El museo donde la muerte cuenta su trágica
historia
INFOnews - junio de 2025
El hall es tremendamente amplio.
Hombres y mujeres con delantales blancos van y vienen. Sobre una de las
paredes, en las alturas, el artista ítalo-argentino Alejandro Chiapasco, erigió
una de las tantas esculturas alegóricas a la muerte que abundan en el lugar.
Tras pasar la antesala, el encargado del museo, el licenciado Jorge Arias y una
serie de cabezas anónimas enfrascadas, colocadas en una vitrina, dan la
bienvenida a los visitantes.
Lejos de ser lúgubre, según
consignó Tiempo Argentino, el museo de la morgue judicial es un espacio
solemne, donde los cuerpos reflejan las distintas formas de morir: suicidios y asesinatos que recorren la
historia.
"Las piezas están inmersas
en un líquido llamado Kayserling que junto a otras drogas mantiene los colores
y la hidratación de la piel. Si fuera formol no se podría respirar",
explica Arias, y agrega: "Sabemos quiénes hicieron las autopsias pero no
quedó documentado con qué elementos o cómo las hicieron. Es un misterio, porque
en esa época no se contaba con muchos avances tecnológicos."
La mayoría de las partes humanas
que se encuentran en el museo pertenecen a personas que no fueron identificadas
y en ningún caso fueron reclamadas. En vida, estos desconocidos fueron
viajantes o inmigrantes instalados en la Argentina en la primera mitad del
siglo XX. Para que estas piezas se ganaran un lugar en las vitrinas, tenían que
tener dos cualidades: despertar la curiosidad de los forenses (ver aparte); o
tener algún interés científico para transmitir a las generaciones venideras,
especialmente estudiantes o profesionales vinculados con la tanatología.
El hombre que muere ahorcado
generalmente termina mordiéndose la lengua o intentando sacarla por la
compresión de la tráquea y las arterias carótidas. Algunas de las cabezas
exhibidas ofrecen estos detalles. Incluso, permanecen indemnes al paso del
tiempo las sogas alrededor de lo que quedó de los cuellos.
También, se aprecian varias
cabezas cuyos cuellos están cortados de manera limpia y precisa. Se tratan de
inmigrantes rumanos y lituanos que eligieron suicidarse en la Argentina en los
primeros años de la década del '30. "Aparentemente era común en ese
momento que en ciertas partes de Europa la gente se quitara la vida apoyando su
cabeza sobre las vías, entre los últimos vagones. Los trenes no eran lo rápido
que son ahora y la escisión es perfecta", dice Arias. Durante todo el
recorrido, el especialista reiteró que los suicidios y los asesinatos son
imitativos por épocas y zonas.
Otra de las vitrinas está
dedicada a los descuartizados. En este rincón se destaca, entre otros casos, la
historia de dos alemanes: uno es el asesino y el otro la víctima. El destino
quiso que ambos quedaran eternizados detrás del mismo vidrio. Primero, atrae la
atención la cabeza del homicida, la única que tiene nombre y apellido, se trata
del carnicero Ernesto Conrado Schneider. El hombre murió a los 63 años, en
1935, debido a una enfermedad en el hospital de Clínicas, luego de haber sido
trasladado desde el penal de Ushuaia, donde cumplía su condena.
Schneider era casado, padre de
familia y haciendo gala de su oficio, cortó a cuchillo el cuerpo de su
compatriota, del que se desconoce su identidad. Los trozos del cadáver tienen
los orificios de los ganchos utilizados para colgarlos en una cámara de
refrigeración, previo a deshacerse de ellos.
El artista italiano Chiapasco
está presente en cada espacio del museo. Realizó desde mascarillas de los
rostros de las víctimas, hasta los bustos de los muertos que adornan cada una
de las vitrinas. También hizo varias esculturas. Chiapasco nació en la ciudad
de Turín y fue contratado por Juan Bautista Bafico, director de la morgue entre
1927 y 1950, quien se encargó de la ampliación más considerable del patrimonio
histórico del museo.
Entre las décadas del '30 y '40,
era común que el suicida tomara la decisión final bebiendo veneno. Un sector
del museo está dedicado a mostrar las consecuencias en la lengua, estómago e
intestinos de sustancias tales como el cianuro o los ácidos clorhídricos y
sulfúricos. "Se puede inferir que el acceso a las armas era más reducido y
que no había tantos edificios como para arrojarse al vacío. Era más fácil ir a
una ferretería y comprar estas cosas", indica Arias.
Además, se exhiben cuerpos
carbonizados, apuñalados y víctimas de balazos, tanto de pistolas como de
escopetas. Se pueden observar las marcas de pólvora que un disparo deja en la
piel o los recorridos de los balazos que están orientados con bajalenguas.
Los brazos diseccionados de las
personas que fallecieron electrocutadas también se ganan un espacio en la
muestra. Lo mismo ocurre con una de las columnas destinada a grandes hachas y a
los efectos que provoca cuando se pretende lastimar a alguien.
El tramo más incómodo del
recorrido son los fetos o los bebés recién nacidos asesinados por sus madres o
padres hasta 1945. Al respecto, Arias aclara que "recién a mediados de los
'90 se cambió la figura del infanticidio en el Código Penal por la de
homicidio. Antes, se atenuaba la calificación de este tipo de crímenes. Eran mucho
más habituales." Los forenses de esos días pusieron especial atención a
los cuerpos de mellizos y trillizos.
Otra particularidad de esa época
tenía como protagonistas a las mujeres que quedaban embarazadas sin desearlo.
Quizá para salvar su honor o ante el desamparo del padre ausente, algunas
terminaban suicidándose. Una joven madre soltera y su criatura quedaron en la
historia del museo luego de que en pleno proceso de parto se arrojara de un
séptimo piso de un hotel.
En el techo del museo se puede
leer una frase en latín que justifica la idea de por qué tantas partes humanas
son analizadas hasta el mínimo detalle. La traducción sería algo así:
"Saber no probado, es no saber."
Conservación
«Las piezas están inmersas en un
líquido llamado Kayserling que junto a otros drogas mantiene la piel»
El dato: 3500
El primer expediente mortuorio
data de 1908. A partir de ahí la morgue no paró de recibir cuerpos. En la
actualidad, ingresan entre diez y 15 por día, llegando a un promedio anual de
3500 cadáveres. La mayoría son retirados
dentro de las 24 horas por sus familiares. El resto es NN.
Un plan de mudanza
El Instituto de Medicina Legal,
la Morgue y sus laboratorios fueron inaugurados en marzo de 1908 en Junín al 600,
en el mismo predio donde actualmente funciona la Facultad de Ciencias
Económicas de la UBA.
Se trata de un legado de la
Facultad de Ciencias Médicas que estuvo emplazada allí hasta la década del '40.
Hace unos años, se aprobó el traslado de todas las instalaciones a los predios
de los Tribunales de Comodoro Py, al lado de Casación, donde se construirá un
nuevo edificio.
“Este es un museo en extinción.
Cuando todo esto se mude al nuevo lugar se le dará otro tratamiento a estas
piezas. Porque más allá del interés científico, estas exhibiciones plantean
cuestiones bioéticas y religiosas sobre el descanso de los restos”, explicó
Jorge Arias, quien destacó que estos elementos ya no podrán ser observados
directamente, sino a través de registros fílmicos y gráficos, entre otros
soportes. Respecto a los cadáveres, se guardan fotografías de la ropa, los
piercings, tatuajes, operaciones de vieja data, y se los clasifica por edad
estimativa y sexo.
Las piezas excéntricas
De vez en cuando, durante su
trabajo, los forenses se topan con alguna "pieza excéntrica" que va
más allá del posible interés científico, ante la cual no pueden ser
indiferentes. Este tipo de patrimonio del museo de la morgue judicial se
incrementó notablemente en la gestión del director Juan Bautista Bafico, entre
1927 y 1950.
Así es que el visitante se puede
cruzar desde elementos de los más bizarros, como diferentes tipos de prótesis
de caderas y siliconas. También queda graficado lo que pasa cuando los niños
ingieren elementos que no pasan por sus órganos internos.
Dentro de este contexto, se
observa la cabeza de un hombre español que había sido modelo y murió en un
accidente de tránsito en 1938. "Esta cabeza no tiene ninguna
particularidad. Probablemente, los forenses lo preservaron porque les debe
haber llamado la atención su corte de pelo, la barba y sus rasgos",
comentó Jorge Arias, a cargo del museo. Acompañan el rostro de este español los
cueros de sus brazos que tienen dos tatuajes: el de una chica montada en una
estrella y el de un leopardo persiguiendo un águila.
Los tatuajes parecerían una
obsesión en el lugar, donde las pieles estiradas que conservan la tinta a la
perfección se multiplican con imágenes de chicas con serpientes y anclas.
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