Alcohol y medicamentos, la trastienda de un
cóctel tóxico y peligroso
Infobae - viernes, 29 de mayo de 2015
Es probable que la mayoría de las
personas, antes de iniciar un tratamiento, haya leído en el prospecto la
siguiente advertencia: "Puede provocar somnolencia. El alcohol puede
intensificar este efecto. Tenga precaución al conducir un automóvil u operar
maquinaria peligrosa". Lo cierto es que el peligro es real. La mezcla de
alcohol con ciertos medicamentos podría provocar náuseas, vómitos, dolor de
cabeza, letargo, desmayos o pérdida de la coordinación. Además, existen otras
complicaciones como la posibilidad de sufrir hemorragias internas, problemas
del corazón y dificultades respiratorias. Más allá de estos peligros, el
alcohol también puede disminuir la acción terapéutica del fármaco que se esté
tomando, anularla por completo o potenciar su efecto, lo que convierte a esta
combinación en algo dañino o tóxico para el cuerpo.
Antibióticos, antituberculosos,
analgésicos, depresores del sistema nervioso central, inhibidores de la
monoaminooxidasa, antihistamínicos, hipoglucemiantes orales, son grupos
farmacológicos que pueden desarrollar interacciones con el alcohol. El alcohol
interactúa con una importante cantidad de medicamentos.
¿Por qué es una combinación
peligrosa?
Al beber alcohol, éste ingresa al
tubo digestivo, pasa a la sangre y luego se traslada a los diversos sitios en
donde provoca sus efectos conocidos, sobre todo en el cerebro. Al cabo de un
tiempo se metaboliza en el hígado para, después, perder su efecto. Los
medicamentos, atraviesan el mismo proceso al ingerirlos. El problema se
presenta cuando se toman de manera simultánea y son metabolizados por las
mismas enzimas, ya que metabolizan menos ambas sustancias, lo que provoca que
tengan un mayor efecto.
Es necesario remarcar que esta
situación se produce cuando la persona ingiere alcohol en forma aguda o
repentina, como puede suceder en una fiesta, un evento social o un encuentro de
amigos. Sin embargo, en función de cómo sea la ingesta, así será su efecto.
Beber esporádicamente alcohol
inhibe el metabolismo hepático de algunos fármacos, es decir, cambia el modo en
que el hígado procesa y elimina esos medicamentos. Al disminuir su metabolismo,
aumenta su actividad. En cambio, cuando se bebe en forma crónica, el alcohol
estimula de tal forma las enzimas que el cuerpo las genera en una mayor
cantidad lo que hace que algunos medicamentos se metabolicen más rápido y que,
ante la dosis habitualmente indicada, se reduzca su eficacia.
¿Hay alguna bebida más peligrosa
que otra?
Lo que genera problemas no es la
bebida sino el alcohol, por lo tanto, las que cuenten con mayor graduación
alcohólica son las que mayor interacción con los medicamentos tienen.
Diferente en las mujeres
De acuerdo con el Instituto
contra el Abuso de Alcohol y el Alcoholismo de los Institutos de Salud de los
Estados Unidos (NIH), las mujeres corren mayor riesgo que los hombres de
desarrollar problemas con el alcohol. Cuando una mujer bebe, el nivel de alcohol
en sangre alcanza valores más altos, aun cuando haya ingerido una cantidad
igual a la de un hombre. Esto se debe a que el organismo femenino tiene menos
agua que el masculino. Dado que el alcohol se mezcla con el agua del cuerpo,
una cantidad determinada de alcohol alcanza mayor concentración en las mujeres
que en los hombres. Como resultado, son más susceptibles a sufrir daños en los
órganos, tales como el hígado, a causa del alcohol.
Poblaciones de riesgo
Los adultos mayores de 65 años,
particularmente, corren más riesgo de sufrir reacciones adversas debido a
interacciones entre el alcohol y los medicamentos. El proceso del
envejecimiento disminuye la velocidad con la que el cuerpo metaboliza el
alcohol, lo que aumenta su permanencia en el sistema. Además de este grupo, las
personas que toman una medicación crónica que requiere niveles en sangre más
estables como los anticonvulsivantes y los anticoagulantes, también están más
expuestos a los riesgos de esta combinación de sustancias.
Los pacientes que toman
anticoagulantes orales deben evitar la bebida. Por ejemplo, el metabolismo de
drogas como el acenocumarol o de la warfarina, puede disminuir y por tanto
aumentar su efecto lo que puede derivar en la aparición de hemorragias. Sin
embargo, si la ingesta de alcohol se produce de manera crónica favorecería la
ineficacia de estos tratamientos, lo que podría provocar otras complicaciones.
Distintas formas de interacción
Según el tipo de efecto, podemos
clasificar las reacciones en tres grandes grupos: reacciones inmediatas; de
aumento del efecto del medicamento o de producción de toxicidad en el hígado.
Dentro de las reacciones
inmediatas, algunas bebidas como la cerveza o el vino, que tienen una sustancia
llamada tiramina, al mezclarse con medicamentos pueden originar náuseas,
vómitos, enrojecimiento facial (flushing), o confusión, aún en pequeñas
cantidades. Por otro lado, con algunas cefalosporinas, antibióticos pertenecientes
al grupo de beta-lactámicos, la ingesta de alcohol precipita la aparición de
estos síntomas. Se conoce como "efecto antabús o disulfirámico" y se
trata de manifestaciones clínicas que pueden ser leves como las mencionadas
anteriormente o graves como ansiedad, hasta incluso taquicardia, hipotensión,
insuficiencia respiratoria o encefalopatía.
El efecto antabús puede aparecer
también con el uso de metronizadol (antibiótico anaerobicida y
antiprotozoario), muy utilizado para tratar ciertas infecciones.
Excepcionalmente, esta reacción también puede observarse con otras drogas. En
esos casos, corresponde informar al médico y suspender la medicación hasta que
se concrete la consulta.
Efecto aumentado
Se sabe que el alcohol disminuye
la actividad cerebral, lo que se traduce en una pérdida de reflejos, problemas
en el habla, descoordinación de movimientos hasta lograr, incluso, pérdida de
la conciencia y coma. El alcohol potencia los efectos de todos aquellos
fármacos que actúan a nivel cerebral, sobre todo de los que disminuyen la
actividad neuronal, que se conocen como sustancias depresoras o sedantes del
sistema nervioso central. Entre este grupo se encuentran las benzodiacepinas
(diazepam, alprazolam, bromazepam, lorazepam, clonazepam, entre otras), los
barbitúricos (pentobarbital, tiopental) y los analgésicos opiáceos como la
codeína o la buprenorfina, entre otras. Si son ingeridos junto con alcohol
pueden disminuir la capacidad de respuesta, provocando accidentes de tránsito o
domésticos.
También comparten este efecto
otras drogas como los vasodilatadores coronarios del tipo nitritos;
hipoglucemiantes orales que se toman en los tratamientos para la diabetes
miellitus tipo 2, con las que pueden observarse hipoglucemias marcadas, sobre
todo si se ingiere alcohol sin alimentos y con los anticoagulantes orales, con
los que aumenta el riesgo de sangrado.
Toxicidad en el hígado
Existen drogas como la nicotibina
y la rifampicina, indicadas en casos de tuberculosis, que potencialmente tienen
la posibilidad de producir hepatitis, o sea toxicidad en el hígado. Esta
toxicidad puede aumentar con la ingestión de alcohol. En el caso de los
analgésicos, el problema se presenta con el paracetamol. El alcohol aumenta la
actividad enzimática del hígado y, en el caso del paracetamol, este incremento
de su metabolismo se traduce en la aparición de un metabolito (una sustancia
producto de la transformación que sufre el fármaco en el hígado) que es un
importante tóxico para el propio organo.
El consumo de este analgésico
debe realizarse de forma cuidadosa en todas las ocasiones, se recomienda no
superar la ingesta de 4g de paracetamol al día. Sin embargo, la combinación con
bebidas alcohólicas puede provocar que la cantidad diaria de paracetamol
necesaria para producir un problema de toxicidad hepática, resulte menor.
Tanto los antiinflamatorios no
esteroideos, como el ácido acetilsalicílico o el ibuprofeno, como los
antiinflamatorios esteroideos como la prednisona, sumados al alcohol son
gastrolesivos, es decir, producen pequeñas lesiones en la mucosa gástrica.
Estas hieras pueden provocar epigastralgia (dolor de estómago), sensación de
quemazón causada por el reflujo del contenido gástrico hacia el esófago
(pirosis) e incluso, en casos de ingestión crónica de los antiinflamatorios, la
aparición de úlceras y hemorragias digestivas, que son la principal
complicación de la úlcera gástrica o duodenal.
El alcohol y los medicamentos
pueden interactuar de manera dañina, aun si no se toman al mismo tiempo. Es
importante la consulta con el médico de cabecera para conocer con cuáles de
ellos pueden manifestar estas interacciones. Hasta entonces, se debe tener
presente que si se está bajo tratamiento con alguna de las drogas antes mencionadas,
es mejor no tomar alcohol. No obstante, no hay que olvidar que, por sí mismo,
el etilismo agudo puede precipitar una crisis convulsiva en cualquier persona.
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