La brecha experiencial: entre la promesa y la
realidad
Forbes - jueves, 19 de febrero de 2015
Una parte de nuestro cerebro recordará la
promesa de la marca y verá el enorme abismo entre ésta y lo que acaba de
experimentar… Hay que terminar con esas brechas.
Cada año se invierten miles de millones de
pesos en llamativas campañas publicitarias que prometen a los clientes lo
extraordinario. Los mercadólogos gastamos una fortuna diciéndole a los clientes
lo amable que es nuestro personal, cuánto los valoramos como clientes y cómo
estamos ahí cuando nos necesitan, listos y dispuestos a escuchar.
En el mundo del marketing, todas las
hamburguesas son megajugosas, el queso se derrite tan lentamente rico y la
lechuga tiene gotas de rocío mañanero, capturados en cámara superlenta, justo
en el momento para abrir el apetito. Este platillo basado en un cuasi arte
cárnico, es ofrecido por una guapa chica de la generación Millennials con una
sonrisa y dientes perfectos, quien está muy agradecida de tener un trabajo de
salario mínimo, y que demuestra el tipo de entusiasmo que por lo general sólo
es reservado para su fiesta de graduación.
En el peor de los casos, para muchos, mentimos
o quizá rizamos demás el rizo. En el mejor de los casos, hemos presentado la
versión first date (primera cita) de nuestras marcas. Nuestras versiones first
date se visten para impresionar, brillantes y pulidas, atentas, educadas y con
el mejor de los comportamientos. Pero como sucede en el mundo de las citas, ya
que se pasa más tiempo juntos, pues mayores serán las posibilidades de que lo
que hagamos un día nos despierte a la realidad, sin luz de velas o aliento
mentolado fresco.
De verdad, en algún momento vamos a entrar a la
tienda, compraremos la hamburguesa y lo que será entregado (eso sí, por una
millennial pero gruñona, que piensa que el trabajo está muy por debajo de ella
y su única distracción es el compañero de trabajo del cual está secretamente
enamorada y cree que sus clientes le recuerdan a sus padres, con quienes, por
cierto, está en la etapa de odio intenso) distará mucho de la realidad.
En ese momento, una parte de nuestro cerebro
recordará la promesa de la marca y verá el enorme abismo entre eso y lo que
acaba de experimentar, que de otro modo es conocido como la “brecha
experiencial”.
Hasta hace poco, los clientes se aguantaban
estas brechas entre la experiencia y la realidad, y con frecuencia hasta las
perdonaban, como la típica hipérbole del marketing. Pero en esta época de
elecciones sin precedentes, charlas sin precedentes y un poder sin precedentes
en manos de los consumidores, esta brecha se está convirtiendo en un problema
mucho más importante de lo que pudiéramos imaginar.
Hoy, esos muchos millones de pesos que gastamos
en nuestro marketing pueden ser un desperdicio espectacular. Todo lo que toma
es que un solo miembro de servicio al cliente se sienta menos que entusiasta
para dar al traste con toda esa inversión. Ahora, la razón por la cual el
empleado puede estar menos que estelar en su desempeño podría justificarse: tal
vez estuvo despierto toda la noche con un niño o familiar enfermo, o tuvo una
pelea con un ser querido. Pero en ese momento de decepción, muy pocos piensan
de una manera tan caritativa. Los clientes ahora son mucho más propensos a
hacer lo que hizo Dave Carroll con su pluma al escribir la canción “United
breaks guitars”, que detalla la mala experiencia del músico canadiense con
United Airlines en 2009. El video y la música posterior se volvió viral en
YouTube. Ahora, habiendo llegado a más de 14.6 millones de personas, ha causado
una real pesadilla para el equipo de relaciones públicas de la línea aérea.
Es fácil suponer que esta columna es simplemente
un llamado a una mayor transparencia, ética o más honestidad para la
mercadotecnia. Sin embargo, el problema está lejos de ser simple, porque estas
brechas no sólo existen entre el marketing y los clientes. Están prácticamente
en todos los aspectos del negocio. Hay diferencias entre las creencias de la
organización y sus empleados, entre la marca y el comportamiento del
consumidor, y, por supuesto, entre el marketing y los de ventas, TI y/o
recursos humanos. Estas lagunas son la razón por la cual las experiencias de
las marcas no se transfieren desde el departamento de marketing hasta con el
cliente final. Esto no sólo es problema de un departamento de la organización,
sino de la congruencia y la cultura que priva en las empresas y hasta en el país,
ya que simplemente no sabemos cumplir con nuestras promesas.
Esto no es sorprendente, dado que en la mayoría
de las empresas o entidades del gobierno, todos son tratados como ingredientes
individuales, que rara vez o nunca se mezclan. La administración determina una
visión, marketing comunica el producto, recursos humanos contrata el mejor
personal posible, y ventas lo vende. Pero la marca no debe ser simplemente el
trabajo de marketing, ni debe ser sólo de un logotipo o un gremio. Si estamos a
la altura de las crecientes expectativas de nuestros clientes, la marca tiene
que ofrecer, sí, una propuesta de diseño, pero también un ejemplo de un
comportamiento en cada uno de los puntos de contacto con el cliente de una
organización.
Una marca no es estática. Es un ente vivo. Es
mucho más que un logotipo o colores corporativos o un eslogan publicitario. Es
la experiencia del cliente de tu organización y tu liderazgo, y tenemos que
cerrar la brecha.
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