Lo que nadie sabe de la economía compartida
The Wall Street Journal. - martes, 26 de
mayo de 2015
Si quiere iniciar una discusión en compañía de
personas bien educadas, simplemente declare que la “economía compartida” es una
nueva forma de feudalismo o que es el futuro del trabajo y que los siervos
deberían empezar a acostumbrarse.
La “economía compartida” es la mezcolanza de
startups sin ninguna relación entre sí pero a menudo agrupadas, muchas
originadas en Silicon Valley, cuyos servicios incluyen “compartir” autos,
viviendas y otras cosas. Uber y Airbnb son los ejemplos más conocidos.
Lo primero que muchos no entienden sobre la
economía compartida es que no existe tal cosa, por más generosos que seamos
desde el punto de vista semántico. Cada vez más, los bienes que son
“compartidos” en este tipo de economía fueron expresamente comprados para
propósitos de negocios, ya sea personas que alquilan apartamentos que no pueden
costear pensando que Airbnb los ayudará a cubrir la diferencia, o conductores
que obtienen financiación a través de socios de servicios de viajes compartidos
como Uber o Lyft para comprar un auto nuevo con el que ofrecerán esos mismos
servicios.
Muchas de estas firmas, como el mercado de
empleo TaskRabbit, no involucran “compartir” un bien sino mano de obra. Si
TaskRabbit (donde un usuario puede contratar a alguien para que haga labores
como podar el césped o hacer diligencias) forma parte de la economía
compartida, también lo es cualquier trabajador. Lo único que estas empresas
tienen en común es que son un mercado, aunque difieren ampliamente en la
cantidad de control que les otorgan a los compradores y vendedores.
En la mente de los críticos, tal vez el mayor
transgresor en la forma en que controla la fuerza laboral sea Uber. La compañía
establece los precios que los conductores deben aceptar y últimamente ha
adoptado el hábito de exprimir en forma unilateral a los choferes en dos
formas, al reducir las tarifas que reciben por viaje y aumentar el porcentaje
con el que se queda Uber.
Un comportamiento como este ha desencadenado en
una retórica sobrecalentada pero no del todo inmerecida. “La verdad incómoda es
que la economía compartida es un negocio de extracción de rentas del orden del
intermediario más alto”, escribió Izabella Kaminska en el Financial Times.
Los defensores de empresas como Uber sostienen
que permiten un trabajo relativamente bien remunerado, por encargo. Cuando se
les solicitó un comentario, representantes de la empresa señalaron datos
publicados que sugieren justamente eso. El informe más reciente, una
colaboración entre Uber y el economista Alan Krueger, pinta un panorama
bastante positivo de la capacidad de la empresa para generar empleos. Uber ha
indicado que contrata 20.000 conductores nuevos al mes a nivel mundial y en
este reporte asegura que en ciudades estadounidenses como Los Ángeles o
Washington los conductores ganan en promedio más US$17 la hora.
Tal información, sin embargo, no refleja lo que
los choferes de Uber ganan en realidad, por la simple razón de que no incluye
sus gastos. Por ejemplo, una investigación de la periodista Emily
Guendelsberger muestra que los conductores de Uber en Filadelfia probablemente
ganan una fracción de eso. De acuerdo con la muestra ciertamente limitada de 20
choferes, incluida ella misma, la cifra ronda los US$10 por hora después de
gastos.
Es más que el salario mínimo que se paga en
Estados Unidos, pero está muy lejos de las aseveraciones de Uber, las cuales
llegaron a niveles absurdos en mayo de 2014, cuando la empresa aseguró que el
ingreso promedio de los conductores en Nueva York era de US$90.000 al año.
Luego de meses de investigación, la periodista Alison Griswold no conoció
absolutamente a ningún conductor en esa ciudad que ganara esa cifra.
El significado de todo esto es simple: Uber y
empresas como Lyft, que es más generosa con sus conductores pero que tiene un
modelo de negocios parecido, son unas máquinas extremadamente eficientes para
crear puestos de trabajo prácticamente de sueldo mínimo. Uber no es un servicio
de taxis, sino de empleos de baja remuneración.
Existe un acalorado debate sobre si los
trabajos que proveen empresas de servicios de transporte compartido son buenos,
pero datos de Uber y Lyft muestran que más de 80% de sus conductores tienen
otros empleos o están buscando uno. Uber ha indicado que 51% de sus choferes
están conduciendo menos de 15 horas a la semana.
Uber y muchas otras empresas de la economía
compartida permiten una nueva forma de trabajo, el empleo fraccional, en el que
las personas pueden sumar horas extras cuando lo necesiten. Desde el punto de
vista económico, estas compañías han dicho de forma explícita que su modelo de
negocios no funciona si los “conductores socios” son tratados como empleados y
no como lo que son ahora, es decir contratistas independientes.
Y esto es lo último y lo más importante en lo
que tanto detractores como partidarios se equivocan acerca de la economía
compartida: para que siga adelante, los reguladores deben decidir si sus
trabajadores son contratistas independientes o empleados.
La única forma de avanzar es algo que ha
captado muy poca atención, los “contratistas dependientes”. En contraste con
los contratistas independientes, los dependientes trabajan para una sola
empresa con un considerable control sobre su trabajo, como en Lyft o Uber o
cualquiera de un centenar de compañías. Esta categoría no existe en algunos
países, pero está en legislaciones como la de Alemania, donde los contratistas
dependientes reciben más protección que los independientes, pero siguen siendo
distintos a los empleados de tiempo completo.
La alternativa es la posibilidad de que este
tipo de compañías dejen de existir por completo, debido a una demanda colectiva
que casi seguro constituiría una amenaza existencial para el negocio.
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