Por qué caen dos de cada diez
presidentes latinoamericanos
Infobae - lunes, 7 de septiembre de 2015
La renuncia de Otto Pérez Molina
a la Presidencia de Guatemala el dos de septiembre pasado no representó una
novedad en América Latina. El general retirado se convirtió en el 19º desde
1990 en incumplir el mandato para el que fue elegido.
Si se consideran sólo los que
resultaron fruto de elecciones populares -no de golpes de Estado ni de
interinatos constitucionales-, y que comenzaron y terminaron en el período,
hubo un total de 101 mandatos en estos 25 años. Fueron interrumpidos el 18,8%
de ellos.
Nueve de las salidas anticipadas
se dieron por renuncia. Ninguna puede atribuirse a una sola causa, ya que se
trata de fenómenos complejos. Pero en cinco de ellas se puede decir que
diferentes escándalos de corrupción fueron los disparadores de las crisis de
gobernabilidad.
Son los casos de Fernando Collor
de Mello (1990 - 1992), en Brasil; Joaquín Balaguer (1994 - 1996), en República
Dominicana; Abdalá Bucaram (1996 - 1997), en Ecuador; Alberto Fujimori (1990 -
2000), en Perú; y el propio Pérez Molina en Guatemala.
En ninguno de esos casos debe
subestimarse la incidencia de la economía. "Los momentos de inestabilidad
presidencial suelen estar correlacionados con momentos de debilidad económica.
Cuando hay prosperidad, la opinión pública tiende a ser benevolente con los
gobernantes. En cambio, en las fases recesivas, suele ser mucho más sensible a
problemas de corrupción, por ejemplo", sostiene Aníbal Pérez-Liñán,
profesor de ciencia política y miembro del Centro de Estudios Latinoamericanos
de la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, consultado por Infobae.
Al menos dos de las dimisiones
pueden ser imputadas fundamentalmente a una crisis económica y social que dejó
sin capacidad de maniobra a los mandatarios. Ocurrió con Gonzalo Sánchez de
Lozada (2001 - 2003), en Bolivia; y con Fernando de la Rúa (1999 - 2001), en
Argentina.
"Con las reformas económicas
implantadas a finales de los años 1980, hubo un deterioro de los indicadores
sociales. En algunos casos, como en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela, la
situación llegó al punto de estimular movilizaciones sociales. Al mismo tiempo,
los sistemas partidarios de esos países se deslegitimaban, bajo la percepción
de algunas fuerzas políticas de que no había espacio para sus propuestas o
movimientos. Esos factores estimularon sucesivos derrumbes de presidentes entre
finales de los años 1990 y principios de los 2000", explica João Botelho,
profesor asociado del Área de Ciencia Política en la Universidad Federal de
Goiás, Brasil, en diálogo con Infobae.
Las dos renuncias restantes
fueron por motivos sui generis. Hugo Banzer (1997 - 2001) dimitió en Bolivia
por problemas de salud. Y el paraguayo Raúl Cubas Grau (1998 - 1999) por el
manto de sospechas que lo cubrió un magnicidio: el de su propio vicepresidente,
Luis María Argaña.
El golpe de Estado, la forma
habitual en la que era removido un gobierno durante gran parte del siglo XX en
América Latina, pasó a un segundo plano después de los años 90. Sin embargo,
hubo seis casos en este tiempo.
Otra forma de terminar un mandato
presidencial son las destituciones constitucionales, generalmente a través de
una votación en el Parlamento, o bien por decisión de la Corte Suprema de
Justicia. Ocurrió en tres ocasiones. La primera fue la de Carlos Andrés Pérez
(1989 - 1993), en Venezuela, ordenada por el Tribunal Superior de Justicia, e
impulsada por fuertes denuncias de corrupción.
La segunda fue la de Lucio
Gutiérrez (2003 - 2005), en Ecuador, que se produjo por decisión del Parlamento
ante una ola de protestas desatadas por la crisis económica y social que
atravesaba el país. La más reciente, la de Fernando Lugo (2008 - 2012), en
Paraguay. En un clima de tensión social y política, luego de la represión a una
protesta campesina que terminó con decenas de muertos, el ex obispo perdió el
apoyo del partido que lo había llevado al poder, que se alió con la oposición
en el Congreso para destituirlo en un juicio político express, con muchas
irregularidades.
Un solo presidente murió en el
poder a lo largo de estos años: Hugo Chávez. Asumió su cuarto mandato en enero
de 2013, tras 14 años de gobierno ininterrumpidos, pero apenas si pudo ejercer.
Por su delicado estado de salud, pasó la mayor parte del tiempo en Cuba.
Falleció en marzo.
Problemas de gobernabilidad en
América Latina
"Lo que pasó en Guatemala es
algo a lo que la región se ha enfrentado reiteradamente. Hay un problema de
expectativas respecto de lo que la democracia puede ofrecer. Con la nueva ola
democratizadora se creía que íbamos a poder alcanzar una serie de logros y
superar retardos, pero pasados más de 30 años, nos hemos dado cuenta de que la
democracia no satisfizo las expectativas, lo que provoca un descontento creciente",
explica a Infobae el politólogo Pablo Valenzuela, investigador del Instituto de
Asuntos Públicos Universidad de Chile.
Estos problemas son comunes a
casi todos los países, pero no tienen los mismos efectos en todos ellos.
Acusaciones por corrupción y masivas protestas como las que enfrentó Pérez
Molina en Guatemala no son tan diferentes a las que soporta Dilma Rousseff en
Brasil. Sin embargo, ella logra mantenerse en el poder y, por el momento, no es
esperable que renuncie.
"Creo que la diferencia está
en la capacidad que han tenido los gobiernos para entregar ciertas prestaciones
a su ciudadanía. Guatemala es un país muy pobre, con mucha delincuencia y
narcotráfico. Que el presidente haya estado vinculado con una red que quitaba
recursos a una nación de esas características generó un sentimiento de
impotencia muy grande. El caso de Brasil es distinto, porque tiene una base
política más fuerte. Además, no hay todavía un vínculo directo entre Rousseff y
la corrupción, como sí había en Guatemala", dice Valenzuela.
La otra diferencia fundamental es
la existencia o no de canales institucionales para manifestar los reclamos, y
para encauzar las posturas contrarias a un gobierno. "Donde había canales
partidarios alternativos capaces de promover en alguna medida un cambio de
políticas, no se llegó a las caídas de presidentes entre finales de los años
1990 y principios de los 2000. Donde esos canales no existían o eran muy
débiles, fueron las propias movilizaciones que posibilitaron el surgimiento de
alternativas", afirma Botelho.
Países más o menos estables
Los gráficos muestran que, así
como en Ecuador y Haití el 50% de los mandatos constitucionales no se
cumplieron por la enorme inestabilidad política y social, en otros, como
Colombia y Costa Rica, se completaron sin mayores dificultades las seis
presidencias del período.
"En aquellos países en los
que la representación política ha tendido a funcionar mejor en términos de
traducir demandas sociales en mejoras concretas, las crisis de gobernabilidad
son menos probables. Lo vimos en Chile durante mucho tiempo, y hoy asistimos la
contracara, por las dificultades que está teniendo el gobierno (de Michelle
Bachelet) para convertir esas demandas en reformas. Uruguay es la mayor
excepcionalidad: salvo la crisis económica de 2002, las administraciones
siempre han tenido esa capacidad", afirma Valenzuela.
"Chile y Uruguay -dice
Pérez-Liñán- son países con instituciones democráticas muy fuertes, donde el
presidente, a pesar de tener poderes constitucionales importantes, suele estar
bastante limitado por la práctica política. En general se gobierna a través de
coaliciones y la política es muy negociada".
La comparación con lo que pasa en
las democracias europeas puede ser muy interesante. Allí también hay problemas
de gobernabilidad y jefes de Gobierno que caen. Pero todo está muy
institucionalizado, que la salida de un Primer Ministro no es vivida como un
cataclismo, sino como parte de la normalidad en la vida política.
"Hay dos diferencias
fundamentales. Una es puramente constitucional: la mayoría son regímenes
parlamentarios, donde una crisis de gobierno forma parte del proceso político.
Lo que en Paraguay fue una verdadera crisis constitucional, allí sería algo
normal. Es un sistema que otorga más cintura para resolver estos problemas. En
segundo lugar, son democracias más prósperas, lo que da más margen de maniobra
para atender las demandas sociales, algo que ahora está cuestionado en España y
Grecia", explica Pérez-Liñán.
"En América Latina tenemos
todavía democracias muy jóvenes y nuevas, y falta mucho para que se avance
hacia algo más que una mera democracia electoral. Es necesario representar a
los ciudadanos en todo momento, lo que significa tener partidos más
transparentes y abiertos, con mecanismos de democracia interna. Hay que dejar
atrás el caciquismo, el clientelismo y el caudillaje, que a la larga terminan
afectando la relación entre los ciudadanos y el sistema político",
concluye Valenzuela.
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