Expertos: hay que prepararse para el
estancamiento
América Economía - jueves, 22 de enero de
2015
Luego de que 2014 llegara a su fin, la
debilidad de la economía mundial se mantiene. Tal vez sea posible ver signos de
recuperación en Estados Unidos, pero la Eurozona corre el riesgo de seguir los
pasos de Japón rumbo a la recesión y los mercados emergentes se preocupan
porque sus estrategias de crecimiento basadas en las exportaciones los han
dejado vulnerables al estancamiento en el extranjero. Considerando las escasas
señales de que 2015 pueda traer alguna mejora, los responsables de diseñar las
políticas harían bien en entender los factores que subyacen al anémico
desempeño económico mundial y a las implicaciones de su sostenida debilidad.
En palabras de Christine Lagarde, directora
gerente del Fondo Monetario Internacional, estamos experimentando la “nueva
mediocridad”. Esto implica que el crecimiento real es inaceptablemente bajo
respecto del potencial y que se puede hacer más para incrementarlo,
especialmente si se considera que algunas grandes economías están coqueteando
con la deflación.
La sugerencia de la política convencional insta
a intervenciones monetarias innovadoras, bautizadas con un creciente conjunto
de siglas, incluso cuando se reprende a los gobiernos para que gasten en
necesidades “obvias”, como la infraestructura. Se reconoce la necesidad de
reformas estructurales, pero habitualmente se las considera dolorosas y
potencialmente negativas para el crecimiento en el corto plazo. El foco se
centra entonces en el estímulo monetario y fiscal, tanto como sea posible,
dados los efectos amortiguadores del exceso de deuda.
Y sin embargo, la eficacia de esos consejos aún
no ha sido demostrada. Vale la pena destacar que los japoneses marcaron cada
elemento de la lista durante las últimas dos décadas: mantuvieron bajas las
tasas de interés, introdujeron la flexibilización cuantitativa y lanzaron un
gasto masivo en infraestructura financiado con deuda, sin embargo, pocos
sostendrían que Japón se ha recuperado completamente de su malestar.
Está surgiendo una narrativa que podría
explicar mejor por qué los esfuerzos de estímulo no han tenido éxito: como
sostuvo el exsecretario del Tesoro de EE.UU. Larry Summers, es posible que la
economía mundial esté atravesando un período sostenido de “estancamiento
secular”.
Las causas del estancamiento dependen en gran
medida del economista a quien se pregunte. Summers enfatiza que la demanda
agregada es inadecuada, algo exacerbado por la incapacidad de los bancos
centrales para reducir las tasas de interés nominales por debajo de cero. Los
motivos que explicarían la debilidad de la demanda agregada incluyen el
envejecimiento de la población, que ahora consume menos, y la creciente
concentración de la riqueza entre los muy ricos, cuya propensión marginal a
consumir es baja.
Los economistas Tyler Cowen y Robert Gordon,
por otra parte, sostienen que el problema reside en la oferta. Para ellos, los
años posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron una aberración: el
crecimiento de los países industriales fue ayudado por la reconstrucción de
posguerra, aumentaron los niveles educativos, crecieron las tasas de
participación de la población activa (debido al ingreso de la mujer al mercado
laboral), se recuperó el comercio mundial, aumentó la inversión y la difusión
de tecnologías como la electricidad, los teléfonos y los automóviles.
Independientemente de las causas, el
crecimiento comenzó a perder fuerza en la década de 1970 y a las consecuencias
negativas, como las elevadas tasas de desempleo entre los inmigrantes y los
jóvenes, se sumó la creciente conciencia de que los gobiernos tendrían
dificultades para cumplir sus promesas de seguridad social. Esas promesas, dice
el sociólogo Wolfgang Streeck, se hicieron en la década de 1960, cuando las
economías crecían vertiginosamente y las visiones de una “gran sociedad”
parecían alcanzables. Desde entonces las promesas han incorporado aumentos de
las pensiones y compromisos de atención sanitaria de ancianos para los
trabajadores del sector público.
Para cumplir sus obligaciones, los gobiernos
necesitaban crecimiento. Desde la década de 1970 en adelante comenzaron
entonces a gastar para estimular la economía. Debido a problemas del lado de la
oferta, sin embargo, el gasto se tradujo en una espiral inflacionaria. Debía
recuperarse la estabilidad de los precios, pero también había que mantener el
gasto. La solución final fue financiar el gasto con deuda en vez de impuesto
inflacionario: primero con deuda pública y luego, a medida que los gobiernos
recortaron sus déficits, con deuda del sector privado. En 2008, estos elevados
niveles de deuda —en bancos, empresas, hogares y gobiernos— dispararon la
crisis financiera.
Actualmente, la deuda dificulta a los países
recuperar las tasas de crecimiento previas a 2008, por no hablar de los niveles
de PBI que se hubieran logrado si la posterior Gran Recesión no hubiera tenido
lugar. Mientras tanto, los coeficientes de deuda total/PBI de los países
industriales continúan creciendo.
En los mercados emergentes, el lento
crecimiento en las economías avanzadas ha eliminado una vía de desarrollo
tradicional: el crecimiento basado en las exportaciones. Por ello, los mercados
emergentes han debido recurrir una vez más a la demanda interna. Esta siempre
es una tarea difícil, por la tentación de sobreestimular.
La abundancia de liquidez que fluye en el mundo
—resultado de las políticas monetarias ultraacomodaticias de los países
desarrollados— ha dificultado aún más la tarea, ya que el más ligero signo de
crecimiento en una economía emergente puede atraer al capital extranjero. Si no
son adecuadamente gestionados, estos flujos pueden precipitar un boom del
crédito y del precio de los activos e impulsar al alza los tipos de cambio.
Cuando eventualmente se ajustan las políticas monetarias en los países
desarrollados, es probable que parte del capital los abandone. Los mercados
emergentes tendrán que asegurarse de no ser vulnerables.
Ciertamente, las perspectivas económicas
mundiales podrían mejorar: EE.UU. podría convertirse en el motor del
crecimiento mundial; la caída en los precios del petróleo podría proporcionar
un impulso significativo, especialmente para las economías desarrolladas
importadoras de petróleo, y los avances tecnológicos aún podrían venir al
rescate. Pero, en términos generales, hay una palpable sensación de pesimismo
en el mundo desarrollado, la sensación de que es improbable que el crecimiento
se recupere en el futuro cercano. Si el estancamiento secular continúa, estos países
tendrán que encarar dolorosas reformas estructurales, encontrar la manera de
reestructurar sus promesas (deudas, compromisos de seguridad social y promesas
de mantener bajos los impuestos) y distribuir la carga resultante.
Después de que la ciudad de Detroit se declaró
en quiebra en 2013, debió tomar difíciles decisiones, entre pagar a sus
jubilados o su deuda, mantener abiertos sus museos o intacta su fuerza
policial. A medida que nos adentramos en 2015, es posible que decisiones
igualmente difíciles se tornen cada vez más frecuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario