Trabajo en equipo: ¿sinergia o
guerra campal?
FORBES-miércoles, 20 de enero de 2016
Al momento de trabajar en equipo,
sea que nosotros mismos estemos conformándolo o seamos invitados a formar
parte, la individualidad queda comprometida y las reglas del juego que
aplicamos en solitario se modifican.
Cuando dos personas colaboran en
un proyecto se enfrentan a una disyuntiva: trabajan en forma armónica o cada
cual sigue su propia agenda, ignorando al otro. Se puede cooperar y orientar
los esfuerzos en una misma dirección y facilitar la consecución de logros, o se
opta, sin quererlo o con intención, por obstaculizar el esfuerzo para alcanzar
las metas.
La realidad nos muestra que la
conformación de grupos de trabajo es ardua y que es muy común ver departamentos
de una compañía enfrentados o miembros de un mismo conjunto compitiendo en
forma desleal, como si la ventaja de trabajar en forma coordinara fuera en
realidad una amenaza.
El trabajo en equipo requiere
comprender una serie de conexiones complicadas en la que confluyen dinámicas de
personalidad, formas de actuar y reaccionar ante los demás.
Sabemos que el trabajo en equipo
favorece el camino para llegar a soluciones creativas, mejora la puesta en
marcha de las decisiones acordadas, ayuda a que las organizaciones avancen más
y mejor, y aumenta el compromiso de los miembros de una corporación.
Por ello sacrificamos la
individualidad en aras de un fin más alto que es el balance entre la ambición
personal y la cooperación. Es decir, entendemos que trabajar en equipo presenta
grandes ventajas; no obstante, eso no significa que sea sencillo.
Cada equipo que se integra, sin
importar el nivel de desarrollo o el grado de complejidad de las tareas que
debe de realizar, se enfrenta a una variable disruptiva: el poder. La forma en
la que se ejerce, distribuye y comparte el dominio sobre la toma de decisiones
puede optimizar las habilidades y potenciar los buenos resultados, o puede
generar luchas desgastantes, conflictos de interés, diferencias de opinión
insalvables.
Sin excepción, los equipos de
trabajo constantemente afrontan guerras de poder que tienen que ver con la
territorialidad, la necesidad de defender puntos de vista personales, modos de
llevar a cabo las tareas, antipatías o simpatías y, desde luego, aspectos
particulares que se relacionan con las agendas de cada uno de los miembros. En
esa condición existen dos posibilidades de acción: plantear abiertamente estas
variables que restan armonía y suman descontento, o dejar que actúen en forma
silenciosa e impredecible.
Generalmente se elige la segunda
opción y se elevan los ojos al cielo esperando que alguna fuerza de lo alto
venga a armonizar y a arreglar las cosas en forma milagrosa.
Cuando se elige la primera
alternativa se abre una ruta al trabajo consciente y concienzudo. Los miembros
del equipo son capaces de expresar en forma sincera sus acuerdos y disensos, e
incluso son capaces de llegar a alianzas y saltar obstáculos.
Cuando se consigue trabajar en
forma abierta logramos que el equipo funcione como una unidad integrada, y no
como un simple agregado de individuos. Eso se denomina sinergia: lograr que
cada pieza se ajuste en forma coordinada y armoniosa a la maquinaria en forma
interdependiente. Cada miembro del equipo complementa al otro, se genera
confianza entre colegas y cada integrante hará lo necesario para mantener el
ritmo de trabajo y preservará el buen ambiente y la relación.
Por el contrario, cuando el
equipo elige dar prioridad a las agendas personales por encima del bienestar
colectivo, se inician estas desagradables guerras campales que disminuyen la
productividad, generan desperdicios de recursos, agrandan los conflictos,
inhiben la creatividad, impactan la calidad de las decisiones y terminan siendo
un cáncer para la organización. También alejan el talento y se pierden buenos elementos.
David Michaelson, del Dale
Carnegie Institute, apunta que la forma en que nos relacionamos con el equipo
afecta el desempeño de la corporación, desde el modo en que nos saludamos, como
coordinamos los esfuerzos, hasta la manera en la que resolvemos los conflictos
personales.
Evidentemente, no todas las
acciones ejercen el mismo efecto. Algunas son menos intensas y, por lo tanto,
su repercusión no es tan impactante. Claro que es importante entender los
impactos que se ejercen sobre el grupo. Los equipos de alto rendimiento son
aquellos capaces de lidiar con el conflicto y de absorber con mayor éxito las
diferencias entre sus miembros.
La decisión de trabajar en forma
abierta y consciente no es una tarea sencilla. Lo más cómodo es hacerse
disimulado ante una dificultad y pensar que dejar pasar las cosas hará que se
resuelvan solas. Pero sabemos que no hay nada que se resuelva por sí mismo. Es
preciso hacerse cargo y actuar. El trabajo en equipo requiere claridad y
disciplina. La disciplina requiere compromiso y congruencia.
Para abonar a la sinergia y
alejar las guerras campales debemos fortalecer al equipo de trabajo. Los
equipos de alto rendimiento son grupos maduros que tienen la capacidad de
sobrellevar conflictos momentáneos, que se alejan de las luchas absurdas de
poder y evitan las confrontaciones directas. En cambio, los equipos que tienen
un historial de conflictos internos recurrentes siempre se encontrarán frente
al riesgo de un inminente estallido de guerra. El daño de estos problemas puede
ser tan severo que termine forzando una reestructura en la que los miembros no
salgan tan beneficiados.
Las empresas tienen una gran
necesidad de contar con equipos de trabajo que desarrollen sinergias y eviten
guerras campales. La armonía es un valor que debe ser preservado, procurado y
cuidado por cada uno de los miembros ya que se puede alcanzar en cierto momento
y perderla enseguida. Es más, un mal elemento puede poner en riesgo el
desempeño de todos los demás si antepone su agenda personal.
La calidad del trabajo es
directamente proporcional al comportamiento de cada uno de sus miembros al
colaborar en conjunto. Por ello es necesario tener una cultura muy bien
definida para cada equipo. Ésta debe ser definida por valores, actitudes,
rituales y rutinas a las que se apegan mientras están trabajando juntos. Si
alguno se aparta, la sinergia se ve comprometida y la amenaza de guerra surge.
En conclusión, la sinergia no se
desarrolla por el solo hecho de pedírsela a cada uno de los miembros del equipo
o por exigir en forma terminante una actitud profesional. No. Se genera siendo
cuidadosos y organizando una cultura clara con respecto a las formas de
trabajar esperadas y a los códigos que deben ser respetados. También haciendo
evidente que los resultados de un equipo bien conformado se multiplican con
respecto a los que se obtienen de forma individual.
Cecilia Durán Mena-A Cecilia le
gusta contar. Poner en secuencia números y narrar historias. Es consultora,
conferencista, capacitadora y catedrática en temas de Alta Dirección. También es escritora.
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