Privatizar el dinero, urgente
Forbes -
lunes, 1 de junio de 2015
Para ello, es necesario abolir los bancos
centrales, obligar a los gobiernos a la disciplina financiera y la competencia
bancaria sin red de protección estatal.
El dinero es una de las instituciones sociales
más importantes debido a que, al ser el intermediario general en los
intercambios, constituye una parte indispensable para el buen desarrollo
económico en lo general, y de la libertad de los seres humanos en lo particular.
Los orígenes del dinero pueden rastrearse desde
el primer intercambio que se dio entre dos personas, y que comenzó como un
trueque. Por supuesto, el crecimiento demográfico, la división del trabajo, las diferencias en las
habilidades y preferencias de las personas, etc. fueron complicando cada vez
más esos intercambios hasta, en muchos casos, volverse imposible.
La razón principal es obvia: el intercambio
directo entre mercancías implicaba que las partes intervinientes tuvieran que
coincidir en que sus deseos mutuos se correspondieran tanto en cantidad como en
la calidad del producto buscado. Desde luego, no faltó que la perspicacia de
algunos comerciantes les permitiera darse cuenta de que, en vez de un
intercambio directo forzoso, la utilización de una tercera mercancía de
aceptación general le permitiría también acercarse de manera indirecta a lo que
buscada.
Esa agudeza fue capaz de detectar la
conveniencia de comenzar a utilizar tal o cual mercancía como medio de cambio. La imitación de más y
más personas por lo conveniente de este sistema, permitió el nacimiento de
intermediarios generales, en una palabra, que dichas mercancías se convirtieran
en “dinero”. Su surgimiento fue un proceso privado, espontáneo y evolutivo, no
un fruto de la invención estatal.
No sorprende entonces que hayan sido dinero
desde hojas de té, la sal, granos de cacao, ganado, conchas de mar, etc. a lo
largo de la historia en diferentes latitudes.
El actuar constante de los comerciantes en el
mercado dio lugar a que aquellas mercancías con las mejores propiedades y
características fungieran como medio de cambio generalmente aceptado de manera
reiterada. No es casual pues que Carl Menger, fundador de la Escuela Austríaca
de Economía, destacara que los metales preciosos –oro y plata, terminaran convirtiéndose en dinero
en distintos lugares al mismo tiempo y en los mismos sitios en diferentes
momentos. Elementos como su atractivo para la joyería, ser maleables,
divisibles, dúctiles, resistentes y una demanda siempre insatisfecha, los
predisponía para ser encumbrados como dinero desde antes de que lo fueran.
El propio Menger destaca también el surgimiento
natural y espontáneo del dinero sin la mínima intervención del Estado.
Sin embargo, la historia está saturada de
ejemplos en los que justo ha sido la autoridad estatal –muchas veces en
contubernio con la banca, la que comenzó a corromper el dinero. Esto ocurrió
primero cuando comenzó a alterar de manera intencional el contenido de metal
fino en las monedas –hasta eliminarlo por completo, o cuando los bancos
comenzaron a emitir en demasía certificados que ya no tenían respaldo en
dinero, metal físico real.
En todos los casos, la codicia por las ganancias
bancarias y el desenfreno en los gastos públicos, concluyeron en esa corrupción
monetaria que derivó, tarde o temprano, en la debacle del sistema y hasta de
imperios que antes se creyó invencibles. La mayoría, por supuesto, es la que
padece las consecuencias.
Los incontables ejemplos en los que este
desenlace trágico ha llegado de manera irremediable, deberían ser suficientes
para que en la actualidad, todos fuésemos capaces de advertir los peligros de
la manipulación y del monopolio estatal del dinero. La complicidad Estado-banca
debe terminar.
La actual crisis financiera y económica de
escala global, es solo el más reciente botón de muestra de lo que ocurre cuando
aquella existe. Hace falta reprivatizar el dinero. Para ello, es necesario
abolir los bancos centrales, obligar a los gobiernos a la disciplina financiera
y la competencia bancaria sin red de protección estatal.
En la siguiente entrega explicaremos cómo sería
ese sistema monetario y bancario en ausencia de Estado, y desecharemos los
mitos de que siempre hace falta su “regulación”. El mercado libre ofrece los
mecanismos para que gobiernos y bancos actúen de manera prudente, y sobre todo,
para que el constante ciclo económico de auge y recesión provocado por la
intervención estatal, nos deje de una vez por todas.
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