las portadas de todas las revistas hace una década, cuando casi todos los reportajes dedicados a él se titulaban igual: Hey Jude, como la canción que Paul McCartney compuso en 1968 para los Beattles y que se convirtió en la favorita de sus padres, hasta el punto de que decidieron llamar a su hijo así. En aquella época, las portadas de todo el mundo se derritieron ante su erótica fotogenia, mientras el —generalmente ‘la’— periodista de turno le comparaba siempre con algún actor famoso tanto por su talento como por su belleza: el nuevo Paul Newman, el nuevo James Dean, el nuevo Marlon Brando…
Hoy, Law ya no es nuevo en nada. Al contrario, a sus 42 años —cumple 43 el 29 de diciembre— confiesa que está en su mejor momento: relajado, sereno, maduro, en paz. «Soy feliz, la vida me trata bien. Me levanto de buen humor y me gusta mi trabajo. Estoy encantado con los proyectos que tengo entre manos y mi calendario no es excesivamente loco, por lo que puedo disfrutar de mi tiempo libre. Vivo un buen momento», asegura. No es para menos. Después de muchos altibajos —profesionales, pero también personales—, el actor británico ha  encontrado la fórmula del éxito: compaginar los papeles que le apetecen con otros que le sirven para seguir en lo más alto de la industria. Si a ello se añade una asociación a largo plazo con una marca como Johnnie Walker Blue Label, y por otro lado participar en una saga que
te asegure estar en la cartelera varios años, como es el caso del doctor Watson en Sherlock Holmes —cuya tercera parte se estrena el año que viene—, el resultado es la paz mental, lo que siempre está muy bien si viene acompañada de una saneada cuenta corriente.

El estado de sus finanzas le permitió mudarse el año pasado a una casa georgiana en el exclusivo barrio londinense de Hampstead Heath —a menudo se le puede ver corriendo por el parque con sudadera y capucha, intentando pasar desapercibido—, valorada en 15 millones de libras; mientras se permite caprichos puntuales, como rebajar su caché si algún amigo levanta el teléfono, como sucedió cuando Wes Anderson le llamó para intervenir en Gran Hotel Budapest, o cuando decidió cumplir un sueño: protagonizar Hamlet en Broadway en 2009. El resto forma parte de lo que él considera un peaje irritante, pero necesario: «Las alfombras rojas son parte de lo que hay que hacer si quieres seguir dedicándote a lo que amas, porque a mí lo que realmente me apasiona es hacer películas e interpretar teatro, pero no tanto ese otro lado más mediático. Aunque sé que es el precio que hay pagar», admite.

Hoy se da cuenta que «si eres generoso, normalmente es algo que viene de vuelta». Pero le ha costado conocer el valor de las cosas. Su carrera, tras su primera nominación al Oscar por El talento de Mr. Ripley en 1999, fue meterórica. Su segunda nominación por Cold Mountain, en 2003, de nuevo a las órdenes de Anthony Minghella, terminó de colocarlo en la cumbre. Hoy, una década más tarde, tras protagonizar múltiples portadas más por su vida privada que por sus logros profesionales, sabe que el precio es siempre muy alto. A veces, demasiado. «Era un gran optimista, el campeón del espíritu humano.

Pero lo perdí por un tiempo. Siento que lo he recuperado un poco en los últimos años, pero hubo un periodo de mi vida en el cual tenía una opinión muy baja de la gente en general», declaró al periódico The Guardian en 2011, en plena vorágine judicial contra el magnate de la prensa Rupert Murdoch y su imperio por el escándalo de las escuchas ilegales del tabloide News of the World. Fue una batalla en la que se vieron implicados él, su expareja, Sienna Miller, y figuras de la Familia Real Británica, como el príncipe Guillermo y las princesas Beatriz y Eugenia. Entre otros, fueron arrestados dos antiguos directores del diario, Rebekah Brooks y Andy Coulson —ambos del círculo del primer ministro conservador, David Cameron—, y el propio Rupert Murdoch tuvo que declarar ante la justicia británica. El 7 de julio de 2011 James Murdoch, hijo de Rupert Murdoch, anunció que el periódico publicaría su última edición el 10 de julio y los ingresos por la venta de esos ejemplares irían a causas benéficas del Reino Unido.

año pasado, en la presentación en Venecia del primer corto que protagonizó para Johnnie Walker Blue Label, The Gentleman’s Wager I (La apuesta entre caballeros), aseguraba haber superado ya aquel mal trago: «Me siento más maduro, aunque sí que tengo las cosas más claras. Hay muchas cosas que no puedo permitirme. Pero la vida trata de eso, de aceptar lo que no te puedes permitir. Y también de disfrutar y ser feliz con lo que tienes», afirmó. «Para mí, el mayor reto es llegar a un punto en el que puedas sentirte bien en tu piel y en el que tu contexto sea armónico. Sentirme pleno y contento».

En su caso, el éxito no ha consistido tanto en llegar como en mantenerse sin perder la cabeza. Si hoy tuviese que dar un consejo a algún nuevo actor, aspirante al trono que él ocupó en la década pasada, cuando parecía que ninguna película tendría buen resultado de taquilla si él no figuraba en el casting —de Inteligencia Artificial (2001), de Steven Spielberg; a Closer (2004), de Mike Nichols—, tiene muy claro lo que le diría: «No te creas la fama. Disfruta del trabajo, de la experiencia, pero no esperes mucho del resultado. Eso no importa tanto. Lo importante es el camino y los amigos con los que trabajas. Esas son algunas de las cosas que he aprendido en estos 40 años».

Últimamente, ha logrado mantener una relación algo más serena tanto con la fama como con el estado de sus finanzas, que algunos periódicos británicos estiman en 96 millones de dólares, lo que le sitúa en el top 10 de los actores mejor pagados de la industria. Law, sin embargo, afirma que no se considera materialista.

«Me encanta mi casa, eso sí me importa, pero no soy muy dependiente de los objetos, de las cosas físicas. Soy más de experiencias», afirma. Durante la presentación del corto, el actor confesó que sus prioridades han cambiado y para él lo más importante son las cosas que no se pueden comprar con dinero, como los sentimientos. «Me encanta el espíritu italiano, su forma de ver la vida. Saben priorizar».

Para él, el día perfecto consiste en levantarse con sus hijos, desayunar con ellos, llevarlos al colegio y volver a la cama a leer el periódico. Luego, por la tarde, algo de deporte o una cena en buena compañía. «El lujo para mí es permitirme cosas que realmente disfruto, cosas especiales. Y puede ser desde una buena bebida hasta viajar a algún lugar lejano. También una cena maravillosa de un chef reconocido, o un paseo en un día soleado. Soy de placeres sencillos».

Aunque también le gustan los autos. Entre sus predilectos  se encuentran el Aston Martin de 1961 convertible y el Porsche Carrera de 1970. Además, tiene un Mercedes SL con el que disfruta viajar sin capota. ¿Será porque es gran fan de Thelma y Louise?

Lo que antes podía arruinarle el día, hoy apenas le afecta. Finalmente, ha asumido que es una figura pública. El ‘yo privado’ va más allá de su papel como padre de familia (numerosa), es aficionado al fútbol —su equipo es el Tottenham Hotspurs—, a la pintura y a la música. En la primera entrega de The Gentleman’s Wager I tuvo ocasión de hacerlo: para ganar la apuesta sorprende a todos tocando el piano. «En realidad, lo único que aprendí fueron un par de acordes para las escenas», bromea.
El británico se ha formado sobre las tablas de un escenario. Comenzó su carrera bajo los focos, no rodó películas antes de los veinte años. Y por entonces no pensaba dedicarse al cine, de hecho, ni se le pasaba por la cabeza. «El teatro es un lugar en el que siempre me siento libre». Le gusta el nivel de exigencia que implica el teatro para un actor, los nervios de salir a escena, ver subir el telón y vivir la magia en su piel. Como decía Arthur Miller, «el teatro es tan infinitamente fascinante porque es muy accidental, tanto como la vida misma». Law está de acuerdo. «Me gusta la sensación de redescubrir el papel cada noche con un público diferente, el ambiente, el humor de la sala… Todo influye en la interpretación ». Es adicto a la ‘energía del directo’. Ha afirmado en alguna ocasión que el simple esfuerzo físico de mantener el tipo durante las dos o tres horas que dura la obra le llena de una adrenalina que es difícil de superar en cualquier rodaje.


Le impresionan las personas que intentan crecer continuamente, que se retan a sí mismas y al resto del mundo. Y, sobre todo, que son generosas sin esperar nada a cambio. Tal vez por eso aceptó participar de nuevo en esta segunda apuesta. «Todo el filme gira alrededor del concepto de gratitud, y para mí la mejor forma de mostrar gratitud es ser generoso con los demás». Law ha aprendido a lidiar con su gran bête noire: la prensa. Sabe manejar con mano maestra una doble línea en las entrevistas: por un lado, regala confesiones personales que se pueden transformar en titulares con interés humano; por otro, sabe fijar los límites. Ese es hoy su gran talento. El verdadero lujo de ser Jude Law es estar cómodo en su piel.

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