Steve
Anderson, el inversionista sin miedo a perder sus millones por buenas ideas
FORBES- 13 de Junio de 2016
Se pinta de azul las uñas de los
pies y trabaja solo en lo que fuera un estudio de fotografía para niños. Al
llenar el vacío entre inversionistas ángel y las grandes firmas, Steve Anderson
también se ha convertido en el segundo mejor inversionista del mundo.
Después de otro día de 12 horas
de programación, los nervios de Kevin Systrom estaban deshechos. Era junio de
2010, y había pasado siete meses trabajando en una red social de
geolocalización, similar a Foursquare, que no iba a ninguna parte.
Desesperado, él y su cofundador, Mike Krieger, decidieron desechar la
aplicación y en su lugar trabajar en una herramienta para compartir fotos.
Ahora sólo tenían que convencer del cambio a su fundador inversionista, un tipo
llamado Steve Anderson, quien había firmado su primer cheque por 250,000
dólares cuatro meses atrás.
Los jóvenes emprendedores
cruzaron la calle hasta un café cuyo nombre era apropiadamente Crossroads
(Encrucijada), un establecimiento rústico en San Francisco atendido por ex
convictos.
Anderson sabía que los números
iban mal. Habían estado hablando de ello durante semanas. Los jóvenes
fundadores le contaron su plan para empezar de nuevo, sin estar seguros de si
su inversionista se pondría furioso, decepcionado o si le agradaría la idea.
Anderson se quitó un trozo de jengibre de la barbilla y se quedó sentado frente
a la mesa. Sin embargo, tras mirar hacia el techo durante unos segundos, dijo
con una sonrisa: “Bueno, ¿por qué demonios les tomó tanto tiempo?”
Mil millones de dólares (mdd) más
tarde, los cofundadores de Instagram pueden recordar entre risas esa reunión,
pero la graciosa pregunta que Anderson hizo a Systrom y Krieger fue todo lo que
necesitaban saber. “En el valle me encuentro con muchas personas que se
preocupan demasiado por el dinero”, afirma Systrom. “Nunca sentí que Steve
estuviera permanentemente preocupado porque lo arruináramos todo. Puede que lo
haya estado, pero se mostraba confiado.”
Ese tipo de decisiones, tomadas
en la última fracción de segundo, es típico de Anderson, de 47 años, el cerebro
detrás de una de las empresas de inversión más exitosas –y pequeñas– de
Silicon Valley. Como el segundo nombre en la Lista Midas de Forbes, nuestro
recuento anual de los 100 principales inversionistas de alta tecnología en el
mundo, podría unirse fácilmente a cualquier firma de capital de riesgo de
élite, pero su fondo de inversión tiene sólo a un tomador de decisiones, con
una extraña habilidad para encontrar y fondear a emprendedores con la semilla
de lo que podría ser una gran idea. Instagram, de la que su fondo era
propietario de 12% cuando Facebook la adquirió por 1,000 mdd, puso a Anderson
en el radar, junto con otras gigantescas participaciones en compañías como
Twitter y Heroku, que vendió a Salesforce por alrededor de 250 mdd en 2010. Su
próximo lote de negocios luce igual de prometedor e incluye a la firma de
tecnología financiera Social Finance (valuada en 4,000 mdd), el fenómeno de la
moda femenina Stitch Fix (que va en camino de convertirse en un unicornio) y la
casa productora de videojuegos Machine Zone, la compañía detrás de Game of War
(que, se dice, busca financiamiento a una valuación de al menos 6,000 mdd).
Con un patrimonio que Forbes calcula en al menos 150 mdd, ¿por qué trabajar
para –o con– alguien más?
Para subrayar su condición de
lobo solitario, Anderson se ha autoexiliado del distrito financiero de San
Francisco y de la mafia de los fondos de inversión de Sand Hill Road en Menlo
Park, California, cerrando una docena de tratos al año desde lo que fuera un
estudio de fotografía infantil en Cow Hollow, en San Francisco, un vecindario
más conocido por sus desayunos y el yoga Bikram que por su talento
tecnológico. “Una vez alguien me preguntó: ‘¿Cómo haces 10 o 12 acuerdos en un
año?’”, recuerda Anderson. “Le dije: ‘La próxima vez que estés en una junta con
tu socio un lunes por la mañana hablando de ofertas que él o ella quiere cerrar
o cuando estén discutiendo en tu oficina sobre las políticas de la empresa,
recuerda que todo ese tiempo yo lo aprovecho para reunirme con las empresas’.”
Anderson menciona que el enfoque
del hombre orquesta tiene más que ver con la libertad que con el ego. Puede
firmar un cheque de 500,000 dólares 30 minutos después de conocer a un fundador
sin tener que consultar a nadie más. Escucha música electrónica mientras recibe
llamadas y se reúne con inversionistas enfundados en traje y corbata vistiendo
una sudadera y jeans. Se pinta las uñas de los pies de color azul cuando baila
mientras fiestea en un rave. Se escapa a Las Vegas un jueves para festejar con
djs como Deadmau5 y Kaskade un par de veces al año o desaparece durante tres
días y hace su rodada anual en solitario junto al Lake Tahoe, toda una
tradición. Se ha ganado ese derecho con sus impresionantes retornos. Anderson
convirtió 70 mdd levantados por sus tres primeros fondos en 700 mdd, y dice que
se ha desprendido de sus participaciones en sólo una cuarta parte de las
startups. Tiene un promedio de bateo envidiable. Veinte de sus acuerdos han
tenido salidas de más de 100 mdd. “Mis reuniones de asociación son muy breves.
Yo, mi otro yo y mi otro yo tenemos un largo debate.”
El surgimiento de Baseline en
2006 ayudó a desarrollar una nueva categoría en la inversión de riesgo: la de
los fondos que se encuentran entre los 25,000 de los inversionistas ángel, a
menudo individuos ricos, y el millón de dólares o más que por lo general
provienen de empresas de capital de riesgo tradicionales en la denominada
Serie A. Baseline canjea sus cheques de 250,000 a 1 mdd por una participación
de entre 5% y 15% de una compañía, mientras le dan al o los fundadores de un
año a 18 meses para desarrollar un producto con una presión mínima. Anderson se
ha mantenido fiel a ese enfoque, incluso a pesar de que le ha dado algunos
dolorosos fracasos. Anderson se retiró de la ronda semilla de Dropbox cuando
sus fundadores aumentaron el precio en sólo un par de millones. También dijo
que no a Uber (dos veces), incluso después de tener a Travis Kalanick de pie en
su oficina, gesticulando y explicando cómo mataría a la industria del taxi. “No
fui capaz de ver más allá de los coches negros”, reconoce Anderson.
Sin embargo, las startups que
elige obtienen a un valioso aliado. El CEO de Weebly, David Rusenko, se
refiere a él como “el mejor de los inversionistas que puedes esperar”, alguien
que fue su coach una vez a la semana, afinando sus habilidades de contratación
y trato con clientes corporativos durante sus primeros años. Mike Cagney, CEO
de Social Finance (SoFi), confiesa que sin Anderson su compañía no estaría
viva, dado que el inversionista lideró una ronda de 80 mdd después de que
SoftBank se retractó de un compromiso de 100 mdd en 2012. Sofi contaba con ese
dinero y tomó préstamos por 60 mdd que no habrían tenido ningún respaldo si el
financiamiento no se hubiera concretado. “Él no usó su posición para eliminar
lo malo en la empresa cuando estábamos endeudados porque necesitábamos cerrar
el trato”, afirma Cagney. Su amigo y colega Chris Sacca lo explica más
claramente: “Éste puede ser un negocio sucio, y la gente fracasa todo el
tiempo, pero nunca escucharás a Steve decir una palabra negativa de casi nadie.”
El cortejo de Steve Anderson a
Silicon Valley comenzó en una casa rodante estacionada en el patio trasero de
sus abuelos, en Issaquah, más allá de los suburbios de Seattle. Él y su hermana
vivían allí con su madre soltera (su padre los había abandonado cuando Anderson
tenía cinco años; Anderson nunca lo vio de nuevo antes de que muriera). Su
madre trabajaba como secretaria, a veces vivían de la beneficencia social, así
que Anderson tomó cualquier trabajo de baja categoría que pudo encontrar para
ganar dinero. Fue repartidor, lavavajillas, modelo de jeans, director de tours
por Alaska y la mitad de un dueto de djs que tocaba a Duran Duran y Culture
Club en los bailes de graduación de las preparatorias locales.
Con la tutela de un padre
sustituto que encontró a través de un programa de United Way Big Brothers,
Anderson ingresó a la Universidad de Washington, donde estudió física y
negocios. Su madre quería que fuera ingeniero en Boeing. Eso no resultó. Las
actividades extracurriculares de Anderson lo convirtieron en un alumno
regular, pero no excelente.
Intentó vender minicomputadoras,
pero se obsesionó con una idea que tenía para Starbucks. Se acercó a Howard
Behar, padre de uno de sus compañeros de la fraternidad de la universidad y la
mano derecha del CEO de Starbucks, Howard Schultz, con un plan para vender
bebidas a través de carros de café. Behar apreció el entusiasmo y ofreció a
Anderson un trabajo como gerente de tienda. Cuatro años después, Anderson se
había convertido en gerente general de la región de Seattle.
Anderson entró a la Escuela de
Negocios de Stanford y se mudó a Palo Alto en 1997. Ese verano tomó una
pasantía de administración de productos en una tienda en línea en ciernes
llamada eBay y se ganó una oferta de trabajo. Aunque eBay estaba a punto de
salir a Bolsa, consultó con la entonces CEO, Meg Whitman, y finalmente declinó
la oferta con el fin de regresar a la escuela, perdiendo la oportunidad de
convertirse en un millonario de la noche a la mañana. Tendría que empezar el
proceso de nuevo después de graduarse, esta vez con Kleiner Perkins Caufield
& Byers (KPCB), donde el socio John Doerr llevaba tiempo intentado
contratarlo.
Llegó a KPCB en la primavera del
puntocom en 1999, cuando la empresa estaba en su apogeo. Sus socios se
sentaban en las juntas directivas de empresas titánicas como AOL y Compaq.
Anderson fue relacionado inicialmente con Doerr, que acababa de anotar en
grande con la salida a Bolsa de Amazon.com. Uno de sus primeros trabajos fue
reunir los documentos para un acuerdo con dos estudiantes de informática de
Stanford que tenían una startup sin planes inmediatos de hacer dinero,
solamente una ingeniosa manera de cambiar la búsqueda en línea. “Con Google le
pregunté a John: ‘¿Dónde está la hoja de cálculo que justifica esta
inversión?’”, rememora Anderson. “Esto es más un arte que una hoja de
cálculo”, recuerda que le respondió Doerr. Kleiner invirtió 12.5 mdd bajo
condiciones que llevaron el valor de la compañía a 99 mdd.
Aunque Anderson era una
contratación improbable para Kleiner Perkins, rápidamente impresionó a los
veteranos. El ex presidente de Oracle, Ray Lane, que se unió a la firma en
2000, recuerda que era “mejor en la diligencia que otros”, porque los CEO se
abrían ante él. El trabajo de campo de Anderson ayudó a la empresa a evitar
una desastrosa inversión en el último minuto, antes de firmar con Kozmo, que
eventualmente se fue a pique. “Nuestros amigos en Amazon sí invirtieron en ese
entonces”, dice Doerr, quien planteó originalmente la idea. “Él estuvo con
nosotros desde que empezó el auge, y también vio lo peor de esos tiempos.”
Kleiner le dio bases sólidas,
pero, al igual que muchas empresas de capital de riesgo de la época, no estaba
diseñada para promover desde dentro. “El programa decía que trabajarías ahí y
obtendrías experiencia, pero era probable que no pudieras quedarte”, señala
Aileen Lee, la socia que más tarde fundó Cowboy Ventures. Anderson dijo a los
inversionistas que necesitaba más experiencia operativa dentro de una gran
empresa de tecnología para volverse socio, así que consideró primero a Cisco y
Salesforce antes de aceptar un puesto como director de marketing senior en
Microsoft. “Steve siempre estuvo muy bien centrado”, indica Lee. “A él no le
molestaban ni distraían las cosas que resultan atractivas para otras
personas.”
Financiamiento
Anderson no se alejó por mucho
tiempo. Dejó Seattle para regresar al valle a principios de 2006 con el mercado
de valores en plena recuperación y el talento inundando de nuevo el mundo de la
tecnología. El móvil era el nuevo continente para colonizar, y Amazon acababa
de comenzar a rentar a precio razonable su gran infraestructura de cómputo a
las nuevas empresas, lo que eliminaba un gran y costoso obstáculo para ellas.
Anderson convenció a un par de amigos de Microsoft para desertar y comenzar su
propia empresa de seguridad cibernética en la que él mismo pensaba invertir,
pero no pudo encontrar ningún otro fondo dispuesto a inyectar el tipo de dinero
que él quería aportar, un primer cheque de 250,000 dólares o menos. Los
individuos ricos aún estaban felices de poner unos cuantos miles de dólares
cada uno, pero el número de fondos institucionales de 150 millones o menos (el
tipo más dispuesto a invertir una cantidad única como ésa) había caído de 178
del pico de la burbuja de las puntocom en el 2000 a sólo 55 en 2004, según
Thomson Reuters.
Descartando la idea de la
ciberseguridad, Anderson decidió explotar esa brecha de financiamiento y abrir
su propio fondo desde el cual firmaría cheques por 250,000 dólares o menos a la
vez, más que un “ángel” si se quiere correr el riesgo, pero demasiado pequeño
para una firma de Venture Capital firme con 500 mdd en fondos. Las grandes
firmas de capital de riesgo como Kleiner o Sequoia tenían millones de dólares
para generar retornos esperados de ocho o 10 veces sus enormes inversiones de
10 a 50 mdd. Anderson podría lograr un retorno similar bateando dobles y
sencillos, siempre y cuando pudiera conseguir buenas startups. “Empecé
Baseline con la idea de apostar por resultados de más de 100 millones”, asegura
Anderson. “Y si consigues a un par de los grandes, tus retornos se irán por
las nubes.”
Esta nueva clase de
“superángeles” no eran aficionados. Tenían experiencia operativa real y podrían
abrir puertas a las grandes compañías de tecnología. La vieja guardia calificó
al fenómeno de “moda” y criticó a los superángeles por el tamaño de sus
inversiones. “Mi socio Rob [Hayes] habría dicho: ‘¿No es lindo?’”, dice Josh
Kopelman, que había abierto tres nuevas empresas antes de fundar First Round
Capital. “Éramos los forasteros, los rebeldes”, señala Aydin Senkut, un
veterano de Google que lanzó Felicis Ventures.
Para finales de la primavera de
2006, Anderson tenía su pitch listo para ser presentado a sus posibles socios,
pero carecía de algo importante: flujo de operaciones. Una de las primeras
personas que llamó fue Ron Conway, un legendario inversionista ángel que vio
surgir a la gran mayoría de las ideas que revolucionaron el valle. Él había
invertido en Google y PayPal y fue mentor de Kleiner en los días de Anderson.
Conway, que había tomado un descanso de la inversión activa, proveyó a
Anderson del flujo de operaciones. Fue un inversionista clave en el primer
fondo Baseline Ventures y presentó a Anderson a Ev Williams y Jack Dorsey de
Twitter, que se convirtió en una gran victoria para la empresa. Conway también
trajo a Anderson dos empleados eventuales, David Lee y Brian Pokorny, para que
ayudaran a filtrar las ideas. Sin una gran reputación, Baseline se esforzó por
elevar su primer fondo de 10 mdd. Las cosas se volvieron más fáciles después de
que Baseline obtuvo su primera victoria rápida, la venta de Parakey a
Facebook. Ésta fue la primera adquisición de Mark Zuckerberg, y Baseline había
dado capital semilla a Parakey sólo un año antes.
Pero a medida que aumenta la
estatura de Anderson, su asociación con Conway comenzó a desgastarse por la
discrepancia en sus respectivas filosofías de inversión. Conway se entusiasmaba
cada vez más con las redes sociales y quería enfocarse en ellas igual que había
hecho antes con decenas de startups que representaron sus primeras grandes
victorias: invirtiendo en muchas firmas a la vez y duplicando la inversión una
vez que surgían ganadoras. Anderson normalmente invertía en 10 empresas al año,
un ritmo mucho más lento, a través de una gran variedad de categorías. “Steve
quería mantenerse fiel a su enfoque”, menciona Lee, quien trabajó con ambos en
Baseline. Decidieron separarse, Conway se llevó a Lee y Pokorny comenzó una
nueva empresa, SV Angel.
La ironía: Conway se fue para
enfocarse en las redes sociales, pero se perdió de la victoria más grande de la
historia de Baseline en esa categoría. Anderson, recién salido de levantar un
nuevo fondo de 55 mdd de las profundidades de la recesión, dio el capital
semilla a Systrom de Instagram en febrero de 2010. En abril de 2012, la
aplicación de fotos era una clara ganadora, y Zuckerberg mantuvo un intercambio
constante de mensajes con Systrom para persuadirlo de que se uniera al imperio
de Facebook. Anderson dijo a su joven ceo que tuviera cuidado: Instagram tenía
el potencial de ser, al menos, una compañía de 5,000 mdd. Pero Systrom quería
hacer una oferta en aproximadamente 1,000 millones en efectivo y acciones.
Anderson podría haber bloqueado el acuerdo como director, pero él ni siquiera
amenazó con hacerlo. “Incluso al precio que vendimos, la cantidad era
suficiente para cambiarnos la vida”, confiesa Anderson. “Yo no invertí para
maximizar mi retorno. Invertí porque creí en Kevin”.
En un lunes lluvioso de marzo,
tres emprendedores han hecho el viaje a Cow Hollow. Anderson había reservado el
día para reuniones con inversionistas, pero decidió apartar unos pocos minutos
para estos fundadores, que necesitan un poco de entrenamiento. Se apega tanto a
su agenda que su asistente interrumpirá todas sus reuniones cuando resten 10
minutos para el final, para asegurarse de que no exceda el tiempo asignado.
Cuando los emprendedores del software de planeación de negocio para pymes
Homebase hablan sobre sus últimos números y preguntan por qué se ha
desacelerado la atracción de nuevos clientes, Anderson mira las estadísticas
antes de dar un consejo simple. Contratemos a un RP interno, alguien que
genere ruido para atraer a nuevos usuarios, dice, y ellos asienten. En una
reunión previa, Sidharth Kakkar, el ceo de la compañía de tecnología educativa
Front Row, pregunta a Anderson cuál es la mejor forma de despedir a los
trabajadores ineficientes y mejorar a los equipos que le reportan a él. Después
de una pequeña discusión, Anderson va a su pizarrón y diagrama una nueva forma
de asignar a las personas en grupos.
No importa cuán exitosas se
vuelvan las empresas, siempre tienen una crisis o 10. A finales de 2012, la CEO
de Fix Stitch, Katrina Lake, estaba peligrosamente cerca de no reunir la
cantidad para el pago de la nómina y había sido rechazada por 20 empresas de
riesgo. Anderson, que había firmado el primer cheque de la empresa, le pidió
que tomara unas vacaciones en Navidad y le dio 250,000 dólares más para
mantener el negocio a flote. A principios de este año, Manik Singh, ceo de
Threadflip, un mercado de ropa usada que había levantado 22 mdd, se acercó a
Anderson para decirle que iba a bajar la cortina. Anderson, inversionista en
la compañía, le pidió no hacerlo. “‘No trabajas para mí para que yo pueda tener
un retorno enorme’”, recuerda Singh que le comentó Anderson. El cierre de
Threadflip borró millones de dólares en el capital, incluyendo aproximadamente
1 mdd de Anderson. Sobre este tipo de situaciones, Anderson se encoge de
hombros. “No quiero que se sientan que están trabajando para mí para devolverme
10 centavos por cada dólar”, afirma. “Soy un adulto y estoy en este negocio
para perder dinero, también”.
Anderson ha hecho mucho dinero
para sus inversionistas porque ha habido más Stitch Fixes que Threadflips. La
economía de las startups se ha estrechado mucho últimamente, y Anderson ya
prepara a sus empresas para otra corrección, la tercera de su carrera. “No
estoy seguro de si será un baño de sangre o si simplemente se desangrarán un
poco”, indica. Hizo sólo dos inversiones en el último trimestre de 2015, lo que
no es una tragedia, sino un signo de que se ha vuelto más selectivo. Si
hubiera un colapso aún mayor en el financiamiento de etapa temprana, Anderson
dice que está abierto a cambiar su estrategia para invertir más allá de la
etapa inicial.
Tampoco hay nada que impida a
Anderson alejarse del negocio. Él ya ha hecho una fortuna y jugó un papel en
algunas de las grandes empresas de tecnología de su época, y a diferencia de
otras empresas más grandes, no tiene que responder a nadie más si decide
dejarlo todo. “Mi ego no dice que Baseline tenga que vivir más allá de mi
interés en él”, asegura. “Yo no tengo esa necesidad de construir una
institución”.
Él incluso renunciaría a su sede
en Cow Hollow, las rentas son demasiado altas para él en San Francisco, así que
buscará un espacio de coworking más barato en el centro. Por ahora, Anderson
se está divirtiendo lo suficiente como para bajar la velocidad. En la sesión de
fotografías para este artículo aceptó alegremente la idea del fotógrafo de
cubrir sus manos con pintura dorada, una metáfora no tan sutil para su alto
rango en la Lista Midas. Después de modelar por tres horas, Anderson se retira
para lavarse las manos, y antes de atender la llamada de un emprendedor, el
jabón y el agua caliente deslavan lentamente el brillo dorado de las manos
pecosas de Anderson. ¿Es una señal?
“Yo espero que no”, dice con una
sonrisa.
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