FORBES- 11 de Abril de 2016
El CEO de Starbucks, Howard
Schultz, no quiere entrar en la contienda por la casa blanca. Pero, impulsado
por el desempeño estelar de su empresa, el multimillonario quiere usar su
posición privilegiada para cambiar el discurso norteamericano.
¿Qué lleva en sus bolsillos el
CEO de Starbucks, Howard Schultz? Dos llaves sobresalen. Una abre la tienda de
Starbucks más lujosa en el mundo: Roastery, una cafetería de 1,400 metros
cuadrados ubicada en Capitol Hill, un próspero vecindario en Seattle, que
combina un exclusivo café con el zumbido de cintas transportadoras que mueven
paquetes de café recién tostado frente a la atónita mirada de los clientes. No
importa que Nike tenga su Niketown, Schultz ha creado una celebración del café
al estilo Willy Wonka.
La otra llave revela algo más
profundo. Abre una pequeña cafetería en Seattle: la que vio nacer a Starbucks.
En ella siempre es 1971, con los mismos contenedores y mostradores toscos que
definieron a la marca en los días de la guerra de Vietnam. Nadie ha modernizado
el lugar. “A veces voy allí a las 4:15 am yo solo”, me dice Shultz, de 62 años
de edad. “Es el lugar correcto para mí cada vez que necesito enfocarme”.
¿Enfocarse? La última vez que
revisamos, la disposición de los CEOs multimillonarios para volver a enfocarse
a sí mismos era cercana a cero. Pero éste es Schultz: siempre el más débil,
siempre mezclando lo personal con lo rentable. Desde que se hizo cargo de
Starbucks, en la década de 1980, la ha convertido de una empresa regional de
café a una de las mejores marcas del mundo.
Sus ventas alcanzaron 19,000
millones de dólares (mdd) en 2015, gracias a la capacidad de Starbucks para
ofrecer alimentos y café en un ambiente agradable en el que los amigos pueden
reunirse, los estudiantes hacer sus tareas y los romances se vuelven realidad.
Al brindar lo que él llama
“desempeño a través del lente humanitario”, Schultz ha amasado una fortuna de
casi 3,000 mdd. Sin embargo, en cualquier conversación que se tenga con él
sigue volviendo a la época en la que no era nadie.
“Todavía soy ese chico de
Brooklyn que luchaba por salir”, dice Schultz. Él creció en la década de 1960
en una vivienda subsidiada, impregnado por las angustias de un padre que sufrió
lesiones laborales y no podía conservar un trabajo.
“No fui a una escuela de la Ivy
League”, me recuerda Schultz. “No fui a una escuela de negocios”.
En lugar de resentir esas
privaciones, él las atesora. Schultz ha descubierto que EU —y, de hecho, el
mundo entero— ama las historias de lucha contra la adversidad.
Su honestidad sobre sus inicios
en la polvosa Canarsie (un barrio de clase media de Brooklyn) le ayuda a
generar empatía con todos, desde los directivos novatos hasta los jóvenes
negros y latinos que tratan de encontrar su primer empleo. “A pesar de que no
tengo el mismo color de piel, yo era uno de ellos. Hoy podría ser uno de esos
chicos”, explica Schultz.
Es una clásica historia
estadounidense, una que el año pasado obligó a Schultz a batear los rumores de
que se postularía a la Presidencia. En el papel, este magnate hecho a sí mismo
se compara favorablemente con cierto multimillonario grandilocuente que saltó
a la fama usando el dinero de papá. Pero Schultz no está en absoluto interesado
en la campaña, en parte porque mientras los candidatos presidenciales se
degradan a sí mismos durante las primarias circenses, Schultz ya tiene un
púlpito desde el cual dirigir su discurso, y el impresionante rendimiento
financiero de Starbucks que le proporciona una autoridad prácticamente
ilimitada para usarlo. Más que nada, Schultz quiere ser mediador en jefe de
Estados Unidos. Él está preocupado por el tono de enfado en la política y el
discurso cotidiano, lo que le hace pensar que, como país, “ha perdido la
conciencia”.
En busca de inspiración, ha
viajado, y mucho, pidiendo a la gente que comparta sus historias y sus
creencias. Ahora quiere que Starbucks sea el lugar donde la gente pueda
emocionarse de nuevo por votar, donde la gente pueda discutir con cortesía
temas difíciles, como el derecho a portar armas de fuego o las relaciones raciales,
y en donde “podamos elevar a la ciudadanía y a la humanidad”.
Todo suena encantador, pero la
última cruzada de Schultz le explotó en la cara. Todo empezó con suavidad
cuando el jefe de Starbucks comenzó preguntando a sus empleados sobre las relaciones
raciales en Estados Unidos. Eran los últimos meses de 2014 y entonces empezó la
agitación en Ferguson, Missouri, cuando un policía blanco fue exonerado de
haber matado a tiros a un adolescente afroamericano desarmado. Sus empleados
también se inquietaron. Sus conversaciones privadas fueron directas, sinceras y
catárticas.
Baristas y gerentes de las
tiendas empezaron a llorar, hablando de los duros momentos que habían vivido.
El staff se abrazaba, todos deseaban que Estados Unidos pudiera superar su
pasado. Schultz se conmovió tanto que decidió relanzar esas conversaciones en
7,000 sucursales de Starbucks. Él alentó a los baristas a escribir “Race
together” (razas juntas) en millones de vasos de café de la marca.
Entonces, de alguna manera,
pasarían cosas buenas.
Lo que vino después fue una
vergüenza nacional. Las filas matutinas de clientes agitados, llenas de
extraños, demostraron ser mucho más frías que los encuentros del staff. Los
baristas sintieron que habían sido lanzados a un nuevo papel vanguardista sin
ningún tipo de capacitación. Los clientes consideraron desconcertante el
gesto. Después de ese torpe comienzo muchos baristas simplemente guardaron sus
marcadores. Starbucks puso fin a la iniciativa luego de una semana (la
compañía dice que ése era originalmente el plan).
Sin inmutarse, el rey del café
mantiene sus ambiciones tan grandes como siempre. Entre los objetivos de
Schultz están las injusticias de la pena de muerte, el desempleo crónico, las
necesidades de los veteranos de guerra y las aspiraciones universitarias de
sus baristas. Ver las cruzadas del CEO Schultz tras la debacle de su campaña
racial es como ver a un tragasables en un carnaval. Cada proyecto genera su
propia oleada de emociones. Cada uno está matizado con una emotiva y aterradora
sensación de que todo podría salir muy mal en un instante.
Hace unas semanas Schultz y yo
acudimos a la Academia de Música de Brooklyn, bebimos Aged Sumatra de
Starbucks en vasos de papel. Schultz repasaba sus ideas minutos antes de subir
al escenario para dirigirse a 300 de sus empleados sobre su tema favorito: lo
que está mal en la sociedad y cómo su empresa puede ser una fuerza para hacer
el bien. “Tenemos esta gran idea: Es como un trozo de barro, pero aún no tiene
forma. Voy a pedirle ayuda a la gente”, me dijo, con una voz que mezclaba
entusiasmo y vacilación.
En el proscenio del teatro de
Brooklyn, Schultz comenzó hablando de los problemas que le preocupaban:
compensaciones para las familias de los soldados muertos en Irak o Afganistán,
la relación entre la seguridad y las armas de fuego y las elecciones
presidenciales de 2016.
“No estamos aquí sólo para elevar
el precio de las acciones”, dijo. “¿Qué podemos hacer para usar nuestra fuerza
para el bien social?”.
Durante los siguientes 90
minutos, 34 gerentes de tiendas y baristas tomaron el micrófono para compartir
sus ideas y preocupaciones. Al igual que la mayoría de los votantes, estaban
menos interesados en la teoría política —salvo unos pocos que hablaron de su
propio trabajo voluntario en escuelas locales— que en las complicadas
realidades de su vida cotidiana. Llega mucha gente sin hogar a nuestras
tiendas… ¿Podemos tener más seguridad?… ¿Podemos capacitar mejor a los
baristas?… ¿Podría haber una opción de guardería?
Si Schultz estaba decepcionado,
no lo demostró. “Ésa es una gran idea”, dijo a varios interlocutores. “Estamos
trabajando en ello”, aseguró a los demás.
Cuando uno de los empleados a
tiempo parcial quiso saber por qué no tenía muchas vacaciones pagadas, Schultz
comenzó a pasar la pregunta a un especialista en relaciones humanas en el
público y entonces se detuvo a mitad de la frase. “¿Sabes qué?”, dijo Schultz.
“Has estado aquí 16 años. Te mereces unas vacaciones. Vamos a conseguirte unas”.
La sala estalló en aplausos. Schultz se acercó para dar un abrazo al barista y
alguien tomó una foto.
Al ver a Schultz trabajar a una
multitud puede verse por qué habría sido un candidato natural, pero la
curiosidad política se ha desvanecido. Un demócrata de toda la vida, Schultz
dice que ya no cree que el gobierno tenga las respuestas a los temas que le
preocupan más.
Tiene poco interés en visitar
Washington y no ha hecho una contribución a un candidato presidencial desde
que apoyó a Barack Obama en 2008. Mellody Hobson, integrante del consejo
directivo, es aún más clara: “Howard se conoce a sí mismo lo suficiente como
para darse cuenta de que un papel en la política nacional no es correcto para
él”.
Lo cierto también es que en la
mayoría de las empresas, cualquier CEO que se involucrara en causas sociales se
arriesgaría a un motín de los accionistas —Schultz no puede ignorar a sus
inversionistas, es dueño de menos 3% de la compañía—, pero Starbucks es un caso
especial, dice el director de Finanzas, Scott Maw, quien se unió a la compañía
en 2011 después de muchos años en las duras culturas de GE y JP Morgan Chase.
Cuando vendes café con leche en
vez de locomotoras o préstamos, señala Maw, un Grande de 3.45 dólares no es
sólo una bebida, es un boleto a “una experiencia agradable y una forma
éticamente correcta de hacer las cosas”. Las cruzadas de Schultz se han
convertido en parte del producto y han convertido a Starbucks en una de las
mayores empresas sociales en el planeta.
“Howard Schultz siempre ha
querido hacer algo más que vender cafeína”, dice Bryant Simon, profesor de
historia en la Temple University, quien en 2009 publicó Everything but the
Coffee, un libro sobre Starbucks. Simon es un sujeto incisivo y afirma que la
mayoría de las iniciativas de Schultz son espejismos publicitados
brillantemente. Por ejemplo, Ethos, la marca de agua embotellada propiedad de
Starbucks. Puede que emocione a los clientes que cinco centavos de su compra
se destinen a dar a alguien acceso a agua limpia, aunque la verdad es que, con
un precio de 1.80 dólares por botella, Starbucks se queda con 97%.
Incluso la iniciativa de
universidad gratuita desagrada a Simon, que la considera un truco de
relaciones públicas que busca convencer a los clientes de Starbucks de que los
baristas no están atrapados en un trabajo sin futuro.
“Se supone que debemos creer que
todos trabajan por un futuro mejor, y que su empleador se hace cargo de los
gastos”, comenta Simon. “Me pregunto cuántos baristas conseguirán un título”.
Schultz también se lo pregunta.
La iniciativa de universidad gratuita comenzó hace unos dos años y 5,000
empleados ya se han inscrito. Hasta la fecha se han graduado 44 y otros 100
esperan hacerlo esta primavera.
El éxito de Starbucks
Muchos creen que Schultz fundó
Starbucks. No lo hizo. Los fundadores reales, Gordon Bowker, Zev Siegl y Jerry
Baldwin, abrieron la primera cafetería en 1971. Schultz no se unió a la
compañía hasta la década de 1980. Pero Schultz ha dirigido la compañía durante
tanto tiempo que él piensa y se comporta como uno de los fundadores. Todas las
mañanas se levanta poco después de las 4 am para estudiar los reportes de
ventas del día anterior. Él alienta a los maestros cafeteros de Starbucks a
poner más Aged Sumatra en la mezcla navideña todos los otoños, porque es su
café favorito y sabe que sabe muy bien. Incluso los más pequeños detalles le
preocupan, porque en el fondo él todavía piensa en cada tienda como su tienda.
Sin embargo, si el jefe necesita
ratificar todo, la toma de decisiones se desacelera a paso de tortuga.
Consciente de sus propios límites, Schultz ha reforzado en los últimos años al
equipo directivo de Starbucks con una amplia gama de líderes probados en otras
compañías.
La lista incluye a un director de
Operaciones con experiencia en Microsoft (Kevin Johnson) y un jefe de
Estrategia con un pedigrí de Disney (Matt Ryan.) “Hay mucho más aquí que sólo
el Howard Show”, dice el presidente de J.C. Penney Myron Ullman, quien ha sido
directivo en Starbucks desde el año 2003. “El liderazgo no tiene que venir de
Howard sobre todos los temas”.
La recompensa: Un crecimiento que
nunca se detiene. Las acciones de Starbucks subieron 48% en 2015, y a pesar del
agitado arranque de 2016, la capitalización bursátil de la compañía se acerca
a los 86,000 mdd.
Aunque el café sigue siendo la
atracción principal, la oferta de alimentos sigue en expansión, con ventas que
se han más que duplicado en los últimos cinco años.
Las filas de clientes se mueven
más rápido, ya que 16 millones de ellos han descargado la App de pago móvil de
Starbucks. Menos personas buscan monedas en sus bolsillos, las ventas por hora
aumentan y la rentabilidad se eleva. Los márgenes de Starbucks antes de
intereses e impuestos rondan el 19.7%, el doble de compañías como Chipotle o
Panera.
Y hay más diversión por venir,
según los analistas de Wall Street, que esperan que Starbucks mantenga su
expansión de márgenes en un punto porcentual anual por lo menos hasta 2018.
Incluso las controversias terminan siendo buenas para los negocios, como lo
demostró la revuelta del fin de año pasado, cuando Starbucks ofreció vasos
rojos que no incluían ninguna referencia a la Navidad. Unos pocos evangelistas
se molestaron. Las estaciones de televisión se apresuraron a cubrir la
“historia”, y la atención amplificada ayudó a la compañía a alcanzar un récord
de ventas.
En lugar de tratar de hacerlo
todo, Schultz últimamente ha estado gravitando hacia los proyectos más nuevos
y de crecimiento más rápido de Starbucks, aquellos que encajan bien con su
forma de pensar. Se ha convertido en Mr. China, haciendo viajes trimestrales a
Beijing y Shanghai, así como a una serie de ciudades del interior, donde
Starbucks tiene grandes ambiciones. En este momento esas tiendas venden sobre
todo té, frappuccinos y mooncakes por la tarde. En poco tiempo, Schultz dice
con una sonrisa, China podría abrazar también “el ritual matutino” del café.
Starbucks tiene actualmente 2,000
sucursales en China, el cuádruple que sólo cinco años atrás. Shanghai (432) ha
superado a Seúl y Nueva York como la ciudad con el mayor número de cafés
Starbucks. Los ceos de otras compañías pueden estresarse por los tropiezos
recientes de China; pero no Schultz. Él cree que una expansión imparable de la
clase media china beneficiará a su compañía. “Un día podría ser incluso más
grande que el negocio de Estados Unidos”, dijo Schultz a los analistas en
enero.
El otro gran proyecto de Schultz
es la decidida defensa de la gama alta del mercado de café. Él ha visto a
marcas en el mercado masivo como Budweiser y Hershey perder atractivo frente a
cervecerías y fabricantes de chocolate artesanales que se posicionan como los
verdaderos campeones de sabor. Nadie va a superar a Starbucks de esa manera,
él cree. Sí, la escena actual del café incluye a firmas ambiciosas como Philz,
Blue Bottle, Intelligentsia y Stumptown, que están llamando la atención con
granos y estilos para servir de ultra lujo. Y, sí, los recién llegados han
subido las apuestas por el marketing, por ejemplo, Blue Bottle ofrece bolsas de
350 gramos de café Three Africans (una mezcla de granos de Etiopía y Congo) por
15.75 dólares.
Schultz no se inmuta. Él prepara
paquetes más pequeños con granos de café más caros, envasados en bolsas
distintivas de la Starbucks Reserve. Una bolsa de 250 gramos de Ehiopia
Yirgache Chelba por 17.50 dólares, además de otras ofertas exclusivas en su
propio escaparate: las tiendas de Starbucks ofrecidas dentro de ingeniosas
promociones de marketing (“exótico, raro, exquisito”).
Los cafés más elegantes son muy
bien exhibidos en la cafetería ultraelegante de Seattle, y Shultz tiene planes
para sacar el mayor provecho de ella abriendo más Roasterys en Estados Unidos y
Asia.
Schultz continúa enviando fotos
de la Roastery tomadas con su iPhone a los miembros del consejo, de día o de
noche. “Howard es muy fan”, dice Hobson.
Los directivos de Starbucks se
retiran a los 75 años, eso está a 13 años de distancia de Schultz.
Dice que podría dejar el puesto
de CEO antes de esa fecha. Él ya lo hizo una vez, de 2000 a 2007, cuando ocupó
el puesto de presidente para experimentar con otras inquietudes como ser dueño
del equipo local de basquetbol, los Seattle SuperSonics. El rendimiento de
Starbucks vaciló, y Howard Schultz se reubicó a sí mismo como ceo en un golpe
de estado en la sala de juntas.
Dice que esta vez lleva un mejor
ritmo, escucha más y muestra más paciencia con otras personas. La dirección de
una gran empresa “es un juego de hombres jóvenes, en términos de la energía,
resistencia y curiosidad necesarias”, reconoce Schultz. Aun así, dice que
planea quedarse por un tiempo. Su misión no está totalmente cumplida.
El humor de Schultz se
ensombrece con los recuerdos de las crisis que no confrontó al inicio de su
carrera. A mediados de la década de 1980, recuerda, él hizo su primer viaje de
negocios a Guatemala, para conocer a los proveedores del grano. Los cafetaleros
le susurraron que sólo una pequeña fracción del dinero que la compañía de
Schultz estaba pagando terminaba en los bolsillos de productores.
El sistema de pagos de Guatemala
estaba plagado de “comisiones” ocultas e ilegales, pero Schultz sintió que era
demasiado novato e inexperto para hacer algo al respecto. Esa inacción le
irrita hasta nuestros días.
Actualmente, un número creciente
de los proyectos de Schultz es administrado por la Schultz Family Foundation,
cuyos fondos ascienden a 100 mdd.
La fundación ocupa hoy solamente
una parte menor de su riqueza, pero él dice que adquirirá más importancia en
los próximos años.
Sus prioridades actuales son
ayudar a los veteranos a reasentarse en la economía estadounidense y la
promoción de iniciativas de empleo para las personas de entre 16 y 24 años que
no están en la escuela y no han encontrado trabajo.
En una feria del empleo reciente
patrocinada por la fundación, en Los Ángeles, Starbucks fue uno de los
empleadores que buscaban reclutas. Y el presidente de la nación del café estaba
radiante por todos lados, como si fuera su primera vez.
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