Einstein tenía
razón sobre cómo resolver un problema
FORBES- 6 de Abril de 2016
El primer peldaño hacia la solución de un
problema es el diagnóstico. Y un diagnóstico certero ofrece 3 grandes
beneficios.
Albert Einstein solía decirle a sus alumnos que
si él tuviera una hora para resolver el problema del mundo utilizaría 55
minutos en analizar el problema para llegar a un diagnóstico certero, y una vez
conociendo las causas, tardaría 5 minutos en encontrar una solución.
Es verdad: este razonamiento no sólo es lógico,
también es económicamente el mejor. Si pudiéramos cuantificar las veces que las
propuestas atienden a las prisas, nos daríamos cuenta del número exagerado de
palos de ciego que se han planteado, la cantidad de desperdicios en tiempo y
dinero que se han propiciado y las veces que en lugar de mejorar se han
empeorado los escenarios.
Se emplean muchos recursos en reparar las
consecuencias de los bomberazos, las llamadas de emergencia o las soluciones
que se tomaron por angustia. Las cadenas de errores que se generan a partir de malos
diagnósticos han consumido recursos frescos de empresas, estados y
federaciones.
No obstante, las decisiones de escritorio
marcan preponderancia. Es que la comodidad del escritorio es muy seductora. Las
valoraciones que se hacen sentados en un despacho, a puerta cerrada, con un
café en la mano y un séquito que no cuestiona las estimaciones y las formas de
aproximarse a un problema, hacen que la peor de las tonterías resulte plausible
y factible. Y así se explica cómo es que se han ejecutado medidas que han
propiciado enormes fracasos. La autocracia no cambia los escenarios, los
decretos no mudan la realidad y el tiempo perdido puede constituirse en el peor
factor de fracaso.
Pero, un mundo tan vertiginoso, en el que las
prisas rigen los ritmos, da como resultado urgencias que desplazan a la razón.
Se ha dejado de dar importancia al diagnóstico, y la toma de decisiones genera
aparatos de operación muy complicados, costosos, que aportan poco o nada a la
solución. Esto es así dado que no se está atacando la fuente original de
problemas. Las proporciones se trastocan y el tiempo que debiéramos reservar a
reflexionar para encontrar las causas de un mal es muy reducido porque hay
apremio por resolver. En esa condición se actúa con la asertividad del que apunta
un revólver y se da un balazo en el pie.
Diagnosticar es ir en pos de aquello que inicia
un problema, es dejar de lado los paliativos y meter manos a lo que provoca las
dificultades. Es analizar las causas, no los síntomas. Para ello hay que
abandonar el confort de la silla y salir a investigar. Se trata de dar más
tiempo a la búsqueda real de las causas que a las juntas eternas y a las
discusiones abstractas. Es algo similar a una consulta con el médico: nunca
será lo mismo una exploración física que una recomendación telefónica. Las
posibilidades de error cuando no se ve al paciente aumentan en forma
exponencial. Eso trae consecuencias inmediatas: se corre un riesgo innecesario
de fallar, se puede estar atacando un mal inexistente, dejando que el que sí
existe crezca, y los recursos invertidos se transforman en un desperdicio, es
decir, en un gasto adicional.
Sin embargo, el peor de los males es que se
pierde el foco que realmente debería estar ocupando la atención. Los efectos
posteriores son terribles, se genera una actividad costosísima: las justificaciones
y las disculpas. Se derrocha un tiempo valiosísimo que debió emplearse a priori
y los recursos siguen fugándose por un boquete que pudo evitarse con un poco de
prudencia y observación.
Sucede a todos niveles. El ego es un gran
traidor. Las decisiones de escritorio, ésas que se sustentan en un golpe de
escritorio o un buen grito, ésas que necesitan elevar el volumen de voz porque
no encuentran sustento en las ideas y no pasan la prueba de la evidencia, son
las que no soportan los cuestionamientos. Así, vemos a funcionarios,
emprendedores, ejecutivos que reciclan medidas del pasado, y cuando se les
preguntan razones o se les recuerdan los resultados que se obtuvieron, en vez
de explicar, cierran la puerta y se recluyen en sus oficinas.
No hay campaña mediática que justifique un mal
dictamen, no importa toda la propaganda que se haga sobre cierto proyecto; si
el análisis estuvo mal hecho, los resultados no se van a dar. Las serendipias,
los golpes de suerte, son poco probables.
La relevancia de un diagnóstico es vital en
muchos aspectos, y es que este proceso valorativo nos ayuda a comprender
cualquier situación, la importancia de la misma, las líneas de acción que
debemos adoptar y las posibles consecuencias. Permite detectar desviaciones e implementar
correcciones en tiempo y forma.
Un buen diagnóstico debe hacerse enfrentando
los síntomas. A causa de esos indicios, se deberán reconocer físicamente las
evidencias y realizar pruebas si fuese oportuno. Toda esta información,
recabada en forma profesional, ayudará a realizar un buen diagnóstico que se
ajuste a la dolencia que se está padeciendo.
Conseguidos los resultados de las pruebas, hay
condiciones para efectuar un procedimiento analítico completo y encontrar bases
sólidas que justifiquen el diagnóstico. A partir de ello podemos proponer un
camino de ejecución más preciso y con un mejor pronóstico de éxito.
Hay ideas que parecen maravillosas, proyectos
que causan mucha ilusión, planes que creemos que tienen grandes posibilidades
y, por el entusiasmo, se minimizan las amenazas que les rodean. Hay presiones
que llegan de los superiores, prisas para que se den ciertos resultados, y
existen millones de razones para intentar acortar el tiempo de análisis.
No hay arreglos milagrosos ni remedios por
decreto. El inicio de un buen camino, el primer peldaño de la solución, es el
diagnóstico. Y los beneficios de diagnosticar adecuadamente son muchos:
Hay ahorro de tiempo, esfuerzos y recursos.
Los trabajos se direccionan correctamente.
El destino al que se quiere llegar, se logra.
Lo curioso es que la fórmula no es muy
utilizada; más bien lo común es lo contrario: privilegiamos las prisas, creemos
más en las emergencias y pensamos en los problemas como piñatas a las que hay
que darles con los ojos vendados.
Albert Einstein tenía razón: si tenemos una
hora para resolver un problema, lo mejor que podemos hacer es respirar,
tomarnos 55 minutos para analizar, reflexionar, ponderar y entender, y una vez
que hemos comprendido el acertijo, solucionar.
Cecilia Durán Mena- le gusta contar. Poner en secuencia números y
narrar historias. Es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en
temas de Alta Dirección. También es escritora.
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