La política es la fantasía más perversa:
Guillermo del Toro
Forbes - sábado, 17 de enero de 2015
Puede tener una mansión embrujada en California
y soñar con las ficciones de H.P. Lovecraft, coleccionar libros de vampiros muy
raros y recordar las portadas de la revista Duda. Pero se aterroriza de lo que
pasa en México, duda de los políticos y denuncia la corrupción que hoy observa
desde el autoexilio. El mexicano detrás de El laberinto del fauno, Hellboy y
Pacific Rim tiene miedo, y nos cuenta por qué.
Por Mariano Menéndez e Hiroshi Takahashi
Toronto, Canadá.- A Ian Gibson le impresionó el
recibimiento que le hicieron en México hace poco a su jefe, Guillermo del Toro.
“Le pasaban a los bebés para que los abrazara, le tomaban fotos; era como el
Papa”, dice el asistente del escritor y director mexicano. “Cuando les
preguntaba para qué querían la foto, los padres me decían que en el futuro sus
hijos entenderían con quién habían estado y se pondrían felices”.
Estamos en el piso 31 del Trump International
Hotel & Tower de Toronto. A las ocho en punto de la mañana, del sábado 6 de
diciembre de 2014, llegan Del Toro y su esposa al restaurante America. Los
empleados del hotel no protestan cuando les pedimos permiso para descargar todo
el equipo de los fotógrafos y comienzan a mover mesas para encontrar los
mejores lugares para retratarlo. Solamente piden que se haga lo necesario, sin
molestar a los clientes. Pero apenas y dos mesas están ocupadas. El lugar es
para nosotros.
“Cuando tengo que hablar con alguien, vengo a
esta torre”, dice Guillermo del Toro. “Siempre está solo en las mañanas, nadie
se levanta temprano aquí”.
Afuera, el viento te dobla de dolor, es un frío
que te hace rebotar los dientes. Adentro, rompemos el hielo con la anécdota que
nos contó Ian y le recordamos que hace poco vimos que en China lo recibieron
sus admiradores como estrella de rock; las filas interminables también se
formaron en Japón y los gritos ante su presencia se desbordan cada que pisa algún
escenario del Comic-Con International de San Diego. Guillermo cuenta que hace
muchos años se quedó cinco horas platicando con sus fans en una convención de
cómics en Los Ángeles. En aquél entonces platicaba entre cinco y diez minutos
con cada persona. Si hoy lo pudiera hacer, lo haría. Pero las filas lo
obligarían a quedarse semanas charlando con sus admiradores.
“Un amigo mío que es mago, mentalista, me dijo
una vez que somos artistas cada que conocemos a alguien, ésa será la única
impresión de esa persona sobre ti. Tienes que saber que parte de tu deber, como
artista, es que esa persona se lleve un buen recuerdo”.
Guillermo del Toro continúa trabajando en la
segunda temporada de The Strain, serie a la que le fue muy bien con FX. “Con un
poquito de suerte vamos por la tercera, la cuarta y la quinta, y ahí para la
serie. Entre tres y cinco temporadas es lo que le propusimos al canal”. Está
trabajando muy duro. “Estoy terminando Crimson Peak, El PicoEscarlata, una
historia de fantasmas, un romance gótico. Preparando una serie de animación y
hasta un libro que sale en julio”.
En medio de mucho trabajo nos recibe y habla
con soltura de todos los temas que se lanzan sobre la mesa. No le preocupa
incomodar, desde hace muchos años es totalmente independiente de cualquier
control gubernamental que se quiera ejercer sobre él. Vive más allá de México y
del mundo. Creando mundos paralelos en un pequeño cuarto de Los Ángeles al que,
promete, algún día nos invitará.
“El cuarto está siempre oscuro. Le construí un fondo
falso a la ventana. Yo lo diseñé, fue una cosita muy sencilla. Cuando íbamos a
poner la ventana, puse la ventana en el suelo y le aventé acrílico, y la dejé
que secara. La pusimos, la atornillamos y le eché un poquitito de espray, un
barniz mate, muy poquito. Entonces le puse dos proyectores teatrales atrás que
proyectan lluvia, y puse un sistema surround, que prendes y se oye la lluvia.
Así escribo y se ve padre. En Los Ángeles, en California, no hay lluvia, y yo
extraño que en Guadalajara sí llovía mucho”.
Éste es un fragmento del recuerdo que nos deja
el mexicano que triunfa en el mundo y que nos hace pensar que este país y sus
nuevas generaciones, a pesar de la “nube negra” que los cubre, tienen un futuro
brillante por delante.
Foto: Jason Gordon.
¿Está con muchas ganas de agarrar cómics que
están por ahí?
Sí, lo que pasa es que de chiquillo… yo me
acuerdo que era martes y era ir con mi abuelita al puesto de periódicos de
enfrente, íbamos al mercadito. Mi abuelita, que yo viví muchos años con ella,
me decía: ‘escoge lo que quieras’. Y los gustos se fueron relajando. Como mi
abuela se dio cuenta de que yo era muy raro, primero era Batman,Superman, luego
empecé a comprar Domingos Alegres…
¿Vaqueras no?
No, vaqueras no, esto era mucho antes, de
cuando era Editorial Novaro, cuando eran grandes, 32 páginas. Luego empecé a
comprar Domingos Alegres, empecé a comprar Fantomas, ya Fantomas era
cuestionable porque salían todas las Chicas del Zodiaco. Luego comencé a
comprar Tradiciones y Leyendas, y de los superhéroes lo que más me gustaba eran
los monstruos, la Criatura del Pantano, el demonio de Jack Kirby, todo eso. El
del puesto le fiaba a mi abuelita y me salía con montones de cómics.
Usted ya es un personaje de culto, ¿qué cree
que pasó para que eso sucediera?
Bueno, yo creo que la generación de gente que
populariza o revalúa la cultura popular en cierta forma es nuestra generación.
Nosotros llegamos en un momento muy concreto. Así como viene la primera generación
de cineastas formados viendo otro cine, yo creo que nosotros somos una
generación de cineastas que se formó viendo tele, cómics, media que en México
es alucinante. La cultura que teníamos accesible como niños en los 60 era
completamente internacional. Yo crecí viendo Astroboy, El Hombre deAcero,
Kimba, Leo el León, o sea, todas las caricaturas de Osamu Tezuka estaban
saliendo en México. No sé si eran baratas de comprar, accesibles, pero salían
al año o a los dos años de salir de Japón. Estábamos al día. Cuando hablo con
amigos japoneses no pueden creer que yo veía, por ejemplo, Fantasmagórico, que
se llama Ogon Bat en japonés. Puedes hablar de una cultura que está
completamente permeable a Godzilla, a Mothra, a las películas de la Hammer. En
México por alguna razón privilegiada teníamos acceso a toda esa cultura. Y
Editorial Novaro editaba todo DC [cómics].
Guillermo del Toro dice que la memoria visual
que tiene es muy fuerte. Aprendió a distinguir a los directores que participan
en las películas que vio de niño y recuerda las secuencias. Ayudó, además, que
México era un eje de la cultura popular por accidente.
Usted es visto como una persona normal, pero a
la vez extraordinario…
Lo que pasa es que yo no estoy muy a favor del
mito de que los directores son gente inaccesible, como ajedrecistas del cine.
Yo creo que lo que es muy bonito es que, a veces, es más bonito reconocer que
las cosas interesantes o extrañas son compatibles con una vida normal. Son
hechas por personas como nosotros. A mí me interesa más saber que las pirámides
de Egipto las hicieron personas, a saber que fueron los extraterrestres, con
rayos antigravitacionales. Eso no me parece nada interesante. Me parece
interesante pensar que es una labor humana. El cine mitologiza mucho a los
directores como ajedrecistas del cine. Yo he estado al lado de grandes
directores en los momentos de oscuridad, de sudor, de duda, y estás a un lado
de ellos y yo he visto grandes películas formarse por accidente, en los
momentos de flaqueza. Pienso que es como cualquier arte o el deporte, lo que es
emocionante en el deporte es el momento humano, el momento en que un gran
jugador pierde un gol, o el momento de debilidad de un campeón de boxeo.
¿Con qué director se identifica?
A mí me gusta muchísimo Hitchcock y Buñuel, son
los más cercanos a nivel emocional. Buñuel porque toda la vida, desde niño,
soñé con conocerlo. Sabía que vivía en México, en el D.F. Soñaba con conocerlo.
Justamente Emilio García Riera, Arturo Ripstein y Alberto Isaac, los tres estaban
armando una cita para que yo conociera a Buñuel. Me decían: ‘Ora que vengas en
noviembre y no sé qué…’ Murió Buñuel antes de que yo lo conociera. Me
identifico con él porque creo que vivía una vida muy hogareña, que era un
hombre que en su casa tenía una vida bastante clase media o normal, pero su
cabeza vivía en un lugar muy raro. O sea, mi cabeza vive en un lugar muy raro,
pero en la casa vivimos una vida muy normal.
Un lugar recurrente en sus historias son los
niños.
Sí, los niños, porque todo el imaginario que
tengo, absolutamente todo, se me formó cuando era niño. Te hablaba del puesto
de periódicos, bueno, el puesto de periódicos en Guadalajara, en la esquina de
Pedro Moreno y Robles Gil, en esa esquina, ese puesto empezó a llevar la
revista Duda, la revista Duda, lo increíble es la verdad. Yo creo que tengo más
de 350 números todavía.
¿Todo lo guardaba?, se le pregunta pero su
esposa responde: “Todavía lo guarda”. “Todo”, remata Del Toro. “Tengo como 500
Fantomas, un montón de Familias Burrón. Duda, por ejemplo, fue el portal para
todo lo esotérico. Empecé a leer libros de vampirismo, libros de ufología. Me
abrió esa imaginación, todo pasó de niño. Yo cuento, y es verdad, que la
mayoría de los libros que leí, los leí entre los siete y los 15 años, fue
cuando leí más. Leía un libro cada día; era libro, libro, libro… y después, ya
de grande, leía dos a la semana. Ahorita estoy leyendo otra vez, con mejor
ritmo, por el iPad. Yo pensaba nunca leer en iPad, y ahorita me permite traer
los libros conmigo.
Más de la infancia. Guillermo del Toro dice que
si se observan bien sus películas, se darán cuenta de que la imagen de los
niños en la guerra es muy importante, porque es completamente una visión
diferente a la que tienen los adultos.
“Tú como niño ya estás en un mundo que no
entiendes. Desde que eres niño estás en un mundo cuya escala es muy grande para
ti. Si tú te fijas, la cámara yo la muevo como un niño, la muevo como un niño a
partir de Mimic, pero incluso en Cronos, la muevo como un niño que está mirando.
Está siempre moviéndose como para ver mejor, y está casi siempre abajo de la
barbilla de los personajes, la altura del lente siempre más baja. Hay una
mirada como que busca, el azoro de la infancia lo trato de capturar así”.
Las grandes tragedias de las guerras, para él,
siempre serán los niños. “Ni siquiera pueden entender la política, que es
justamente la fantasía más perversa”.
¿La política?
Sí, la gente me dice, la fantasía es un género
menor. Pero realmente las fronteras son fantasía, el pasaporte es una fantasía,
la geografía es una fantasía…
El dinero…
El dinero es una fantasía. O sea, fantasías que
aceptan los adultos como algo común y que entonces las aceptan como racionales,
pero son completamente irracionales.
¿Cómo ve a México desde afuera?
Justamente a nivel creativo me parece que es
donde está la gran esperanza mexicana, en la creatividad de la gente. Yo creo
que tenemos un país convulsísimo políticamente, pero un país donde la gente y
el espíritu nuestro es lo más valioso que tenemos.
Guillermo del Toro estuvo recientemente en
México por El libro de la vida (Jorge Gutiérrez, 2014), y conoció a una comuna
de animadores que contactó por Kickstarter. Les hizo una donación y les
escribió una cita. Estaban haciendo una animación que se llama Revoltoso. Lo
sorprendieron y los sorprendió. En el D.F. desayunaron y le mostraron su
admiración, le agradecieron ser contactados por la página de donaciones que
dispara proyectos independientes. Ése es apenas un ejemplo. Dice que también
está Celso García, alguien que conoció porque fue jurado en un concurso de
cortos en Guadalajara. O Jorge Gutiérrez, que hizo El libro de la vida.
“Tenemos una creatividad enorme, desbordada, gigante”. Destaca: “La creatividad
mexicana es una de esas pocas cosas que todavía podemos celebrar”.
¿Cómo ves el apoyo del gobierno para fomentar
que haya más «Guillermos», muchos más «Cuarones», más «Negros»?
Yo empecé realmente a trabajar de manera más
formal en el cine a los 16-17 años. Filmé la primer película a los 27-28,
entonces en esos diez años que yo estuve a caballo entre lo amateur y lo
profesional, digamos, hubo tantos cambios, porque México cambia… cambiaba sexenalmente.
Ahorita creo que hay una suerte de nube negra que mantiene la narcopolítica,
mantiene una suerte de estancamiento, ya no viene el cambio sexenal tan fuerte,
es una cosa gradual y oscura. En esos diez años yo pasé por cambio de sexenio y
el cambio era enorme. Tenías un cambio de López Portillo, De la Madrid o
Echeverría, cada uno de esos gobiernos tenía una política cultural diferente, y
en algunos casos, completamente antagonista al cine.
Entonces veías, por ejemplo, los intentos de
destrucción del cine, la quema de la Cineteca, y al mismo tiempo te dabas
cuenta de que en la comunidad de cineastas había una gran solidaridad. Y la
sigue habiendo. Yo sigo produciendo primeras películas al día de hoy. Las
instituciones creo que son necesarias, pero poco fiables. Lo más importante es
la solidaridad en la gente que hace cine. El escritor dice que Cronos (1993),
por ejemplo, tardó más de lo normal en salir. Había ciertas partes del gobierno
que no simpatizaban con él. “Cómo vamos a financiar una película de vampiros,
mano”, le decían. Él entendió que es difícil para las instituciones entender la
diversidad de voces. “Pero perfecto o imperfecto, el apoyo gubernamental es
necesario”. Cuando acabó Cronos rememora que debía 250,000 dólares. Su esposa
lo voltea a ver y sonríen. Fueron días difíciles.
Muchos creen que si se hubiera quedado en
México no sería el Guillermo del Toro que hoy conoce el mundo.
Yo me hubiera quedado en México feliz. Yo creí
que Cronos iba a facilitar las cosas y no fue así.
¿Cómo hizo para saltar de ahí a convertirse en
un director internacional?
En su momento, cuando Cronos ganó la semana de
la crítica, era la primera vez, en cerca de 30 años, que una películamexicana
ganaba algo en Cannes. Después, Amores perros [Alejandro González Iñárritu,
2000] ganó el mismo premio. Pero en el momento en que lo gana, era una cosa
rara. Y ganó, recuerdo, entre [premios] Arieles, esto y lo otro, veintitantos
premios. Cronos en su momento fue mucho. En Estados Unidos tuvimos buenas
críticas, en las dos Costas, algo muy importante en aquélla época. Pero
recuerdo trágicamente una cosa, mi mujer estaba ahí cuando pasó: en el
periódico, en los días en que iba a salir el review de Cronos, justamente es el
momento en que matan a Colosio. Para mí fue el comienzo de la época más oscura
que estamos viviendo ahorita.
Foto: Jason Gordon.
¿De la nube negra de la que habla?
Sí. Estabamos leyendo la crítica en el
periódico y veíamos la portada y decíamos: algo se acabó. Algo, no sabíamos
qué. Pero teníamos la sensación clarísima de que algo, el modelo perfecto o
imperfecto que existía en México ya estaba roto, que nadie lo iba a poder
rearmar.
Justamente en Cronos, trataba yo de hacer una
película post Tratado de Libre Comercio de vampiros y tuvo su repercusión en
Estados Unidos. La vieron los Weinstein y Bob me llamó para hacer Mimic [1997]
como un cortometraje. Empecé al mismo tiempo a trabajar en otras películas.
Cuando yo llegué a mi primera junta en los Estudios Universal (¡Todavía guardo
el papelito del estacionamiento!), llegué y me dijo la ejecutiva: ‘te queremos
encargar el guión, pero te podemos pagar sólo lo mínimo’. ¡Y cuando me dijo
cuánto era lo mínimo dije dónde firmo! Cuando me dijeron eso, dije: ‘Me tardo
tres cuatro años en pagar la deuda’. Y efectivamente me tardé eso. Me empezaron
a encargar guiones diferentes estudios. Tuve la junta con Weinstein y lo empezamos
a desarrollar como un cortometraje, que iba a ser una película hecha por cuatro
historias de media hora. Y les gustó tanto que dijeron ‘hay que hacerlo
largometraje’. Les dije ‘no creo que dé’. Al día de hoy, sigue siendo la peor
experiencia de cine que he vivido, porque en México no hay problemas con el
control creativo. En cambio en Mimic hubo mucho conflicto con el control
creativo.
Aprendiste…
Es cuando aprendí la palabra más importante en
el quehacer cinematográfico, que es la palabra “no”. Porque en México todo lo
hacemos con un sí. O sea, realmente haces cine porque tus cuates te ayudan a
hacer cine. [Alfonso] Cuarón o el Negro [Alejandro González Iñárritu], el
“Chivo” [Emmanuel Lubezki], todos somos cuates y te ayudan. Yo le hacía los
maquillajes gratis al Cuarón, o leía sus guiones y le daba ideas, o él leía mis
guiones. En fin, actué en Hora marcada en un guión que escribimos juntos y que
él dirigió. En cambio acá era un asunto de poder, porque con el dinero viene el
poder y con el poder viene el conflicto. Y eran un montón de grillas,
afortunadamente para mí como mexicano, había aprendido de grillas y sobreviví.
Fue una experiencia muy dura.
¿Cuándo regresa a México a trabajar?
Bueno, yo como productor he seguido activo en
México, desde Cronos hasta ahorita.
¿Pero no hay una historia que quiere filmar
allá?
Yo tenía una historia que quería, mucho, hacer
en México. Se llamaba Plata, era de un luchador retirado, que tenía la rodilla
rota y se metía de guarura de políticos, y se daba cuenta de que los políticos
eran vampiros. Pero esto era en un tiempo mucho más ingenuo. Él se ponía la
máscara de regreso y empezaba a matar políticos. A ese personaje lo metí en las
novelas de The Strain, en la segunda novela sale El Ángel de Plata, es diferente
pero es el mismo personaje. Ahora, en la segunda temporada, dirijo los
capítulos en blanco y negro de las películas originales del Ángel de Plata.
Enmascarado, con las vampiras en bikini. Había un cuento de Agustín Yáñez que
me gustaba mucho [un cuento] que se llama “Gota serena” [en Tres cuentos,
Joaquín Mortiz], me encanta Al filo del agua [Porrúa], me hubiera gustado mucho
dirigir cosas digamos en territorio de Juan Rulfo, en el territorio de los
campos secos con polvo que rasca la garganta, polvo pardo que araña la
garganta, las playas de Sayula… Pero es una carrera que ya nada más puedo
fantasear.
¿Por qué?
Porque es muy difícil para mí, después del
secuestro de mi padre, volver a México y publicar una hoja de llamado de rodaje
en donde se diga: al señor Del Toro lo recogen a la 5:30 de su casa, llega al
set a las 7:30, se sale a las 17:00 horas. O sea, en un rodaje de cine están
planeados y publicados exactamente todos tus movimientos. [Es la primera vez
durante la charla que el tono de voz de Guillermo del Toro se endurece, se pone
serio, guarda la sonrisa].
¿Ya no confía en México?
No, no confío en la idea de estar en un rodaje
de 70 días con miedo. Es absolutamente irreal para mí.
¿Está enojado con México?
Para nada, al revés, yo extraño muchísimo
México. Pero lo peor que le puede pasar a un paranoico es que tenga la razón, y
a mí, en el momento en que pasa lo que pasó con mi papá, yo tengo absolutamente
que tomarlo como una realidad y sí, soy cineasta, pero soy jefe de familia. Soy
esposo, soy padre, antes que nada. Sabiendo cómo un rodaje de cine es,
profundamente público, profundamente accesible… Y te digo la verdad, ir a rodar
a México, con un cuerpo de seguridad, qué cosa tan espantosa. Es imposible y qué
cosa tan espantosa.
¿Acá qué coche maneja?
Una camioneta normalita, 4×4, que renta la
película, de señora que recoge niños en la escuela. De hecho, era la de mi
señora, me dijo ‘cámbiamela, está muy grandota’.
¿Usted sigue mucho las noticias de México?
Sí.
¿Y las notas de la «Casa Blanca»?
Para mí lo que pasa es que la situación ahorita
rebasa ya los límites que yo conocí cuando vivía allá. Nosotros nos salimos al
principio del desmoronamiento, de la descomposición, hay cosas absolutamente
incomprensibles. La dimensión de la violencia es alucinante. Entonces, en medio
de todo esto, también los descubrimientos de corrupción que parecían
extraordinarios en los 80 son como cándidos ahorita. Te lo voy a decir, más
allá de la “Casa Blanca” o cualquiera de las puntuales anécdotas: lo que es
aterrador es que antes tenías una intersección entre poder y corrupción. Se
aceptaba como una forma de funcionamiento en el país. Decías, hay que dar
“mordida”, todo el mundo hablaba de una intersección entre lo que era y lo que
debería ser. Lo que era, una realidad corrupta, afectada por la ocasional
excepción moral a través de pagos de dinero. Ahorita lo que pasa es que están
fusionados. La corrupción es la forma de gobernar. Es la fusión entre crimen
organizado y gobierno, absolutamente está tejida de una manera que realmente me
aterra porque es sistémica.
Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro
González Iñárritu hicieron mucho ruido en el MoMA por la desaparición de 43
estudiantes en México.
Le dimos lectura a un texto bastante extenso.
Realmente, lo que queríamos, era que la gente entendiera en ese momento lo que
estamos viviendo. Lo que a mí me asusta de hablar de cada caso, es que cada
caso fuera el escándalo, y no. No es el escándalo de una casa, es sistémico. No
es que hayamos descubierto una cosa de excepción. Es sistémico. Es sistémico a
un punto que yo veo un ajedrez político, mirando hacia un abismo.
¿Y dónde ve la solución?
Lo único que nos queda es confiar como
ciudadanos, unos en los otros. A mí, realmente, a estas alturas confiar en un
cambio que venga a nivel gobierno es profundamente ingenuo. Es la ciudadanía.
Es el movimiento civil y no tener miedo de decir, qué importa si eres
carpintero o cineasta, tienes que levantar la voz. Tienes que decir que no
puede continuar esto así. Yo sí creo que un gran país tiene más posibilidades
de existir con grandes ciudadanos, que pensar que un gran país viene de un gran
gobierno.
¿Te aterra?
Lo que me aterra es que hay una falta de
cuestionamiento. Ya no tiene proporción humana la corrupción. Déjame ponerlo
así: cuando oías que Durazo se fabricaba un Partenón, tenía una dimensión. Una
cierta dimensión. Eran crímenes horripilantes que culminaban en la construcción
de un Partenón. Pero ahorita preguntas cuánto es suficiente, cuánto es
suficiente para saciar esa corrupción. ¿Hasta dónde? Estás hablando de poder,
cuando el dinero se convierte en poder, pierde su dimensión. Tú como individuo
puedes entender 50,000 dólares. Como individuo puedes entender 100,000 dólares
y el efecto que tendrían en tu familia. Si me das 20,000 dólares entiendo
perfecto qué efecto va a tener en mi familia. Hago esto, hago lo otro. Puedes
entender un millón de dólares. Pero cuando ya hablas de cifras que se traducen
exclusivamente en tráfico de poder, es de una proporción que escapa a las
soluciones de las que yo puedo hablar. Hay una cultura de maldad en esta hambre
de poder que es casi incomprensible.
Los mexicanos están muy despiertos…
Exactamente. Alfonso y yo tratamos de decir que…
Alfonso lo dijo muy claro, me pareció perfecto cómo lo fraseó, él dijo: “No es
mi voz la que importa, es sumarnos, sumarnos a las voces”. Hablábamos de
hacerlo antes o después, y dijimos que teníamos que hacerlo en el MoMA [The
Museum of Modern Art, en Nueva York]. Pensamos muy bien dónde hacerlo. Ni él ni
yo tenemos social media. Yo no estoy ni en Twitter ni en Facebook ni en nada de
eso, y me parece que la dimensión de la desaparición de los estudiantes no
puedo comentarla en 100 palabras o no sé cuántas son. ¡No puedo!
¿El futuro de México se ve peor, no?
Por un lado, pero por otro, a mí me parece que
cuando vez a un país políticamente despierto, que viene de una tragedia
absolutamente terrible, yo creo que la esperanza está en la ciudadanía. La
esperanza está en la protesta y en decir que ya no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario