Los grandes bancos pierden su
ambición global
The wall street journal
Hace 18 años, Sanford Weill
anunció el comienzo de una nueva era de la banca.
El entonces presidente ejecutivo
de Travelers Group Inc. había acordado una fusión con Citicorp, el banco
encabezado por John Reed, para formar lo que llegaría a ser el primer
supermercado financiero del mundo. “Nuestra empresa será tan diversificada y
tendrá presencia en todas las áreas en que podamos soportar” los inevitables
ciclos de auge y caída de las finanzas, proclamó Weill en abril de 1998.
El nuevo conglomerado financiero
bautizado como Citigroup sigue intacto, pero la confianza en el modelo
defendido por Weill y Reed está en declive.
Después de casi dos décadas de
frenética expansión a cada vez más países y en cada vez más negocios, los
bancos globales se baten en retirada. Para la mayoría de ellos, tratar de
ofrecer todos los servicios a todos los clientes en todo el mundo dejó de ser
una estrategia viable.
Un estudio de 10 bancos globales
realizado por la consultora estadounidense McKinsey & Co. a pedido de The
Wall Street Journal halló que en 2008 aquellos estaban presentes, en promedio,
en 65 países. El año pasado, esa cifra se había reducido a 55 países. El
análisis no tomó en cuenta el caso de Citigroup, que en los últimos años ha
revelado sus planes para retirarse del negocio de banca minorista en unos 20
países, entre ellos Argentina, Perú y otros de América Central.
El ritmo se ha acelerado.
Barclays PLC anunció este año la venta de sus negocios en África, mientras que
HSBC Holdings PLC dejará Brasil, una de las 83 plazas de todo el mundo que
abandonó desde 2011.
Weill, quien dejó las riendas de
Citigroup en 2003, cree que una presencia global todavía genera valor para los
bancos. “La economía es una aldea global y necesitamos instituciones financieras
globales que la unan”, aseveró en una entrevista. “¿Qué ocurriría si tuviéramos
un sistema de telecomunicaciones local y no pudiéramos conectarnos? No sería
muy bueno”.
Es un punto de vista que pocos
comparten hoy en día. Los analistas han llamado a dividir conglomerados como
J.P. Morgan Chase & Co. y Citigroup, y el tamaño de la banca se ha vuelto
un tema recurrente en la contienda presidencial en Estados Unidos.
Al tener que ceñirse a
regulaciones más estrictas, bancos de la talla de Citi no sólo están reduciendo
su presencia geográfica, sino también saliendo de una serie de negocios que
demandan mucho capital o generan ganancias escuálidas y socavan el modelo que
Weill ayudó a crear.
Mientras tanto, bancos europeos
como Barclays, Credit Suisse Group AG y Deutsche Bank AG están inmersos en
procesos de reestructuración y repliegue que algunos accionistas ya han acusado
de no ser lo suficientemente radicales.
El impulso inicial para la globalización
de los bancos provino de los propios accionistas, tentados por las promesas de
retornos suculentos. Los bancos construyeron modelos poco coherentes al
calcular que podrían ahorrar dinero ofreciendo una amplia gama de servicios. Al
enfatizar la diversificación, el modelo prometía disminuir el riesgo e
inspiraba la sensación de que sus enormes dimensiones garantizarían la
seguridad de los bancos globales.
“La crisis financiera echó por la
borda esa teoría”, señala Fred Cannon, director de estudios de Keefe, Bruyette
& Woods, un banco de inversión boutique especializado en empresas de
finanzas.
Ahora, los inversionistas se
quejan de que no pueden entender los estados contables de estas instituciones
globales enormes y poco transparentes. Los mayores prestamistas
transfronterizos han sido catalogados por los reguladores de “globalmente
sistémicos”, una clasificación que los obliga a provisionar miles de millones
de dólares de capital adicional.
Antes de la crisis financiera de
2008, el rendimiento del capital promedio de las grandes entidades globales
rondaba 14%. En la actualidad, la cifra se aproxima a 7%.
A los inversionistas también les
preocupa que los presidentes ejecutivos no puedan controlar empresas presentes
en múltiples países y en múltiples negocios.
George Mathewson, quien antes de
la crisis financiera fue uno de los artífices de la expansión que transformó a
Royal Bank of Scotland en uno de los mayores bancos del mundo por activos,
opina ahora que el modelo de los grandes bancos globales diversificados debería
desaparecer. “No creo en la banca universal”, aseguró en una entrevista. “Los
riesgos culturales son demasiado grandes”.
Dos años después de su partida en
2006, RBS tuvo que ser rescatado por los contribuyentes británicos. El gobierno
sigue siendo el accionista mayoritario y el banco se ha concentrado en el Reino
Unido y salido de la banca de inversión.
La solución, propone Mathewson,
es separar las operaciones de banca de inversión y banca minorista, lo que en
esencia implica segregar las operaciones dedicadas al tradicional negocio de
captar depósitos y hacer préstamos de las operaciones de mayor riesgo.
Es una idea que también ha
cobrado popularidad en ciertos círculos en EE.UU. Bernie Sanders, senador y
precandidato demócrata a la presidencia, por ejemplo, fue uno de los autores de
un proyecto de ley que restauraría Glass-Steagall, una ley promulgada durante
la Gran Depresión que dividió las actividades de banca de inversión de los
negocios de crédito comercial y de consumo.
No obstante, tampoco faltan los
defensores del modelo de banca global, el más prominente de los cuales es James
Dimon, presidente ejecutivo de J.P. Morgan Chase y durante varios años mano
derecha de Weill.
J.P. Morgan salió mejor parado de
la crisis financiera que la mayoría de sus rivales y desde entonces también ha
registrado mayores retornos. El mayor banco estadounidense por activos sigue
teniendo presencia en más de un centenar de países.
“La razón por la que operamos en
estos países no es sencillamente que representan mercados en los que podemos
vender nuestros productos”, escribió Dimon en la carta anual que envió en abril
a los accionistas. Mencionó un “enorme efecto de red” proveniente de hacer
negocios con clientes soberanos y multinacionales que operan en esos países.
El ejecutivo indicó que, en
promedio, sólo 40% de los negocios que J.P. Morgan realiza en un país son
locales; el resto proviene de servicios transfronterizos como asesoría y
financiamiento. Dimon reconoció, no obstante, que el banco había terminado su
relación con muchos clientes en todo el mundo debido a las normas contra el
lavado de dinero e indicó que si la entidad comete un error, el riesgo legal es
“extraordinario”.
La diversificación de sus
ingresos aumenta el rendimiento del capital de un banco, un indicador clave de
rentabilidad, pero sólo hasta cierto punto, según un estudio del Banco de Pagos
Internacionales publicado en 2013. La investigación también muestra que los
beneficios de la diversificación se han reducido considerablemente desde la
crisis financiera.
Otro estudio encontró que los
retornos en lugares muy distantes de las sedes de los bancos han sido
mediocres. En el caso de la banca de inversión, la actividad entre regiones
sólo ha generado entre 20% y 25% de los ingresos por ventas y corretaje de valores
en los últimos 20 años, según un análisis de Morgan Stanley y la consultora
Oliver Wyman. La mayor parte de los ingresos de los bancos globales se genera
en entre cinco y 10 grandes ciudades, añade el informe, y procede
principalmente de un puñado de grandes clientes internacionales.
Weill no se arrepiente de haber
forjado un imperio global y subrayó que las ganancias de la empresa combinada
más que se triplicaron entre 1998 y 2003. Aun así, reconoció que puede haber un
momento en el que lo que tildó como un “entorno regulatorio adverso” vuelva
insostenible el modelo.
En cuanto al clima regulatorio
que impera en Washington, se limitó a decir que “no está mejorando”.
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