¿Qué precio tienen los valores rectores de tu
empresa?
FORBES, 30 de Septiembre del 2015
Causa prurito hablar del deber
ser y provoca rubores defender las buenas prácticas, cuando la evidencia
muestra que hacer de los valores rectores una pieza clave de la planeación
estratégica es una práctica correcta y redituable.
Para muchas compañías, la
responsabilidad corporativa y los valores estratégicos son una cuestión
periférica a su quehacer empresarial. Son temas relegados al Departamento de
Relaciones Públicas para dar buena imagen, y asunto olvidado. Hay quienes
piensan que las cuotas de venta, la reducción de gastos y ganar puntos en el
mercado sí son temas de gestión que deben tomarse en cuenta en el plan
estratégico, y que lo demás son buenos deseos, conceptos que adornan muy bien
las paredes de los pasillos de la empresa. Esa postura no sólo es un error,
sino que se constituye en un gran riesgo que puede acabar con personas y
grandes corporativos.
Lo ocurrido en los mercados
financieros tras conocerse el escándalo protagonizado por Volkswagen nos trae a
cuento el famoso efecto mariposa del proverbio chino. Al darse a conocer las
prácticas tramposas sobre los efectos contaminantes de sus automóviles, la
frase: “El aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”, se
confirma. En este panorama global, las ramificaciones de un engaño afectan a
propios y extraños. La venerada imagen de la firma de Wolfsburgo, que se
apareja con la de su país de origen, sufre un resquebrajamiento y pone a
temblar al mundo entero. El ícono de eficiencia, puntualidad y sobriedad se
rompe en pedacitos y arrasa con el valor de la acción que pierde en tres días
más de la mitad de su valor de mercado. Eso, sin contar el precio que deberá
pagar en demandas legales, multas y sanciones. El acto de fallarle al código de
ética no trajo resultados redituables.
El aquelarre tiene consecuencias
que todavía no se pueden medir en forma precisa. Por lo pronto, ya le costó el cargo
al presidente de la junta ejecutiva del grupo y amenaza con dejar desempleados
a varios altos ejecutivos y a mucha gente que no tuvo nada que ver en este
lamentable hecho. ¿Cuántas veces parece tan fácil perpetrar un engaño? Las
tentaciones para violar la ley, para doblar las reglas, para engañar al
consumidor o tomar atajos son seductoras. La impunidad es la mejor apuesta
hasta que las consecuencias nos recuerdan que no hay fraude que valga la pena
semejante vergüenza y tamaños costos.
En ocasiones, cuando se mencionan
los valores como una parte medular de la planeación estratégica, la gente
frunce el ceño y observa con miradas perspicaces. Se escuchan risitas o se
fruncen las frentes. Piensan que hablar de valores es una cuestión circunscrita
al púlpito, que son temas para gente de sotana, para abuelitos decrépitos, y no
asuntos que tengan que ver con la actualidad del mundo de los negocios. Se
equivocan. El tema cuenta con una relevancia alta en el ámbito corporativo.
Para muestra basta un botón.
Los mercados son asustadizos y ni
la sobriedad alemana ni la tradición de la firma fueron suficientes para
detener el derrumbe que provocó esta situación de choque. Lamentablemente no
hay antídoto que frene el mal impacto. Una vez roto el espejo, no hay forma de
volverlo a ensamblar y que quede igual que antes. Entonces, la reflexión se
hace pertinente: ¿cuánto cuesta estar del lado correcto?, ¿cuánto valen los
valores rectores de una compañía?, ¿cuál es la importancia de actuar como debe
ser?
En un mundo en el que parece
obviarse la gallardía intangible y en el que aquello que no tiene una tasación
monetaria carece de importancia, no deja de sorprender la fragilidad que causa
hacer las cosas mal y la fortaleza que se engendra al respetar valores
inmateriales. Sin embargo, asombra ver como la gestión cotidiana de las
empresas no apela, como debiera esperarse, a sustentarse en una reflexión
estratégica profunda. Pareciera que da miedo plasmar en un código de conducta
las convicciones altas que sustentan el éxito de un quehacer profesional. Causa
prurito hablar del deber ser y provoca rubores defender las buenas prácticas.
La evidencia muestra que hacer de
los valores rectores una pieza clave de la planeación estratégica es una
práctica correcta y redituable. Las empresas deben equiparse con el escudo que
da la responsabilidad social, corporativa, y hablar abiertamente de las
consecuencias que se padecen cuando los valores son un discurso y nada más. Las
palabras, lo sabemos, se las lleva el viento. Es necesario tener un compromiso
activo.
De nada sirve elevar el dedo y
juzgar lo que está sucediendo a Volkswagen si no nos damos cuenta que poner en
riesgo el prestigio conlleva grandes pérdidas financieras, no únicamente en
términos bursátiles y especulativos; también se perjudican los resultados
directos. La gente se pregunta qué va a pasar, cómo llegarán las afectaciones a
sus bolsillos después del anuncio sobre una provisión de 6,500 millones de
euros para cubrir posibles pérdidas. Un engaño de esta magnitud nos hace ver
las razones de incluir valores como centro de la planeación estratégica y
respetarlos.
Los valores rectores son un tema
de buenas costumbres que nacen de la persona y trascienden los ámbitos
públicos. Pareciera que algunos se niegan a entender la importancia de actuar
correctamente y cuidar los modos. El rapero Chris Brown, sentenciado por
delitos de violencia familiar, podría decir que él en su casa y con su vida
privada actúa como mejor le parece. Sin embargo, la boca floja y el mal
prestigio le han costado más caros que una simple sanción y años en un programa
de control de ira. En 2010, la gira que debía llevarlo a dar conciertos en
Londres tuvo que ser suspendida; ya que no le otorgaron visa para entrar al
Reino Unido.
El desastre no paró ahí:
Michaelia Cash, titular del Ministerio de la Mujer en Australia, instruyó al
ministro de Inmigración para negarle la visa a Brown. “Debemos dar un mensaje
de congruencia: Brown no puede entrar aquí porque no es el tipo de personajes
que son deseables para Australia.” Las visas para entrar a Canadá y a Nueva
Zelanda también le han sido negadas. El negocio de contratar a Brown se vuelve
cada vez más malo. A los fanáticos no les gusta pagar por un boleto que no van
a poder aprovechar, la gira de conciertos se reduce, los patrocinadores ven un
riesgo al poner su dinero en una persona que tiene restringidas las plazas para
hacer presentaciones.
Los valores estratégicos
representan pensamientos fundacionales que serán inamovibles con el paso del
tiempo y que traslucen los rasgos fundamentales de lo que es y persigue una
empresa. Son, asimismo, las convicciones que se presumen y que constituyen los
rieles del comportamiento que forjan el quehacer profesional. Por lo tanto,
deben ser un conjunto de postulados que sirvan como un diferenciador positivo.
Son la tierra de la que debe germinar la ventaja competitiva.
Si bien es cierto que los valores
buscan ser una estrategia que encuentre simpatía en sus clientes, no son
slogans publicitarios; son el respaldo cultural de las decisiones y acciones de
una corporación, son el molde óptimo que forja la conducta; por lo tanto, son
un subconjunto preponderante que teje de manera directa los factores críticos
que acercan o alejan a la empresa al lado correcto del ejercicio profesional.
No, cuando abordamos los valores
estratégicos como una parte fundamental del plan de negocios no nos estamos
confundiendo de escenario; al contrario, estamos justipreciando adecuadamente
los alcances de una falta de probidad, de un fraude, de una mala acción. Si
para algunos la decencia y las buenas prácticas no resultante para valer,
díganme si 6,500 millones de euros lo son.
Los valores rectores son un tema
central que debe quedar incrustado en las actividades cotidianas, en los
sistemas de gestión y en la cultura de la organización. Se han convertido en
una parte nodal y en un imperativo estratégico en las corporaciones. No puede ser
tratado como un asunto periférico, relegado a ser un adorno en las paredes de
la compañía. Es un contenido ejecutivo fundamental de largo alcance, no un
pretexto de relaciones públicas.
Cecilia Durán Mena-le gusta
contar. Poner en secuencia números y narrar historias. Es consultora,
conferencista, capacitadora y catedrática en temas de Alta Dirección. También
es escritora.
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