La
(multimillonaria) guerra de los drones
Forbes - viernes, 12 de junio de 2015
A los 34
años, Frank Wang ha convertido su sueño de robots voladores en la empresa de
drones más grande del mundo (y una fortuna de 4,500 mdd). Ahora, mientras el
mercado de sus aparatos estalla, su viejo colega intenta derribarlo.
Frank Wang Tao nunca había sido arrestado; paga
sus impuestos a tiempo y rara vez bebe, pero en la víspera de una entrevista
con Forbes —su primera entrevista pública este año con una publicación
occidental—, el ciudadano chino (que es además el primer multimillonario de los
drones del mundo) se encontró en el lado equivocado de las autoridades
estadounidenses.
Un empleado de Inteligencia del gobierno de
Estados Unidos en Washington DC, a unos 13,000 kilómetros de distancia del
cuartel general de Wang en Shenzhen, había bebido demasiado y llevado el
cuadricóptero de un amigo a dar una vuelta en las primeras horas del día. Sin
experiencia, perdió el drone en la oscuridad y, después de una breve búsqueda,
abandonó su cacería debido a su estado.
Al amanecer, ese aparato de 30 por 30
centímetros era noticia mundial y objeto de una investigación del Servicio
Secreto, después de haber aterrizado en uno de los jardines de la Casa Blanca.
Wang desarrolló ese robot, también el que un
manifestante usó hace unas semanas para dejar una botella con desechos
radiactivos en el techo de la oficina del primer ministro japonés y el que un
contrabandista usó para introducir drogas, un celular y armas al patio de una
prisión a las afueras de Londres en marzo.
La idea de que las personas puedan usar su
producto para romper la ley y las fronteras sociales provocaría pesadillas a la
mayoría de los CEO, pero el discreto autor intelectual detrás de la revolución
de los drones se sacude esa preocupación. “No creo que sea gran cosa”, dice,
encogiéndose de hombros, el fundador de Dajiang Innovation Technology Co.
(DJI), que representa 70% del mercado de consumo de drones, según Frost &
Sullivan.
Su compañía pasó la mañana desarrollando una
actualización de software para todas sus aeronaves, que les impide volar dentro
de un radio de 25 kilómetros alrededor del centro de Washington DC. “Eso es
algo positivo”. O tal vez Wang, de 34 años, sólo lo ve así porque el éxito lo
ha habituado a la controversia.
La revolución de los drones
El año pasado DJI vendió cerca de 400,000
unidades —muchas de las cuales fueron de su modelo insignia, el Phantom— y está
en camino de hacer más de 1,000 millones de dólares (mdd) en ventas este año,
frente a 500 mdd en 2014. Fuentes cercanas a la compañía dicen que DJI se anotó
120 mdd de ganancias.
Las ventas se han triplicado o cuadruplicado
cada año desde 2009 hasta 2014, y los inversionistas apuestan a que Wang puede
mantener ese liderazgo en los años venideros.
En abril, la compañía levantó 75 mdd de Accel
Partners bajo una valuación de 10,000 mdd. Wang, quien posee alrededor de 45%
de la compañía, tiene un patrimonio de más de 4,500 millones de dólares. El
presidente de DJI y los dos primeros empleados también son multimillonarios en
el papel, luego del acuerdo.
“DJI comenzó el mercado de vehículos aéreos no
tripulados (UAV, por sus siglas en inglés) como un pasatiempo, y ahora todo el
mundo trata de alcanzarlo”, dice Michael Blades, analista de Frost &
Sullivan.
En la historia de la tecnología no es frecuente
que una compañía pueda tomar una posición dominante en un mercado mientras da
el salto de aficionada a profesional. Kodak lo hizo con sus cámaras. Dell y
Compaq lo lograron con sus PC y GoPro con sus cámaras de acción. Los escépticos
de los drones pueden haber reído de la intención del CEO de Amazon, Jeff Bezos,
de usar UAVS para entregar sus paquetes, pero los drones se están volviendo
algo grande.
Su uso comercial generalizado ya está en
marcha: drones transmitieron imágenes aéreas en vivo en los Globos de Oro de
este año; los rescatistas los usaron para mapear la destrucción dejada por el
terremoto de 7.8 grados de Nepal en abril; los agricultores de Iowa los usan
para monitorear sus campos de maíz.
Facebook utilizará sus propios cuadricópteros
para proveer el internet inalámbrico para el África rural.
Los drones de DJI están siendo usados en los
sets de Game of Thrones y la más reciente película de Star Wars.
Ahora, DJI necesita seguir alimentando el
mercado de consumo con modelos mejores y más baratos, tal como lo hizo en enero
de 2013 cuando estrenó su Phantom, un modelo listo para volar a un precio de
679 dólares. Antes de eso, prácticamente tenías que construir el tuyo —e
invertir más de 1,000 dólares— si querías un drone decente.
DJI enfrenta el embate de rivales más baratos y
de los burócratas retrógradas de la Administración Federal de Aviación de
Estados Unidos, que actualmente prohíben el uso comercial de drones pequeños
sin exenciones, y han sido lentos para promulgar una regulación significativa.
¿David contra Goliat?
Un reto formidable se está gestando en 3D
Robotics, una empresa de Berkeley, California, cofundada por el ex editor de la
revista Wired, Chris Anderson, y atendida por ex empleados despedidos de DJI.
Entre ellos se encuentra el ex jefe de DJI para Norteamérica, Colin Guinn,
quien acusó a la empresa china de arruinarlo y llamó a 3D Robotics el “David
del Goliat DJI”.
Sin embargo, su nueva compañía pelea con más
que salvas, ya que ha levantado casi 100 mdd.
También está Parrot, el fabricante francés que
vendió más de 90 mdd en drones en 2014, y una gran cantidad de imitadores
chinos deseosos de bajar los márgenes para todos.
Este año, el Consumer Electronics Show en Las
Vegas vio decenas de empresas nuevas volando sus UAVS en las cavernosas salas
de conferencias de Sin City.
Con sus lentes circulares, una discreta barba y
una gorra de golf que disimula una incipiente calvicie, Wang es un líder
improbable de una empresa de tecnología de consumo. Aun así, se toma su papel
tan en serio como cuando empezó DJI en su dormitorio universitario en Hong Kong
en 2006.
Wang está en una senda de guerra —deshaciéndose
de antiguos socios de negocios, empleados y amigos— en su intento de convertir
a DJI en una marca china reconocida, similar a la del fabricante de teléfonos
inteligentes Xiaomi y al centro neurálgico del comercio electrónico Alibaba.
A diferencia de los otros dos, sin embargo, DJI
puede convertirse en la primera empresa china en liderar su sector. Su dominio
le ha valido comparaciones con Apple, aunque a Wang no le fascine el elogio
implícito.
“Sólo personas con cerebro”
Al entrar en su oficina, pasa una señal en
chino en la puerta que dice “Sólo personas con cerebro” y “Prohibido ingresar
emociones”. El CEO de DJI acata esas reglas y es un líder mordaz, frío y
calculador que trabaja más de 80 horas a la semana y mantiene una cama cerca de
su escritorio.
Wang dice que no se presentó en el lanzamiento
del DJI de su nuevo Phantom 3 en Nueva York el pasado abril porque “el producto
no era tan perfecto” como esperaba. “Aprecio las ideas de Steve Jobs, pero no
hay una que admire de verdad”, dice en su mandarín nativo. “Todo lo que
necesitas hacer es ser más inteligente que los demás, es necesario que haya una
distancia de las masas. Si puedes crear esa distancia, serás un éxito.”
Frank Wang se enamoró del cielo en la primaria,
después de que comenzara a devorar un cómic sobre las aventuras de un
helicóptero rojo. Nacido en 1980, Wang creció en Hangzhou, la ciudad natal de
Alibaba en la costa central de China.
Hijo de una profesora convertida en propietaria
de un pequeño negocio y de un ingeniero, Wang pasó la mayor parte de su tiempo
leyendo sobre modelos de aviones, un pasatiempo que le resultaba más atractivo
que la escuela a juzgar por sus calificaciones mediocres.
Él soñaba con tener su propia “hada”, un
dispositivo que podría volar y seguirlo con una cámara. Cuando tenía 16 años,
Wang recibió una alta calificación en un examen y fue recompensado con un
helicóptero a control remoto largamente codiciado. Pero rápidamente estrelló el
complicado dispositivo y esperó meses para que llegaran las piezas de repuesto
desde Hong Kong.
El desempeño académico menos que estelar de
Wang frustró su sueño de ingresar en una universidad estadounidense de élite.
Rechazado por sus primeras opciones, el MIT y Stanford, terminó en la
Universidad Hong Kong de Ciencia y Tecnología, donde estudió ingeniería
electrónica. No encontró su vocación hasta su último año, cuando fabricó un
helicóptero a control remoto.
Wang dedicó todo a su proyecto final, que debía
realizar en equipo, saltándose clases y trabajando hasta las 5 de la mañana.
Aunque el aparato falló la noche previa a la presentación, su esfuerzo no fue
en vano. Su profesor de Robótica, Li Zexiang, notó el liderazgo de Wang y su
comprensión técnica y reclutó al testarudo estudiante al programa de posgrado
de la escuela. “No podría decir que fuera más inteligente que los demás, sin
embargo, su buen desempeño no era comparable con sus calificaciones”, dice Li,
quien es propietario de aproximadamente 10% de la compañía y funge como su
presidente.
Wang fabricó prototipos de controles de
aeronaves en su dormitorio universitario hasta 2006, cuando él y dos compañeros
de clase se mudaron a Shenzhen, uno de los principales polos manufactureros
chinos. Trabajaban en un departamento de tres recámaras auspiciado por Wang,
quien echó mano de lo que quedaba de su beca universitaria.
DJI vendió su componente de 6,000 dólares a
clientes como universidades chinas y las empresas eléctricas estatales, que los
revendían a entusiastas makers de drones. Esas ventas permitieron a Wang
contratar a un pequeño equipo, mientras que él y los otros ex alumnos de la
universidad vivían de lo que quedaba de sus becas universitarias.
“Yo no sabía qué tan grande podría ser el mercado,
nuestra idea era sólo hacer el producto, alimentar a unas 10 o 20 personas y
tener un equipo”, recuerda Wang.
La falta de una visión temprana y la
personalidad de Wang eventualmente causaron conflictos dentro de las filas de
DJI. Hubo una rotación constante de personal, entre el cual reinaba un
sentimiento de rechazo por un jefe exigente que consideraban tacaño con sus
acciones. Al cabo de dos años casi todo el equipo fundador había partido. Wang
admite que puede ser un “perfeccionista abrasivo” y en esos momentos se las
arregló para “enfurecer” a sus empleados.
Sin embargo DJI progresó, vendiendo cerca de 20
controladores en un mes. Sobrevivió con el capital aportado por un amigo de la
familia de Wang, Lu Di. A finales de 2006 Lu había puesto alrededor de 90,000
dólares.
Cariñosamente llamado “tacaño” por el CEO de
DJI, Lu manejó las finanzas y actualmente sigue siendo uno de los mayores
accionistas, con 16% de la compañía.
Otra de las claves para el desarrollo de DJI
fue el mejor amigo de Wang en la preparatoria, Swift Xie Jia, quien, en 2010,
entró a dirigir el departamento de marketing y actuar como confidente. El
hombre apodado por Wang “pez con cabeza gorda” vendió su apartamento para
invertir en DJI y hoy tiene una participación de 14% con un valor estimado de
1,400 mdd.
Con su círculo más cercano en su lugar, Wang
continuó construyendo sus productos y comenzó a vender a aficionados en el
extranjero, que le escribían correos electrónicos desde lugares como Alemania y
Nueva Zelanda.
Pleito en casa
En Estados Unidos, el editor de Wired, Chris
Anderson, había comenzado un negocio de drones para entusiastas del DIY, y en
el foro de la página de internet de la empresa los usuarios abogaban por la
transición de los diseños de rotor único a quadcopters de cuatro hélices, que
eran más baratos y fáciles de programar.
DJI comenzó a desarrollar controladores de
vuelo más avanzados con funciones de piloto automático, que Wang luego vendió
en ferias de nicho como una reunión de entusiastas de los helicópteros de radio
control en la pequeña ciudad de Muncie, Indiana, en 2011.
Fue en Muncie que Wang conoció a Colin Guinn,
un apuesto texano cuya apariencia alguna vez lo llevó al reality televisivo The
Amazing Race. Guinn, quien dirigía una startup de cinematografía aérea, buscaba
una manera de grabar videos estables desde un UAV y había preguntado a Wang a
través de un email.
Wang estaba trabajando exactamente en lo que
necesitaba Guinn, un nuevo tipo de soporte para cámara que utiliza los
acelerómetros a bordo para ajustar su orientación sobre la marcha de forma que
la toma permanezca inmóvil a pesar del vuelo inestable de la nave. Wang había
pasado por al menos tres prototipos de soporte —y un becario inepto— antes de
tener uno decente. Wang descubrió la manera de conectar el motor del avión al
soporte, de forma que no necesitara su propio motor, reduciendo las piezas y el
peso.
Para 2011, el costo de hacer un controlador de
vuelo se había reducido a menos de 400 dólares, desde los 2,000 de 2006.
Después de reunirse con ejecutivos de DJI en
Muncie en agosto de 2011, Guinn voló a Shenzhen y eventualmente conformó DJI
América del Norte, en Austin, Texas. La subsidiaria buscaba entregar drones al
mercado masivo, con la bendición de Wang. Guinn recibió 48% de la propiedad de
la entidad y DJI mantuvo el 52% restante. Guinn fue puesto a cargo de las
ventas en América del Norte y gran parte del marketing en inglés, desarrollando
rápidamente un nuevo lema para la compañía: “El futuro de lo posible”.
Inicialmente la relación marchó bien. Wang
recuerda a Guinn como un “gran vendedor” cuyas “ideas a veces me inspiraron”. A
finales de 2012, DJI había logrado poner todas las piezas juntas en un drone
completo empacado: software, hélices, marco, soporte para cámara y control
remoto. La compañía dio a conocer el Phantom en enero de 2013, el primera
quadcopter preensamblado listo para volar, que podría volar en menos de una
hora después de ser desempacado y no romperse en su primer accidente. Su
simplicidad y facilidad de uso amplió el mercado más allá de los entusiastas
obsesionados.
Sin embargo, las cosas ya habían comenzado a
desmoronarse entre Wang y Guinn. Al fundador de DJI no le gustaba que Guinn se
llevara el crédito por el desarrollo del Phantom y se llamaba a sí mismo CEO de
Innovaciones de DJI. Las fuentes también dicen que Guinn solía apresurarse a
establecer acuerdos con otras marcas, en particular uno con el fabricante de
cámaras de acción GoPro, que habría sido el proveedor de cámaras exclusivo para
los drones de DJI. Wang echó abajo el acuerdo y fue en contra del consejo de
Guinn, enfureciendo a GoPro, que ahora se rumora desarrolla su propio drone.
Inicialmente DJI planeaba vender el Phantom en
679 dólares. “Hicimos un producto de nivel de entrada para evitar entrar en una
guerra de precios con los competidores”, dice Wang. El Phantom se convirtió
rápidamente en el producto más vendido de la compañía, aumentando los ingresos
cinco veces con un gasto casi nulo en marketing.
Más importante aún: se vendió en todo el mundo,
una tendencia que se mantiene hoy mientras la empresa obtiene 30% de sus
ingresos de EU, 30% de Europa, 30% de Asia y el resto de América Latina y
África. Ése es un motivo de orgullo para Wang. “Los chinos piensan que los
productos importados son buenos y los nacionales son inferiores. Siempre somos
de segunda clase”, dice Wang. “Estoy insatisfecho con el ambiente en general, y
quiero hacer algo para cambiarlo”.
Para mayo de 2013 DJI trató de comprar la participación
de Guinn en DJI América del Norte, ofreciendo acciones de DJI global que le
dieron al estadounidense una participación insignificante de 0.3%, de acuerdo
con documentos de la Corte. Guinn objetó, señalando que el trabajo de su
oficina fue el que llevó al 30% de los Phantom vendidos en EU.
DJI no dejó espacio para la negociación y en
diciembre había bloqueado los emails de todos sus empleados en DJI Norteamérica
y redirigido todos los pagos de los clientes a la sede de China. Para la
víspera de Año Nuevo, los empleados habían sido despedidos y se hacían los
arreglos necesarios para liquidar al equipo de la oficina de Austin.
DJI terminó ese año con ingresos de 130 mdd. A
principios de 2014, Guinn demandó a DJI, aunque las partes finalmente alcanzaron
un acuerdo extrajudicial por menos de 10 mdd, según fuentes. Eso es un poco más
de lo que el canje habría valido en el momento, ya que Sequoia Capital invirtió
un poco más de 30 mdd a mediados de 2014 en torno a una valuación de 1,600 mdd.
“Decir que no tuve nada que ver con el Phantom
sería tan hilarante como decir que yo fui su inventor”, dice Guinn, que junto
con muchos de sus antiguos compañeros se unió a 3D Robotics para competir con
su antiguo empleador.
3D Robotics, la amenaza
La mayor amenaza para el dominio de Wang en el
mercado de drones de consumo viene de una oficina de cuatro pisos en Berkeley,
donde los ingenieros de 3D Robotics pasan decenas de horas dando los últimos
retoques al código de su Phantom killer, el Solo.
Lanzado en abril, el drone negro zumba dentro
de las oficinas con el sonido de mil abejas furiosas mientras el CEO de 3D
Robotics, Chris Anderson, explica cómo su empresa es el Android del Apple de
DJI. Admirando la elegancia y simplicidad de su quadcopter —que recuerda un poco
al Phantom—, el afable Anderson explica que la clave está en el software, no en
el hardware.
A diferencia del sistema operativo del DJI, que
está cerrado a los desarrolladores, 3D Robotics hizo su código abierto para
atraer el interés de los programadores y otras empresas, como las decenas de
imitadores chinos que recortan los márgenes del DJI con drones aún más baratos.
Si todo el mundo usa nuestro software, dice
Anderson, entonces DJI no controlará el mercado. “DJI empezó en el negocio en
los días en los que era sólo un hobby para mí, y en su favor puedo decir que
crecieron de manera brillante. En este momento estamos jugando en su campo, así
que tratamos de ponernos al día”, dice Anderson.
3D Robotics, que ha recibido financiamiento de
empresas como Qualcomm y SanDisk, lo ha hecho bien hasta ahora y ha mudado la
mayor parte de su capacidad de fabricación de Tijuana, México, a Shenzhen.
Guinn, quien es director de ingresos de la
compañía, también está explorando los mismos canales de venta minorista que
construyó para DJI y desarrolló una asociación para poner GoPros en los drones
de 3D Robotics.
Wang desacredita sus posibilidades, sonando
como el niño más grande en el kinder. “Es más fácil para ellos fallar. Tienen
dinero, pero yo tengo más y somos más grandes y tenemos más gente. Cuando el
mercado era pequeño, ellos eran pequeños y yo también y les gané”, dice.
Drama aparte, ambas compañías enfrentan un
desafío común en la conformación de la opinión pública y la suavización de la
regulación. Por cada video impresionante de la migración de la ballena jorobada
o el colapso de un glaciar, hay un titular de un drone siendo usado por ISIS o
espiando a un vecino en su jacuzzi.
Los problemas legítimos de privacidad y
seguridad han limitado a la sociedad de dar la bienvenida a robots voladores
con los brazos abiertos, y los reguladores, en particular de la FAA de Estados
Unidos, han sido lentos para promulgar regulaciones significativas en
respuesta.
“No hay drones en el cielo ahora mismo, y eso
es muy raro, ésta es una gran oportunidad”, dice Anderson. De vuelta en su
oficina en Shenzhen, Wang predice el futuro de la industria de drones de
consumo, pero su explicación es difícil de seguir mientras corta una
desfortunada tarjeta de visita con una espada samurai de 450 años.
“Los artesanos japoneses están en búsqueda
constante de la perfección”, dice mientras la katana parte el papel en pedazos.
“China tiene dinero, pero sus productos son terribles, su servicio es terrible,
y tienes que pagar un alto precio por cualquier cosa buena.” DJI está muy lejos
de alcanzar el nivel de perfección del artefacto japonés de Wang. El CEO
reconoce abiertamente que su Phantom “no es un producto perfecto” y se ha sabido
de algunos modelos que se alejaron de los usuarios debido a un mal
funcionamiento del software. “Tenemos margen para mejorar”, reconoce Wang,
quien dice que está sumando 200 personas más al staff de DJI.
Wang también lidia con los distintos niveles de
espionaje corporativo. Está seguro de que algunas de las nuevas empresas chinas
de aviones no tripulados que han aparecido en los últimos dos años han salido
al mercado con diseños de DJI obtenidos ilegalmente. Eso ciertamente no ayuda a
lo que Wang llama la “sociedad de perro come perro” de Shenzhen, donde la
manufactura barata sin duda ha visto el precio de los drones bajar al igual que
ocurrió con las computadoras portátiles y los teléfonos inteligentes.
Los precios sin duda caerán y los “más
exclusivos del mercado siempre salen expulsados”, dice el analista de Gartner,
Gerald Van Hoy. “Pero a DJI le irá bien porque se han posicionado.”
Wang no quiere compartir los cielos con otros,
está decidido a mantener el liderazgo de DJI. “En estos momentos nuestro principal
cuello de botella para el crecimiento es la velocidad a la que damos respuesta
a los enigmas técnicos. No puedes estar satisfecho con el presente”, dice.
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