Cuando Los Carasucias descubrieron América
Con actuaciones notables y un equipo repleto de talentosos, Argentina ganó el sudamericano de 1957 en Lima tras aplastar a Brasil. Fue uno de los campeones más brillantes de la competición.
Hay equipos que exceden sus propias conquistas, que existen más allá de su máximo logro o de su mejor versión. Quedan instalados en la memoria incluso de aquellos que no los vieron jugar, pero les contaron su leyenda. Los Carasucias del Sudamericano de Lima en 1957 son un ejemplo insoslayable al respecto: ellos jugaron juntos apenas 6 partidos oficiales, pero nadie los olvidó nunca. Desde aquel miércoles 3 de abril, en el que se consagró Argentina al golear 3-0 a Brasil, aquella delantera de Oreste Corbatta, Humberto Maschio. Antonio Angelillo, Enrique Sívori y Osvaldo Cruz comenzó a formar parte de la profusa mitología del fútbol argentino.
Argentina hizo una campaña notable en ese torneo. Ganó consecutivamente los primeros cinco partidos: 8-2 a Colombia, en el debut; 3-0 a Ecuador; 4-0 a Uruguay; 6-2 a Chile; y 3-0 a Brasil. Cumplía con esa pretensión tantas veces inalcanzable, definida por tres verbos que empiezan con "g": ganar, gustar, golear. La formación, al margen de las cinco estrellas que brillaban en el ataque, estaba compuesta por: Rogelio Domínguez, Pedro Dellacha, Federico Vairo, Juan Carlos Giménez, Néstor Rossi y Angel Schandlein.
El día de la vuelta olímpica, Argentina no derrotó a cualquier rival: ese Brasil de Oswaldo Brandao ganaría al año siguiente —ya con Pelé, Vavá y Zagallo— el Mundial en Suecia. En esa penúltima fecha se resolvió todo para la Selección que dirigía Guillermo Stábile. El único aspecto negativo fue la despedida del torneo, con una caída 2-1 contra Perú, el 6 de abril. Era lógico: tras la goleada a Brasil, los jugadores abandonaron la concentración en nombre de los festejos.
Incluso más allá de su juego para el aplauso, esa Selección se llevó todos los lauros numéricos y honoríficos, con récords incluidos: Con nueve tantos, Maschio fue junto al uruguayo Ambrois el máximo anotador del sudamericano. Ni antes ni después otro futbolista convirtió más goles que el Bocha en una sola edición del máximo torneo continental. El equipo, además, fue el más goleador (con 25) y Rogelio Domínguez tuvo el arco menos vencido, con seis. Además, Stábile consolidó -con su sexto título- la condición de entrenador con más Copas América ganadas.
Sívori, con sus medias bajas y su desenfado, fue un deleite. Lo eligieron oficialmente como el mejor jugador del torneo. Lo retrató -con su pluma impecable- el periodista Héctor Hugo Cardozo: "En ese andar por los años primeros, cuando la pelota (de trapo o de goma sobre la tierra o el empedrado) era el juguete privilegiado, Sívori fue el modelo a copiar. Un sueño de pibe. El crack cuando abundaban los cracks. El que la pisaba mejor, el que gambeteaba mejor, el que dormía la número 5 amarilla en su empeine zurdo, el que amagaba y los rivales se caían como muñecos de pies redondos. Por eso cada jugada se transformaba en un manual completo del jugador ideal. Por picardía, por ingenio, por destreza, por talento, por los goles. Y se agigantaba la figura del Cabezón en cada fantasía que contaban los diarios y en cada relato de Fioravanti".
Ese sudamericano fue el lanzamiento a la gloria europea para Maschio (a Bologna), Angelillo (al Inter) y Sívori (a la Juventus, donde lo consideraron "Rey del Calcio"). Sin ellos tres, Argentina fue a Suecia y se volvió en la primera ronda, tras el durísimo 6-1 ante Checoslovaquia. Aquel golpe fue la demostración: la Selección extrañó a Los Carasucias.
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