Ana Lilia Pérez desvela las historias secretas
de los militares
FORBES- 30 de Julio de 2016
Cada año, más de 450 militares
son hospitalizados por enfermedades mentales, cita la escritora en ‘Verdugo’,
libro en que aborda un tema crucial para entender el clima de inseguridad y
vulnerabilidad que oprime a la sociedad: la actuación del ejército mexicano.
Era ya el final de nuestra
conversación, cuando Ana Lilia Pérez me dijo que quería dejar algo muy en
claro: este libro no está en contra de una institución; es decir, no se critica
la existencia de una institución como lo es la del ejército mexicano. Como
periodista y como ciudadana, creo en las instituciones. Pero también creo que
cada una de éstas debe tener una revisión para mejorar. Debe, además, rendir
cuentas a la sociedad.
Luego de una hora o algo así, la
charla nos había llevado a ese punto. No sin razón. En Verdugos, su nuevo
libro, la escritora aborda un tema crucial para entender el clima de
inseguridad y vulnerabilidad que oprime a la sociedad: la actuación del
ejército mexicano durante los últimos años… De hecho, el subtítulo de este
trabajo lo explica aún mejor: Asesinatos brutales y otras historias secretas de
militares.
Por medio de un estilo que amalgama periodismo
narrativo, crónica y reportaje, Ana Lilia Pérez examina a detalle la violencia
estructural de las filas castrenses, cuestiona la impunidad en numerosos casos
en los que se ha permitido que militares infrinjan la ley y violen los derechos
humanos, y que ataquen a la población civil sin que haya alguna consecuencia
judicial.
Desde luego es un tema complejo,
en un contexto aún más complejo, si cabe. Tan sólo en los últimos meses, el
ejército mexicano ha acaparado varias notas y reportajes periodísticos, desde
su papel (activo o pasivo) en Ayotzinapa, pasando por el caso Tlatlaya, hasta
su protagonismo en el reciente informe de la organización Open Society.
Eso, sin olvidar la primera
disculpa pública por un abuso cometido por soldados —recordemos: el secretario
de Defensa, Salvador Cienfuegos, pidió disculpas a la sociedad por la tortura
cometida contra una civil en Guerrero, que fue difundida en redes sociales—
hasta el reportaje que le dedicó The New York Times —retratando al ejército
mexicano como el más letal del mundo, o uno de los más letales, y subrayando la
evidente impunidad de la que goza.
De hecho —como escribe la propia
Ana Lilia a manera de prólogo—, el origen de este libro se remonta a agosto de
2003, cuando se reunió con Bruce C. Harris —director para Latinoamérica de la
agencia Covenant House—, quien le contó la historia de Delmer Alexander y José
David, dos jóvenes centroamericanos que en su travesía indocumentada hacia
Estados Unidos, a su paso por México fueron asesinados a sangre fría por un
militar que los cazó (sin ningún motivo aparente) en un terreno despoblado de
Coahuila; el británico llegaba de misión a la sede de la ONG en la Ciudad de
México, que da albergue a niños en situación de calle de las zonas más
violentas.
Bruce tenía sólo algunos datos y
muchos hilos sueltos. ¿Qué había de particular en esos delitos y por qué una
organización internacional buscaba llevar al Estado mexicano y su ejército ante
cortes que juzgan crímenes de lesa humanidad?
—Eso lo entendí a medida que fui
investigando y reconstruyendo la historia de la muerte de estos dos jóvenes —me
dijo Ana Lilia, aquella mañana que nos encontramos—. Este libro es un intento
por rescatar la memoria de estas víctimas, de estos jóvenes centroamericanos, y
de tanta gente que ha sido víctima de aquellos miembros de las fuerzas armadas
que oficialmente tenían la encomienda de protegerlos.
Lo que le preocupaba a Covenant
House, lo que realmente alarmaba a Bruce C. Harris —quien fallecería en 2010 de
cáncer—, era el grado de cerrazón e impunidad que imperaba en las fuerzas
armadas.
—Debemos recordar que era el año
2003 —me dijo Ana Lilia—; aún no se llevaba a los militares a las calles para
esta cruzada, por llamarla de una forma, que emprendió Felipe Calderón, en la
cual hubo una mayor vinculación de la sociedad con los miembros de las fuerzas
armadas… Es decir, para el momento en que ocurrió este crimen, los temas de las
fuerzas armadas prácticamente se discutían a puerta cerrada, fuera del
escrutinio público, en tribunales castrenses, estaban blindados para la
sociedad civil.
Con los pocos datos en ese
momento a su alcance, siguió investigando y halló un dato interesante:
—Me encontré que, para esas
fechas, había más de 200 crímenes en contra de civiles (e incluso contra
militares) cuya responsabilidad se atribuía a miembros de las fuerzas armadas.
Sin embargo, la sociedad mexicana no tenía conocimiento de esto. Ahí se estaba
ocultando algo. Es cierto, había algunas notas de prensa de estos casos, pero
también tenía que ver con el modo discrecional con que se había y con que se ha
aplicado la disciplina militar. Esto tenía que ver con la forma en la que se ha
llevado la estructura militar en México durante años…
Ana hizo una pausa. Iba a agregar
algo, pero me interrumpió:
—¿Sabes?, esto se vincula con lo
que yo defino en el libro como “el uso a modo” que han dado los gobiernos a las
fuerzas armadas, porque se les ha usado para reprimir, como golpeadores… e
incluso para hacer el trabajo sucio en muchos casos. Ahí está el estado de
Guerrero como un botón de muestra de toda la directriz presidencial para con
las fuerzas armadas…
Dicho esto, Ana Lilia sorbió de
su bebida caliente… A nuestro lado, un comensal (¿un comensal?) prestaba mucha
atención a sus palabras…
Durante los siguientes diez años,
entre México y Centroamérica, ella se dio a la tarea de recoger piezas sueltas
para reconstruir el incidente, lo que dio sustento documental a este trabajo.
Empero, esbozar el retrato de víctimas y victimarios implicó ir en busca de
huellas aparentemente imperceptibles; no obstante, me explicó, hallar los
porqués fue mucho más complejo:
—Me obligó a mirar a las fuerzas
armadas en sus entrañas —me dijo.
Fue así que entró en contacto con
gente de todo tipo, y documentos de toda índole. Recorrió desde el Heroico
Colegio Militar, lugar donde se forman los oficiales de carrera, hasta campos
militares o escuelas de élite, como el centro de adiestramiento Kaibil, en
Guatemala, al que tuvo acceso.
—Fueron pesquisas de mucho
tiempo… Periodísticamente son trabajos que llamamos de muy largo aliento, los
cuales al final pueden ofrecer al lector muchas más explicaciones para un tema
que sin duda es de gran importancia en México, sobre todo por la violencia que
hemos visto, la violencia institucional por parte de miembros de las fuerzas
armadas… Esto nos ayuda a encender los focos rojos, nos ayuda a entender cuáles
son las aristas que debe atender el gobierno. Porque debemos subrayar que la
conducta de los militares compete directamente al gobierno… Si habláramos de un
tema de transparencia, por ejemplo, son servidores públicos a los que se les
destina un presupuesto y, sin embargo, es una de las esferas en las que menos
hay rendición de cuentas.
Aquí le interrumpí: pero todavía
existe como un cierto tabú hacia esta institución, ¿no?
—Sí. Yo insisto en que se debe
dejar de tratar esto como un tema tabú, como la prensa lo había tratado durante
muchos años en nuestro país. Me sorprende que en la actualidad todavía se me
pregunte “bueno, por qué hablar de los militares”, como si estuviera
transgrediendo el orden de este país. Una de las tesis del libro es cómo el
encubrimiento que se ha hecho de muchos de estos temas ha propiciado la
impunidad, y ha propiciado el deterioro al interior de las fuerzas armadas, que
atenta en contra de la propia institución.
§§§
Durante las pesquisas para
encontrarle sentido al brutal asesinato de Delmer y José David, Ana Lilia Pérez
encontró un dato importante, el cual terminó sirviendo como elemento central
para su libro: cada año, más de 450 miembros del ejército ingresan en
hospitales por diagnóstico de enfermedades mentales. ¿Qué hay alrededor de esa
rotunda estadística? En Verdugos, Ana Lilia intenta trazar algunas respuestas a
la luz del violento presente que vive el país.
De hecho, y sin proponérselo, se
podría decir que durante esta década de investigación ella fue testigo de todo
el deterioro hacia el interior de las fuerzas armadas, y del recrudecimiento de
la violencia en el país.
—A partir de que comienzo a
indagar en estos temas —me señaló Ana en un momento dado—, mi trabajo de campo
se abrió hacia distintos vectores de análisis; desde luego estaba el tema de
los abusos por parte de miembros de las fuerzas armadas, abusos que a veces
detonaban en homicidios, en desaparición de personas, y que había sido como
parte de la historia contemporánea de nuestro país… Pero al mismo tiempo
asistí, asistimos, a una coyuntura histórica: cuando por disposición del
gobierno en turno se saca a los militares a las calles.
Al igual que para muchos
analistas, para Ana Lilia ése fue un punto de inflexión.
—Es, en ese momento, cuando
empieza a darse una mayor vinculación y es posible ver (desde la perspectiva de
ciudadano y periodista) cómo se van reportando más casos de tortura y de
desaparición de personas; también es posible ver cómo en las entidades en donde
se militariza la seguridad pública, lejos de desaparecer la delincuencia y la
violencia… ¡ésta se agrava! El gran ejemplo que tenemos en México es el estado
de Tamaulipas…
Ana hizo una pausa. Al cabo de
unos segundos, fue directa:
—En Tamaulipas llegó primero el
ejército, y después la marina; en la actualidad, es un estado (sobre todo la
región fronteriza en los límites con Estados Unidos) lleno de pueblos
fantasmas… Lo que ocurrió, en muchos casos, es que las fuerzas armadas se
hicieron de esos cotos de poder que tenían los criminales, y comenzaron a
incurrir en prácticas como el cobro de derecho de piso o el secuestro… Tengo
muy fresca la reflexión de uno de mis entrevistados, una fuente de información…
Él me dijo que había sido secuestrado primero por los Zetas, y luego por gente
del ejército. Me decía: “Yo estoy convencido que los Zetas nunca salieron del
ejército.” Es decir, seguían ahí. Y era como una reflexión que cobraba sentido
cuando veías (y ves) cómo el crimen organizado sigue operando con tal impunidad
—Eso debió ser muy fuerte —dije
por decir algo.
Ana me dijo que sí con un gesto,
mientras daba pequeños sorbos a su bebida. Luego, al cabo de unos segundos, fue
directa:
—Si haces la revisión de qué tipo
de organizaciones criminales había antes, cuántas y dónde operaban antes de la
llamada guerra contra las drogas, y haces una revisión de las que operan en la
actualidad (luego de que se llevaron a miles de efectivos a las calles), te
encuentras con que ahora operan más organizaciones criminales. Entonces, ¿cuál
fue el trabajo que hicieron las fuerzas armadas?
En el libro, ella plantea
distintas explicaciones sobre estos problemas. Una de esas explicaciones, y es
en la que coincide casi todo el mundo, es que no había un plan evidente de
campaña —me dijo Ana Lilia.
—Fue una iniciativa carente de
inteligencia o planificación —añadió—. Y ésta no es una revelación que se esté
haciendo ahora, no; lo dicen los propios miembros de las fuerzas armadas… Pero,
además, hay mucha gente molesta por todo eso. Prácticamente están reconociendo
que los mandaron a hacer labores para las cuales no estaban preparados…
—Desde tu punto de vista, ¿el
deterioro de las fuerzas armadas se dio a partir de las guerra contra las
drogas, o éste ya estaba y sólo surgió a la luz cuando salieron a las calles?
—Ya estaba deteriorada. Y
precisamente por eso se aportan estos datos duros, como el que antes de la
llamada guerra contra las drogas había más de 200 casos de homicidios
atribuidos a militares que se litigaban dentro de tribunales castrenses. Pero,
además, se habla de otra arista: de la infiltración del crimen organizado
muchísimos años antes de que hubiese este contacto directo de la milicia o de
estas tareas de combate al narcotráfico. Es la referencia histórica más antigua
que se tiene, que es el caso del general Humberto Mariles Cortés, que es un
general que en los años sesenta se vincula a estas redes de narcotráfico… Para
mí era importante documentar bien esta historia, porque con ella se nota, se
documenta, cómo, en efecto, para los momentos en que se saca a los militares a
las calles había un deterioro dentro de las fuerzas armadas ya, un deterioro
que el comandante supremo no quiso o no le interesó ver, o que por ignorancia o
negligencia no le interesó revisar.
El asesinato de Delmer y José
David
—En el libro abordas otras
aristas, como las deserciones y la disciplina militar.
—Sí, porque me parecen
importantísimas para entender qué es lo que está pasando con las fuerzas
armadas ahora… Como dices, otro de los planteamientos que hace el libro es cómo
la disciplina, ese modo de vida castrense, que no es el que responde a los lineamientos
oficiales, sino a la ley no escrita, a veces genera situaciones como el del
militar que sale una noche, tras recibir una orden de alguien que sólo existía
en su mente, y asesinar a dos indocumentados.
—Apuntas que cada año son más de
450 miembros del ejército los que ingresan a hospitales por diagnósticos de
enfermedades mentales.
—Sí. Y éste es un dato
proporcionado por la propia Sedena. Es decir, el libro tiene un rigor en la
investigación que exige el propio tema… Los periodistas podemos plantearnos
tesis de distinta índole, pero para el rigor, en este tipo de trabajos, como lo
exige cualquier investigación periodística, debes probarlo con documentos, con
datos duros, fuentes oficiales, además de fuentes que uno pueda tener de otra
naturaleza. De hecho, todo lo que apunto en el libro, militares asesinando
militares en horas de servicio, el abuso sexual en horas de servicio, la
tortura, el abuso del alcohol o drogas, todo eso lo reconoce la propia
autoridad.
—¿Por qué decidiste utilizar la
palabra “verdugo” para darle título al libro? Algunos pensarán que es una
palabra muy fuerte…
—Como autor siempre estás pensado
en títulos que sinteticen lo que quieres decir al lector, y en libros de no
ficción, como es el caso, hay que ser no sólo directos sino también creativos…
Eso sí: hay que ser muy rigurosos con el peso que tienen las palabras. Y, en
este caso, si bien es una palabra que tiene una significado muy fuerte, cuando
yo revisaba el tema que originó el libro, que fue el asesinato de Delmer y José
David, hay una parte en la sentencia donde la autoridad dice que aquella noche
el militar actuó con brutal ferocidad, como un verdugo. En varios momentos de
esa sentencia se menciona ese término, como “un verdugo”.
—¿Cuáles serían los temas más
urgentes en lo que se refiere al ejército mexicano? Obviamente, para muchos, el
primero y más urgente es su regreso a los cuarteles…
—Bueno, tengo entendido que se ha
dado un primer paso: hace unas semanas, el ejército emitió un documento en
donde habla de que se va a dar un curso para evaluar la salud mental de sus
integrantes… Es un hecho inédito. Nunca antes se había hablado de la salud
mental de los militares. El libro empezó a circular en marzo y en los medios se
habla de este asunto, y meses después, el ejército ya está hablando del tema,
con lo que está reconociendo que hay la necesidad de ello. Entonces, lo pondría
como un elemento principal el que se debe hacer evaluaciones para conocer no
sólo la salud física de los militares, también su salud mental.
“Después pondría el tema de la
rendición de cuentas, que implica o que llevaría a evitar casos de corrupción,
que sí existe como documento en el libro. A mí me parece que la misma exigencia
que se debe tener para las instituciones de seguridad del ámbito civil, se debe
aplicar para el ámbito militar. Y en estos momentos es urgente, porque si tú
haces una revisión de ver en manos de quién está la seguridad pública en el
país, estado por estado, hay muchas entidades en las que ya está en manos del
ejército. Sin embargo, los miembros de las fuerzas armadas no son sujetos al
mismo escrutinio que otras instituciones.
“Otro factor que se debe atender
es el analizar las causas de las deserciones masivas de las filas de las
fuerzas armadas, muchas de las cuales terminan del lado de los
narcotraficantes. Pero, sobre todo, dejar de ver a los miembros de las fuerzas
armadas como un tabú… No hay una vinculación directa con la sociedad civil.
Creo que debe haber mayor fluidez de información. La gente ve, y con justificada
razón, que los militares no son dignos de fiar.”
—Muchos aplaudieron que el
general Cienfuegos se disculpara de manera pública por el caso de la mujer
torturada. Otros fueron más prudentes y vieron con suspicacia ese acto de
contrición. ¿Cómo lo valoras?
—El que se difundiera el video, y
el que hubiera este tipo de disculpas públicas, es un caso inédito en la
historia de México, pero para mí era más un tema mediático. Claro, cada caso es
cuestionable, condenable; sin embargo, si lo vemos en su justa dimensión, ha
habido casos que son de mucho mayor impacto, donde se ha visto la vinculación
de los miembros de las fuerzas armadas, y en los que no hay quien asuma la
responsabilidad clara… Y lo vimos en masacres como las ocurridas en Guerrero,
tantas desapariciones forzadas, algunas que se adjudican a miembros del
ejército y de la marina. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos tiene
muchos casos que involucran a militares que están a la espera de que se haga
una nueva revisión…
Problema estructural
—Entonces, ¿cómo percibes el
futuro del ejército y su guerra contra las drogas?
—Yo creo que el tema va mucho más
allá de si puede o debe continuar en esta tarea de combate, de la guerra contra
las drogas como la llamó Felipe Calderón. ¿Por qué? Porque el problema es
estructural. Así que debe haber una revisión estructural. De hecho, yo no lo
veo como algo insalvable sino, más bien, una problemática como la que tiene el
resto de las instituciones de este país. Todas las instituciones, o si tú
quieres casi todas, tienen su propia problemática… La cuestión es que poco se
había hablado del deterioro que hay dentro del ejército y que lo lleva a
cometer atrocidades como las ejecuciones sumarias. Entonces es un problema
estructural que tiene que revisarse; deben limpiar la casa. Y uno de los puntos
principales es la impunidad, porque mientras sigan encubriendo malas conductas
o abiertamente crímenes, lo que hacen es fomentar que se siga haciendo.
Mientras no se haga una limpia y se aplique la ley, va a continuar este
deterioro…
Una hora después (o algo así),
tras algunas tazas de café, y con nuestro comensal (¿comensal?) de vez en vez
atendiendo lo que platicábamos, dimos por concluida la conversación. Pero Ana
Lilia quiso añadir algo:
—Este libro no está en contra de
una institución; es decir, no se crítica la existencia de una institución como
lo es el ejército mexicano. Como periodista y como ciudadana, creo en las
instituciones. Pero también creo que cada una de éstas debe tener una revisión
para mejorar. Debe, además, rendir cuentas a la sociedad… Es una oportunidad
importante la que tienen las fuerzas armadas para intentar recomponer, primero,
su propia institución, y segundo, un momento histórico para recomponer la
imagen que en la actualidad tienen frente a la sociedad mexicana. Ya sólo es un
mito esto de que el ejército era una de las instituciones más respetadas de
este país. Ante tantos agravios que se han documentado, eso (ser una de las
instituciones más respetadas) parece que ya es sólo parte de la historia.
Nota bene: Ganadora de varios
premios periodísticos, Ana Lilia Pérez es autora de Camisas azules, manos
negras, El cártel negro y Mares de cocaína, todos publicados en Grijalbo, sello
que ahora también ha editado Verdugos. Asesinatos brutales y otras historias
secretas de militares.
José David Cano-Oficios
ejercidos: reportero, editor, jefe de información, periodista. De vocación
iconoclasta. Con una curiosidad fulgurante: quiere ver, y conocer, y tocar, y
frecuentarlo todo
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