Valores
Forbes - viernes, 26 de diciembre de
2014
El valor no está intrínseco en las cosas, sino
en la mente del sujeto que las valora: es subjetivo.
Esta segunda entrega sobre el libro Teoría e
Historia de Ludwig von Mises, continúa sobre el aspecto de las diferencias
existentes entre juicios de valor y proposiciones existenciales, de las cuales
las últimas pueden ser afirmativas o negativas. Para ellas, “las cuestiones
relativas a la verdad o la falsedad son significativas. No deben ser
confundidas con los juicios de valor.” La razón de esto es que dichos juicios
expresan preferencias, inclinaciones de la persona, y por esto, no son sujetas
de ninguna prueba o evidencia, como ya comentamos en la primera parte.
Pocos son los hombres capaces de alejarse con
sus juicios del conjunto tradicional de valores que le rodean. En este sentido,
podrá entenderse que un juicio no dice nada del mundo en sí, sino digamos, de
la forma en que el ser humano reacciona a su entorno. De ahí se desprende que
el valor no esté intrínseco en las cosas, sino en la mente del sujeto que las
valora: es subjetivo. El valor pues, compara en sentido ordinal una condición
con respecto a otras; se renuncia a algo cuyo valor se considera menor, por uno
mayor.
Ahora bien, un aspecto muy importante en el
plano económico, es que la economía no prejuzga, critica o pone en duda el
valor que las personas le asignan a sus fines, pero eso sí, indaga si la
política económica –es decir el medio– para alcanzarlos es adecuada o no, y si
esa estrategia produce los efectos que desde la visión de quien recomienda los
fines, son indeseables.
Como puede entenderse, hay una abierta
separación entre el campo científico que aborda en exclusiva las proposiciones
existenciales y el de los juicios de valor, pero esto es rechazado por las
doctrinas que sostienen que ello no es posible, porque asegura, sí hay “valores
eternos y absolutos” que deben ser descubiertos, como si de la ley de la
gravitación universal se tratase. Aquella corrección de juicios de valor está
dada por la ciencia normativa de la ética que establece la conducta que deben
tener los hombres. En este sentido, pese a que hay una natural rivalidad
existente, solo nuestra especie es capaz de escapar en cierto grado de esa
pugna por medio de la cooperación, y mientras exista, la competencia biológica
quedará suspendida. Así pues, la doctrina de la “ley natural” expresa un
intento de encontrar leyes inmutables que se puedan aplicar a los juicios de
valor. De todas las variedades de esta ley, se desprenden comunes denominadores
que sí son válidos: hay un orden al cual el hombre debe adecuar sus acciones
para que sean exitosas; la única manera de descubrir ese orden es por medio de
la razón y ninguna institución social queda exenta de ser analizada por medio
del razonamiento discursivo; y lo único que cuenta a la hora de valorar la
acción es por los resultados obtenidos.
Es por eso que “la idea de la ley natural acabó
conduciendo al racionalismo y al utilitarismo”, nos dice Mises. Ahora, bajo la
cooperación social citada, la persona se ve forzada a no comportarse de manera
que atente contra la vida en sociedad. Solo esto es lo que permite diferenciar
lo que es justo de lo que no lo es: si preserva la sociedad, sí lo es, en caso
contrario, no. Es por eso que no hay cabida a una idea arbitraria de justicia.
La sociedad por tanto, no pudo surgir sin la armonía de los intereses
individuales de sus miembros en este sentido. Pero los socialistas ven muy mal
esto. Al elevar sus juicios de valor a criterios absolutos, pretenden que los
individuos renuncien a los suyos en beneficio de los que ellos consideran como
“los buenos” para la comunidad.
A propósito, Marx no pudo refutar las
objeciones al programa socialista que hicieron los economistas, como el que no
podría funcionar un sistema económico en el que ante la ausencia de precios
libres no es posible efectuar el cálculo económico. A causa de ello, y luego
del agotamiento de todos los argumentos posibles, los socialistas han basado sus
exposiciones meramente en factores emocionales como el resentimiento, la
envidia y el odio de las masas. Sus juicios de valor, claro está, suponen que
son los válidos para “toda la gente” y en especial, para los trabajadores, y
por eso los pretenden imponer de manera generalizada. Abandonaron pues “la idea
esencial del siglo de las Luces: libertad de pensamiento, de expresión y de
comunicación”, reprocha Mises. Es evidente que los totalitaristas necesitan por
fuerza hacer uso del concepto de “valor eterno” para poder descreditar y
aniquilar en automático todo aquello que se aponga a su juicio de valor que
califican de universal.
En suma, en los juicios de valor no es posible
encontrar una causalidad, algo de lo que se ocupan las ciencias naturales. No hay
punto de enlace entre un acontecimiento externo, inductivo, y las ideas que
produce en la mente de las personas. Por desgracia, la equivocación de pensar
que en economía se puede aplicar el método inductivo y hacerla funcionar como
si de una máquina se tratara –en vez de personas pensantes y actuantes como en
el método praxeológico de la Escuela Austríaca, continúa llevándonos a un
abismo de interminable crisis que debe ser corregida.
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