¿Son los países nórdicos tan prósperos como se
nos dice?
América Economía - enero de 2016
En cierto modo, los países
nórdicos constituyen una cuadratura perfecta del círculo: Estados gigantescos
con prosperidad económica y muy bajos niveles de desigualdad. El acabose del
liberalismo: ¿cómo justificar la reducción del Estado y el eventual incremento
de las desigualdades si ni siquiera redundan en un mayor crecimiento económico?
Como suele suceder, la realidad
es bastante más poliédrica de lo que los ideologizados relatos
ultrasimplificados pretenden transmitirnos a modo de consigna. Otras características
de los países nórdicos que no suelen mencionarse son, por ejemplo, que su
economía se halla muy liberalizada, incluido el mercado laboral; que están
entre las sociedades con una mayor desigualdad de la riqueza de todo el mundo;
que los impuestos se concentran en los trabajadores y los pensionistas, no en
las empresas o los capitalistas; que el gasto sociales bastante menor de lo que
suele afirmarse; o que su Estado de Bienestar se racionaliza a través de
numerosos copagos y de un régimen de contratación de los empleados públicos muy
flexible. Pero el mito nórdico sobre el que me gustaría reflexionar hoy es más
de fondo: ¿realmente son Suecia, Dinamarca o Finlandia tan prósperas como se
nos dice?
Ciertamente, si uno acude a los
datos de renta per cápita así lo parece: según la Penn World Table, la renta
per cápita (con poder adquisitivo equivalente a 2005) de Finlandia en 2011 era
de US$32.700 internacionales, la de Dinamarca de 33.000 y la de Suecia de
35.000 (los últimos datos comparables son los de 2011). Frente a ello, España
poseía una renta per cápita de US$25.700 (alrededor de un 25% inferior) y
EE.UU. una de 42.200 (entre 20% y 30% superior). Es verdad, pues, que el
ciudadano medio de EE.UU. vive mejor que el ciudadano medio de los países nórdicos,
pero dada la mayor desigualdad de la distribución de los ingresos en EEUU, las
rentas bajas y medias-bajas en EE.UU. exhibirán una menor calidad de
vidhttp://juanramonrallo.com/2011/04/el-capitalismo-depende-del-ahorro-no-del-consumo/a.
Todavía más relevante que lo
anterior acaso sea que, en 1980, la renta per cápita de Finlandia equivalía al
72,5% de la de EE.UU. y la de Suecia, al 80%: en cambio, hoy equivalen al 78% y
al 83%, esto es, pese al mayor peso de su sector público, Suecia y Finlandia
han crecido relativamente más que EE.UU. (en Dinamarca no sucede lo mismo, pues
su renta per cápita ha caído del 84% estadounidense al 78%). Algo similar
acaece con España: ni Suecia ni Finlandia han crecido menos que nuestro país, a
pesar del superior tamaño de su sector público. Por consiguiente, no parece que
el superior peso de sus impuestos y gasto público haya supuesto una rémora en
su prosperidad.
Sucede, sin embargo, que la renta
per cápita es un indicador parcial de la prosperidad económica de los
ciudadanos de un país: lo que indica es cuántos bienes y servicios finales ha
producido, de media, cada una de las personas de esa sociedad a lo largo del
año. Lo que no nos está indicando es cuántos bienes han sido consumidos por
ellas. Imaginen una economía con una renta per cápita de 100.000 dólares pero
donde la totalidad de esa producción fuera a parar a la reinversión empresarial:
los ciudadanos de ese país vivirían en la más absoluta de las miserias, pues no
estarían consumiendo ni alimentos, ni educación, ni sanidad, ni ocio, etc.
Por eso resulta mucho más
pertinente estudiar la evolución del consumo per cápita: esto es, de cuántos
bienes de consumo, como media, han disfrutado los habitantes de un país a lo
largo del año. El consumo per cápita incluye no sólo los bienes de consumo
privados, también el consumo público, a saber, servicios de educación, sanidad
o dependencia provistos por el Estado. Nótese, además, que no estoy afirmando
que el consumo sea la base de la prosperidad de una sociedad —yo mismo he
insistido en muchísimas ocasiones que el ahorro es la base del crecimiento
económico—, sino que una sociedad es tanto más próspera cuantos más bienes de
consumo termina produciendo para sus ciudadanos. Dicho de otro modo, si una
economía consigue crecer anualmente 5% ahorrando/invirtiendo el 10% de su PIB,
mientras que otra economía consigue crecer anualmente un 5% ahorrando/invirtiendo
el 40% de su PIB, es evidente que la primera economía es mucho más productiva
que la segunda (la primera crece tanto como la segunda con cuatro veces menos
inversión, esto es, dejando muchos más bienes de consumo a disposición de sus ciudadanos).
En este sentido, una
circunstancia que no suele mencionarse es que los países nórdicos han exhibido
históricamente tasas de ahorro nacional altísimas: por ejemplo, en 2015,
Dinamarca ha ahorrado el 26,8% de su PIB y Suecia el 31,1%, mientras que España
lo ha hecho en un 20,6% y EE.UU. en un 18,2% (la tasa de ahorro de Finlandia
durante la crisis ha caído muy notablemente, pero antes de la crisis solía
ubicarse entre el 25 y el 30%). Es decir, los países nórdicos necesitan ahorrar
mucho para mantener sus tasas de crecimiento, lo cual deja a sus ciudadanos con
un consumo per cápita relativamente menor que en EE.UU. o en España.
Por ello, más que fijarnos en la
renta per cápita para enjuiciar la prosperidad de estos países, habrá que echar
un vistazo al consumo per cápita: y, en este caso, los resultados son bastante
menos generosos con los países nórdicos. El consumo per cápita en Dinamarca y
Finlandia se ubica en torno a los 22.300 dólares, mientras que en Suecia
asciende a los 24.200. España, por el contrario, alcanza un consumo per cápita
de 20.300 dólares (es decir, nuestra diferencia con Dinamarca o Finlandia ni
siquiera llega al 10%) y en EE.UU. hasta los 36.400 (más de un 50% superior).
Más significativo todavía es que este consumo sí se ha reducido
significativamente en Suecia y Dinamarca con respecto a EE.UU.: en 1980, el
consumo per cápita de Dinamarca equivalía al 72% del estadounidense y el sueco
al 79%, mientras que hoy suponen el 61,5% y el 66,5% (Finlandia se ha mantenido
prácticamente estable en proporción). La erosión de su consumo es todavía más
significativa en comparación con España: si en 1980 el consumo per cápita de un
danés era un 138% superior al de un español y el de un sueco un 151%, hoy esos
porcentajes se reducen a 110% y 119%, respectivamente.
Pero todavía podemos ir más allá,
pues, como señalaba, el consumo per cápita incluye tanto el consumo determinado
por cada individuo (consumo privado) como el consumo determinado por los
políticos en el supuesto beneficio de cada individuo (consumo público). ¿Qué
sucede si medimos el consumo privado per cápita (esto es, aquel que cae
verdaderamente bajo el ámbito de elección de cada persona)? Pues que las
diferencias todavía se vuelven todavía más significativas: el consumo privado
per cápita en Dinamarca fue de US$15.900, en Finlandia de US$17.900 y en Suecia
de US$18.000; en cambio, en España representa 14.700 dólares (apenas un 7,5% de
diferencia con respecto a Dinamarca) y en EE.UU. 31.700 (más de un 75%
superior).
Tengamos presente, además, que la
desigualdad en la distribución del consumo es muy inferior a la desigualdad en
la distribución de la renta (en EE.UU., el 20% de la población que más consume
gasta 4,4 veces más que el 20% que menos consume; en Suecia y Dinamarca esa
ratio es de 3,2 y en Finlandia de 4,2). En suma, el ciudadano medio de los
países nórdicos es bastante menos próspero de lo que se nos suele relatar,
sobre todo en comparación con EE.UU. Ciertamente, la causa de esa menor bonanza
económica no tiene por qué ser su sobredimesionado sector público (este
argumento de causalidad requeriría otra demostración distinta a la mera
correlación), pero lo que desde luego no podrá afirmarse es que no existen
diferencias apreciables en cuanto a dinamismo entre los países nórdicos y
muchas otras sociedades con Estados más diminutos.
*Esta columna fue publicada con
anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.
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