El identikit de Don Nadie
FORBES- 4 de Julio de 2016
La ignorancia de ignorar esconde
el miedo del ignorante y el dolor del ignorado. Don Nadie es un personaje
ficticio, toda semejanza con la realidad es pura coincidencia, o no.
Don Nadie tenía un nombre, y era
una persona respetada y querida, que vivía medianamente feliz entre sus luchas
cotidianas y sus deseos de progreso, hasta que un día, de manera inexplicable,
pasó por el lugar incorrecto y a la hora equivocada.
Fue una mañana de lunes gris, uno
más entre tantos que iba a su trabajo. Todo transcurría normalmente hasta que
al llegar encontró una puerta al lado de la puerta de siempre. Nunca la había
visto. Tenía un gran cartel que decía: «A partir de hoy debes entrar por aquí».
Extrañado y dubitativo sintió la obligación de respetar el mensaje y decidió
abrir.
Una vez dentro, la puerta se
cerró fuertemente detrás de él. Era el lugar de siempre, el de todos los días,
las personas de siempre, la rutina de siempre, pero algo había cambiado. Él
tenía la sensación de que nadie lo miraba, lo escuchaba, lo percibía. Intentó
acercarse a alguno de sus compañeros pero era inútil… parecía invisible. Corrió
hacia un espejo cercano y sí se vio reflejado allí. Desesperado comenzó a
angustiarse, los nervios subían por sus venas, y fue cuando, en su frenética
búsqueda por que alguien lo identificara, encontró sobre una mesa apartada,
oscura, casi lúgubre, un papel que decía: «Este lugar está reservado para Don
Nadie». Dudó en sentarse pero no tuvo más remedio que hacerlo. Una vez sentado
allí comenzó a contemplar a su alrededor cómo los que no lo veían ni sentían ni
hablaban de él, en algunas frases pronunciaban su verdadero nombre. Y hablaban
de tal manera que parecían conocerlo, pero Don Nadie jamás había hablado con
ellos, ni ellos con él. Él se preguntaba ¿cómo eran capaces de realizar ese
absurdo identikit de alguien que no conocían e ignoraban? La suma de
ignorancias hizo de nuestro personaje un auténtico desconocido, un marginado,
donde un halo de percepciones arbitrarias lo etiquetaban y lo dejaban aislado
en su rincón para siempre. Jamás pudo salir por la puerta que entró. Cuenta la
leyenda que Don Nadie se convirtió en una extensión del mueble donde se
sentaba, y que alguien, rara vez, desempolvaba su mesa preguntándose de quién
sería ese sitio.
¿Cuántos Don Nadie conocemos o
hemos conocido? ¿Nos hemos sentido alguna vez Don Nadie? Si hemos conocido
alguno, ¿qué actitud tuvimos frente a ellos? Si hemos sido uno de ellos, ¿cómo
nos hemos sentido? Cualquier tipo de combinación de estas preguntas derivan
automáticamente en el miedo. El miedo es uno de los frenos más dolorosos e
importantes en esta sociedad, una sociedad que camina en un proceso acelerado
hacia una transformación social digital y muchas veces descuida este tipo de
vectores, claves en una verdadera integración, inclusión y diversidad de los
procesos de desarrollo y cambio.
Si a este miedo le sumamos la
absurda autocondena de sensación de inferioridad, los celos, los prejuicios, la
propia ignorancia, la apatía, la endogamia, tendremos en nuestras manos una de
las peores pócimas que un ser humano puede probar: la ignorancia del olvido.
Tanto los managers, en el
contexto laboral, como los responsables de equipos, padres, madres, parejas,
amigos, familiares, deben estar atentos para que este tipo de situaciones no
sucedan en su entorno, porque estas circunstancias de aislamiento se dan con
muchísima más frecuencia de lo que nos podemos imaginar, y a veces con
desenlaces desafortunados. Y seguramente son los detalles perdidos los que
nunca se han tenido en cuenta, pero que siempre han sido detalles esperados por
el ignorado. Los “detalles”: bendita palabra que tantas situaciones hubiera
solucionado.
Los prejuicios que nos han
regalado del “otro” o que hemos creado nosotros mismos, son como decía Albert
Einstein: más difíciles de superar que desintegrar un átomo. Debemos ser
capaces de extinguir a los “depredadores de emociones”, utilizando los valores,
el sentido común, la dignidad, blindando con ejemplaridad las puertas y ventanas
de nuestros ambientes laborales o personales para que este tipo de agentes
nocivos/negativos no espanten, aniquilen, ni hagan falsos identikits de Don
Nadie a quienes viven en ellos.
Debemos ser lo suficientemente
inteligentes para entender que las frustraciones no vienen solas, que algo o
alguien puso el tronco en el medio del río, y que desvió su cauce e incluso
provocó inundaciones. Don Nadie no buscaba su fracaso, porque todos buscamos,
de manera directa o indirecta, la felicidad. ¿Pero alguien se sentó junto a él
para escucharlo y conocerlo? A veces nos es más fácil dejarnos llevar por la
corriente que aventurarnos a ir en su contra, sin reparar en el daño que
podemos hacer al otro.
Todos necesitamos ser escuchados
y también aprender a escuchar. Quien diga que no, está equivocado de planeta.
Las personas se visten de experiencia, no de prejuicios, pero deben contar con
un buen líder que sea capaz de ver y escuchar por sí mismo, alejado de todos
los halos y fantasmas heredados.
Pero también Don Nadie está en
nuestros hijos, cuando creemos darle a nuestro tiempo una importancia
inamovible. Don Nadie está en la gente de nuestro equipo, que ni siquiera
saludamos, hablamos o preguntamos cómo está. Don Nadie está en nuestra vida
personal cuando presuponemos que nuestros seres queridos son su siempre bonito
estado de Facebook.
La vida es sumamente dinámica, y
lo que ayer brilló hoy es opaco, lo que ayer estaba encumbrado hoy se quita
tierra del pozo y viceversa. La vida es sumamente dinámica y no avisa, y puede
sorprendernos de cualquier manera y forma. La vida es preciosa, pero que no nos
sorprenda sentados en una mesa apartada, oscura, casi lúgubre, con un papel
delante que diga: «Este lugar está reservado para Don Nadie».
Diego Larrea Bucchi-Es licenciado
en comunicación, abogado, escritor y músico. Se especializó con los MBA en
Distribución Comercial de Gran Consumo y en Dirección y Gestión de Empresas, y
master en Recursos Humanos. Es Human Resources Manager en AKÍ Bricolaje España
de la multinacional francesa ADEO.
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