El plan (secreto) con el que la NASA quiere
llegar a Marte
El Confidencial - enero de 2016
Todo comenzará con un rover. A
diferencia del programa Apolo, que llegó a la Luna a finales de los sesenta y
principios de los setenta, la exploración de Marte no se producirá en
diferentes lugares del planeta rojo sino que estará centrada en un mismo
espacio, llamado zona de exploración. Esa región, que tendrá unos 200
kilómetros de diámetro, deberá reunir argumentos de interés científico pero
también recursos que permitan fabricar el combustible que devuelva a los
astronautas a casa. Y será un rover, similar a los que ya han recorrido el
planeta con anterioridad, el encargado de certificar con anterioridad que esa
zona de exploración reúne los elementos necesarios para sostener a un grupo de
astronautas.
Muy a grandes rasgos, esa es la
estrategia que la NASA prevé llevar a cabo in situ una vez que logre que un
grupo de astronautas aterricen en el planeta rojo en algún momento de la decada
de 2030 —si se cumplen las previsiones—. Pero tanto la ida como la vuelta y la
estancia están llenas de interrogantes que, poco a poco, se están desvelando
aunque no sea la misma NASA la que se encargue de publicitarlas a bombo y
platillo.
El cacareado Journey to Mars
(Viaje a Marte), el nombre que la agencia estadounidense utiliza para referirse
a su próximo gran programa espacial, está lleno de vaguedades e incertidumbres.
Charlie Bolden, administrador de la agencia, ha asegurado en más de una ocasión
que el trabajo es incesable y que se revelarán los pasos a dar cuando llegue el
momento. Y reitera, una y otra vez, que nunca hemos estado más cerca de
completar ese viaje.
Tres grandes pasos para emular a
Armstrong
Algunos documentos, incluso de la
misma NASA, comienzan a dibujar ese futuro que supondrá el siguiente gran paso
de la Humanidad desde la llegada del Apolo 11 a la Luna en julio de 1969. Este
documento de la agencia, en inglés, dibuja un escenario con tres etapas. Esos
tres grandes pasos hasta el planeta vecino se conocen desde hace algo más de un
año —la NASA los llama dependencia terrestre, campo de pruebas e independencia
de la Tierra— y dibujan lo que serán las operaciones que la industria espacial
estadounidense ejecutará en los años venideros.
El momento actual se enmarca en
el primer apartado, el de la dependencia terrestre. Algunas de las tecnologías
ya se han probado, o se están probando —el experimento de Scott Kelly y Mikhail
Kornienko de permanecer un año en órbita, la impresión de elementos en 3D que
se utilizan en la Estación Espacial Internacional— aunque sólo son el primer
paso de un campo de trabajo arduo y extenso.
En la segunda etapa, que
comenzará en 2018 con la Exploration Mission 1 (EM-1) que mandará una Orion no
tripulada hasta la Luna, se pondrán a prueba diferentes tecnologías necesarias
para ese viaje. Desde el SLS, el cohete que pondrá en órbita todos los
elementos para la epopeya, hasta el llamado hábitat para el espacio profundo
que servirá a los astronautas de habitáculo y que ofrecerá cobijo durante las
misiones de larga duración en una órbita cercana a la Luna.
Ese habitáculo ha recibido un
empujón del Congreso de Estados Unidos que ha incluido en el presupuesto para
la NASA de 2016 una partida dedicada específicamente al desarrollo de esta
tecnología que debería dar los primeros frutos "en 2018". Boeing,
Lockheed Martin, Bigelow y Orbital ATK están entre las firmas que trabajan en
dicho prototipo aunque será Bigelow la encargada de acoplar un módulo inflable
en los primeros compases de este 2016 en la Estación Espacial Internacional y
demostrar hasta qué punto ha hecho avances en la materia.
El paso final, uno que no se verá
hasta bien entrada la próxima década, está centrado en la presencia de humanos
en el espacio durante largos periodos de tiempo así como en el desarrollo de
tecnologías que permitan crear recursos en suelo marciano.
Orion y SLS, la primera pieza del
Mecano
La nave Orion, cuyo primer vuelo
tuvo lugar en diciembre de 2014, es la primera ficha de un efecto dominó cuyo
resultado final no se espera hasta dentro de unos diecisiete años, según las
previsiones más optimistas. La nueva nave, similar en forma a la Apolo, puede
albergar hasta seis astronautas y estará propulsada por el SLS, el vehículo que
promete dejar en pañales al Saturno V cuando las versiones de mayor tonelaje
rujan por primera vez.
El viaje a Marte va a contar con
una gran diferencia respecto a las misiones a la Luna, donde un solo
lanzamiento ponía en órbita todos los elementos necesarios para llevar a un par
de astronautas hasta el suelo lunar y los traía de vuelta.
Para viajar hasta el planeta
vecino será obligatoria una planificación de lanzamientos para colocar y unir
en el espacio todas las piezas necesarias para hacer el viaje. En ese Mecano
espacial, los astronautas serán la pieza definitiva que pise el acelerador
rumbo al espacio exterior.
Esta información de la web NASA
Spaceflight dibujaba un posible escenario en el que se tendrán que lanzar al
año entre dos y tres SLS con los diferentes elementos para el viaje en un
proceso que duraría entre dos y tres años para cada expedición. Esos elementos
incluyen el combustible y los propulsores para las llamadas inyecciones
transmarcianas o transterrestres, que no son otra cosa que los impulsos
necesarios para realizar el viaje desde la órbita de un planeta hasta la del
vecino. Otras dos estructuras (combustible más motor) serán necesarias para la
llegada a cada destino ya que se encargarán de insertar a los astronautas en la
órbita de cada planeta. De no hacerlo, pasarían de largo por Marte o la Tierra
para vagar a la deriva por el espacio.
Aterrizar y despegar, una
maniobra muy cara
Uno de los aspectos que todavía
provoca debates es la arquitectura que se trasladará al planeta rojo para la
maniobra definitiva: el descenso a la superficie y el posterior regreso al
espacio para emprender el viaje a casa. Un artículo aparecido en Aviaton Week
en septiembre detallaba un concepto que la NASA tiene entre manos para el
vehículo de ascenso, una tecnología que todavía se tiene que desarrollar.
Ese vehículo de ascenso, así como
el módulo en el que vivirán y trabajarán los astronautas, estará en Marte antes
de que estos lleguen. El segundo será reutilizable, ya que su uso se alargará
en el tiempo con las diferentes expediciones que pueblen el planeta, mientras
que el primero sólo tendrá una vida útil.
Es en este punto donde se
levantan voces que disienten de la estrategia de la NASA. Un texto firmado por
John Strickland, de la Space Frontier Foundation y publicado en The Space
Review, critica esa estrategia ya que asegura que el vehículo propuesto por la
NASA está lastrado por la idea de reducir peso (y costes), lo que supondrá un
riesgo extra para la tripulación y limitará los materiales que se traigan de
vuelta. Uno de los ejemplos más llamativos del Vehículo de Ascenso Marciano
(MAV en sus siglas en inglés) es la ausencia de una cámara estanca que actúe de
barrera entre el interior de la nave y la inhóspita atmósfera marciana.
Strickland propone un cambio de
concepto radical: que la NASA se apoye en la industria privada para reutilizar
cohetes —SpaceX acaba de aterrizar la primera etapa de un Falcon 9—, lo que
abaratará costes y permitirá poner mucho más material en órbita a la vez que se
ahorra y se reinvierte el presupuesto en mejores tecnologías. Ese exceso de
material se traduciría en un MAV reutilizable que incluso permitiría el
descenso de futuras expediciones.
El reto más importante que tiene
la NASA de cara a la exploración marciana a corto plazo se juega este año y en
plena Tierra. Será en las elecciones presidenciales de noviembre en las que se
decidirá el próximo presidente de Estados Unidos. Un cambio en la política
espacial podría retrasar el plan de la agencia aunque ya hay organizaciones
—The Planetary Society es un ejemplo— que trabajan para garantizar que se pueda
viajar a Marte con el presupuesto actual de la agencia. Hasta entonces, todo lo
que el ser humano tiene en la superficie del planeta rojo es un rover: el
Curiosity.
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