China: el gigante asiático que
aún guarda sorpresas
FORBES, 15 de Septiembre del 2015
Las señales de que algo anda mal
en la economía del gigante asiático son inequívocas. Pero también es cierto que
es una nación aún indescifrable y no es posible saber qué le puede deparar al
mundo.
En China la economía se frena,
la bolsa se hunde, empresas entran en moratoria, el banco central baja las
tasas y devalúa el yuan y el gobierno anuncia medidas esperpénticas para
detener la masacre del Shangai Composite. Sin embargo, el gigante amarillo es
todavía una gran caja negra.
Nadie sabe bien a bien lo que
sucede en su economía. Durante la primera mitad del año, la expansión de su
Producto Interno Bruto (PIB) ha sido de 7%. Esa tasa coincide con el objetivo
de crecimiento para todo 2015. Así que, sobre el papel, la economía marcha tal
y como lo tenía planeado el politburó chino, que dirige el rumbo económico del
gigante amarillo con toda meticulosidad.
Que en medio de una economía
planetaria tan endeble (con la excepción de Estados Unidos) la China crezca a
una tasa de 7% es un prodigio. Pero a ellos les sabe a poco. De confirmarse
esa tasa, sería el quinto año consecutivo de desaceleración desde que en 2010
se expandiera a un ritmo de 10.6%, y la tasa más baja de crecimiento desde
1990.
Pero el verdadero problema no es
ese, sino que pocos creen en las cifras oficiales. Las sospechas entre los
analistas es que China crece a un ritmo sustancialmente inferior al que dicen
las autoridades. Las suspicacias se basan en tres claros indicios: uno, las
exportaciones, el principal motor de crecimiento de la economía china en
décadas, están por completo estancadas este año; dos, la demanda interna, que
debió relevar la desaceleración de las ventas externas, también ha perdido
dinamismo; y tres, el derrumbe de los precios de las materias primas indica
que, en efecto, la gran fábrica del mundo se está parando.
Las exportaciones chinas se
detuvieron de repente. De enero a julio registraron una moderada contracción
de 0.5%, nada que ver con el crecimiento de 6% en 2014, ni con las tasas
cercanas a 8% en 2012 y 2013. Y menos con los explosivos crecimientos de 2011,
de más de 20%, y 2010, de más de 30%.
El renmimbi y más
El frenazo se debe a cuatro
factores: primero, la apreciación del yuan, que encareció paulatinamente las
exportaciones chinas. A partir de julio de 2005, y tras ocho años en los que
el renmimbi cotizó a un tipo de cambio fijo de 8.28 yuanes por dólar, el Banco
Popular de China flexibilizó su régimen cambiario y dio inicio la apreciación
del yuan; su nivel más alto lo alcanzó en enero de 2014: llegó a los 6.04
yuanes por dólar.
En segundo lugar, y al tiempo que
el renmimbi se fortalecía, el resto de divisas del mundo se devaluaron en el
último año. Es el caso del rublo ruso y del yen japonés, dos de sus grandes
competidores, cuyos productos han ganado competitividad frente a los chinos,
por ejemplo, en el sector siderúrgico.
En tercero está el aumento de los
costos laborales. Conforme la economía china se moderniza, los jóvenes estudian
más y la afluencia de trabajadores del campo mengua. En consecuencia, los
obreros exigen mejores condiciones y los salarios suben, lo que también ha
restado competitividad a las exportaciones. En 2014, el salario promedio en las
zonas urbanas subió 9%. La tendencia es más marcada en el sector privado: los
sueldos subieron 11.3% nominal contra el año previo. En dólares, los salarios
se han más que quintuplicado en una década.
El cuarto factor que ha socavado
las exportaciones es la débil demanda global. El cambio de modelo
macroeconómico de China, de uno orientado a las exportaciones a otro basado en
la demanda interna, tampoco ha dado resultados. La desaceleración de las
ventas minoristas, la inversión fija y la producción industrial corroboran la
falta de vitalidad de la economía china.
En julio, esos tres indicadores
resultaron más flojos que lo previsto. Por ejemplo, la producción industrial
apenas aumentó 6.0% contra julio del año pasado, comparado con 6.8% en junio y
por debajo del 6.6% estimado por los analistas. En lo que va del año, la
actividad industrial apenas ha crecido 6.3%, en contraste con el 8.8% en el
mismo lapso del año pasado. La inversión en activos fijos creció 11.2% en los
primeros siete meses del año, la tasa más baja desde 2000 y las ventas
minoristas crecieron en promedio 10.4% de enero a julio, contra 12.1% en mismo
lapso de 2014.
Finalmente, el derrumbe de las
materias primas también delata la debilidad de ese gran comprador de insumos
que es China. Con la excepción del petróleo y el gas, en los que es superado por
Estados Unidos, es el mayor consumidor de carbón, aluminio, níquel, zinc, cobre
o mineral de hierro, y prácticamente acaparó todo el crecimiento de la demanda
de materias primas en los últimos años. Pero ahora, las materias primas se
despedazan y la causa principal es la debilidad de las compras chinas —la
excepción son los energéticos, donde la flaqueza de la demanda de China se
combina con el exceso de oferta de Estados Unidos, la OPEP y otros productores.
El índice de materias primas de Bloomberg se encuentra en mínimos en 16 años.
¿Creerle al gobierno?
Resultado del comportamiento de
esas tres variables, se sospecha que la economía china crece menos de lo que
nos dicen. Además, la reacción de Pekín a los acontecimientos también hace
pensar que la realidad es más lúgubre que lo que indican los datos oficiales y
que el gobierno está resuelto a espolear el crecimiento para cumplir sus
objetivos.
Desde noviembre, el Banco Popular
de China ha intervenido en el mercado de dinero, inyectando liquidez al sistema
financiero. En este tiempo, ha recortado las tasas de interés en cinco
ocasiones y en lo que va del año ha reducido los requerimientos de reservas en
tres momentos (más una disminución adicional dirigida a ciertos bancos).
Además, a mediados de agosto el
gobierno chino anunció un paso más en su política de flexibilizar el régimen
cambiario, lo que condujo a la mayor devaluación del yuan desde 1994. La medida
en sí no es necesariamente mala; lo que no gustó es que lo anunciara a su manera,
de manera sorpresiva, sin avisar a nadie ni evaluar si era el momento más
conveniente para todos. Eso hace pensar que la razón de fondo detrás de la
decisión de devaluar el yuan no es tanto flexibilizar su régimen cambiario
para que lo determine la oferta y demanda en el mercado, sino ayudar a la
economía en dos frentes: uno, alentar de nuevo el crecimiento a través de las
exportaciones; y dos, generar presiones al alza en los precios ante los bajos
niveles de inflación.
Pero a pesar de los esfuerzos del
gobierno por controlar y dirigir el rumbo de la economía, no cesan los sustos y
sobresaltos, lo que hace pensar que algo en su economía empieza a fallar. Los
frentes son muchos: no sólo la economía pierde fuelle, sino que existe una
colosal burbuja de crédito; el sector inmobiliario está sobrecalentado; el
principal referente de su mercado bursátil, el Shangai Composite, está en caída
libre tras los excesos del último año; el endeudamiento de las compañías es el
más grande del mundo; y el crédito doméstico del sector bancario también está
muy inflado.
Para cada frente, las autoridades
recurren a su poder intervencionista. Algunas veces, de forma ortodoxa,
recurriendo a los mecanismos propios del mercado. Pero otras veces lo han hecho
de la manera más anticonvencional. Lo malo es que todas ellas producen efectos
contraproducentes.
Suministrar más dinero barato a
la economía mediante el recorte de tasas de interés es el método más efectivo y
poderoso. Pero el gobierno se lo piensa dos veces antes de anunciarlo y sólo
recurren a ello cuando la situación es demasiado crítica. Cada vez que lo
hacen, la economía respira. Pero al mismo tiempo saben que envenenan las
arterias de su sistema financiero con más crédito barato que no hace sino
inflar más las burbujas existentes.
El Banco Popular es consciente de
esa adicción de la economía al dinero fácil: no sólo los niveles de oferta
monetaria y crédito son muy altos, también su ritmo de crecimiento es muy
elevado. Desde 2008, el crecimiento del crédito ha superado sistemáticamente
el aumento de PIB nominal en todos los trimestres.
Ese diagnóstico lo comparten los
organismos internacionales. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha
advertido a China que debería mudar su patrón de crecimiento, dependiente en
exceso de la expansión del crédito y su impacto en la inversión, pues le
genera “crecientes vulnerabilidades” que pueden desembocar en un “aterrizaje
forzoso”.
Esa institución recomendaba a
China, precisamente, moderar su crecimiento, domeñar la expansión del crédito,
rebalancear su modelo económico y acometer reformas para que no estuviera
propulsada, una y otra vez, por la inversión y la deuda. El FMI señaló que la
medición más amplia de crédito aumentó, como porcentaje del PIB, 73% en los
últimos cinco años. En su análisis destacó que, en los últimos 50 años, sólo
cuatro naciones registraron un crecimiento tan explosivo del crédito y su
destino final fue una gran crisis bancaria. De modo que en lo que se refiere a
la política monetaria, China se tiene que mover en esa delgada línea que
supone alentar el consumo y la inversión sin que el crédito, el apalancamiento
y las burbujas se les vaya de las manos.
Devaluar el yuan para impulsar
las exportaciones y el crecimiento también ha significado algún severo
contratiempo. El más relevante fue que pudo acentuar la estampida de capitales
de la bolsa china, al tiempo que los principales competidores de la región
depreciaban sus monedas para no perder competitividad contra el yuan. El
resultado fue un brutal episodio de inestabilidad financiera a finales de
agosto, que nos recordó a las semanas más turbulentas de 2008 y 2009, en plena
Gran Recesión. Por tanto, y en lo que se refiere a la política cambiaria, el
objetivo del gobierno consiste en balancear los beneficios sobre las
exportaciones contra los riesgos de huida de capitales.
Finalmente, cuando las bolsas se
hunden, los mecanismos de intervención del gobierno chino han sido mucho más
heterodoxos. Levantó barricadas de todo tipo: canceló la salida de nuevas
empresas a bolsa, restringió las operaciones que apuestan por una caída de
las acciones, obligó a los grandes tentáculos financieros del gobierno a
comprar acciones, prohibió a los grandes inversionistas vender acciones,
suspendió las cotizaciones de muchas empresas, y así. Esa artillería de
medidas, fuera de la lógica del mercado, ha tenido un alto costo para China,
tanto financiero como político: no sólo gastaron mucho dinero con escaso éxito
para detener la caída, sino que socavó los recientes esfuerzos reformistas del
país por integrarse a unos mercados financieros abiertos y libres, lo que al
final desencadenó una corrida financiera aún mayor.
Aun así, China sigue siendo una
economía relativamente cerrada, que cuenta con mucho dinero, con un elevado
superávit corriente, con más de 3.6 billones de dólares en reservas
internacionales (algo así como el tamaño de la economía alemana) y con
capacidad presupuestaria para anunciar un poderoso paquete de estímulo fiscal,
con énfasis en el gasto en infraestructura, si es que se precisara para
estabilizar la economía.
El gigante asiático es quizás el
máximo exponente de cuatro anomalías que conforman un mortificante círculo
vicioso: uno, vive plagado de burbujas aunque no están claros sus tamaños; dos,
se sospecha que sus cifras económicas están trucadas; tres, su expansión está
sustentada en un intervencionismo brutal y a veces inesperado; y cuatro, ese
propio intervencionismo convierte a su economía en una generadora de nuevos
excesos y desequilibrios. Se sabe que allí las cosas no marchan bien, pero en
esa caja negra nadie sabe bien qué puede pasar ni cuándo.
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