La tenebrosa historia del Mengele de la CIA y
sus métodos de tortura
INFOnews - lunes, 15 de diciembre de
2014
Según consignó Tiempo Argentino, a fines de la
década del '40 y comienzos de los '50, los oficiales de la CIA se topaban
frecuentemente con una frase de San Juan escrita sobre un vestíbulo de la base
en Langley, Virginia: "La verdad los hará libres".
Eran años en que regía el fantasma de la Guerra
Fría y las potencias amenazantes de la Unión Soviética y de China, y lo que
realmente preocupaba a la agencia de inteligencia más poderosa y rica del planeta
era tratar de quebrar la voluntad humana y sustituir por completo la
personalidad del enemigo hasta convertirlo en un infante impotente.
Es decir: tenían que lograr la ruptura de la
personalidad adulta de sus víctimas hasta crear un estado que inevitablemente
las llevara a la esquizofrenia inducida y a la muerte. O en algunos casos, a la
invalidez mental luego de someternos a extensas sesiones de torturas con picana
eléctrica. Si las personas no morían en el acto se les realizaba una lobotomía.
El fin también era aniquilar la memoria.
El programa para lograr el dominio absoluto de
la mente humana se llamó MK-ULTRA y comenzó a funcionar formalmente el 13 de
abril de 1953 con un presupuesto inicial de 300 mil dólares y un equipo de
científicos y médicos de la CIA en clínicas de Estados Unidos y Canadá.
El motor de semejante germen fue la Guerra de
Corea y la fuerte crítica de los combatientes propios que regresaban del
frente. La CIA comenzó a dudar y llegó a la conclusión de que el enemigo
utilizaba técnicas de lavado de cerebro contra sus soldados. La preocupación se
hizo carne con informaciones periodísticas de la época. Y la respuesta fue
inmediata. Como siempre.
La siniestra idea había surgido de uno esos
personajes patrióticos estadounidenses con quien ningún espía de otra trinchera
se habría querido enfrentar jamás. El quinto hombre en dirigir la agencia,
Allen Welsh Dulles, dispuso: "Busquen la clave del control de la mente
humana." Lo que sobrevino después fue una auténtica cacería de cobayos
–muchos de ellos agentes y militantes del enemigo ruso a quienes drogaban con
LSD, les impedían conciliar el sueño durante días y después los ejecutaban de
un balazo en operaciones secretas realizadas en Europa; otros, fueron simples
empleados neuróticos y enfermeras con trastornos de ansiedad–; lo opuesto a los
preceptos de San Juan. Nunca hubo tumbas para llorar a nadie: quemaban los
cuerpos sin rastros.
El primer antecedente criminal con este sello
se produjo en 1952 cuando el jefe Dulles y su científico de confianza, Sidney
Gottlieb, viajaron con el equipo de torturadores mentales, entre los cuales
estaba el médico psiquiatra escocés Donald Ewen Cameron, a un campo de
prisioneros en Europa. La orden fue seleccionar hombres "de lealtad
dudosa, sospechosos de ser agentes dobles o miembros de la Waffren SS.
Individuos prescindibles, aptos para nuestros experimentos." En el
invierno de 1953 llevaron a decenas de estas personas "prescindibles"
a campos de tortura especialmente acondicionados en zonas francas. Se les
suministró todo tipo de drogas para lograr alterar sus personalidades y los
sometieron a "una terapia con la aplicación de electricidad en todo el
cuerpo". Los hombres no podían dormir porque se los mantenía parados
durante horas sobre un piso de cemento mojado. El resultado fue un fracaso y
tuvieron que quemar todos los cuerpos. No lograron ninguna transferencia válida
de conocimiento de los nazis. Tan sólo la muerte.
De regreso a Langley comenzaron a desarrollar
mejor la administración de LSD. Tan es así que al comienzo los médicos y
científicos quedaban tan colocados por el consumo de drogas, que no podían
estudiar los patrones de conducta de los "pacientes".
Durante una de esas sesiones, experimentaron
con introducirle un micrófono en la cóclea de un gato (una estructura en forma
de tubo enrollado en espiral, situada en el oído interno) con la intención de
usar al animal como si fuera una radio grabadora con parlantes dentro de su
cuerpo. Totalmente drogados con LSD, lo científicos durmieron al pobre gato y
le realizaron un cableado interno perfecto. Luego lo cosieron y lo despertaron
con oxígeno. El gato fue puesto en la casa que ellos querían investigar. Se
encontraron con el problema de que había demasiado ruido ambiente y los
micrófonos de pared no eran eficientes para captar las conversaciones.
Esperaban con ansiedad que el gato les trajera una solución. Pero algo falló.
El gato sentía hambre, iba a comer y se desconcentraba retirándose del espacio
a vigilar. No tuvieron más remedio que operarlo de nuevo para suprimirle la sensación
de tener hambre en el cerebro. A los pocos días, el gato murió con los cables
en el cuerpo, el receptor en el oído y el cerebro totalmente deshecho.
Los médicos vivían dentro de una lógica
paranoica sin límites. Aunque en público se mostraban amables y perfectamente
educados. Cameron –el Mengele de la CIA– solía saludar a sus víctimas de esta
forma: "¿Está usted bien, muchacha?" Nada bueno podía llegar después
de esa frase. Significaba que Cameron capturaría como ratón de laboratorio a esa
mujer hasta quebrarla por completo y dejarla hecha harapos. "¿Siente algo,
muchacha?", decía mientras les abría la cabeza como una lata de arvejas.
Había sido uno de los expertos psiquiatras que
envió el gobierno de Estados Unidos a los juicios de Nuremberg entre 1946 y
1947 para entrevistar al criminal nazi Rudolf Hess. Según el escritor y
periodista especialista en asuntos de inteligencia global, Gordon Thomas,
Cameron creía que el verdadero Hess ya había sido ejecutado por orden de
Winston Churchill.
La paradoja del asunto es que Cameron se
convirtió en un ser que sentía un placer morboso al cortar con su bisturí el
cerebro de las víctimas que captaba en la Universidad McGill y en la clínica
Memorial Institute de Canadá, donde era el director y experimentaba con el
dinero de la CIA.
LA PESADILLA GAIL. Naomi Klein describió en
detalle en su libro La doctrina del shock, los padecimientos de una mujer
llamada Gail Kastner, una de las víctimas del doctor Cameron. Kastner era
incapaz de recordar casi nada de lo que le había sucedido antes de los 20 años.
Tampoco comprendía por qué una simple chispa eléctrica le producía un ataque de
pánico furioso y le temblaban las manos cada vez que quería hacer funcionar el
secador de pelo. Kastner sabía que, de joven, había sufrido depresiones, había
sido adicta a medicamentos y había llegado a sufrir crisis nerviosas tan
fuertes que había terminado en estado de coma en un hospital. Ya en su casa, se
chupaba el dedo y trataba de quitarle el biberón a su sobrino. Cameron le borró
de cuajo la memoria y la convirtió en una babosa humana.
Un día se encontró con una noticia que
describía una investigación pagada por la CIA que se realizó en Montreal. Las
víctimas del experimento sufrían unos síntomas muy similares a los suyos. Eran más
de cien pacientes y a todos les destruyeron el sistema nervioso. Con esta
pista, Gail Kastner y su familia comenzaron a recuperar el pasado. Fueron al
archivo del Allan Memorial Institute y Gail se encontró con textos que hablaban
de ella en circunstancias que había vivido pero era incapaz de recordar. Por
ese entonces, tenía apenas 18 años y era una estudiante de enfermería
brillante. El doctor Cameron dijo sobre su primera entrevista con Kastner que
se trataba de una chica "razonablemente bien equilibrada" que sufría
ataques psicológicos de un padre "demasiado autoritario".
Cameron captaba a sus potenciales cobayos de
grupos de personas "normales". Su afán siempre fue suprimirles el
sentido de lo real para dirigir la conciencia a voluntad. ¿Cómo lo lograba?
Tenían que ser sanos. Los drogaba permanentemente no los dejaba dormir, rotaba
el horario de las comidas provocando la falta de noción de tiempo y espacio,
torturaba a sus víctimas con electricidad y las obligaba a escuchar mensajes
negativos durante más de 16 horas al día por tres meses en aislamiento.
Otro de sus métodos predilectos era hacerlos
escuchar voces de personas en diferentes circunstancias. Llantos de bebés a
todo volumen y frases como esta: "Tú eres una mala persona". Así, en
tono monocorde durante semanas enteras. Al mes, las personas hablaban con seres
imaginarios y sufrían pánico, temblando de miedo en posición fetal.
Kastner entró en el Allan Memorial Institute
con síntomas de ansiedad y siendo descripta como una persona "alegre, sociable
y simpática". Apenas unas semanas después escribirían que mostraba
"un comportamiento infantil, expresaba ideas extrañas y aparentemente
estaba en estado de alucinación y era destructiva". Era inteligente pero
no podía contar hasta seis. Después se volvió "manipuladora, hostil y muy
agresiva". Más tarde "pasiva y apática, incapaz de reconocer a los
miembros de su familia". Finalmente, fue diagnosticada con
"esquizofrenia" y "con claros rasgos histéricos". Un cuadro
muy distinto de los "ataques de ansiedad" con los que había entrado
al consultorio del doctor Cameron.
Gail intentó fugarse del hospital y en sus
ratos de lucidez decía que el tratamiento era "erróneo y nocivo", sin
que nadie le prestara ninguna atención. "Tienes que calmarte, muchacha,
tienes que calmarte", le repetía Cameron al oído en la camilla.
El Mengele de la CIA, el doctor Cameron, murió
en 1967. Sus técnicas de supresión de la personalidad del programa MK-ULTRA
perduraron hasta la Guerra de Vietnam y fueron perfeccionadas por las
dictaduras militares de Argentina y Chile.
Gail fue indemnizada con cien mil dólares.
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