Precios de Nueva York y sueldos
de México, lo que queda del milagro brasileño
El Confidencial - lunes, 9 de
febrero de 2015
“Vivir en Río de Janeiro es
imposible. Todo está carísimo, los precios no paran de subir. El billete del
bus ha llegado a 3,40 reales (1,10 euros, es decir, un 12% más que el año
pasado). La cuenta de la luz está por las nubes. Pagas mucho por todo, pero
nada mejora. Cada vez hay más asaltos. Yo me vuelvo a España”. Ángela es
categórica. Acaba de regresar a su Valladolid natal con su marido brasileño en
busca de una mayor calidad de vida. “Queremos formar una familia y Río desde mi
punto de vista no es el mejor lugar para ello”, añade esta bióloga.
Como ella, cada vez más personas,
tanto extranjeros como brasileños, acarician la idea de abandonar el país
tropical. El sueño de prosperidad de Brasil parece haber llegado a su fin. “La
perspectiva para los próximos dos años es apretarse el cinturón. La economía no
va a crecer y el paro va a aumentar”, vaticina Vinicius Botelho, economista e
investigador asociado de la Fundación Getúlio Vargas (FGV/IBRE), un think tank
de corte neoliberal adscrito al Instituto Brasileño de Economía.
El panorama no parece muy
esperanzador: la inflación está dos puntos por encima de la meta del 4,5%; el
crecimiento cero de 2014 va a ser una constante en el próximo bienio, según las
previsiones; la gravísima crisis hídrica hace peligrar el abastecimiento
energético y la agricultura; la drástica caída de los precios de las materias
primas ha desequilibrado la balanza comercial; la producción industrial se ha
encogido un 3,2% en 2014, el peor dato desde 2009; la baja productividad sigue
siendo un lastre sistémico que nunca ha sido subsanado; y las cuentas públicas,
con un déficit de 17.242 millones de reales (5.600 millones de euros), son las
peores desde 1997.
Sin olvidar el escándalo de
corrupción de Petrobras, la principal empresa de Brasil. “Es un tema que
envuelve a varias empresas y que, sin duda, compromete un sector esencial para
nuestra economía. Esta situación va a tener fuertes repercusiones en el
empleo”, destaca Botelho.
A pesar de esos datos y de la
coyuntura internacional, con Rusia en recesión y China en desaceleración, los
economistas brasileños muestran un cierto optimismo. “No diría que la economía
brasileña esté a punto de colapsar. Más bien está saliendo de la UVI”, destaca
André Braz, economista del FGV/IBRE especializado en inflación.
Imprudencia política
“El problema es que en el pasado
no hubo una política clara sobre lo que se quería hacer. El Gobierno parecía
perseguir varios objetivos: controlar la inflación, hacer crecer la economía,
llevar a cabo un programa de rescate social, todo al mismo tiempo. Pero es
imposible hacer que estas políticas encajen. Yo creo que en su segundo mandato,
Dilma Rousseff ha hecho una elección muy acertada de reducción del gasto
público, restricción del acceso al crédito y aumento de los impuestos. Es un
mal necesario para conseguir un crecimiento más sostenible”, agrega.
La presidenta de Brasil prometió
durante la campaña electoral, en la que consiguió la reelección por los pelos,
sanear la economía y volver a la senda del crecimiento. En el primer mes de su
segundo mandato, ya ha aprobado una serie de medidas. La primera y la más
urgente ha sido reducir gastos. Inversiones en infraestructuras, en el sector
eléctrico, en la agricultura, concesión de créditos… Todo eso va a pasar por la
tijera del Gobierno. “Es necesario hacer esta contención del gasto público
ahora para poder controlar la inflación”, explica André Braz.
Eso sí, todo apunta a que la
inversión en programas sociales es una marca que este Gobierno no va a
modificar. “Pero debe haber una reducción gradual de estos gastos, a medida que
la economía responda positivamente a los estímulos. Sería recomendable, con el
tiempo, abandonar esta política asistencialista y estimular que el brasileño
encuentre sus medios de subsistencia”, afirma Braz.
La segunda medida, impopular pero
necesaria, es aumentar los tipos de interés y los impuestos para reducir la
demanda de las familias sobre productos y servicios. En otras palabras, otra
maniobra para intentar reducir la inflación, el gran enemigo de la economía y
de los brasileños. “Cambias 100 reales (33 euros) y en un pispás se acaba el
dinero. Ni sabría decir en qué me lo gasto”, afirma João, que con su furgoneta
entrega la compra a domicilio para un supermercado del centro de Río de
Janeiro.
Entre él y su mujer consiguen
juntar 3.000 reales por mes (unos 1.000 euros). “Llegamos a duras penas a fin
de mes”, reconoce João, que sólo tiene un hijo. Su “suerte” es que hace una
década consiguió comprar su casa en Bomsucesso, un barrio periférico en la zona
norte de Río de Janeiro. “Si tienes que pagar un alquiler, estás acabado en
esta ciudad”, añade.
Precios de Nueva York, salarios
de México
Es el caso de Cristina. A sus 28
años, está en el octavo mes de embarazo. Será madre soltera. En la actualidad
vive con su madre en Copacabana, en un piso familiar por el que no paga nada.
Pero sus tíos quieren venderlo para repartir la herencia entre todos. Por eso,
va a tener que buscar un hogar en un mercado esquizofrénico, con precios
equivalentes a los de Nueva York, pero con una diferencia: entre su sueldo y la
pensión de su madre, no llegan a los 2.000 reales por mes (650 euros).
“Tendremos que irnos a Madureira, al extrarradio. ¡Qué remedio! No podemos
pagar un alquiler en Copacabana”, admite Cristina. Esto significa que cada día
tendrá que viajar cuatro horas en bus y metro para ir y volver del trabajo.
La inflación ha sido el gran
enemigo del crecimiento y la estabilidad en Brasil desde los años del
presidente Collor de Melo (1990-1992). Las épocas del presidente Cardoso y el
primer mandato de Lula, hasta 2008, estuvieron marcadas por una voluntad férrea
de contener la inflación. Sin embargo, el ambicioso proyecto social de Lula y
el experimento de Dilma Rousseff de bajar los tipos de interés para facilitar
el acceso al crédito y favorecer el consumo han traído una tasa de inflación
más alta de lo recomendado.
“De repente resultó más fácil
comprar un coche, un piso, un televisor, una nevera… La población tuvo acceso
al consumo y eso aumentó la inflación. El problema es que, cuando eso empieza,
no para. Gana cada vez más fuerza y se tarda en contenerla.
¿Qué se podría haber hecho?
Frenar el consumo
. Pero el Gobierno ha ido en la
dirección opuesta. Ahora la política económica va a tener que corregir ese
desajuste”, explica el economista André Braz.
Cabe destacar que en Brasil un
cuarto de los precios de la cesta básica están regulados por el Gobierno. Por
ejemplo, la gasolina, la energía eléctrica y el agua. “Viendo que la inflación
estaba creciendo y que el experimento de bajar los tipos de interés había
fallado, el Gobierno optó por doblar la apuesta: intentó reducir la inflación a
través de los precios que controla”, señala Vinicius Botelho.
Precios controlados
“El año pasado hubo fuertes
presiones para aumentar el precio de la gasolina, pero el Gobierno no lo hizo.
Esto creó una cierta inercia de inflación, es decir, la subida de 2014 quedó
para 2015. De hecho, el reajuste de diciembre ha sido sólo una pequeña parte.
Lo grueso va a venir ahora”, añade André Braz. La caída del precio del petróleo
ha contribuido a mantener bajo el precio final de la gasolina, pero el Gobierno
ya ha anunciado para este año una subida substancial.
En el caso de la energía
eléctrica, la rebaja del 18% aplicada en 2013 ha hecho disparar el consumo y la
demanda de productos que consumen energía. Ya se están registrando los apagones
y se empieza a hablar de racionamiento. “Es obvio que la tarifa eléctrica tiene
que subir. Cuando el Gobierno abarató la energía, se generó una deuda pública
para subvencionar esa rebaja.
Al mismo tiempo, Brasil comenzó a
tener una crisis hídrica. El nivel de los pantanos ha bajado radicalmente y la
producción energética se ha visto afectada. Ahora el Tesoro debería transferir
una cantidad enorme de dinero a las eléctricas, pero no tiene liquidez. Moral
de la historia: el consumidor va a tener que pagar”, aclara Braz.
La sequía es otro factor que
empaña el panorama económico de Brasil. Se calcula que podría tener un coste
superior a un punto porcentual del PIB. “El crecimiento, que ya estaría en cero
en ausencia de problemas, puede verse mermado por esta sequía”, indica Botelho.
Estudios científicos demuestran que, lejos de ser un problema inesperado, la
sequía estaba anunciada desde hacía 10 años. Es, por lo tanto, un mal
previsible.
La sequía como problema económico
¿Qué tendría que haber hecho el
Gobierno para reducir su impacto? “Diversificar las fuentes de producción
energética. Existen varias fuentes alternativas: termoeléctrica, eólica, solar,
biomasa… Nada de eso ha sido barajado en los últimos años. También podrían
haber mejorado la capacidad de captación de los pantanos, implantar prácticas
de reutilización de agua para la industria, sin olvidar la campañas de
concientización sobre el consumo de agua”, apunta Botelho.
Es un ejemplo de los problemas
sistémicos que enfrenta Brasil. “Los Gobiernos anteriores no construyeron las
bases que pudiesen sostener la economía brasileña en momentos de turbulencia.
Tuvieron la suerte de tener varios elementos a favor: precios de los alimentos
y de otras materias primas altos, lluvias abundantes, una crisis económica
internacional. No ha habido una política que fomentase el crecimiento de
Brasil, una política industrial, de inversión, de creación de infraestructuras,
para que las empresas tengan energía y agua. Ésta todavía es nuestra asignatura
pendiente”, sostiene Braz.
Para este economista, a medida
que la inflación quede controlada, se podrá avanzar hacia otros puntos: dar
continuidad a las inversiones en infraestructuras y crear la base para el
crecimiento económico; investir en educación y resolver los problemas
energéticos.
Todavía queda mucho por hacer:
reducir la burocracia, simplificar el sistema tributario, mejorar las
infraestructuras y la productividad. Por lo pronto, el nuevo ministro de
Hacienda, Joaquim Levy, parece haber tomado las riendas de la nueva política
económica y financiera. Por subir, ha subido hasta los impuestos de la
industria de cosméticos, que representa el tercer mayor mercado del mundo y
crece a un ritmo anual del 10%.
A partir del 1 de mayo, las
brasileñas tendrán que pagar un 15% más por pintarse los labios. Así el
Gobierno podrá recaudar 653,85 millones extra de reales (212 millones de
euros). El objetivo final para 2015 es conseguir 20.630 millones de reales
(unos 7.000 millones de euros).
La menor tasa de paro de la
historia
Es otro indicador de que la
fiesta ha llegado a su fin. La bandera del segundo Gobierno de Dilma Rousseff
será la austeridad. “2015 y 2016 serán años de reajustes y de inflación alta”,
señala Braz. El tan celebrado milagro económico de Brasil se ha esfumado. “De
hecho, aquel famoso reportaje de The Economist con el Cristo Redentor
despegando puede ser substituido por el reportaje del Cristo perdido”, bromea
Botelho.
La buena noticia, para estos
economistas, es que todavía hay un cierto margen de maniobra. “Tenemos la menor
tasa de paro de nuestra historia. Podemos soportar ciertos ajustes a lo largo
del próximo bienio. Pero está claro que estos ajustes reducirán el bienestar
del que hemos disfrutado en los últimos tiempos”, afirma Botelho.
Sin embargo, la cuestión fiscal
representa otro quebradero de cabeza para este economista. “La demografía juega
en contra. La población mayor de 65 años crece a un ritmo del 4 por ciento
anual, y la población activa a un 1 por ciento. Hay una serie de beneficios
sociales directa e indirectamente vinculados a la edad, como las pensiones. La
cuestión demográfica puede hacer que las cuentas empeoren”, agrega.
A pesar de todo, André Braz traza
una perspectiva positiva para la economía, en línea con el optimismo que
destila el pueblo brasileño. “Cuando la inflación sea contenida, los agentes
internacionales van a mirar a Brasil con otros ojos, volverán a confiar en
nuestro Gobierno y a invertir en nuestro país. Eso ayudará Brasil en varios
modos: atrayendo el capital externo, obteniendo una mayor estabilidad en el
cambio, aumentando la competitividad de nuestros productos.
Todo esto acabará favoreciendo el
equilibrio de nuestra balanza comercial y el crecimiento de nuestra economía.
Ojalá que en el futuro no dependamos de las materias primas agrícolas, y que de
aquí a una década Brasil esté en la vanguardia de la producción de tecnología”,
aventura. “Espero que el apretón que nos espera conlleve resultados para las
próximas generaciones”, concluye.
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