La revolución de la “internet de las cosas”
depara cambios inimaginables
El Cronista Comercial - junio de 2015
Las revoluciones tecnológicas tienen la
costumbre de desarrollarse de maneras inesperadas. Cuanto más fundacional es el
cambio subyacente, más difícil es prever a dónde conducirá finalmente. Sí, el
motor de combustión interna trajo vehículos y empresas automotrices, pero
también trajo el auge de suburbios, hipermercados y violencia vial.
La Internet de las cosas se parece a una de
esas revoluciones tecnológicas. Fue fundada en la idea de que cuando los
objetos inanimados, desde bombillas a equipos industriales complejos, se
conectan a Internet, nuevas cosas interesantes pueden suceder. Los beneficios
previstos incluyen la posibilidad de controlar los objetos con mayor facilidad.
También aumenta la posibilidad de alquilar las cosas, y los pagos se supeditan
al uso real, lo que convierte la provisión de bienes físicos en una industria
de servicios.
Pero el desarrollo predecible y lineal que ello
implica -una progresión ordenada que agrega valor a los activos existentes y
nuevas fuentes de ingresos para las empresas existentes- no es la manera en que
las revoluciones tecnológicas normalmente suceden.
Para empezar, algunos de los beneficios
esperados tardaron en llegar. Es cierto que se trata de un cambio a largo plazo
sumamente complejo que irá llegará lentamente a muchas áreas de los negocios y
la vida, desde la forma en que funcionan las ciudades hasta las configuraciones
industriales, de los hogares y personales. En un informe de esta semana, el
Instituto Global McKinsey predijo que las aplicaciones de esta tecnología ascenderían
a u$s 11 billones anuales para 2025, equivalente al 11% de la economía mundial
en ese momento.
Pero McKinsey también señaló que hay un retraso
en los efectos de esta tecnología, similar al desfase de productividad que
siguió a la ola de automatización de TI corporativa que se inició en la década
de 1980. Se necesita tiempo para que las empresas aprendan a manejar las nuevas
tecnologías y para que surjan los nuevos modelos de negocio.
Parte del problema deriva de una gran
complejidad. Alrededor del 40% de los beneficios de la Internet de las cosas
depende de una profunda integración de los diferentes sistemas, según McKinsey.
Además, el mundo ya está inundado de datos, de los cuales se utilizan muy pocos
en verdad. El mero hecho de añadir equipos para acumular más información no
garantizará un retorno, afirma Michael Chui, socio de la firma de servicios
profesionales. Con el tiempo, las grandes empresas deberían empezar a ver un
retorno de sus inversiones. Pero, tal como lo demostró el auge de Internet en
la década de 1990, el mayor impacto de una ola de nuevas tecnologías puede
venir de una dirección no prevista por las empresas. Las aplicaciones que
cambian el mundo, que fueron posibles gracias a la nueva plataforma
tecnológica, son imposibles de imaginar en un principio.
Algunos indicios de los cambios más disruptivos
que podrían venir con la Internet de las cosas se expusieron esta semana en la
conferencia Solid, organizada por O'Reilly Media en San Francisco. Como su
nombre lo indica, fue una celebración de la física en una industria de la
tecnología cuyas mayores fortunas recientes provienen del mundo
desmaterializado: software y datos. Las exposiciones incluyen una "fábrica
emergente " para generar electrónica en el momento y un vehículo parcialmente
impreso en 3D, diseñado para ser construido en "microfábricas"
locales. Gran parte del debate fue sobre la biología sintética que llevará la
fabricación hasta el nivel microscópico y fusionará lo inorgánico con lo
orgánico.
Tres tecnologías a punto de colisionar subyacen
a la disrupción, según Mickey McManus, investigador de la compañía de software
de diseño Autodesk.
Ampliar la conectividad de Internet al mundo
físico es solo una parte de la historia. Un segundo cambio tecnológico
fundamental se desprenderá de la propagación de la inteligencia artificial, que
hará más fácil diseñar y controlar los ecosistemas complejos de objetos, así
como elevar el nivel de inteligencia de las propias "cosas"
individuales. La tercera etapa de la revolución, según McManus, es la
fabricación digital ejemplificada por la impresión en 3D, que podría
representar una alternativa a algunas formas de mercados de producción masivos.
En conjunto, McManus hace alusión a los tipos
de cambios que pueden ocurrir: tres estudiantes en una habitación de una
residencia podrían iniciar una empresa automotriz; una red social distribuida
podría sustituir a una fábrica; u objetos podrían desmontarse y volver a
montarse a sí mismos a medida que cambian las necesidades. Si hay tanto valor para
extraer de la Internet de las cosas como McKinsey anticipa, habrá mucha riqueza
nueva para repartir. Pero las implicaciones más interesantes apenas pueden
imaginarse.
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