La corrupción es una trampa
Forbes - miércoles, 27 de mayo de 2015
Por políticamente incorrecto que parezca
decirlo, la corrupción no es uno de los 10 principales problemas de México.
Analicemos.
No hay cosa que irrite, desagrade y cause más
molestia a los mexicanos que la corrupción. Ya sea por los casos históricos de
corrupción en el régimen previo a la alternancia, o por los que han salido a la
luz por el cada vez mayor escrutinio que se ha dado en el México de la
alternancia.
La corrupción toca las fibras más sensibles de
los ciudadanos desatando un rechazo y hartazgo generalizados.
Una de las conversaciones que más escuchamos en
estos días es, sin duda, la de la molestia y desánimo por lo casos de
corrupción, el tráfico de influencias, los obvios conflictos de interés y el
desvío de recursos y servicios públicos para usos privados.
La irritación con la corrupción no es un tema
que sólo molesta a los mexicanos, sino que es un tema que genera la misma
reacción por igual en cualquier parte del mundo. La corrupción implica engañar
al resto de los ciudadanos, y es, en sí mismo, un acto de deshonestidad
profundo que fragmenta a las sociedades, polariza y divide la cohesión entre
gobierno y sociedad.
Ahora se habla mucho de la corrupción como el
problema más grave de México y América Latina. Los casos de conflicto de
intereses en México; de escándalos en Brasil; la renuncia del hijo de Bachelet
en Chile; el escándalo de la esposa del presidente Humala en Perú, son muestras
de lo que ocurre en la región. Mal de muchos es consuelo de tontos, pero no por
eso es patrimonio nacional.
Se escucha en los medios y en las
conversaciones cotidianas a la corrupción como uno de los principales problemas
de México. Igual en los noticiarios que en las declaraciones de empresarios o
en organizaciones de la sociedad civil. En cualquier parte y en cualquier lugar,
la corrupción aparece hasta arriba en la lista de las preocupaciones de los
mexicanos.
De hecho, es común escuchar que uno de los
principales impedimentos para el crecimiento económico y desarrollo del país es
la corrupción. Algunos piensan que es “el problema de problemas”. Lo dicen los
mismos políticos, lo dicen los ciudadanos y lo dicen los partidos, lo dicen los
analistas, lo dice todo mundo.
¿Cuánto cuesta en realidad la corrupción?
La historia es más o menos así: los
funcionarios desvían recursos, y esto se traduce en que haya menos bienes y
servicios públicos. Como se ha expresado coloquialmente, se quedan con todo y
dejan a la ciudadanía sin nada. Hay una lógica implícita detrás de esto, y es
que cualquier cosa que no esté como yo quiera o no funcione como yo quisiera,
se debe a que hay corrupción.
La conversación detrás es que las cosas que
faltan en México, faltan porque alguien se quedó con el dinero. En esto tenemos
un acuerdo generalizado. Si uno revisa los estudios relacionados con la corrupción
nos indican que el costo de la corrupción es del 3% del PIB. Es como si alguien
que gana 100 pesos al mes argumenta que porque le quitaron tres no puede pagar
la deuda de 40 que tiene que pagar este mes. Por más que queramos encontrar el
origen de toda nuestra infamia y tragedia de allí, pues no pareciera estar ahí.
¿O sí?
La conversación “corrupción” ha pasado a ser lo
que fueron otras conversaciones más, que en otros momentos de alguna manera
encubrían y tapaban lo que en realidad nos detenía para avanzar. Así, tuvimos
históricamente varias de estas conversaciones que llamo yo “encubridoras”. Y me
refiero a ellas así porque se presentan como la fuente y explicación de todos
nuestros males; no dependen de nosotros sino de que se legislen algunas leyes o
cambien algunas instituciones, y mientras eso llega permanecemos victimizados
esperando que las cosas cambien allá afuera. Es un extraordinario distractor y
una maravillosa forma de postergar la acción.
Se requieren dos para el tango
Justamente, la conversación corrupción
gubernamental es muy llamativa porque pone el peso y la responsabilidad en
alguien más cuando todos sabemos que se requieren dos para que se dé y sólo uno
para detenerla. Alguien pide y alguien da, y/o alguien ofrece y alguien toma.
Pero se requieren dos para el tango. Los que hablan de que la corrupción es
algo que corresponde al gobierno resolver, quizá lo que en el fondo dicen es:
“no me gusta la corrupción y no quiero participar, pero si para obtener el
negocio tengo que hacerlo, pues lo haré”.
Se le da demasiado peso al gobierno y se le
atribuye toda la responsabilidad a él. Esta conversación es muy conveniente
para los que pagan. Son pobres víctimas del mal y la perversidad de los que
piden. Pero es una conversación falsa. Es falsa en primer lugar, porque nos
victimiza y nos quita la responsabilidad individual como ciudadanos para
detener la corrupción. Qué mejor que sea algo que hace alguien “allá afuera”, y
ése nunca soy yo, hasta que lo “tengo” que hacer, porque si no, “pues ni modo,
no me quedo con el contrato”. En segundo lugar, porque encubre otra serie de
“males” que muy probablemente tengan más impacto y expliquen mejor la falta de
resultados que buscamos.
Una de las panaceas de las que se habla para
resolver el tema de la corrupción es la consolidación del Estado de derecho. Si
bien el Estado de derecho es algo necesario en diversos ámbitos, no queda claro
que sea la solución al tema de la corrupción en México, como no parece haber
sido en otros países. Los que apoyan esta solución argumentan que al contar con
sanciones oportunas y expeditas, los corruptos no realizarán actos de
corrupción. No queda claro que sea ésta la solución mágica a la corrupción,
como no lo ha sido en otros países.
Una de las conversaciones encubridoras más
recientes de este tipo fue la de la democracia. Todos los males de México se
debían a la falta de una democracia y alternancia en el poder. Finalmente, en
2000 dimos ese paso, y para desencanto de propios y extraños pareciera que
surgieron otros muchos problemas originalmente no anticipados y las cosas
definitivamente no se transformaron solas por el hecho de tener democracia.
Quizá si hubiésemos puesto menos énfasis en que todos nuestros problemas se
explicaban por la falta de democracia y se resolverían con la misma, habríamos
visto otros retos y otras cosas que hacían falta para avanzar. Por ejemplo,
podríamos haber visto precisamente que faltaba algo en el tema de la
corrupción.
La diferencia existe
Voy a referirme en los siguientes párrafos a
tres formas de hacer una diferencia y por qué que están faltando. No requieren
que alguien más las lleve a cabo y tampoco requieren llegar a un determinado
nivel de madurez para que funcionen. Están disponibles desde ya para avanzar en
el México que anhelamos.
Muchas veces, las cosas más apremiantes se
resuelven de la forma más sencilla.
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