Yo sobreviví al infierno de las cárceles del
Estado Islámico
El Confidencial - junio de 2015
“Psicológicamente es un infierno.
Estás aislado. Sólo tienes contacto cuando tus carceleros te llevan la comida.
Estás solo y tu cabeza da vueltas y vueltas. Te pasas las horas preguntándote
cuándo llegará tu turno. Cuándo entrarán por esa puerta y te pegarán un tiro en
la cabeza. Pero pasa un día y piensas que te soltarán; pero al día siguiente
vuelves a escuchar cómo torturan a los prisioneros que están dos celdas más
allá de la tuya. Escuchas sus alaridos. Y en ese momento vuelves a pensar que
no vas a salir con vida de ese agujero”, recuerda Yosef Abobaker mientras apura
un té en una cafetería de la capital de Turquía que ofrece unas magníficas
vistas a la Mezquita Azul. “Es una tortura psicológica contra la que ningún ser
humano puede enfrentarse. Acabas por volverte completamente loco”.
Yosef vive desde hace más de
medio año como refugiado en Turquía, aunque no tiene dicho estatus. Huyó de
Siria junto con Ghada, su mujer, y Baker, su hijo, que está a punto de cumplir
un año. No se arrepiente de haber dejado su país. “Hace tiempo que soy consciente
de que la revolución fracasó. Estoy decepcionado. Ya no leo lo que ocurre allí.
No quiero saber nada de nada”, se sincera mientras enciende un cigarrillo. Da
una larga chupada al pitillo y suelta una espesa bocanada de humo. “La guerra
me ha robado mis mejores años. La guerra me ha quitado amigos. La guerra me ha
dejado sin futuro. La guerra ha convertido a mi hijo en un apátrida. No… no
quiero saber nada de Siria ni de la guerra, ni de la revolución. Todo eso
pertenece ya al pasado”, confirma mientras se atusa el cabello y mira hacia la
Mezquita Azul.
Tiene 28 años recién cumplidos
pero unas profundas arrugas enmarcan la comisura de sus ojos. El pelo hace
tiempo que se le está volviendo blanco. Su mirada ya no transmite alegría,
aunque trata de disimularlo refugiándose detrás de una sonrisa falsa. Yosef ha
vivido más que muchas personas que le doblan la edad: “La guerra me ha hecho
madurar a marchas forzadas. He visto lo peor del ser humano… y también lo
mejor”.
"Querían a Steven. Querían
al americano"
Este joven sirio de Alepoera un
simple estudiante de Administración y Dirección de Empresas cuando la guerra
llegó a su ciudad el 19 de julio de 2012. En los primeros compases, decidió
unirse a los rebeldes para liberar su ciudad del régimen. Pasó más de medio año
en los frentes de combate que estaban repartidos por la capital económica de
Siria. “Aquello no era para mí. Para matar hay que valer y yo no valía”,
recuerda. Así que el joven Yosef fue ‘reclutado’ por su amigo Abdallah
(asesinado en febrero de 2013) par que trabajase como fixer para los
periodistas internacionales que estaban en Alepo cubriendo la guerra. “Era uno
de los pocos que hablaba un inglés fluido. Tenía contactos en las unidades
militares. Y los periodistas querían venir conmigo porque tenían acceso a todos
los frentes de combate de la ciudad”, afirma.
Tras dos años como fixer, después
de haber trabajado con periodistas de medio mundo y tras el asesinato de su
amigo, Yosef decide abrirse camino como empresario y se convierte en referente
para todos los periodistas internacionales que continúan documentando la
guerra. “Uno de esos periodistas que querían trabajar conmigo era Steven
Sotloff. Contactó a través de Facebook y me pidió que fuera a recogerlo a la
frontera con Turquía”, recuerda Abobaker.
La presencia del Estado Islámico
ya era una realidad. Meses antes cuatro periodistas franceses habían sido
secuestrados en Siria. Aquel 4 de agosto de 2013 Yosef se desplazó junto con
una pequeña escolta armada hasta Bab Al-Salam, donde recogió a Sotloff para
llevarlo hasta Alepo. “Dejamos atrás la ciudad de Azaz –próxima a la frontera–
y tres vehículos se nos aproximaron a toda velocidad. Dos nos adelantaron
cortándonos el paso y el tercero nos cerró una posible huida. Hombres armados se
bajaron de los coches apuntándonos. Querían a Steven. Querían al americano…
Alguien le había vendido”, confiesa.
Yosef, junto con Steven Sotloff y
sus escoltas, fue conducido al norte de la provincia de Alepo, al interior de
una fábrica que los islamistas habían reconvertido en cárcel. “Me metieron en
una celda. Desde allí podía escuchar cómo interrogaban a Steven. La preguntaron
por las contraseñas del ordenador, de su correo electrónico… Le acusaban de ser
agente de la CIA. No lo volví a ver con vida”, afirma con un deje de pena en el
rostro. “Me sorprendió la calma de Steven durante el interrogatorio: era como
si supiese de antemano lo que le iba a pasar. Yo estaba muerto de miedo pero
él… él parecía de hielo”.
La prisión y las torturas
“Lo peor era escuchar las
torturas. Se torturaba por las mañanas. Por las tardes. Por las noches.
Escuchabas como gritaban. Los gritos rotos. El dolor. Y luego, finalmente, el
tiro. Sabías que se había acabado y tenías un par de horas para poder dormir
tranquilo hasta que torturasen al siguiente preso”, recuerda. En aquella
prisión las peores torturas recaían sobre los kurdos. “Los machacaban. Hacían
turnos para pegarles. Uno, y otro, y otro, hasta que los conseguían matar a
golpes…”. Yosef hace una larga pausa y respira profundamente. Sabe lo
afortunado que es por estar con vida después de haber vivido aquel infierno
durante dos semanas.
“En esa prisión los carceleros
eran libios, marroquíes, tunecinos… y sirios. Pero, sin lugar a dudas, los más
sádicos y los más hijos de puta eran los sirios. Parecían que disfrutaban
haciendo sufrir a los prisioneros. Nos insultaban. Nos pegaban patadas. Nos
escupían en la comida. Nos miraban con odio. Si hubiese sido por ellos ahora
estaría metido en alguna fosa común”, se sincera Abobaker. “Las paredes de mi
celda tenían restos de sangre de los presos. Se apoyaban en la pared para
descansar después de las palizas. Algunos, incluso, escribieron sus nombres o
el de sus hijos para recordarlos, para tratar de sobrellevar aquel infierno con
alguna esperanza…”.
Yosef fue interrogado en varias
ocasiones por diferentes miembros del Estado Islámico. “Querían saber si Steven
trabajaba para la CIA. Afirmaban que yo le pasaba información a cambio de 500
dólares. Me preguntaron si trabajaba con mujeres. Si era un buen musulmán. Y
cuando no les gustaban mis respuestas me golpeaban. Me volvían a preguntar lo
mismo y les volvía a contestar lo mismo, así que volvían a pegarme”.
Después de 14 días secuestrado,
los carceleros sacaron a Yosef y al resto de la escolta de Sotloff –el hermano
de Yosef y dos de sus primos– al exterior. “Nos pusieron en el suelo. Nos
obligaron a arrodillarnos. Pensé que ese era mi final. Que allí mismo nos iban
a pegar un tiro en la cabeza”, comenta, recordando a su amigo Sultan, quien fue
ejecutado por el Estado Islámico en una de sus cárceles. “Pero tuve suerte. Uno
de los carceleros me reconoció. Había combatido conmigo en Alepo. Sabía que
tenía contactos en la (katiba) Liwad Tawhid (hoy Frente Islámico) y no querían
iniciar una guerra porque aún no tenían el poder que tienen en la actualidad”,
comenta.
Así que los dejaron marchar. Los
abandonaron en mitad de la nada. Sin zapatos. Sin comida. Sin agua. Y con una
promesa que debían de cumplir. “Me hicieron jurar que jamás volvería a trabajar
para periodistas extranjeros porque la próxima vez no iba a tener tanta
suerte”.
Durante horas estuvieron vagando
por los campos de cultivo próximos a la ciudad de Alepo. “Hasta que paramos un
coche que nos llevó a la ciudad. Cuando entré en casa recuerdo qué abracé a mi
mujer… y me puse a llorar”, se sincera el joven sirio. “Conseguí salvar mi
vida… pero siempre me quedará grabada aquella imagen de Steven siendo
interrogado por los yihadistas. Si la CIA o el Gobierno de Estados Unidos hubiesen
contactado conmigo, es posible que Steven estuviese vivo. Yo sabía dónde
estaba. Quién lo tenía… pero nadie, nunca, me hizo caso”, se lamenta.
Yosef mira al pasado con
distancia. Sabe que jamás podrá volver a Alepo. “El Frente Al Nusra (la marca
de Al Qaeda en Siria) ha puesto precio a mi cabeza. Meses después del secuestro
volví a trabajar con periodistas extranjeros porque creo que eran los únicos
capaces de transmitir al mundo lo que pasa en mi país y volví a ser acusado de
trabajar para los servicios de inteligencia de medio mundo. Todos esos
ignorantes que piensan que los periodistas son espías han matado a la
revolución y han conseguido que el mundo nos dé la espalda”, asevera.
“Todos los sirios tenemos un
pequeño Bachar dentro… Ese ha sido el verdadero problema de la revolución.
Nosotros hemos acabado con ella”, finaliza este joven sirio que se llegó a
plantear subirse en un barco –junto con su mujer y su hijo recién nacido– para
llegar a Europa en busca de un futuro que parece que la vida le niega. Ahora,
trata de sobrevivir en Estambul haciendo trabajos esporádicos. Yosef es un
buscavidas. Le irá bien...
No hay comentarios:
Publicar un comentario