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martes, 20 de octubre de 2009

Guerra

Provocación chilena

César Hildebrandt

En el desierto de Atacama, que Chile obtuvo en la guerra del salitre de 1879, empiezan este viernes las maniobras que las fuerzas armadas chilenas han llamado, con la misma sutileza empleada en torturar prisioneros socialistas tras el golpe de 1973, “Salitre II”.

Este ejercicio militar es la respuesta del chauvinismo uniformado de Chile al reclamo presentado por el Perú en La Haya.

Oficialmente se trata de un conflicto “de baja intensidad” dirigido en contra “de un país que estaría ubicado en Iquique, 500 kilómetros al norte de Antofagasta”.

¿Las razones de esta guerra simulada? Los militares chilenos lo dicen con todas sus letras: “Ese país pondría en peligro la paz mundial al violar tratados internacionales”.

¿En Iquique (tierra usurpada al Perú), 500 kilómetros al norte de Antofagasta (territorio capturado a Bolivia)?

Eso es abiertamente el Perú. El Perú tal como era antes del zarpazo anglochileno sobre el guano y el salitre. Por eso es que en la primera versión de esta campaña el país agresor fue llamado “Tarapacá” (uno de los departamentos peruanos que Chile tomó para sí después del Tratado de Ancón).

Lo increíble es que en estas maniobras no sólo estarán uniformados chilenos piloteando aviones F-16 y F-5 y helicópteros de ataque y de rescate (aparte de la infantería que saldrá de las bases de Cerro Moreno y Chuquicamata).

Chile ha conseguido que el simulacro en contra de ese país insumiso respecto del derecho internacional cuente con la participación de Estados Unidos, Brasil, Francia y Argentina.

Doscientos efectivos estadounidenses castigarán desde el aire “las posiciones enemigas” con algunos F-15, KC135 y HC 130.

¿Y nuestro gran amigo, el Brasil de Lula y de Odebrecht? Pues ha enviado a 50 militares que operarán aviones A-1 (de Embraer, por supuesto).

¿Y la Francia de la Marsellesa? Pues ha enviado a 100 de los suyos a bombardear simuladamente el desierto de Atacama desde los clásicos Mirage 2000 que tanto le suenan al doctor García.

¿Y la Argentina del corazón, nuestro blindado fraterno al que ayudamos en su guerra malvinense mientras el alcohólico de su presidente daba órdenes erráticas en la Casa Rosada? Pues la dulce Argentina también se hace presente con aeronaves A-4-AR y KC 130.

Todos, por supuesto, bajo un comando aéreo unificado por la Fuerza Aérea de Chile. Y todo al servicio de un objetivo que el gobierno de la señora Bachelet comparte ampliamente: “la iniciativa permitirá -dice la FACH- compartir experiencias a niveles de planificación operacional y táctica, mientras que, al mismo tiempo, servirá para programar operaciones de sostenimiento e imposición de la paz”.

¿Imposición de la paz? ¿Por la razón o por la fuerza?

Es cierto que es un exceso llamar conchuda a la señora presidenta de Chile. Ella hace su trabajo y tiene 76 por ciento de aprobación ciudadana (contra 26% de Alan García).

Lo que es cierto también es que el canciller peruano no tenía por qué dar ninguna explicación al gobierno de Chile. Al darla no sólo se ha sometido a la enésima humillación propinada desde el sur sino que, de algún modo, ha reconocido que el vocero de su aliado político –el fujimorismo con y sin Fujimori- puede ponerlo en aprietos diplomáticos.

Y lo que resulta también inevitable es admitir, desde el más hondo dolor patriótico, que nuestra diplomacia internacional está, a la vista de las maniobras Salitre II, en manos de personas que, si se esforzaran más, podrían llegar a ser incompetentes.

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