¿Qué tan necesario es un consejero? Los
británicos ya lo saben
FORBES- 6 de Julio de 2016
Un consejero es necesario por ser
una mirada fresca que puede dar un punto de vista distinto. Pero parece que hoy
le tememos a las diferencias.
No hay duda, en los negocios y el
terreno profesional, las pasiones, las emociones, las intuiciones juegan un
papel preponderante. En muchos casos, sentimientos y sensaciones son las
fuerzas que guían a millones de personas al momento de tomar decisiones.
La primera impresión, lo sabemos,
nos acompaña más allá de la razón. La suspicacia nos apadrina y la confianza
excesiva nos llega a sorprender. Los más flemáticos caen en las redes
seductoras del botepronto, y es que al calor de la acción, las vísceras son
poderosas y pueden llegar a ganarle al cerebro. Ahí es necesaria una figura que
tenga el corazón en calma y la cabeza fría.
Desde las organizaciones más
pequeñitas hasta los proyectos más intrincados precisan un consejero. Siempre
se requiere de alguien que pueda dar una visión objetiva de las cosas y no puede
ser cualquiera, sino una persona —o grupo de ellas— que pueda disentir, opinar
en contrario, que se haga escuchar y que pueda discutir sin temor a represalias
por parte del jefe, el líder del proyecto o el emprendedor.
Dentro del equipo de trabajo no
es fácil encontrar a alguien con esas características, no sólo por cuestiones
naturales de miedo, sino porque un integrante del bloque está inmerso en la
situación que le puede restar objetividad.
Hasta los más flemáticos se dejan
llevar por el calor del momento. Basta volver la mirada al Reino Unido y lo que
sucedió con el Brexit para dar cuenta de ello. Una serie de reacciones de lo
más sorprendentes sucedieron después del referéndum.
Primero: Las consultas más
recurrentes después de conocer la voluntad británica de dejar Europa fueron
sobre qué es la zona económica europea y sobre las consecuencias de dejarla.
Los votantes, azuzados por quienes apoyaron la medida, y asustados por los
discursos que generaron un entusiasmo irracional, eligieron sin entender las
consecuencias de su elección.
Segundo: Los líderes que horas
antes elevaban el puño contra Europa y que durante meses estuvieron
despotricando frente a cámaras y micrófonos, al conocer el resultado apenas
balbuceaban su victoria.
Tercero: Los electores, al
enterarse de las consecuencias, salieron a la calle arrepentidos de su
sufragio.
La flema inglesa se tropezó y se
dejó llevar por la emoción. No hubo quien los llevara a cuestionar la
factibilidad de que la inmigración bajara, de los huecos institucionales que se
generarían, de las oportunidades que se perderían. Con la euforia, nadie
entendió que el monto de dinero que el Reino Unido envía a Europa es menor de
lo que decían los proBrexit.
Pocos escucharon las advertencias
de los expertos, entre ellos muchos Premios Nobel. Incluso David Cameron se
dejó llevar por su propia percepción y pensó que no había forma en que el
referéndum le fuera adverso.
¿Quién se atreve a contradecir al
primer ministro, o al jefe, o al dueño? Si hubiera habido una figura que
pronunciara palabras serenas y prudentes, y se hubiera hecho escuchar, hoy la
gente no estaría protestando en las calles de Londres.
Algo similar sucede con Donald
Trump: es un maestro en inflamar emociones. Si hacemos un recuento de las
afirmaciones de este hombre, podemos darnos cuenta de la fragilidad de sus
propuestas. Sin embargo, sabe enardecer el entusiasmo de los votantes. Es tan
increíble ver que hasta tiene simpatizantes latinos que se verán afectados por
las propuestas.
En el caos brota el sinsentido.
Las promesas de protección, las reivindicaciones, las diatribas forman un
paquete irresistible que encanta. Sus palabras van directo a las sensaciones y
no a las razones. Si alguien no explica a los enardecidos las consecuencias de
cumplir lo que se ofrece, pronto veremos caras desencajadas y ojos llorosos,
como los que se ven en el Reino Unido. ¿Cómo llegamos hasta aquí?, se preguntan
en la resaca del siguiente día.
Los ejemplos abundan. Hemos visto
situaciones similares en Italia, España, Grecia, Venezuela, México y en
cualquier lugar donde se busque impactar a partir las inquietudes. No hay ruta
más eficiente que la del miedo. Y no hay mejor remedio para las inquietudes y
los sustos que la razón y el análisis de la información. Los datos importan:
son la forma de revelar la falsedad de las afirmaciones. Todos tenemos derecho
a llevar agua a nuestro molino, es decir, a defender nuestros intereses, sin
embargo, es a partir de la investigación que debemos sustentar la toma de
decisiones.
Igual que los entusiastas
políticos que presumen soluciones maravillosas, nos topamos con emprendedores
apasionados que no le temen al vacío del acantilado. ¿Cómo se van a detener si
tienen un grupo de porristas que les aplauden mientras caminan al desfiladero?
Muchos de los descalabros empresariales pudieron ser evitados si una voz
profesional hubiera advertido lo que otros no vieron o no fueron capaces de
advertir. Un consejero es necesario por ser una mirada fresca que puede dar un
punto de vista distinto. Pero parece que hoy le tememos a las diferencias.
La opinión de un externo puede
ayudarnos a ver la utilidad de ciertos procesos, la veracidad de los datos, la
justeza de los pronósticos. Puede ser quien dé una opinión que nos haga ver que
el producto que queremos lanzar al mercado no funcionará para lo que teníamos
previsto sino para otra cosa.
Coca-Cola iba a ser un remedio
para el estómago. Y en el siglo XVII, el químico alemán Henning Brand buscaba
cómo mezclar diversos elementos para conseguir así oro, una obsesión de mucha
otra gente a lo largo de la historia.
Por supuesto, no logró este
propósito, pero un día en 1669 obtuvo una sustancia blanca y luminosa, que se
encendía al entrar en contacto con el aire. Había descubierto el fósforo por
casualidad. No obstante, si hubieran permanecido en la línea original, jamás
hubiéramos contado con el refresco más famoso del mundo o con los útiles
cerillos.
Un consejero nos puede ayudar a
ver lo que la ceguera de taller no nos permite vislumbrar. Un consejero o una
junta de consejo nos pueden evitar procesos dobles, nos da opiniones valiosas,
nos previene de peligros en el camino, nos ayuda a ahorrar recursos. No
obstante, no es una figura muy popular. Los emprendedores tienen miedo de que
sea un gasto innecesario o que represente un egreso difícil de afrontar. Muchos
empresarios ven la salida de dinero y desestiman las posibilidades de esta
figura. Además, hay muchas personas a las que no les gusta que se les
contradiga.
Un consejero no es un contreras
al que se le paga. Es un profesional que sabe argumentar sobre bases sólidas.
Es alguien que da razones y justifica sus opiniones. Es un experto que está
dispuesto a demostrar –con datos en la mano y con información suficiente– por
qué piensa de determinada forma y no de otra. Un buen consejero se apoya en
hechos y evidencia dura, deja a un lado la agitación, no se turba ni permite
que se le nuble la vista. No discute a lo tonto y no compite. Expresa su
parecer y advierte sobre riesgos y amenazas. También dimensiona con objetividad
las fortalezas y oportunidades. No sobredimensiona los escenarios. Es imparcial
y se aleja de apreciaciones personales y subjetivas.
Un consejero es necesario porque
representa esa voz que nos dice algo que tal vez ya sabíamos pero que ha
quedado ahogada en las turbulencias que provocan las emociones. Es una figura
imprescindible para dimensionar adecuadamente las hipótesis y reducir riesgos
innecesarios. Hacen falta esas voces de serenidad y prudencia.
Queda claro que en Gran Bretaña se
les echa de menos: hay que ver las manifestaciones en las calles. Hace falta la
recomendación de sensatez en Estados Unidos para los votantes. Se precisa de
objetividad para caminar con los pies asentados en el suelo. Un consejero
aporta buen juicio y reflexión, lo cual trae claridad en tiempos turbulentos.
Eso es lo que se requiere para decidir bien. Por ello un consejero es muy
necesario.
Cecilia Durán Mena- le gusta contar. Poner en secuencia números y
narrar historias. Es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en
temas de Alta Dirección. También es escritora.
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