Los emergentes aprenden la
lección
The wall
street journal - abril de 2016
Durante los últimos años, los
capitales han estado saliendo de los mercados emergentes ante la desaceleración
del crecimiento global, el desplome de los precios de las materias primas y la
perspectiva de un alza de las tasas de interés en Estados Unidos. Por extraño
que parezca, ninguna de las grandes economías en desarrollo ha caído en una
cesación de pagos.
Normalmente, la ausencia de una
crisis no es algo digno de mención. Pero en este caso lo es, ya que demuestra
lo mucho que los países emergentes han aprendido sobre los peligros inherentes
de los sistemas de tipos de cambio fijo y, por desgracia, lo mucho que aún les
queda por aprender.
Los mercados emergentes han sido
durante mucho tiempo grandes beneficiarios de la inversión extranjera, atraída
por su potencial económico. Sin embargo, estos flujos de inversión son muy volubles
y a menudo se frenan bruscamente o se revierten por completo.
En su informe semestral
Perspectivas de la Economía Mundial, el Fondo Monetario Internacional destaca
un episodio de desaceleración de los flujos de capitales entre 1981 y 1985, que
coincidió con la crisis de la deuda externa de los 80, y otro de 1995-2000,
superpuesto a la crisis asiática de 1997-98.
El ciclo actual de salida de
capitales comenzó alrededor de 2010 y ha sido comparado por sus dimensiones con
episodios similares en los años 80 y 90, según el FMI. Sin embargo, “la
incidencia de crisis de deuda externa en el episodio en curso hasta el momento
ha sido mucho menor” que en el pasado. En realidad, ninguna de las principales
economías emergentes ha necesitado un rescate, con la excepción de Ucrania, que
fue invadida por Rusia, sin duda un atenuante.
Antes, las economías emergentes
anclaban sus tipos de cambio con el dólar para controlar la inflación y ofrecer
certidumbre a empresas e inversionistas. Las tasas de interés locales eran
generalmente mucho más altas que las de EE.UU., por lo que empresas y gobiernos
podían obtener crédito más barato en dólares, siempre y cuando el tipo de
cambio fijo se mantuviera.
Los inversionistas extranjeros,
en tanto, prestaban en moneda local, consiguiendo retornos más altos de lo que
podrían haber logrado en dólares, también siempre y cuando el tipo de cambio se
mantuviera firme. Perversamente, la fe en el tipo de cambio fijo incentivó la
acumulación de deuda en moneda extranjera hasta el extremo de que lo terminó
debilitando. Cuando los inversionistas percibieron que la moneda estaba
sobrevaluada (una consecuencia habitual de la inflación), dejaron de prestar.
La retirada de capital foráneo ejercía tanta presión sobre la moneda local que
ésta colapsaba. Incapaces de pagar sus préstamos en moneda extranjera,
empresas, bancos y gobiernos caían en cesación de pagos.
En la última década, los mercados
emergentes adoptaron políticas macroeconómicas ortodoxas. Sus bancos centrales
se concentraron exclusivamente en combatir la inflación y se llenaron de
tecnócratas apolíticos con doctorados en universidades estadounidenses. Los
tipos de cambio pasaron de fijos a flotantes.
La flotación volvió más
impredecible el costo de los préstamos en moneda extranjera, lo cual desalentó
el endeudamiento en dólares. Como recalca el FMI, alrededor de 75% de la deuda
pública de los países emergentes está denominada en moneda local, en
comparación con cero en 1995. De igual manera, alrededor de 70% de la deuda de
empresas de mercados emergentes está en moneda local, frente a 5% en 1995.
“Al paliar los efectos de los
factores globales, las tasas de cambio flexibles parecen haber ayudado a
algunos mercados emergentes a mitigar la desaceleración de los flujos de
capitales”, indica el FMI.
Los tipos de cambio flotantes han
permitido un ajuste mucho más paulatino de las salidas de capitales, ahorrando
a los mercados emergentes el “frenazo” o sudden stop característico de épocas
anteriores. En Europa, en cambio, el euro actuó como un tipo de cambio fijo en
esteroides al trasladar capital desde las economías del norte a las del sur.
Cuando ese dinero huyó, la zona euro experimentó la madre de todos los
frenazos. Fue Grecia, una economía desarrollada, la que entró en cesación de
pagos, no un país emergente. Fueron los bancos de EE.UU. y el Reino Unido los
que casi colapsaron. Como Guillermo Ortiz, el entonces presidente del Banco de
México, bromeó de manera memorable en 2008: “Esta vez no fuimos nosotros”.
En suma: la lección alentadora de
los últimos años es que una buena política macroeconómica puede reducir
significativamente la frecuencia y la gravedad de las crisis. La mala noticia
es que esto, por sí solo, no es suficiente.
El FMI subraya que el crecimiento
de los mercados emergentes desde 2010 no se diferencia mucho del que hubo entre
1995 y 2000, a pesar de la menor incidencia de las crisis. Brasil se contrajo
3,8% el año pasado y podría retroceder casi lo mismo durante este año, un
desempeño inferior al registrado durante cualquiera de sus crisis anteriores en
los últimos 36 años.
Las razones son múltiples y van
desde la disminución de los precios de las materias primas a las altas tasas de
interés destinadas a reducir la inflación. Pero lo que subyace a este mal
desempeño cíclico son los problemas estructurales de regulación excesiva,
inversión inadecuada, crédito bancario dirigido por el Estado y corrupción,
problemas que siguen aquejando en diversos grados a los mercados emergentes.
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