La muerte del administrador de
inversiones
FORBES – 24 de julio de 2017
Hace años autoridades financieras
prohibieron a los administradores profesionales de inversiones comprometer
rendimientos a futuro, y con eso reducir la posibilidad de defraudar a
inversionista.
Si usted está viendo esto,
querido lector de Forbes, seguramente tiene dinero -no importa cuánto- ahorrado
en su Administradora de Fondos para el Retiro, o Afore. Y muy posiblemente
tiene también dinero ahorrado en un fondo de inversión ofrecido por el banco de
su preferencia. O, incluso, utiliza los servicios de su corredor bursátil –término
chocante utilizado hace treinta años para lo que hoy conocemos como ejecutivos
de cuenta en las casas de bolsa-.
Estos actores económicos –la
Afore, el fondo de inversión, la casa de bolsa- funcionan también como
administradores profesionales de inversiones, y tienen un objetivo común en su
modelo de negocio: cobrar comisiones, no solamente por prestar el servicio de
intermediación financiera -lo cual resulta muy necesario y sumamente valioso,
diría yo, pues permite democratizar el acceso de los ahorradores al sistema
financiero-, sino también por ofrecer rendimientos más atractivos de los que
podrían encontrar los inversionistas en otro lado.
Para darse cuenta del importante
nivel de competencia entre los distintos fondos de inversión disponibles, hay
que darse una vuelta por las páginas interiores de algún periódico
especializado, en donde se muestran -en letra muy chiquita, con números casi
indescifrables- los resultados de muchos de estos fondos (según cifras de la
Asociación Mexicana de Intermediarios Bursátiles, al mes de Junio 2017 existen
registradas 607 sociedades de inversión de deuda y capitales, que a su vez
captan los recursos de más de dos millones de inversionistas en nuestro país).
Spoiler alert: Si le ofrecen
invertir en un fondo de inversión no regulado, carente de registro ante las
autoridades -incluyendo tandas vecinales, Flores de la Abundancia por WhatsApp,
etc.-, por favor no lo haga, procure destinar ese dinero a la obra de caridad
de su preferencia. Se va a sentir mejor con su decisión.
Para mantener la sana
competencia, hace muchos años las autoridades financieras prohibieron a los
administradores profesionales de inversiones comprometer rendimientos a futuro,
y con eso reducir la posibilidad de defraudar al público inversionista mediante
engaños. Sin embargo, el trabajo de las autoridades financieras ha sido
titánico en este sentido y no existe un nivel de supervisión que alcance cuando
la ambición de un inversionista supera al más mínimo sentido común.
Se nos olvida muy fácilmente el principio
financiero que dice “a mayor riesgo, mayor rendimiento”. Recuerdo claramente
los casos de Fondos Stanford y Ficrea, en donde se promocionaban ante el gran
público inversionista con la oferta de rendimientos muy altos, tanto que
resultaban inverosímiles. Incluso los anuncios publicitarios de Ficrea
mostraban a un Alfredo Adame muy sonriente, firmando de su puño y letra la
garantía de esos rendimientos absurdos. A los pobres defraudados -que no fueron
pocos, y de todos los niveles posibles de sofisticación financiera- se les
olvidó aquel viejo lema: “Si suena demasiado bueno para ser cierto,
probablemente lo es”.
Pienso que hoy día los
Administradores de Inversiones están obligados a competir de forma muy
peculiar: por un lado, se anuncian en los distintos medios de comunicación con
material publicitario muy vistoso, en donde muestran que su fondo “X” en el
pasado ha obtenido rendimientos superiores al indicador de referencia, digamos,
los Cetes o el índice de la Bolsa Mexicana de Valores (todo esto medido durante
un periodo cuidadosamente seleccionado para maximizar el efecto); pero al mismo
tiempo están impedidos legalmente de siquiera sugerir cualquier estimación de
ganancias futuras para los inversionistas.
Esto quiere decir que apelan a la
emoción que pueden despertar entre los ahorradores mediante un inteligente uso
de los datos y la información, al tiempo que tratan de insinuar que su buen
desempeño en el pasado podría repetirse hacia adelante.
Sin embargo, la letra chiquita
del anuncio claramente dice que “rendimientos pasados no garantizan
rendimientos futuros”. No son pocas las historias de legendarios
administradores de fondos de inversión que han tenido desempeños espectaculares
durante varios años, atrayendo como verdaderos rockstars enormes cantidades de
dinero de los inversionistas, para irremediablemente tener un mal año en donde
las pérdidas han sido aparatosas. Pero eso sí, cobrando invariablemente
comisiones y honorarios sin importar que los inversionistas hayan perdido hasta
la camisa. Es como planear cuidadosamente unas vacaciones en la playa,
seleccionando fechas en las que nunca ha llovido, para ser recibidos en el
hotel por una tormenta y no poder reclamarle al gerente el que haya cobrado la primera
noche por adelantado.
Hace casi veinte años, el
inolvidable Steve Ross -recientemente fallecido, y de quien, aunque predije su
Nobel póstumo, un amigo me corrigió para decirme que estar muerto es razón
suficiente para ser descalificado- habló ante una audiencia de estudiantes del
ITAM y soltó esta perla de sabiduría (cito de memoria, pero le añado
dramatismo):
“Un administrador profesional de
fondos, de esos que se dedican todo el día a leer interminables reportes
financieros, a estudiar empresas y sectores económicos, a escoger
cuidadosamente las acciones y elegir el momento exacto para comprarlas, tiene
tantas posibilidades en el largo plazo de ganarle al Standard & Poor’s 500,
como las tendría un grupo de chimpancés arrojando dardos a una pared para
seleccionar nombres de empresas.”
El punto de Ross era: en el largo
plazo -énfasis en “largo plazo”-, un portafolio suficientemente diversificado
de acciones tenderá a replicar el rendimiento del mercado en su conjunto. Por
lo tanto, continuaba Ross, el rendimiento de un portafolio suficientemente
diversificado de acciones seleccionadas por un administrador profesional de
fondos será equivalente al rendimiento del mercado en su conjunto, menos los
honorarios y comisiones cobrados por el administrador a sus inversionistas. Por
lo tanto, concluyó Ross, ¿por qué un inversionista racional habría de dejarle
la toma de decisiones de un portafolio de inversión a un administrador
profesional, cuando en el largo plazo se espera que la contribución de dicho
administrador sea negativa -a razón de las comisiones cobradas- al desempeño
del portafolio?
Si no me cree, estimado lector,
le pido lea con atención lo que Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del
mundo, y posiblemente el mejor value investor de la era moderna, escribió en
2014 en su famosa carta anual a los accionistas de Berkshire Hathaway:
“Mi consejo para el ejecutor de
mi testamento no podría ser más sencillo: poner el 10% del efectivo en Bonos
del Tesoro a corto plazo y el 90% restante en un fondo indizado al S&P 500
de muy bajo costo sugiero los de Vanguard (El Vanguard 500 Index Fund Investor
Shares (VFINX), que replica los rendimientos del índice Standard and Poor’s
500, tiene un costo de administración anual del 0.14% sobre el saldo invertido.
Un fondo de inversión administrado por profesionales puede costar 15 veces eso
o más), Creo que los rendimientos a largo plazo bajo esta política serán
superiores a los alcanzados por la mayoría de otros inversionistas, ya sean
fondos de pensiones, instituciones o individuos, que a su vez emplean
administradores profesionales de alto costo.”
Esta expresión de alguien como
Buffett refleja, sin duda, el malestar de un gran número de inversionistas que
han decidido abandonar el active investing (como el que llevan a cabo estos
seleccionadores profesionales de acciones) por el passive investing (en donde
se intenta simplemente replicar los rendimientos de un índice o un mercado en
su conjunto). Escribiremos a más profundidad de este fenómeno en una entrega futura.
*Juan Fernández es CFO de
Engenium Capital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario