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martes, 30 de junio de 2015

revolución

La revolución de la “internet de las cosas” depara cambios inimaginables


El Cronista Comercial - ‎  ‎junio‎ de ‎2015
Las revoluciones tecnológicas tienen la costumbre de desarrollarse de maneras inesperadas. Cuanto más fundacional es el cambio subyacente, más difícil es prever a dónde conducirá finalmente. Sí, el motor de combustión interna trajo vehículos y empresas automotrices, pero también trajo el auge de suburbios, hipermercados y violencia vial.

La Internet de las cosas se parece a una de esas revoluciones tecnológicas. Fue fundada en la idea de que cuando los objetos inanimados, desde bombillas a equipos industriales complejos, se conectan a Internet, nuevas cosas interesantes pueden suceder. Los beneficios previstos incluyen la posibilidad de controlar los objetos con mayor facilidad. También aumenta la posibilidad de alquilar las cosas, y los pagos se supeditan al uso real, lo que convierte la provisión de bienes físicos en una industria de servicios.

Pero el desarrollo predecible y lineal que ello implica -una progresión ordenada que agrega valor a los activos existentes y nuevas fuentes de ingresos para las empresas existentes- no es la manera en que las revoluciones tecnológicas normalmente suceden.

Para empezar, algunos de los beneficios esperados tardaron en llegar. Es cierto que se trata de un cambio a largo plazo sumamente complejo que irá llegará lentamente a muchas áreas de los negocios y la vida, desde la forma en que funcionan las ciudades hasta las configuraciones industriales, de los hogares y personales. En un informe de esta semana, el Instituto Global McKinsey predijo que las aplicaciones de esta tecnología ascenderían a u$s 11 billones anuales para 2025, equivalente al 11% de la economía mundial en ese momento.

Pero McKinsey también señaló que hay un retraso en los efectos de esta tecnología, similar al desfase de productividad que siguió a la ola de automatización de TI corporativa que se inició en la década de 1980. Se necesita tiempo para que las empresas aprendan a manejar las nuevas tecnologías y para que surjan los nuevos modelos de negocio.

Parte del problema deriva de una gran complejidad. Alrededor del 40% de los beneficios de la Internet de las cosas depende de una profunda integración de los diferentes sistemas, según McKinsey. Además, el mundo ya está inundado de datos, de los cuales se utilizan muy pocos en verdad. El mero hecho de añadir equipos para acumular más información no garantizará un retorno, afirma Michael Chui, socio de la firma de servicios profesionales. Con el tiempo, las grandes empresas deberían empezar a ver un retorno de sus inversiones. Pero, tal como lo demostró el auge de Internet en la década de 1990, el mayor impacto de una ola de nuevas tecnologías puede venir de una dirección no prevista por las empresas. Las aplicaciones que cambian el mundo, que fueron posibles gracias a la nueva plataforma tecnológica, son imposibles de imaginar en un principio.

Algunos indicios de los cambios más disruptivos que podrían venir con la Internet de las cosas se expusieron esta semana en la conferencia Solid, organizada por O'Reilly Media en San Francisco. Como su nombre lo indica, fue una celebración de la física en una industria de la tecnología cuyas mayores fortunas recientes provienen del mundo desmaterializado: software y datos. Las exposiciones incluyen una "fábrica emergente " para generar electrónica en el momento y un vehículo parcialmente impreso en 3D, diseñado para ser construido en "microfábricas" locales. Gran parte del debate fue sobre la biología sintética que llevará la fabricación hasta el nivel microscópico y fusionará lo inorgánico con lo orgánico.

Tres tecnologías a punto de colisionar subyacen a la disrupción, según Mickey McManus, investigador de la compañía de software de diseño Autodesk.

Ampliar la conectividad de Internet al mundo físico es solo una parte de la historia. Un segundo cambio tecnológico fundamental se desprenderá de la propagación de la inteligencia artificial, que hará más fácil diseñar y controlar los ecosistemas complejos de objetos, así como elevar el nivel de inteligencia de las propias "cosas" individuales. La tercera etapa de la revolución, según McManus, es la fabricación digital ejemplificada por la impresión en 3D, que podría representar una alternativa a algunas formas de mercados de producción masivos.


En conjunto, McManus hace alusión a los tipos de cambios que pueden ocurrir: tres estudiantes en una habitación de una residencia podrían iniciar una empresa automotriz; una red social distribuida podría sustituir a una fábrica; u objetos podrían desmontarse y volver a montarse a sí mismos a medida que cambian las necesidades. Si hay tanto valor para extraer de la Internet de las cosas como McKinsey anticipa, habrá mucha riqueza nueva para repartir. Pero las implicaciones más interesantes apenas pueden imaginarse.

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