La paradoja del talento: ser tan
anhelado y a la vez tan despreciado
FORBES- 27
de enero de 2016
El talento, esa capacidad para
llevar a cabo una actividad en forma satisfactoria, no es un elemento caro, es
escaso. Encontrar personas que formen parte de un equipo de trabajo que sepan
desempeñarse de manera creativa y lleguen a los resultados deseados es la
aspiración que muchos ejecutivos y emprendedores tienen. Sin embargo, se hace
poco esfuerzo para administrar adecuadamente el talento.
Todos presumimos el deseo de
contar con gente lúcida para que nos ayude a conseguir los objetivos
planteados, pero son pocos los que verdaderamente tienen ese compromiso. Ésa es
la paradoja que enfrenta el talento: ser tan anhelado y a la vez tan
despreciado. Tal vez le tengamos miedo.
El talento germina por doquier y
está distribuido en forma democrática. No conoce de género ni de edad ni de
condición económica. Brota en forma espontánea de la misma forma en la esencia
femenina que en la masculina, en el que es viejo y en el joven, en los sectores
de privilegio y en las zonas marginadas. El problema es que no sabemos administrarlo.
Si no somos capaces de descubrir
las manifestaciones de una persona talentosa, corremos el riesgo de
desperdiciar un bien preciado o, peor aún, de inhibirlo hasta el grado de
extinguirlo. El peor de los escenarios se da cuando sabemos que contamos con
alguien con características destacadas y elegimos desaprovecharla.
Una persona talentosa, según José
Ingenieros, autor del libro El hombre mediocre, “es aquel que crea nuevas
formas de actividad no emprendidas antes o desarrolla una forma distinta de
llevar a cabo las tareas”.
En esta condición, el talento es
un potencial del que la persona dispone. Es, asimismo, una manifestación de
inteligencia que sabe usar una serie de herramientas para realizar una tarea en
forma satisfactoria, incluso destacada.
Pero tendemos a arrinconar las
ideas. Encontramos muchos pretextos para no escucharlas. No creemos que un
joven sin experiencia pueda aportar algo valioso, pero tampoco escuchamos al
que tiene mucha experiencia y lleva años trabajando; sospechamos de la
propuesta que nos presentan por su condición de género; le damos la vuelta al
punto de vista que nos es diverso. Y nos perdemos de un caudal de beneficios.
A pesar de que el talento es una
aspiración de ejecutivos y emprendedores, y aunque muchos entienden las
ventajas de rodearse de personas talentosas, invertir en el entrenamiento del
equipo de trabajo sigue presentando una gran resistencia.
Es sorprendente cómo, cuando un
empleado nuevo llega a una empresa consolidada y sugiere una forma nueva de
hacer las cosas, generalmente se encuentra con una severidad al cambio con la
que resulta muy pesado lidiar.
El talento es una cualidad con la
que se nace –hay personas que han sido bendecidas con ese don–, pero también es
una virtud que puede ser desarrollada si se dan las condiciones adecuadas. El
talento puede crecer mediante entrenamiento. Sí, la buena noticia es que se
puede aprender a ser talentoso.
Claro, cuando es aprendido,
requiere de práctica, repetición constante, cuidado y mantenimiento para no
perder esa destreza. Por supuesto, también requiere de paciencia y
perseverancia.
Los emprendedores también tienen
ese tipo de resistencias. Están tan enamorados de su idea, tan contentos con su
proyecto, que cuesta mucho trabajo lograr que escuchen sobre formas para hacer
mejor las cosas o que su idea original se puede mejorar a partir de ciertas
aportaciones. El camino de la gente talentosa es tortuoso, y los ejecutivos y
emprendedores contribuimos a hacérselos peor.
La paradoja de la administración
del talento es que todos decimos que queremos encontrar colaboradores
talentosos y manifestamos que encontrarlos es más complicado que hacer la
búsqueda de Diógenes, y cuando los tenemos, los descuidamos, no los queremos
oír, los apartamos, los aislamos y terminamos dejándolos ir.
Es decir, manifestamos la
voluntad de atraer gente lúcida, inteligente, creativa, responsable, que ayude
al progreso de nuestros objetivos, y a la hora de la verdad, desestimamos
planteamientos, desechamos opiniones, archivamos propuestas.
Esta incongruencia tiene tres
efectos negativos:
Se pierde la oportunidad de hacer
algo de mejor manera.
Se genera un clima laboral de
descontento e insatisfacción que va a infectar a la organización, dañando
seriamente el desempeño.
Se pierden buenos elementos del
equipo de trabajo, pues, ¿para qué aportar si nadie va a prestar atención?,
¿para qué proponer si no me van a hacer caso?
Una apropiada administración del
talento propicia circuitos creativos que son benéficos para las empresas y para
los proyectos de emprendimiento. Son escenarios potenciales de generación de
recursos.
Lo curioso es cómo estamos
dispuestos a cuidar los activos, al pendiente de los recursos financieros, pero
dejamos de ver que el talento es uno de los engranes esenciales para el
funcionamiento de las empresas.
Claro, el talento es como una
planta que debe ser cuidada para que crezca en forma correcta. Si se le deja
desarrollar en forma desordenada, será como una hiedra que destruye, en vez de
generar beneficios. Por lo tanto, el talento debe organizarse, coordinarse,
promoverse, dirigirse.
Definitivamente, no es sencillo
administrar talento, pero tampoco es tan complicado. Resulta más difícil lidiar
con equipos a los que hay que estar arreando, que no tienen iniciativa y que no
saben cómo accionar si se encuentran solos.
Ir al timón de un barco que va
tripulado por gente talentosa puede ser muy complicado si no se ejerce el
liderazgo adecuadamente. Para ello, el capitán deberá despojarse del ego,
entender a su tripulación, escuchar con atención y fijar el rumbo con certeza.
También deberá de deshacerse del
miedo a trabajar con gente sagaz y con buen talante, a disfrutar el viaje. Así,
la suma de talentos ejerce un efecto multiplicador.
Estar rodeado de gente creativa e
inteligente puede llegar a ser divertido y muy satisfactorio. Especialmente
cuando se deja el campo abierto para que todos brillen.
Cecilia Durán Mena-A Cecilia le
gusta contar. Poner en secuencia números y narrar historias. Es consultora,
conferencista, capacitadora y catedrática en temas de Alta Dirección. También es escritora.
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