La caída del petróleo tiene ecos
del colapso soviético para Rusia
The Wall Street Journal. -
sábado, 5 de septiembre de 2015
Para la mayoría de los países, la
desaceleración económica en China y el consiguiente desplome de los precios de
las materias primas representa algo entre una molestia y un bache. Para Rusia
es una catástrofe.
La moneda y la economía rusa, que
ya se encontraban agobiadas por las sanciones impuestas por Occidente, entraron
prácticamente en caída libre por el hundimiento de la cotización del petróleo.
El Fondo Monetario Internacional predijo en julio que la economía rusa se
contraerá 3,4% este año, el mayor crecimiento negativo entre los mercados
emergentes.
Esa cifra se ve ahora optimista.
Anders Aslund, experto en Rusia del Atlantic Council, un centro de estudios de
Washington, piensa que 6% es más probable. Coincidentemente, esa estimación
está cerca a lo que el banco central de Rusia predijo si el barril del petróleo
caía a US$40, aproximadamente su nivel actual.
De 1999 a 2008, el crecimiento de
Rusia promedió 7%, gracias en gran parte a los precios altos del crudo y del
gas natural. El colapso del petróleo ha dejado al descubierto grietas profundas
en los fundamentos económicos de Rusia: una productividad en descenso, la una
fuerza laboral que se contrae, industrias poco competitivas y una empresa
privada acorralada por un estado cleptocrático y un capitalismo de amiguismo.
El FMI calcula ahora el potencial
de crecimiento a largo plazo de Rusia en 1,5%. Para Aslund está más cerca de
1%, algo sorprendente para un país cuyo nivel de vida es de apenas 40% el de
EE.UU.
Esto es importante tanto para el
mundo como para Rusia. La riqueza de crudo y gas le permitió al presidente
Vladimir Putin cimentar su posición en el poder a nivel interno y aumentar la
influencia rusa en el exterior. La pérdida de esa riqueza amenaza con sacudir
el orden geopolítico mundial, aunque hasta ahora no hay señales de eso.
Existen paralelos a los sucesos
que derrumbaron a la Unión Soviética. Hasta los años 70, el petróleo y el gas
no dominaban la economía soviética. Era “una potencia industrial y tecnológica
avanzada (aunque ineficiente)”, escribió Thane Gustafson en su libro de 2012
Wheel of Fortune: the Battle for Oil and Power in Russia (algo como, La rueda
de la fortuna: la batalla por el petróleo y el poder en Rusia).
Pero sus días estaban contados.
La industrialización socialista, una agricultura estancada incapaz de alimentar
la creciente población urbana, un complejo de defensa parasitario y un sector
manufacturero no competitivo “hicieron inevitable la caída del régimen”,
escribió Yegor Gaidar, uno de los arquitectos de la transición de Rusia hacia
una economía de mercado bajo el mandato de Boris Yeltsin en su análisis
“Colapso de un imperio: lecciones para la Rusia de hoy”, publicado en 2006.
El repunte de los precios del
crudo en los años 70 evitó el colapso mientras convirtió a la Unión Soviética
en un petroestado. Las exportaciones de crudo y gas le permitieron a Rusia
pagar por importaciones de granos de Occidente, apuntalar a sus aliados en
Europa del Este e invadir Afganistán.
Gaidar, quien falleció en 2009,
rastreó el comienzo del fin de la Unión Soviética a la decisión de Arabia
Saudita en 1985 de dejar de apuntalar el precio del petróleo e intensificar la
producción. El consiguiente colapso de la cotización del crudo aniquiló los
ingresos soviéticos provenientes de las exportaciones. Obligado a pedir prestado
dinero a Occidente para pagar por la importación de granos, Rusia perdió en
buena parte su influencia estratégica, primero sobre Europa del Este y luego
sobre las repúblicas soviéticas. En 1991, cuando llegó la hiperinflación y se
asomó la hambruna, la Unión Soviética colapsó.
Los paralelos no deberían
exagerarse. A diferencia de la Unión Soviética de entonces, la Rusia de hoy es
una economía de mercado, aunque una con una amplia presencia estatal. La
política macroeconómica es relativamente responsable. El año pasado, el banco
central abandonó la paridad del rublo. La caída resultante ha disparado la
inflación y ha ejercido presión sobre los estándares de vida, pero también ha
reducido las importaciones.
Las sanciones de Occidente por la
anexión que Rusia hizo de Crimea y su apoyo a los separatistas en el oriente de
Ucrania han reducido los préstamos extranjeros nuevos. Esto ha preservado el
superávit en la cuenta corriente de Rusia (el saldo de todo el ingreso
proveniente del comercio y la inversión) y sus reservas en moneda extranjera,
evitando el tipo de crisis que golpeó a la Unión Soviética en 1991 y a Rusia en
1998.
El paralelo más importante es el
dañino legado de la riqueza de petróleo y gas. Rusia ha sufrido el clásico caso
de la “maldición de los recursos naturales”, la tendencia de la riqueza fácil
en productos básicos de alimentar una industria ineficiente, marchitar el
sector manufacturero y promover la corrupción. Los réditos de los recursos
naturales (los ingresos del crudo, gas, carbón, minerales y productos
forestales menos sus costos de producción) representan 18% del PIB ruso, el más
alto entre los principales mercados emergentes y mucho más que países ricos
exportadores de crudo como Canadá y Noruega. Putin ha usado ese dinero para
modernizar el ejército, expandir el estado de bienestar, y financiar proyectos
prominentes como los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi.
Entre tanto, un sector estatal en
expansión ha socavado la empresa privada que le queda a Rusia. Aslund cita la
compra en 2013 del competidor privado TNK-BP por parte de la petrolera de
control estatal Rosneft por US$55.000 millones. Hoy en día, “el destructor de
valor” Rosneft vale menos que lo que valía TNK-BP entonces. Las sanciones de
Occidente minarán aún más la productividad al privar al sector industrial ruso,
incluyendo petróleo y gas, de una experiencia y conocimiento esencial. A medida
que Europa Occidental busca una fuente más estable de gas natural, las
exportaciones de Rusia se reducirán aún más.
Dmitry Medvedev, ex presidente y
actual primer ministro, ha promovido la innovación para que el país se
diversifique más allá del crudo y del gas. Pero como los expertos en Rusia
Clifford Gaddy y Barry Ickes escriben en un libro que se publicará
próximamente, incluso esos esfuerzos de diversificación dependen de los
subsidios generados por el sector de hidrocarburos.
Muchos de los principales
funcionarios de Rusia están muy al tanto de sus desafíos. La presidenta del
banco central, Elvira Nabiullina, ha calificado el actual bajón económico como
“estructural”, responsabilizando “tendencias demográficas desfavorables” y el
“clima de inversión.
Sin embargo, no es obvio que
Putin y su círculo más cercano estén escuchando. Después de todo, los problemas
económicos no han hecho mella en su popularidad interna o en sus ambiciones en
el extranjero. La historia sugiere que eso no debería darse por sentado.
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